Sala de ensayo
Ana María Matute
Ana María Matute.
Paralelismos en La voz dormida, de Dulce Chacón, y Primera memoria, de Ana María Matute

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Los límites de mi mundo son los límites de mi lengua.
Wittgenstein

La sociedad española en los primeros cuarenta años del siglo veinte experimentó cambios que han marcado el rumbo de su literatura. La dictadura de Primo de Rivera, la llegada de un gobierno republicano, la desigualdad social y con ella el surgimiento de la guerra civil española; así como la dictadura franquista vivida por el pueblo español durante más de 35 años. Todos esos sucesos son, sin lugar a duda, hechos que necesitan ser narrados. Pero, ¿cómo es posible que dos escritoras puedan narrar el horror vivido durante la guerra y la dictadura franquista de forma similar, cuando una vivía la censura en su escritura mientras la otra podía escribir con la libertad necesaria?

A estas preguntas algunos críticos masculinos podrían contestar que se debe a que son mujeres que escriben sobre su experiencia. Habría entonces que preguntarles si los escritores masculinos no escriben a partir de su experiencia. Nichols (1989), en la introducción a su libro Escribir, espacio propio, menciona que poca crítica literaria se ha dedicado a la literatura femenina, y esto es verdad; si uno intenta buscar artículos dedicados a la obra de Dulce Chacón, y para ser más específicos a su novela La voz dormida, poco o casi nada existe sobre ella.

El presente ensayo propone analizar el paralelismo en la escritura de dos novelas de autoras sobresalientes en la narrativa contemporánea: Dulce Chacón, La voz dormida (2002) y Ana María Matute, Primera memoria (1959). El análisis se elabora mediante elementos tales como la ambientación, la forma narrativa, la arquetipación de los personajes y el lenguaje. Esta es precisamente la forma como se divide el trabajo. La hipótesis central parte de que existe un paralelismo en las narraciones de las dos novelas antes mencionadas, obras separadas por más de cuarenta años, pero unidas por un mismo hilo conductor: las características que marcaron la época de la guerra y la posguerra. Éstas dan al lector informado la sagacidad de encontrar las semejanzas narrativas.

 

El ambiente: guerra y posguerra

Vista desde la perspectiva marxista, la sociedad española vivía durante los finales del siglo XIX y principios del XX los efectos de la diferencia de clases sociales, la pobreza para unos y la riqueza para pocos:

The people of Barcelona and Bilbao lived in conditions characteristics of other industrializing nations: a rapid increase of immigrants from other parts of the country (...) extreme pollution; poverty; increased disparity of wealth the worker majority and the bourgeois minority; urban renewal and expansion, which allowed the bourgeoisie to display their wealth and which consigned workers to the worst parts of the city; and, finally, class warfare (Holguín, 26).

Sin lugar a dudas, también se puede mirar el período desde una perspectiva foucaultiana: período anterior a la guerra y posterior a ella. La Iglesia y el gobierno establecían los mandatos, no había más poder en España que el ejercido por la Iglesia en compañía de la clase burguesa o adinerada, siempre ejercido por una estructura patriarcal. Estas características pueden verse fácilmente reflejadas en las dos novelas.

En Primera memoria, cuya narración se establece en primera persona desde la mirada de una niña adolescente, Matia cuenta que su abuela había pertenecido a la clase adinerada y mantenía una muy buena relación con la Iglesia Católica; además ejercía un poder de vejación sobre sus trabajadores:

¿Dónde estuvieron ustedes hasta tan tarde?

¿Cómo no dijeron que salían de la casa?

Antes de que el chino pudiera contestar, ella solía reprenderle de una manera fría, sin mirarle a la cara, como si se dirigiera a otra persona (...) Junto a la puerta, Antonia permanecía quieta, inexpresiva, con los ojos fijos y los labios apretados (56).

En esta cita se ve reflejado el poder que ejercía la abuela de Matia sobre todos los personajes, y todos y cada uno de ellos tenían que callar para no ser castigados o, como en el caso de Borja, fingir una supuesta “sumisión”. Es decir, se establece un silencio en los personajes, el cual estará presente a lo largo de la novela. Este silencio también está presente en La voz dormida: reflejo, en ambos casos, de aquella sociedad que vivía silenciada.

