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Mare tenebrum

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(Una habitación destartalada, con montones de papeles y libros polvorientos apilados por los rincones. El mobiliario lo componen una cómoda oscura, una estantería —en la que destacan un par de fotos enmarcadas, varios tomos negros de una enciclopedia, una antología de la literatura clásica y un gran atlas con tapas de cuero azul— la cama, cubierta por una colcha con alguna que otra mancha aceitosa, dos sillas y la mesa de trabajo, situada junto a un balcón medio oculto tras visillos color ala de mosca. Sentado en la mesa, un hombre flaco, con barbita canosa y rostro macilento, se encorva sobre una pila de exámenes; de tanto en tanto, interrumpe la lectura y hace algunas anotaciones en rojo sobre los folios. Lejanas, se escuchan doce campanadas anunciando la media noche y el viejo profesor, tras apurar una taza de café que está a su derecha, bosteza varias veces, se levanta con algún esfuerzo dejando sus lentes sobre la mesa, y descorre los visillos. Ha dejado de llover y en el cielo transparente, limpio ya de nubes, resplandecen miríadas de estrellas sobre los tejados humeantes. El profesor se frota los párpados y bosteza de nuevo. Luego, se vuelve a colocar los lentes y, al coger uno de los volúmenes situados en la estantería, algo cae al suelo. Entonces se agacha junto a la mesa y, rebuscando bajo los visillos, descubre una pequeña caracola.)

EL PROFESOR: (pensando en voz alta) ¿De dóndehabrá salido esto? No recuerdo haber guardado aquí conchas, caracolas ni nada parecido. Tengo este cuarto hecho un desastre; cualquier día voy a tener que hacer una buena limpia. (Examina con atención la caracola.) Humm... desde luego es un ejemplar interesante, podría ser de Buccinulum corneum o, tal vez, de Charonia variegata, pero es demasiado pequeña; a ver... ¡Qué forma tan delicada!, la concha se va estrechando hacia el extremo, dibujando una espiral perfecta de color oscuro, como si se ajustara con exactitud al diseño de un artista (Hace girar una y otra vez la caracola entre sus dedos, fascinado por esa línea oscura, que se arrolla sin fin sobre sí misma. Luego deja la caracola junto a la taza de café, apaga una lamparita y se echa en la cama. Siente un poco de mareo, le parece como si la habitación hubiera empezado también a dar vueltas y cierra los ojos. Apenas perceptible, una tenue brisa, preludio de mareas y vientos, tiembla entre los folios esparcidos sobre la mesa.

El profesor da vueltas y más vueltas en la cama, sin encontrar descanso; cree pasear por un jardín submarino, donde extrañas flores ondulan tentáculos multicolores entre las madreperlas y anguilas oscuras componen trenzados sobre el fondo fangoso. Luego, impulsado por una corriente que arrastra a infinidad de pececillos, brillantes como la plata, siente cómo asciende hasta alcanzar la superficie de un océano sin límites, agitado por las corrientes. Se produce entonces una fuerte sacudida; el profesor abre los ojos sobresaltado y comprueba con gran sorpresa que está en la cubierta de un navío, surcando lentamente las aguas.)

EL PROFESOR: (rascándose la cabeza) No me explico qué estoy haciendo a bordo de este barco (Respira a pleno pulmón el aire marino.) Parece desierto, será mejor que eche un vistazo por ahí, a ver si aparece alguien... (Va de un lado para otro pero, después de dar muchas vueltas, no consigue ver un alma. Se sienta a escuchar el alboroto de las gaviotas que van siguiendo al navío; éste tiene una forma un poco particular, ya que, según desde dónde se mire, se parece tanto a un drakkar vikingo —con una desafiante cabeza de dragón a proa— como al acorazado Potemkin, en una versión de bolsillo. De improviso, una gran turbulencia agita las aguas al frente y surge del mar una espantosa serpiente que, tras dar varias vueltas en torno al navío, saca la cabeza fuera del agua y se queda observando al profesor, quien la mira a su vez, atónito, apoyado en una barandilla de cubierta. La serpiente es un ejemplar difícil de clasificar; podrá medir unos cuarenta metros y su cuerpo oscuro está salpicado de manchitas amarillas octogonales.)

EL PROFESOR: (con gesto de desdén) Parece una de esas serpientes monstruosas que, según los antiguos navegantes, poblaban los mares remotos. ¡Cuentos para niños, claro está! Desde hace muchos siglos se sabe con absoluta certeza que tales criaturas no existen.

