Artículos y reportajes
León Tolstoi
León Tolstoi.
Guerras en la paz

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Las encrucijadas vitales son la regla y sobrepasarlas a toda velocidad, también. Como la rapidez no casa bien con la percepción y el análisis de los matices, me detengo hoy en la relectura de un clásico donde los haya. Guerra y paz, de León Tolstoi. Extraigo de su obra algunas nociones estimulantes, por la actualidad de sus contenidos y por su sentido de participación ciudadana.

 

Preguntas

Son tantas las preguntas nucleares, que el pretendido núcleo entró en expansión, diseminó las preguntas y multiplicó las incógnitas. Allí donde alcanzaba la mirada, observábamos fondos desconocidos. Hasta tal punto fue así, que la mera enumeración de los misterios nos enorgullecía y pensábamos que eran los grandiosos conocimientos humanos.

Y quizá fuera verdad, porque habitamos el reino de las preguntas. Destapas una y surgen potentes los nuevos interrogantes. Lo que sea el saber, mudó su morfología, cambió su sentido original, quedando como un anhelo siempre menesteroso, pendiente de las pesquisas renovadas.

 

Saber conducirse

Hechas las preguntas, acucian las dificultades. Apenas intuimos algún conato de respuesta. Quedamos pasmados e indecisos frente a los contratiempos. Navegamos dando brazadas contra las dudas y tropezando con opciones indeterminadas. ¿Olvidamos el libro que detalle la ruta? Si algo quedó claro, es que no existe.

El aprendizaje crucial será individual, desarrollado al son de las actitudes aportadas por cada sujeto; se conducirá después a sí mismo con todas las consecuencias. Ante cada opción, habrá diferencias en los planteamientos. Aquel famoso gen egoísta es muy incisivo, coloca sus artes al menor descuido. También debe existir otro gen altruista, casos hay, pero con menos poder de penetración; las demostraciones son rotundas. Otros genes serán intermedios. Unos y otros van encaminados al ¿para qué?; el aprendizaje les dirige hacia ese objetivo, cuya malicia o beneficencia marcará los resultados.

 

La verdadera vida

La confusión dispone de las mayores posibilidades en las extrañas modernidades que vivimos. Hemos permitido que nos dibujen arabescos en los decorados y adornos en los grandes montajes, con las parafernalias que suplantan la verdadera realidad de las personas. Juzguen ustedes la impertinencia o no de dichos intentos. Sustituyen al hálito de la verdadera vida, bien repartido, pero desdeñado por poderes y pérfidos actores.

Las pulsiones vitales vibran en torno de la salud y la enfermedad, aportan poesía y arte a raudales; las pasiones o las emociones encienden los registros, reaccionan ante las necesidades primarias. Las manifestaciones de las memorias históricas pretenden un engaño tras otro, dado que prescinden de los pormenores sociales, que son ¡nada menos! que las vidas particulares. Subyugados por los escenarios relumbrantes, aunque falseados; solemos desatender las minucias esenciales.

 

La visión del roble

Casona nos deleitó sobre aquel tronío de los árboles, que morían sin abdicar, permanecían hasta el final en su papel. Ora admiramos la firmeza del roble, ceñudo, sí, pero enhiesto y vital pese a los arrebatos circundantes; o somos testigos de los sufrimientos del mismo con resignado talante ante el clima adverso y los comportamientos ajenos. Son visiones paisajísticas. Sin menoscabo de su notable vida interior, de firme arraigo, labor constante y finales con sentido. Sobrepasan la figura del espectador, con su peculiar viveza.

 

Huidos de la vida

Por el contrario, pasadas las primeras nubes del determinismo a ultranza, con ellas nada dependería de nosotros; de vez en cuando refulge algún rayo de sol y encontramos parcelas en las que podemos influir.

Somos capaces de mirar hacia otro lado, no cabe duda, y adopta muchos matices dicha escapada. El empecinamiento en el trabajo obsesivo no es la menos frecuente; deja relegadas familias y responsabilidades. Qué me dicen de las drogas, menuda evasión, de alcances imprevistos; con razón se ha dicho del trabajo que puede convertirse en una droga potente. Pero la ambición desmedida arrastra por recorridos ajenos a la vida buena; establece numerosas redes conectadas con las áreas de la actividad social. También la pasividad castrante supone una huida hacia ninguna parte.

 

Cinismo instrumental

Recurrimos a triquiñuelas inverosímiles para hacer ver lo que no es. Desde antiguo incordia esta actitud intempestiva y la sinceridad escasea en las redes sociales, sedes y plazas. Más allá del engaño, cunde el alarde de ciertos posicionamientos. En las prácticas solapadas actuamos con criterios inconfesables y opuestos a los procedimientos de colaboración sincera.