“Primera memoria”, de Ana María MatuteLa relación entre la Iglesia y la clase opresora también está representada: A su lado, majestuoso como siempre, se sentaba Mosén Mayol, el párroco de la Colegiata (Primera, 57). También al llegar casi al final de la novela, Matia cuenta cómo es el párroco quien delata a Borja por los robos a la abuela; es en esta escena donde se puede observar una complicidad de poderes e ideas maquiavélicas establecidas en tres poderes: la Iglesia, la dictadura (representada por la abuela) y el soplón (o el poder masculino representado por Borja). Este ambiente de poderes enmarañados es precisamente el que se vivía durante la época de guerra y posguerra: “People of the middling sort in the centre-north conservative heartland also began to raise their voice against the new Republic. This mainly had to do with the church” (Graham, 10). El poder de la Iglesia sobre el Estado se pierde durante la República, pero se restablece con la llegada de Franco al poder.

En la novela La voz dormida, de Chacón, también se observa este poder eclesial y la relación entre Estado e Iglesia, sólo que en la narración la ambientación está claramente establecida en la época de la dictadura franquista. Es decir, el juego de rompecabezas que el lector puede armar en la obra de Matute, personajes y ambientaciones igual a dos referentes, la dictadura y la guerra civil, no podría establecerse en La voz dormida. Pero sí puede el lector observar la misma crítica cuando Jaime está por ser liberado gracias a un indulto otorgado debido a la muerte del Papa, pero no puede casarse sin que el sacerdote esté de acuerdo, ya que Jaime es un preso político (comunista):

El último disgusto de Pepita se lo dio el arzobispado, hace un mes, cuando le negó el sacramento del matrimonio porque su novio era comunista. Jaime ya había firmado el poder donde designaba a don Gerardo para que, en su nombre y representación suya, contrajera matrimonio por poderes con Pepita (374).

El reconocimiento de ambientes propios de la época no es difícil de establecer como paralelismos en ambas novelas, o en otras escritas sobre esa temporada. Pero convendría notar que, más allá de la presencia de reflejos cotidianos de la época franquista o de la guerra, tales como la pobreza descrita en ambas novelas, la falta de alimentos, la desintegración familiar, los trabajos femeninos y la postura en la que la mujer se posicionó y reposicionó durante esos dos períodos; las autoras implícitas establecen en sus narraciones ambientes que dan al lector una idea de encierro. En Primera memoria, Matia nos sitúa geográficamente en un lugar cerrado, incomunicado de otros: una isla. Es decir, la salida de ella es difícil; sus límites están bordeados por el mar, el cual le da a la narradora una sensación de libertad:

Y desde allí, con sus viejos prismáticos de teatro incrustados de zafiros falsos, escudriñaba las casas blancas del declive, donde habitaban los colonos; o acechaba el mar, por donde no pasaba ningún barco, por donde no aparecía ningún rastro de aquel horror que oíamos de labios de Antonia, el ama de llaves. (“Dicen que en el otro lado están matando familias enteras, que fusilan a los frailes y les sacan los ojos... y que a otros los echan en una balsa de aceite hirviendo [...]. ¡Dios tenga piedad de ellos!”). Sin perder su aire inconmovido, con los ojos aun más juntos, como dos hermanos confiándose oscuros secretos, mi abuela oía las morbosas explicaciones. Y seguíamos los cuatro —ella, tía Emilia, mi primo Borja y yo—, empapados de calor, aburrimiento y soledad, ansiosos de unas noticias que no acababan de ser decisivas —la guerra empezó apenas hacía mes y medio—, en el silencio de aquel rincón de la isla, en el perdido punto en el mundo que era la casa de la abuela (...) (14).