LA SERPIENTE: (con falsa voz de vicetiple, fingiendo sorpresa) ¿Ah no? Pero tú me estás viendo ahora mismo ¿verdad?

EL PROFESOR: (al oír hablar a la serpiente, le acomete una tosecilla nerviosa que consigue reprimir) Esa forma de plantear la cuestión es errónea, ya que no se puede ver algo inexistente. (Recuperando la calma.) En todo caso, serías una alucinación mía, es decir una experiencia netamente subjetiva.

LA SERPIENTE: (elevándose un poco más sobre el agua, hasta quedar por encima del navío; oscila a izquierda y derecha del profesor; sus ojos llamean como dos brasas) Así que una experiencia subjetiva, ¿eh? ¡Pues aún te falta experimentar lo mejor!

(La serpiente se sumerge con furia en el mar, levantando una cortina gigantesca de espuma, y, a los pocos segundos, emerge de nuevo y se lanza al ataque; sus anillos, altos como los arcos de un viaducto, se enroscan alrededor del navío, destrozando todo lo que queda a su alcance. No tardan en escucharse los crujidos lastimeros de la estructura, sometida a la terrible presión del monstruo; al fin, los mamparos ceden y el casco se parte en dos partes que pronto empiezan a hundirse hasta desaparecer en el mar. La serpiente lanza un aullido horripilante y después se desintegra en infinitas gotas de gelatina traslúcida, que cubren el mar formando una niebla espesa. Sobre las aguas, quedan flotando algunos restos del naufragio: sillas rotas, hojas de periódico, un calcetín viejo, un plumier de madera oscura con florecitas esmaltadas en la tapa, una Historia del tiempo de Stephen Hawking, un colchón, una foto borrosa de Claudia Cardinale en bikini, varias facturas, un billete del metro, un paraguas negro y una cubierta del Capitán Trueno, edición de 1957. El profesor, que intenta mantenerse a flote utilizando el paraguas como flotador, ve que a unos metros por delante, algo oscuro flota en el mar; consigue acercarse un poco y entonces contempla al dragón de madera, que formaba la proa del navío, mecido por las olas como si fuera un gran caballo de balancín; llega hasta él sin soltar el paraguas y, haciendo un gran esfuerzo, se sienta a horcajadas en su grupa.

Al internarse en la extraña niebla proteica que los rodea, algo estremece las entrañas carcomidas del viejo dragón y un brillo rojizo se asoma a las cuencas vacías de sus ojos. Después de abrir y cerrar las fauces varias veces, empieza a decir algunas palabras con voz ronca.)

EL DRAGÓN: Las nubes ocultan el sol...

EL PROFESOR: (frunce el entrecejo) ¡Vaya hombre! Ahora, este trozo de madera vieja se pone a hablar. Todo esto es muy extraño, ya empiezan a ser demasiadas alucinaciones...

EL DRAGÓN: Sobre el mar, vuelo de una gaviota.

EL PROFESOR: ¿Y eso?

EL DRAGÓN:
Viento del atardecer;
poco a poco se congregan las sardinas.

EL PROFESOR: Pues si sólo eres capaz de decir bobadas como esas, no me vas a resultar muy útil...

EL DRAGÓN: (sin prestarle atención)
Anochece...
jirones de bruma
brincan entre las olas.

EL PROFESOR: ¿Pero es que no vas a dejar de decir idioteces?

(El dragón lanza un par de bufidos y luego se queda en silencio.)

 

(Comienza a levantarse la niebla, desvelando una atmósfera cristalina, transparente, que va tomando tonalidades azules de zafiro. De repente, un punto luminoso cruza el espacio y, tras describir una larga trayectoria curva, cae en el mar; luego otro y otro más. Miles de diminutas estrellas fugaces se precipitan desde lo alto y el mar se enciende con un relampaguear de destellos blancos, amarillos, azules. Innumerables senderos de luz se dibujan bajo las olas, como si una inmensa red neuronal hubiera despertado de su letargo. Extraños peces con alas de papagayo saltan sobre las olas, envueltos en espuma resplandeciente. El profesor surca las aguas muy ufano a lomos del dragón, arrastrado por una poderosa corriente que atraviesa el mar como un gran río de luz, cruzándose con multitud de vías secundarias.)