Aunque la debilidad propia, la ignorancia o el fatalismo, resulten cómplices de dichas discordancias, suelen añadirse tentaciones en forma de intereses varios. Provocan el revoloteo de los aprovechados de turno ante cualquier beneficio a su alcance (puestos, categoría, sueldos, fama), sin el reconocimiento en público de su pertenencia a la confabulación, a la que sirven de instrumentos necesarios.

 

Lazos rotos

Las historias son variadas hasta la saciedad, pero apenas pasan de simples anécdotas individuales, generacionales o institucionales. ¿Qué significan 100 años? El tiempo las funde en la intrascendencia. Lejos de la sencillez, suceden evoluciones complejas e interrupciones inconcebibles. En la medida que profundicemos en los aconteceres de cada momento comprobaremos las conexiones subyacentes entre las actuaciones que nos parecían muy independientes.

Hay una especie de lenguaje común, que supera los idiomas intrincados y trasciende los léxicos gramaticales. Este discurso peculiar y latente de los humanos sólo es perceptible por la sensatez de quienes no se conforman con el vocerío habitual carente de sentido.

La insensatez puja con fuerzo por todo lo contrario, defiende la disgregación a ultranza. Clama por el derecho a la frivolidad, irrespetuosa al máximo con las identidades ajenas. Sólo aprecian las ideas propias. Para ellos, ni comunidad, ni naturaleza, contarán para sus afanes. Los insensatos de alcurnia maquinan con movidas sofisticadas, similares en el fondo a las ejercidas por la gente con menos recursos. Los lazos se fueron al garete con la insensatez.

 

Grandeza

Con toda seguridad, es uno de los conceptos representativos de la ambigüedad. Planteó los mayores equívocos a los seres humanos; sometida a las interpretaciones, quedó desdibujado su significado. Hablamos de humanos y entran en juego múltiples aplicaciones. Los tamaños, perversidad, sentimientos, trabajos, discursos, pendencias y silencios, pueden ser grandes o pequeños; sin embargo, nos alejan del concepto de grandeza.

Si la dejamos recluida en la divinidad no lograríamos percibirla; uno de sus primeros requisitos será la sencillez, que la haga asequible a las personas. Si no ejerce de bondadosa, ¿en qué fundamenta su grandeza? Y por último, sin el cupo de verdad a nuestro alcance, tampoco habrá grandeza a percibir. Son alcances que superan los simples datos científicos. ¿Estimaremos los atributos de la grandeza?

 

Rasero de lacayos

En la consideración de las cosas es precisa una valoración constante; de su acierto derivarán las mejores decisiones. En todos los grupos gestores siempre desearemos las mentes más aventajadas y las personalidades cabales; lo contrario deslizaría a la baja la entidad de dichos grupos. ¿Aspiran a la superación constante? Los infiltrados de carácter poco lúcido, serviles y rastreros en sus acomodos, destrozan con rapidez el prestigio del grupo. Quien pretenda un dirigismo sin el debate constructivo sabrá rodearse de lacayos, con el resultado previsible de la mediocridad o el despropósito. El porcentaje de esbirros de esta calaña en gobiernos, consejos directivos y departamentos, constituye un buen indicador de la futura gestión. El panorama actual no es muy halagüeño en tal sentido.

 

Vida y razón

La literatura, pero sobre todo la realidad, desvelan patentes desencuentros entre los dos conceptos. El exceso de razones acaba en códigos y normas, huyen de la humildad como si trataran con el diablo; llegan a taponar los menores resquicios, con arrogancia y pretensión de absoluto. A pesar de las evidencias, la espontaneidad de la vida permanece relegada en las diferentes reglamentaciones. Leyes o religiones, políticas y corrupciones, protagonizan desequilibrios trágicos. Quién será el buen equilibrador de ambos rasgos; al menos nos conformaríamos con una aproximación. La sociedad no consigue el ahogo de los impulsos existenciales, pero, vaya que sí, lo intenta.

 

Actividad en la paz

El contenido de los libros, como la vida misma, traza argumentos de fuste variable. Habitamos en ambientes llenos de posibilidades. Cada uno experimenta el reto con dignidad o sumido en la frivolidad. El relato de Guerra y paz incide en las aventuras propias de la existencia humana, necesarias para la consecución de una cierta paz confortable. El conflicto de cada persona es insustituible, la abdicación no resuelve nada y la participación renueva las esperanzas. ¿Extraeremos lo conveniente desde los conflictos?