La llegada de Matia en su época de adolescente a la isla, será el peor período que le toque vivir. Su llegada es como la de una prisionera de guerra que tendrá que amoldarse a la represión de su abuela: “Te domaremos —me dijo, apenas llegué a la isla” (16). En La voz dormida, la mayor parte de la narración transcurre en la cárcel, la cual también es un lugar cerrado, incomunicado de la sociedad y al cual algunas de las prisioneras salen para irse al monte con la guerrilla o se van con la idea de ver el mar, como Tomasa. Las prisioneras al llegar a la cárcel, igual que Matia, se ven domadas por sus carceleras; algunas de ellas religiosas.

En ambas novelas ambiente, narración y lenguaje están entrelazados, de tal forma que resulta difícil separar uno de otro; por ejemplo, el uso del clima y del medio ambiente, pues en ambas novelas los acontecimientos románticos, tristes, violentos o alegres van acompañados de un clima acorde a la situación.

(...) Debió descolgarse por las rocas. A pesar del calor dulzón que parecía emanar del suelo y el cielo al mismo tiempo, sentí frío. Han tirado al hombre, lo han despeñado rocas abajo. Algo empezó a brillar. Quizá era la tierra. Todo estaba lleno de un gran resplandor. Levanté la cabeza y vi cómo el sol, al fin, abría una brecha en las nubes. Se sentía su dominio rojo furioso contra la arena y el agua (Primera, 41).

La narración, antes de llegar a esta cita, cuenta cómo un hombre estaba tratando de huir (un rojo), la niña narra que al ver a este hombre escapando y poco después desbarrancado y muerto, no le causa miedo pero sí frío. La relación entre el ambiente narrado por la niña —el sol rojo furioso— y el significado ideológico que posee este hombre comunista, es realmente metonímica: el muerto en la tierra es, sin duda alguna, un rojo; uno igual que “el sol rojo furioso que resplandecía contra la tierra y el agua”. En el caso de la obra de Chacón, La voz dormida, su narración establece también una relación con la naturaleza que le recuerda a Pepita que el monte es igual al comunismo, pues bien sabe ella que el chaqueta negra se esconde allí: “Huir no es estar lejos. Pepita apoya su cabeza en la ventanilla evitando mirar al cerro. Entorna los ojos para alejarse de Paulino” (91). También se relaciona el clima con la pobreza y la miseria que vivían las mujeres en la cárcel: “No había nevado. Las mujeres formaban corros en el patio para sumar sus tibiezas, para reunir entre ellas un poco de calor. Poco. Atisbaban el cielo, con el deseo de que la nieve cayera. Si nieva, templa, insistía Reme (...)” (17).

Puede establecerse una diferencia significativa entre ambas narraciones, en Primera memoria; por ejemplo, la ambientación que se recrea en cuanto al medio y el clima es imprescindible para la atmósfera sombría y trágica de la guerra y la dictadura:

Tenían un perro que aullaba a la luna, al mar, a todo, y que enseñaba los dientes desde que los Taronjí se llevaron a José, el padre, de madrugada. Ellos eran como otra isla, sí, en la tierra de mi abuela; una isla con su casa, su pozo, la verdura con que alimentarse y las flores moradas, amarillas, negras, donde zumbaban los mosquitos y las abejas y la luz parecía de miel. Yo vi a Manuel inclinado al suelo, descalzo, pero Manuel no era un campesino. Su padre, José, fue el administrador del señor de Son Major, y luego se casó con Malene. (...) Y otra vez sin comprender cómo, ni por qué, y tan rápidamente como en un soplo, recordé: “José Taronjí tenía las listas”, dijo Antonia a la abuela. La abuela la escuchaba mientras dos mariposas de oro se pegaban ávidamente al tubo de la lámpara de cristal, se morían temblando y caían al suelo como un despojo de ceniza. Lauro lo explicó más detalladamente. “Lo tenían todo muy bien organizado: se repartieron Son Major y él lo distribuyó muy bien: quiénes iban a vivir en la planta, quiénes en el piso de arriba... Y ésta su casa también, doña Práxedes...”. Era la misma voz de cuando decía: “En un pueblo de Extremadura han rociado con gasolina y han quemado vivos a dos seminaristas que se habían escondido en un pajar. Los han quemado vivos, malditos... malditos. Están matando a toda la gente decente, están llenando de Mártires y Mártires el país...” (Primera, 20).