EL PROFESOR: ¡Magnífico! ¡Admirable! Sin duda estamos presenciando una lluvia de muones de alta energía que al interaccionar con partículas de carga negativa provocan una cascada de neutrinos y fotones, según el modelo de Goldstone.

EL DRAGÓN: (murmurando) ¿Pero sabrá este hombre de lo que está hablando?

(Tras navegar durante mucho tiempo, alimentándose de los peces que el dragón consigue atrapar, divisan a lo lejos una columna de vapor que asciende a gran altura y forma sobre el mar un negro nubarrón iluminado a intervalos por violentos relámpagos. Los viajeros escuchan un rumor sordo, que pronto se convierte en estruendo ensordecedor, mientras el viento arrecia y grandes olas encrespan el mar. El profesor comprende angustiado que están acercándose a un gigantesco remolino y consigue soltar una tabla del dragón, que utiliza luego a modo de remo para intentar alejarse del peligro. Pero todo es inútil; después de remar con toda su alma durante unos minutos, queda exhausto por el esfuerzo y no puede impedir que la “nave” sea arrastrada por la tremenda fuerza del remolino. Al precipitarse hacia su interior, el profesor advierte con sorpresa que allí no se escucha el estruendo de las aguas; en su lugar, reina un extraño silencio, interrumpido sólo por la repetición de un acorde, tres notas agudas seguidas de dos graves, que resuena con monotonía en ese extraño antro. A pesar de la fuerte turbulencia, los viajeros se desplazan con suavidad, describiendo amplios círculos que los van acercando, más y más, al abismo que se adivina abajo, oculto por una neblina rojiza. El profesor, recuperado ya del esfuerzo realizado, mira en torno suyo con curiosidad; poco a poco, sus rígidas facciones se distienden y una sonrisa un poco bobalicona asoma a sus labios; parece feliz, como si estuviese dando vueltas en un inmenso tiovivo; lo más sorprendente es que su cuerpo empieza a menguar con rapidez...)

EL PROFESOR: (empapado por la espuma, canta desgañitándose con voz aflautada de tenor, mientras se agarra al dragón con una mano y agita el paraguas con la otra)
Ir de excursiooón
Salir al campo, que alegría y que placer
Con ilusiooón
Desde los montes a los valles descender.

EL DRAGÓN: (para sí) ¡Qué forma más rara de comportarse! Esto no me gusta nada; si pudiéramos salir de aquí...

EL PROFESOR: (con voz de parvulillo desmadrado) ¡Venga, otra vuelta! ¡Más deprisa! ¡Más deprisa! (Suelta el paraguas, que se abre por el aire y queda flotando tras ellos.)

EL DRAGÓN: (haciendo lo posible por navegar con la corriente) No lo puedo creer. ¡Se ha transformado en un rapaz!

EL PROFESOR: (saca la mano entre las ropas, que le cuelgan por todos lados y empieza a palmear al dragón) Mamá, quiero palomitas, ¡un cucurucho grande, grande, grande!

EL DRAGÓN: ¿Mamá? Esto es el colmo.

EL PROFESOR: (manoteando) Quiero bajar, tengo sueño, ¡mucho sueño! ¡Mamáaaa, quiero bajar! (Pierde el equilibrio y cae en la corriente. El dragón gira en redondo hacia él y, antes de que se hunda, consigue atraparlo entre las fauces, con tanta delicadeza que no le causa el menor daño.)

EL PROFESOR: (con vocecilla vacilante de niño de pecho, dando pataditas al aire, dentro de la boca del dragón) Gurbfffb, tata, pederrrr, nene, nene ¡ajo!

EL DRAGÓN: (pensando) ¿Y qué hago yo ahora con esta criatura?

(A medida que se acercan al fondo del remolino, la corriente se hace más rápida y el acorde termina por convertirse en una especie de pitido continuo. Finalmente, el dragón, que hace lo posible por mantener bien sujeta su carga entre las mandíbulas, empieza a descender por un enorme conducto circular de paredes elásticas que se contraen a intervalos regulares para luego dilatarse, como si se tratara de una gigantesca arteria. El dragón cae y cae, golpeándose contra las rojas paredes del conducto, hasta que, al terminar éste bruscamente, es arrojado de nuevo al mar. Pero se trata de un mar bien distinto del que quedó atrás cuando los tragó el remolino; su oscura superficie plomiza brilla como una lámina metálica bajo el resplandor deslumbrante de una gran estrella roja.

