Letras
El Libro del Este
(Escrito en un cuaderno chino)

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A mis amigos Wilfredo Carrizales
y Jorge Gómez Jiménez

la tierra es curva
yo no puedo verte
yo sólo puedo ver de lejos
el azul celeste de tu corazón

Gu Cheng

El Este

Ha crecido con los minutos
De muchos siglos
Sobre las hojas verdes del bambú.
Los ojos invisibles lo han extendido
Y quienes lo habitan recurren a los ríos
Para contar las fronteras.
Un flautista emerge de la montaña
Y sopla música con el viento del Sur.
La tierra se mueve bajo sus pies:
Cantan los árboles
La serenidad de sus sombras.

 

El río

No nombra las naves
Les recuerda la orilla.

 

La mirada

Me miras y luego saltas al vacío.
Desde la profundidad me sigues mirando.
Crees advertir lo que miras.
Yo no.

 

Viento

Un hombre corre tras el viento
Que se refugia en un inmenso árbol.
Entonces el hombre lo atrapa
Enredado entre las ramas.
Ambos se retiran sin aspaviento alguno.
El mundo duerme bajo
Una lluvia tranquila y silenciosa.

 

La Tierra quieta

Hacia donde se dirigen los ojos
La Tierra permanece quieta:
Curvo es el rumbo que sigue el viajero.
Solo el recuerdo
Reta los latidos de mi viejo corazón.
Viajo hacia el Este
De donde regresa el polvo de la mirada.

 

Un sueño

1

El árbol que aparece en el sueño
crece fuera de mí.
Sus hojas ahogan el silencio en reposo.
Sus raíces se estiran sobre el lecho que ocupo.
Un árbol muere en una pesadilla.
Despierto en el desierto.

 

2

Un sueño amanece sin el árbol.
Las ramas secas flotan en el aire, detenidas.
No hay quien salve sus raíces.

 

3

Sueño y árbol regresan del bosque.
Huyo del desierto.

 

Pájaro

El pájaro que picotea el fruto
Es también fruto de la rama
Y carga para la cosecha.
El que vuela cerca del suelo
Igual toca las nubes con sus alas:
Así,
El pájaro es tierra y aire,
Semilla del ciruelo que lleva en su interior.
Vuelo que relata el tiempo germinado.

 

El ojo del gato

La pequeña bestia se enrolla
Entre mis piernas.
Su ojo mágico me mira
Mientras su otro blanco me enceguece.

 

Viejo poema

Sin dientes
Pasa el viejo poema desgastado.
No sabe de plumajes, de arrogancias
De tutelaje o de vanidades.
El viejo poema derrotado
Es sólo un poema derrotado.
Sin más, pasa y se olvida de su autor.
Vuelve a sus orígenes
A la única palabra que lo borra.

 

Águila

Con el pico encuentra el horizonte.
Con los ojos la curva de la eternidad.

 

El mar

El mar es un invento de las mareas. Sólo las gaviotas saben de su origen.
Las ballenas caben en el recuerdo de un marino de oficio equivocado.
Las bestias del mar retozan sobre el tiempo perdido.
El mar se agita en el ojo de un pez muerto en la arena.

 

Un libro antiguo

Bajo el polvo, el libro que un anciano abre cada vez que recobra la memoria.
Los siglos se pasean por sus páginas. Alguien habla desde el fondo de un emblema.
En una de sus hojas vive el grito de un guerrero.
En el colofón un ser anónimo nombra el océano.
Y entonces el libro vuelve a su silencio.
Y el anciano al olvido.

 

Jardín

El jardinero poda la lluvia
Bajo la fronda de un relámpago.
Las flores no son flores:
Visiones del que pasa
Y riega el horizonte con su sombra.

 

La moneda

¿Qué hace una moneda
Entre los sucios dedos de un peregrino?
Achatada por el tiempo
Circular y solar
La moneda habla desde sus dos caras.
Y así, el peregrino dialoga con la efigie
Que cuesta un pan o un trozo de carne de ángel.

 

La noche

Se pasea arrogante por la piel del mundo.
Sabe que las sombras cubrirán sus huellas
Que el universo podrá hilvanar
La luz que el día reclama.
La noche deja caer sobre la Tierra
El peso de su antojo.

 

El día

Sale por el Este
Y desde allí domina
La corteza curva de los sueños.

 

Voces

Vienen de algún rincón de ciudades anónimas.
Se quedan adheridas en la carcoma de las viejas paredes
Que hablan con las mismas palabras de los muertos.

 

El cielo del Este

Nutre de nubes a los ojos que regresan de tercos horizontes. Obesas, lentas se trasladan hacia el abismo de la Tierra donde habita otro cielo.
Quien viaja por mar las ve caer sobre el lomo de las ballenas. Quien va por tierra las atrapa con las manos y las deposita en el parpadeo de enfermas aves migratorias. Quien vuela sabe que van y vienen sin destino alguno.
El cielo del Este se detiene bajo la sombra de las terribles cordilleras. Allá, donde el mundo deja de ser el mundo.

 

La cerradura

El poeta Hai Zi abre la puerta y tropieza con el día. Sabe que lleva la muerte en sus manos,
que la luz del sol no es trigo ni cobre. Sabe que no es el amanecer el que lo acecha.
El poeta Hai Zi sonríe y cierra la puerta con llave.
Han pasado los siglos. El poeta Hai Zi regresa de la “oscura noche” con la llave
colgada del cuello.
Intenta abrir la puerta. El moho de la cerradura lo impide.
Entonces, sentado en una estera lee la “Canción del suicida”.
Oye cañones a lo lejos. Un árbol seco aparece entre la lluvia.
Vuelan unos pájaros sin plumas.
Hai Zi se queda en el sueño donde ha sido feliz.

 

El suicida

En la profunda noche me sumerjo en lo denso y oscuro
duermo con aspecto asesino

Luo Yi-He

Dulce es el veneno que circula por mi sangre
Dulce la canción que oigo y corre por mis venas.
La noche se derrumba sobre mis ojos
Nado en una nata de sombras

Un sueño pesado acuchilla a quien se acerca y me toca.