Mientras que en La voz dormida el elemento que causa dicha atmósfera es el lenguaje. Ambas escritoras lo utilizan de manera casi poética. Sólo basta leer las citas anteriores para percatarse de ello. Veamos un ejemplo de la forma magistral en que Chacón maneja el lenguaje:

Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no podía parar de reír.

Reía.

Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía manipularlo. Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el miedo.

El miedo de Elvira (...) (14).

Como se aprecia en la cita, la escritora narra mediante repetición de palabras y fragmentos de oración que permiten al lector ver el encierro en el que viven las mujeres, y la palabra final de algunas oraciones llevan a la narradora a otro pensamiento, tal como lo han hecho otros autores en su técnica de fluir de conciencia (Joyce, Woolf, Faulkner, Rulfo, etc.). En La voz dormida esta técnica nos muestra que la narradora, al igual que los personajes femeninos encerradas en la cárcel, tiene un constante regreso a sus pensamientos más remotos o más inmediatos, todo depende de la situación a la que se enfrente. La sensación de encierro, en ambas novelas, se evidencia mediante, en Primera memoria, el ambiente y el clima, y, en La voz dormida, por el lenguaje (fragmentado y repetitivo).

 

Dulce Chacón
Dulce Chacón.

La forma narrativa

Para Fernando Morán (1971), la escritura de los cincuentas sólo se ocupaba de proyectar la realidad a través de un lenguaje adecuado que transplantara la realidad a la novela. Según Morán, algunos narradores tenían que verse limitados a los trajes que se les ceñían: “Otros más seguros están cómodos dentro de las limitaciones; hay varios que siguen su andadura, determinada por una adecuación casi total entre su estilo personal y su temperamento. Los casos más claros de escritores ‘naturales’ me parecen los de Delibes y Ana María Matute” (76-77). El punto que discute Morán es cierto para algunos escritores que no trascendieron, pero totalmente erróneo para otros, como él mismo lo menciona, y yo diría que algunos de esos autores han marcado una forma narrativa, tal como lo ha hecho Matute.

Diane Yvonne Collins, en su tesis, cita a Ana María Matute, quien expresa lo que significaba ser escritor durante aquella época:

We grew up in difficult times for Spanish writers. The Spanish novel of those days could reflect nothing but a superior hero or the definitive triumph of decency over indecency, of the angels over the demons: “the good guys and the bad guys” once again, as in tales of our childhood (...). The censor dismembered our books (...). I remember how we wrote, our discovery of forbidden books in the back of certain bookstores, our discovery of new names of new literary tendencies, in the shelter of silence, always silence. We were born to this vocation, breaking our heads against the systematic no, against the opposition and the negation (Matute, 422-23).

No es difícil ver cómo los escritores trataron de romperse la cabeza hasta encontrar la forma en que sus novelas pasaran ese censor. La narradora de Primera memoria no sufre realmente ninguna limitación (como dice Morán); por el contrario, juega con la ambientación y el lenguaje para dejarnos saber lo que tal vez la censura de aquel tiempo no hubiera permitido que se publicara. A pesar de que en ambas novelas existe una narración contada en su mayor parte acerca de personajes femeninos, el reflejo de la desigualdad femenina no se ve desde una sola perspectiva, no es la mujer reducida del todo a los roles tradicionales de la mujer, en Primera memoria es una niña que reflexiona sobre el mal de los adultos:

Deseaba ardientemente que no muriera nadie en el mundo, que todo lo de la muerte fuera otra de las tantas patrañas que cuentan los hombres a los muchachos (175).

A Elvira le apasiona Miguel de Molina, y Celia Gámez, y la zarzuela, también le gusta mucho la zarzuela, Antoñita Colomé y doña Concha Piquen. A ella le gustaría ser cantante, y que los maestros Valverde, León y Quiroga le compusieran unos Ojos verdes sólo para ella, con brillo de faca.... y el verde, verde limón. Pero su padre ha prohibido terminantemente a su madre que aliente las fantasías de la niña. Y su madre, doña Martina, apaga la radio en cuanto siente llegar a su marido. Ella no cree que las canciones sean obscenas, aun así, apaga la radio para que él no se enfade (La voz, 5).