El dragón nota que el profesor-rorro se remueve inquieto en su boca y no puede evitar que escape y caiga al agua; cuando va a recuperarlo, observa que su amo está sufriendo una rápida transformación que lo devuelve enseguida a su apariencia normal...)

EL PROFESOR: (todavía aturdido; mueve los brazos para mantenerse a flote) ¡Qué extraño! Juraría que hace un momento estaba dando vueltas montado en el caballo de un tiovivo. Sonaba una musiquilla y me sentía feliz girando y girando... pero el caballo empezó a crecer muy deprisa y sentí miedo, pensé que me iba a caer; todo se fue haciendo más y más grande, yo quería que alguien me bajara de allí pero no me hacían caso. Luego... no sé, el tiovivo se quedó silencioso y ya no recuerdo más, hasta que me he visto otra vez en el agua. ¿Habrá sido un sueño? (Mira perplejo a su alrededor.) Menos mal que el dragón está ahí delante. ¿Y eso negro que flota junto a él? ¡Ah, es mi paraguas! (Da unas brazadas y se sube en el dragón con mucha dificultad; recoge después el paraguas, lo cierra y abre varias veces y se queda pensativo.) ¿Un sueño? Tal vez, pero todo parecía muy real, era como estar viviendo marcha atrás, sí, eso es, hacia atrás. Un momento, un momento, y si... ¡Claro, ese remolino! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Hemos debido atravesar una turbulencia de gravitación, una de esas regiones singulares en las que la oscilación de campos gravitatorios muy intensos puede dislocar el fluir normal del tiempo. ¡Naturalmente!, tal como lo enseñan los sabios, no existe un tiempo absoluto ya que la gravedad modifica la curvatura del espacio-tiempo. (Empieza a agitar con furia el paraguas, en una explosión de entusiasmo, y está a punto de caerse otra vez.) ¡Fantástico! ¡Sensacional! Tal vez nos encontremos ahora a cientos o miles de años luz del lugar donde estábamos cuando nos tragó esa cosa.

EL DRAGÓN: (parpadeando) ¿La curvatura del espacio-tiempo?... Pero hay que ver cómo desbarra este hombre. Aunque no me extraña, lo que le ocurrió en el remolino habría bastado para trastornar a cualquiera. Bueno, por lo menos ha vuelto a recuperar su tamaño normal y no tengo que seguir ocupándome de él; mientras caíamos por ese tubo se han producido varias sacudidas muy violentas y he estado en un tris de tragármelo. ¡Sólo habría faltado eso!

EL PROFESOR: (da un respingo, al oír hablar otra vez al dragón, luego sacude la cabeza con fastidio) ¡Tú, otra vez! ¿Se puede saber qué estás murmurando ahora?

EL DRAGÓN: (haciéndose el sueco o, más bien, el danés)
¿A cuántas leguas estará Aldebarán?
A mil billones y dos docenas más.
¿Podré llegar a la luz de un candil?
Sí, por cierto, y aun regresar.

EL PROFESOR: (enfadado, golpea el cuello del dragón con el puño y después agita la mano con un gesto de dolor) ¡Maldita sea! Escúchame bien, saurio de pacotilla: te advierto que no estoy dispuesto a tolerar ni una insolencia más. A partir de ahora hablarás sólo cuando te pregunte.

EL DRAGÓN: (en actitud sumisa) Está bien; así se hará, mi señor.

EL PROFESOR: Eso ya está mejor.

 

(Después de navegar sin rumbo fijo arrastrados por las corrientes, los viajeros se aproximan a una isla poblada por sirenas —o mejor debería decirse por sirénidos, ya que su extremo inferior no tiene propiamente forma de pez sino que recuerda, más bien, al cuerpo rechoncho de una foca o una morsa.)

EL PROFESOR: ¿Será posible? Creo que hay gente entre aquellas rocas.

EL DRAGÓN: Señor, con el debido respeto, yo diría que son sirenas.

EL PROFESOR: ¿Eh? ¿Sirenas?

EL DRAGÓN: Pues sí, y de una clase muy fea, señor.

EL PROFESOR: ¡Bah! paparruchas, las sirenas son seres mitológicos, puras fantasías de gente inculta (Entorna los ojos.) No llevo mis lentes, pero estoyseguro de que no son más que unas bañistas tomando el sol... Eso sí, están gordas como focas. Vamos a acercarnos a ellas, tal vez puedan ayudarnos. (Abre el paraguas y lo utiliza a modo de vela para aproximarse.)

