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Leo Villaparedes

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Leo Villaparedes

Pensamos que la historia es solo aquella que nos enseñaron en la escuela, llena de fechas memorables, de héroes con nombres ampulosos, de hazañas apenas imaginables en nuestra vida cotidiana, y nos conformamos con que así sea quizás por respeto al pasado y lo que él representa.

Pero la verdad no siempre es así. Hay historias que sin ser grandilocuentes también pueden ser extraordinarias como éstas que nos entrega Leo Villaparedes en su libro Voces e imágenes subyacentes, y que recientemente obtuviera, en la V Bienal Nacional de Literatura “Ramón Palomares” 2013, el galardón correspondiente al género de crónicas. Este pequeño volumen es toda una cantera de anécdotas y remembranzas escritas con ese tono pulposo que tiene a la hora de hablar nuestro amigo Leo, practicante perspicaz del arte hoy casi perdido de la buena conversación.

A medio camino entre la crónica y la ficción Leo nos va echando el cuento de su vida, la historia de los suyos y la memoria de su pueblo: La Victoria.

Ubicado entre dos fechas claves dentro del proceso político venezolano del siglo XX, el 5 de diciembre de 1948 con la caída del presidente Rómulo Gallegos y el 23 de enero de 1958 con el derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, este libro escapa del acontecer sociopolítico para recrearse en las pequeñas anécdotas de un pueblo que, aunque cercano a la capital, aún vive la inocencia bucólica de una comarca rural. Allí, en esa fuente, bebe Villaparedes el sabor de sus orígenes, allí comienza el relato de su vida que, como suele suceder, también es la vida de muchos.

Siento que estas páginas pueden resumirse con las palabras que el poeta José Antonio Castro utilizara a la hora de definir el contenido de Paradiso, de Lezama Lima: “Es literatura de lo vivido y que se recrea por medio de la memoria, pero también es mundo creado por la imaginación y podríamos decir que la vida detenida en el recuerdo se proyecta hacia lo desconocido, hacia lo sobrenatural. Y entonces nos tropezamos con situaciones que eluden el devenir histórico o la veracidad hasta convertir todo aquello en un mundo propio, inflado como un globo por la imaginación”.

Por estas voces e imágenes transitan diversos caracteres, personajes presentados por el autor con un lenguaje diáfano como la querencia, anécdotas cargadas de sabrosa simpatía, objetos, momentos y lugares fijos en la memoria: la totuma, la radio de galeno, el almanaque de Rojas Hermanos, las gallinas del patio, el corralón que servía de cine, el trueque de huevos caseros por otros pertrechos, el barbero, el pulpero, los compañeros de la infancia, el legendario Juan Camejo... van formando una galería de personajes entrañables para un lector que, como yo, ha vivido ajeno a las incidencias de una geografía rica en paisajes y personas afables.

El mismo autor nos dice acerca del trasfondo de su empresa: “Las historias se construyen sobre los escombros y las cenizas. Desde allí resurgen como el Ave Fénix recreadas por la magia de la memoria y esa ha sido la intención. Los lugares jamás envejecen ni mueren al igual que los mitos y las leyendas”.

Pensamos que la historia es sólo aquella que nos enseñaron en la escuela. Pero hay otra, la historia sencilla de gente que como Leo Villaparedes Morales tienen una confianza inalterable en la vida, gente que hace de una acción pública un acto de fe, gente cuya presencia es inexplicable sin su gentilicio. Quizás esta sea la verdadera historia, la que hacemos cada día, con cada esfuerzo, en función de aquellos que un día tal vez sigan nuestros pasos.