Por otro lado, sabemos que la mujer vivió una época de cambio durante la Guerra Civil Española, pero después regresó a los roles que se le habían asignado por el machismo de aquellos tiempos. Muchas de ellas siguieron luchando pero pagaron caro su atrevimiento:

La rebeldía que, en esos momentos, manifiestan ciertos grupos femeninos, tiene su origen en las mujeres que, desde la inmediata posguerra, sufrieron duramente la represión franquista, y han sido olvidadas por la historia posterior. En ellas la dureza del sistema se impuso doblemente, por su condición femenina y por su disidencia política. Muchas de estas mujeres pagaron no sólo por sus propias ideas políticas, sino por las de los hombres de su familia (Ruiz, 148).

En ambas narraciones este papel femenino castigado por la sociedad es visible gracias al argumento y gracias a las voces narrativas de ambas. En el caso de Primera memoria la narración se establece en primera persona, una adolescente que cuenta los acontecimientos vividos durante su infancia al lado de la abuela fría y dura tal como el sistema franquista. La narradora deja hablar a los personajes a través de diálogos cortos que permiten al lector un acercamiento más “real” al hecho contado, aunque estos diálogos se presentan de manera indirecta a través de expresiones como “dijo”. Matia es una mujer rebelde, reprimida por otra mujer fuerte, fría y tradicional, creedora de que lo más importante de una mujer es su belleza. El papel rebelde y fuerte de Matia se ve reducido al final de la narración, un reflejo de la mujer que pasó de la guerra a la época franquista. A Matia no le dan la oportunidad de ser roja. De acuerdo con Nichols, citada por Ruiz, “la mujer de la narrativa contemporánea española se enfrentó a una problemática femenina de pérdida de libertades. Sus obras responden a la condición humillante que el franquismo restableció para las mujeres” (165).

En La voz dormida existe un narrador omnisciente que cuenta los acontecimientos sucedidos en el pasado, sabe todo sobre sus personajes y deja saber desde el comienzo de la novela que algunas de las presas van a morir. Sin embargo, Chacón prefirió una tendencia más posmoderna en su mundo narrativo, así que incluye otra voz narrativa que cuenta lo que el personaje siente, pero lo narra a través del uso del futuro. La mezcla entre presente, pasado y futuro siembra la confusión de si el narrador desea causar una sensación diferente en el lector. Cuando se recurre a la memoria, al igual que en Primera memoria, los acontecimientos se narran en pasado, pero también existen eventos que se cuentan como si el narrador los estuviera viviendo en ese preciso momento: “La mujer que iba morir escribe en su cuaderno azul...” (La voz, 56); otros se narran en futuro, como adelantándole al lector lo que sucederá, cuando esos acontecimientos lógicamente ya han sucedido: “Y doña Amparo oirá los pasos que suben, los oirá con claridad. Está subiendo. Su marido está subiendo las escaleras de la torre. Por fin está subiendo. Y ella comenzará a bajar” (232). Esta mezcla de voces y tiempos se debe al año en el que se escribió la novela, todo lo vivido durante aquella época se conoce, se intuye, se ha vivido, pero se tiene que recurrir a la memoria para volver a contarlo; por ello, es necesario vivirlo nuevamente desde un presente, y pensar en él como si fuera parte de un futuro. Tal vez, en esta forma narrativa se encierra lo que Chacón declaró en una entrevista concedida a Velásquez:

No, yo no he dicho que acabara con la muerte de Franco. La guerra civil acabó para unos en el 39, y para otros quizá no haya acabado, porque hay mucha gente que todavía no ha podido contar su historia. El silencio está enquistado de tal manera que está hecho callo, y es muy difícil sanar ese silencio. El conflicto acabó, por supuesto, en el 39, pero la exterminación física de los republicanos y de los rojos era la política de “tierra quemada” del franquismo. Durante muchísimos años se estuvo fusilando a gente diariamente. Y luego, cuando ya habían conseguido lo que querían, se siguió reprimiendo a los familiares de los presos (2002).