EL DRAGÓN: (para sí) Esto me da muy mala espina...

(Una vez que la “nave” queda a tiro de piedra de las rocas donde sestean las sirenas, el profesor cierra el paraguas e intenta hacerse oír.)

EL PROFESOR: (haciendo bocina con ambas manos) Disculpen,señoras, llevo mucho tiempo navegando a la deriva. ¿Serían tan amables de decirme en qué lugar me encuentro?

(Al reparar en el viajero, se reproduce un gran revuelo entre las sirenas, que empiezan a zambullirse en el agua, riendo y chillando. Una de ellas, que destaca de las demás por ser de mayor tamaño y un poco bigotuda, ordena a la tribu que guarde silencio; todas la obedecen al instante, como si se tratara de la Sirena Superiora.)

SIRENA SUPERIORA: (dirigiéndose a las demás) ¿Habéis oído, hijas mías? ¡Nos ha llamado señoras! Y va montado en una especie de barquito ridículo con cabeza de dragón... No hay duda, es un mortal, uno de esos seres estrafalarios que de tanto en tanto terminan perdidos en estas aguas, y todo por empeñarse en salir de su mundo y lanzarse a lo desconocido; claro que sabiendo lo desastroso que es ese mundo suyo, tampoco puede extrañar que estos majaderos sientan a veces la tentación de aventurarse en otros.

LAS DEMÁS SIRENAS: ¡Un mortal! ¡Bien! ¡Viva! ¡Ya estábamos hartas de comer arenques!

SIRENA SUPERIORA: (con gesto autoritario) ¡Silencio, no lo vayáis a espantar! Este tiene pinta de sabelotodo y me da que es un poco resabiado; a ver cómo me las ingenio para atraerlo hasta nosotras. (Dirigiéndose al profesor con gran comedimiento.) Ilustre señor, acercaos sin apuro y detened luego vuestro negro bajel junto a estas rocas para mejor oír nuestra voz. Sabed, señor, que ningún navegante ha surcado estas aguas sin detenerse un momento a escuchar la suave melodía que fluye de nuestras bocas y bien puedo aseguraos que todos se han alejado después con el corazón henchido de júbilo, tal es la dulzura de nuestro canto.

EL PROFESOR: (para sí) Pues será dulce su canto, pero ésta que habla tiene voz de cazallera. (Dirigiéndose a la Sirena Madre) Es usted muy amable, señora, pero no quisiera entretenerlas, sólo me gustaría saber en dónde me encuentro.

SIRENA SUPERIORA: (agitando las manos con fingido dramatismo) ¡Oh, esforzado navegante! No pretendas desvelar los arcanos sobre los que se sustenta el orbe, concédete un momento de sosiego y deja que nuestro canto alivie tu fatiga.

EL PROFESOR: (para sí) ¡Pero qué insistencia con que las oiga cantar! Como si tuviera tiempo para entretenerme con los gorgoritos de esas comadres. Además, no debe entender lo que le pregunto, ha dicho no sé qué de arcanos y orbes; mejor será alejarse de aquí. (Se dispone a maniobrar para alejarse de la isla.)

SIRENA SUPERIORA (al ver que el profesor comienza a alejarse, se queda un momento pensativa, luego sonríe con malicia, dejando entrever una dentadura espantosa, y guiña un ojo a las demás): Apiadémonos, hijas mías, de este pobre navegante que jamás volverá a pisar su hogar y pues su cruel destino ha de cumplirse, resignémonos al dolor de no verle más y elevemos una plegaria a sus dioses para que nos asistan en tan amargo trance.

LAS OTRAS SIRENAS: (al unísono, con murmullo de olas) ...para que nos asistan en tan amargo trance.

SIRENA SUPERIORA: (pasándose la lengua por los labios) Santa Rosa de Lima, Santa Isolda y San Tristán, San Eutropio, San Eufrasio, San Saturnino Catódico, San Cirilo Catastral, Santa María Slodowska, Santas Eulalia y Rufiana, San Remigio, Santos Números Primos, Santos Yoghis Maragatos, Santos Cirilo y Florián, Benditas ánimas del Hiperbóreo, Santos Hobbes, Marx, Bond y D’Artagnan...

LAS OTRAS SIRENAS: (con rumores de brisa marina) Ora pro nobis.

EL PROFESOR: (al oír el canto de las sirenas se detiene, perplejo) Pero bueno, esto es inaudito...