El paralelismo narrativo en Primera memoria y La voz dormida consiste en la forma como los acontecimientos se narran desde un pasado de hecho histórico, la guerra civil española, y no en el tipo de narrador. En Primera memoria la voz narrativa es femenina, en La voz dormida no se sabe el género. Lo que sí es verdad es que ambas cuentan la historia de mujeres reprimidas por la época. De acuerdo con Ruiz, en Primera memoria se presenta un mundo degradado en el que la mujer es la culpable. Para Chacón, la mujer sufre igual que el hombre y no es ella culpable del castigo que éste reciba; por el contrario, se ve envuelta en una serie de situaciones incómodas por causa de los hombres, como Pepita.

Para María Ortiz (2007), la literatura escrita por mujeres estuvo a la alza durante el período de la posguerra española, pese al vigilante ojo dictatorial. Así que nuevamente observamos que mientras para las críticas literarias la narrativa de guerra y posguerra es sin duda una gran muestra de creatividad narrativa, para otros como Alborg, citado por Nichols, la escritura de Ana María Matute dice él “más promesa que realidad” (10). Lo cual habría que debatir, pues Matute ha demostrado con la gran cantidad de textos escritos, así como con los premios que ha obtenido —entre ellos el premio Cervantes— su gran calidad de escritura y su creatividad narrativa.

 

Personajes arquetípicos

En ambas narraciones la coincidencia de la representación femenina es un reflejo de la sociedad de la época. En las dos narraciones podemos observar personajes arquetípicos de la época. Navajas señala:

Un número considerable de personajes de la ficción postmodernista española en los que se materializa el binarismo conflictivo entre el yo y otro son mujeres. No es este un fenómeno sorprendente. Con mayor intensidad que en el modelo cultural occidental en general, el español ha conferido a la mujer una posición de manifiesta subordinación al sistema del otro. Las protagonistas femeninas de la ficción intentan realizarse en oposición a esa subordinación (Teoría y práctica, 21).

El primer personaje arquetípico le denominaremos la “Castigadora”. Este personaje tiene su proyección desde la mirada machista que rige las sociedades, en donde es la misma mujer la que se encarga de vigilar y castigar a las que quieran salirse de la norma. Esta función está legada a personajes claves en Primera memoria y La voz dormida: la abuela en la primera y la Zapatones, la Veneno y la hermana María de los Serafines en la segunda. En ambas novelas estos personajes se delinean como espías del otro, vigilantes del orden, castigadoras, frías e inhumanas, violadoras de la intimidad de otras mujeres. Recordemos la imagen en la que la abuela introduce su dedo en la boca de Matia (Primera memoria), la Veneno cuando corta el cabello de Elvira y se lo entrega a la Zapatones (La voz, 164). El odio que sienten las mujeres oprimidas hacia sus opresoras es descrito en ambas novelas: “Las ventanas de las casas de los colonos estaban encendidas, y seguramente la abuela espiaría desde su gabinete con sus gemelos de teatro. Sentía una sórdida irritación contra ella. Allí estaría, como un dios panzudo y descascarillado, como un enorme glotón muñecazo, moviendo los hilos de sus marionetas” (Primera, 55). Esta cita no sólo muestra el odio que sentía una mujer oprimida por su opresora, sino que va más allá, es una forma metafórica de describir la sociedad franquista; el sentimiento no sólo de muchas mujeres, sino de cualquier español reprimido por ese dios, dictador vigilante del más mínimo movimiento de sus habitantes: Franco. Es decir, los personajes arquetípicos proveen una mimesis entre la ficción y la realidad. En La voz dormida este odio hacia el opresor también está presente cuando Tomasa lanza una maldición y Mercedes la escucha: “Maldita sea la madre que la parió... lo ha dicho mirando a Mercedes” (44).

Otro arquetipo es el de la adolescente; en ambas narraciones encontramos dos personajes de edades pubertas: Elvira y Matia. A estas dos niñas les toca madurar a la fuerza, verse oprimidas por mujeres maduras que las obligarán a deshacerse de sus recuerdos, de su niñez, de su mundo infantil de Peter Pan. Este prototipo de personaje es una representación de lo que les sucedía a los niños durante la guerra: la pérdida de inocencia. La vida para ellos se aceleraba, pues durante la guerra la prisa porque los niños trabajaran o se volvieran mayores para poder desempeñar papeles de adultos era inminente. Ambos personajes llevan consigo recuerdos del padre y de la familia; objetos que las atan a su niñez: Elvira carga su maleta y Matia a su Gorogó. Este muñeco, como Matute señala en una entrevista a Nichols, es parte del recuerdo de su niñez; ella también poseía un muñeco negro; es decir, hay una parte autobiográfica en Primera memoria. En ambas narraciones, a los personajes principales les arrebatan dichos objetos. Lo que demuestra que ambas deben dejar de ser niñas; además existe en la descripción de los personajes, en ambas narración, el elemento del sueño. Las soñadoras al perder elementos que las atan a su infancia deberán madurar y con ello dejar de serlo.

El personaje traidor o chivato también forma parte de la narrativa de estas dos obras. En el caso de La voz dormida representado por la chivata, quien es la causa de los castigos impuestos a otras presas. En Primera memoria, este personaje traidor se presenta en una imagen masculina: Borja. Esa traición se hace patente cuando éste amenaza a Matia con delatarla ante la abuela, y miente al contar un delito que Manuel no cometió para que así la abuela deje caer el peso despiadado de su mano sobre él. Hay también otros personajes secundarios, como el cura o sacerdote, cuya función es la misma que ejerce la abuela, pero ese oficio se magnifica a toda sociedad: cuidador de la “moral”.

En ambas narraciones los personajes se agrupan no por su relación familiar, sino por poseer ideas o afinidades o complicidades sobre algo. Matia señala que su relación con Borja era más bien por conveniencia, pues ni ella sentía cariño por él ni él por ella. Su grupo estaba formado por el Chino, quien se encontraba amenazado por Borja, ella y algunos más. En La voz dormida, las mujeres de la cárcel establecen una relación de hermandad debido al sufrimiento y a su convicción ideológica.

 

“La voz dormida”, de Dulce ChacónEl lenguaje, estructura ficticia

En estas dos novelas, el uso del lenguaje es tan importante como el uso de las voces narrativas o los personajes. Según Navajas (23), “el yo se acoge al lenguaje como el único corpus semiótico fiable desde el que entenderse a sí mismo y situarse en un mundo contrario”. Para Matute, en Primera memoria, el lenguaje va de la mano de la ambientación, sus verbos y adjetivaciones llevan a la creación de una atmósfera en la que el lector percibe, siente y huele. Para Chacón el lector percibirá situaciones y sentirá emociones a través de su lenguaje, de su forma apresurada, casi entrecortada de escribir. Ella crea la atmósfera de La voz dormida a través de la estructuración de las oraciones, del uso de los verbos y colores.

Navajas menciona: “El lenguaje es una estructura ficticia y gratuita, compuesta de signos cuyo significado y valor tienen una identidad sólo provisional. Además, el lenguaje no le pertenece al yo más que de forma tangencial” (23). Es así como el lector en ambas narraciones se apropia de ese lenguaje y le va dando significados. En el caso de Chacón, cuando existe una escena de angustia, o peligro, la repetición de vocablos es constante, seguida, sus oraciones se vuelven cortas, casi sobrepuestas, lo cual provoca en el lector una sensación de angustia, a veces de encierro. Es decir, ella logra que el lector se interne en la obra de la misma forma que sus personajes. La atmósfera que crea en la narración es parecida a la que se vivía en la época franquista:

Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no podía parar de reír.

Reía (14).