SIRENA SUPERIORA: (blandiendo una langosta con la mano derecha) San Cosme, San Genaro, Santas Claus, Zenona y Pandora, Santa Liebre de Marzo, San Chindasvinto Rex, Santa Rita Catenaria, Santa Mantis Pudorosa, Santa Hipófisis Senil, San Eufrasio y San Exiquio, Santa Aurora Menstrual, Santo Niño del Regüeldo, San Bolondrón, Santa Twitta Guasinap, San Pascual, San Krispín Ki-Kiri-Ki, Santas Sibilas Murcianas, San Nicanor sin Tambor, Santa Inés del Alma-naque, San Xosé de Caixa Max, Santas Pascuas, Santísimos Yin y Yang...

LAS OTRAS SIRENAS: (con ulular de caracolas) Ora pro nobis.

EL PROFESOR: (hace girar al dragón y se acerca un poco a las sirenas) No puedo creer lo que estoy oyendo...

SIRENA SUPERIORA: (poniendo los ojos en blanco) Santas Vírgenes Blogueras, Santa Didy y San Eneas, Santa Circe Arrabalera, SantosEuropios, Berkelios y Einstenios, Santa Ninfa de Garrafa, Santas Ligas de Nausica, Santo Bosón Mantecoso, Santa Manteca Estelar, Santa Summa Orgasmolástica, Santos Romeo y Juliana, Santo Bacín de Mambrino, Santo Manco de Alcalá, San Restituto, Santa Marta del Canuto, Santa Miembra Asamblearia, Santas Células Madre y Forúnculos Padre, Santa Urraca, Santos Archeopterix y Panoramix, Santo Obama Verbenero, Santos Messiano y Ronald, San Mariano Marianelo y San Cándido Candeal, San Artur-o Mau Mau, Santa Baba Federal, Santos Asnos de Hemiciclo, Santos Mártires del ERE, Santa Prima de Corral, Santas Tribus de Babel, Santo Bestiario Global, Santo Big-Ban-Buuun, Santísimo Moco Astral...

LAS OTRAS SIRENAS: (con chirridos de aves marinas) Ora pro nobis.

EL PROFESOR: (con un visible temblor en el ojo izquierdo) ¿Pero estás oyendo lo que dicen? ¡Intolerable! Muy bien, pues no estoy dispuesto a consentir que esas necias se burlen de cosas tan serias ¿Qué se habrán creído? ¡Yo las enseñaré a comportarse!

EL DRAGÓN: (compungido): Pero, señor, os ruego consideréis que las sirenas son seres sanguinarios, cuyo único afán es la perdición de quienes se atreven a escuchar sus cánticos.

EL PROFESOR: (cada vez más colorado) ¡Y dale con las sirenas! ¿Habré de volver a repetir que las sirenas no existen? Pero bien veo que el miedo te nubla el entendimiento. ¿Y tú eres el dragón de un drakkar vikingo?... ¡más pareces una lagartija! Escúchame bien: si no quieres que te muela a paraguazos, tensa tus músculos aunque sean de palo, y carga contra esas de delante que están chapoteando entre las rocas. (El dragón resopla varias veces; luego, tras de hacer un enorme esfuerzo, se arranca contra las sirenas llevando encima al profesor, que sujeta tieso el paraguas como si blandiera un sable, mientras canta a voz en grito.)

EL PROFESOR:
Marchons, marchons...
Qu’un sang impur abreuve à nos sillons!

(A pocos metros de las rocas, el profesor pierde el equilibrio y cae del dragón que, extenuado, poco puede hacer para auxiliarle. Las sirenas se lanzan al mar y nadan en círculo alrededor del desdichado navegante, que intenta mantenerse a flote y manotea como un poseso. Al cabo de unos instantes, las sirenas se lanzan sobre él; se produce entonces una gran confusión y, entre cortinas de espuma, sus violentos coletazos alternan con golpes del paraguas mientras se escuchan insultos, gritos y gruñidos; luego, todo queda reducido a un siniestro murmullo. El dragón, a quien las sirenas no han prestado atención alguna, se aleja impulsado por una leve brisa, recitando con voz profunda viejas canciones de cuna escandinavas. Las olas mecen con suavidad su viejo corpachón, que se pierde en la inmensidad escoltado por el vuelo bajo de las gaviotas.)

(del libro Los confines del Mundo y otros relatos, e-Books Literatúrame).