En Matute este uso del lenguaje no está en su forma cortada, o agolpada de línea tras línea, sino como menciona Winecoff en un “estilo de uso del lenguaje sugestivo, a veces extremadamente poético, ocasionalmente cayendo en lo grotesco” (61). El lenguaje de Matute según Winecoff “está lleno de acumulaciones de palabras o referencias al miedo, el odio, la crueldad, la soledad y la miseria” (61). Esta referencia es aplicable igualmente al lenguaje o adjetivos encontrados en La voz dormida, en donde las palabras frío, miedo, odio, son igualmente repetitivas como en Primera memoria, aunque en esta última el uso de colores, adjetivos y vocablos despectivos es abundante, tal vez el efecto de sobrecarga de éstos es similar al efecto que tiene la saturación de oraciones cortas en La voz dormida.

En ambas narraciones aparecen también verbos de percepción, ellos son parte del recuerdo, de la memoria: “Y soñar es sentirse lejos... Lejos. Huele a mandarinas. Elvira está en casa. Y le fascina la música que escucha en la radio” (La voz, 20). En Primera memoria también hay una abundancia de verbos como oír y brillar: “Se oía la música de la guitarra de Sanamo, y la lluvia, acabándose. Todo brillaba muy pálidamente en temblorosas gotas: dos racimos verdes, azul y oro, las hojas del magnolio, los cerezos, las rosas de octubre” (174). En ambos casos las citas coinciden con un recuerdo grato, Elvira regresa a su casa por un momento, sale de la cárcel, mientras Matia recuerda cuando dejó el dominio de la abuela, donde todo era frío, triste y gris, para entrar en el dominio de Son Major, el cual para ella representaba el amor negado por la abuela.

En cuanto a uso de vocabulario, encontramos también que existe una recurrencia a la palabra rojo en ambas narraciones. El color del pelo de Elvira era rojo, tal como su afiliación comunista. El color del pelo de Manuel también lo era, rojo como la afiliación de su padre, o del de Matia (38).

Otro dato curioso es el de la aparición de la palabra dedo, que en las dos novelas implica, como se mencionó antes, una violación y castigo:

Tomasa agachó la cabeza, acercó los labios al pequeño pie, y en lugar de besarlo, abrió la boca y separó los dientes....

Y en una boca que se alza sonriendo, con un dedo entre los dientes.

Y un grito:

—¡Bestia comunista! (La voz, 137).

Después de cometer esta acción subversiva, Tomasa es castigada con una incomunicación total, es encerrada en un cuarto por tres meses. En el caso de Matia, la abuela le mete el dedo en la boca a la niña; es decir, en ambas novelas hay una figura metafórica similar:

En estos casos, como recompensa a mi ayuda, participaba en el botín. Gran parte de él era invertido en cigarrillos de Es Mariné y en caramelos de menta para borrar sus huellas.

La abuela solía meter su dedazo huesudo en mi boca como un gancho:

—A tu edad ya no se comen caramelos, ¿no te da vergüenza? Además se estropean los dientes. (Primera, 104).

Ambos personajes tienen una ideología comunista o simpatía con lo comunista. En Tomasa claramente manifestada, mientras en Matia sólo se nos deja saber casi al final de la narración que su padre fue un rojo, y que ella siente cariño por el recuerdo del padre; después se nos menciona que Matia se enamora del hombre de 50 años, Jorge de Son Major, quien tiene ideas comunistas. La metáfora descrita en ambas narraciones es una forma de silenciar; la boca es el lugar por donde se expresan en su mayor parte las ideas. Es decir, en ambas hay una negación a la palabra, a la oralidad.

 

Conclusión

Los paralelismos encontrados en ambas narraciones se deben al ambiente que generaron la guerra y la posguerra. El uso de narradores que recurren a la memoria es también parte de una corriente actual, aquella que desea partir de ésta para formar un presente histórico, como menciona Nora en su artículo “Between Memory and History”, o bien como dice Minardi: “Se necesita de una memoria específica que deje de ser individual para volverse un punto de vista, una voz entre las voces”. Ambas novelas son una voz dormida de la época franquista que se despierta a través de sus lectores.

 

Obras citadas