Letras
Juegos

Comparte este contenido con tus amigos

La buscábamos pero parecía haberse escondido. Tú mirabas hacia los árboles mientras yo observaba las casetas y los pequeños grupos que se formaban. Estamos seguros de que viene sola. Yo no le creo del todo, tú crees todo lo que te dicen. La viste primero, sentada como tomando el sol, a la sombra. Desde la distancia que nos separaba y mientras dábamos pasos cortos, nos fijábamos en sus rasgos generales. No es tan corta de estatura como nos había insinuado, es casi tan alta como nosotros. A ti te gustó su piel canela, oscura, dorada, yo me quedé embelesado con su enorme cantidad de cabello negro recogido en la nuca. Ya nos vio y nos ha reconocido. Nos fijamos en que es muy poco lo que sonríe y sus cejas bien definidas son algo más que inexpresivas. Líneas que no se mueven como en ciertos dibujos animados. Yo ejemplifico con el anime pero tú escoges esos dibujos gringos viejos. No se levanta de su lugar para saludarnos así que lo arreglamos todo con un gesto distante con las manos o con la cabeza, no lo recuerdo, tú no dices nada. Preguntamos un par de cosas sin sentido, con más diplomacia que interés, y nos quedamos encantados por su voz delgada, suave, como de niña, consentida dices tú, yo prefiero tímida. Poco nos observa mientras que le contamos el viaje hasta acá. Pero con cada descuido suyo nos detenemos a observar las líneas suaves de su piel desde su cuello bajando hasta su clavícula tenuemente marcada. Nos ofrece un cigarro y aceptamos, aprovechando el gesto para acercarnos un poco más, a la distancia de un brazo nuestro. Ella rompe el hielo con facilidad y comienza a contarnos fragmentos de su día, de su vida, eso que aún no conocemos. Quisiéramos tomar uno de esos pedazos de hielo descongelándose y deslizarlo por sus labios carnosos pero es muy pronto para tanta proximidad. Tú pensaste en un beso húmedo, yo prefiero uno esquivo. Cuando nos pasa un nuevo cigarrillo aprovechamos para sentir sus manos, sus dedos. Cuánta suavidad en su piel. Yo fui el que descubrí unos dedos cortos y muy delgados, como de pianista, mientras que tú contemplabas las líneas marcadas de sus palmas. Tal vez podamos sentirlas en nuestro rostro al final de la jornada, todo puede pasar. Una ráfaga de viento no le permite encender su cigarro, así que nos acercamos aún más para acudir en su ayuda. Tú le das fuego mientras yo cubro para que no se apague. Descubrimos que su cabello suelta un aroma a melocotón que imaginamos comerlo a grandes mordiscos. Cuánto daríamos por ver su cabellera suelta agitándose con esta ventisca que nos ha permitido la proximidad de su aroma. Nos quiere tomar una foto, para no olvidarnos según nos dice, pero nos hacemos los difíciles y miramos hacia otra parte, hacia los caminos recorridos por hombres que llevan sus perros y mujeres que llevan sus hijos. Tú dices que es al contrario y yo me río con descaro. Al voltear nos encontramos muy de cerca con su mirada, no, con sus ojos que todo lo quieren traspasar, como queriendo rasgar nuestras vestiduras para averiguar si somos mortales. Cuánto queremos sentirla, palparla como se tocan las frutas maduras aunque sus senos aún en ciernes te tientan más a ti que a mí. No sabemos en qué momento el tiempo huyó de nuestro lado pero ella se levanta de un brinco y aduce excusas poco creíbles. Tú le tomas de la mano y yo alcanzo algunas de sus hebras de cabello. Es poco con lo que hoy nos quedamos pero tenemos la certeza que a la siguiente no podrá escapar. La dejamos ir con sus pasos largos y lentos, como una huida en cámara lenta, como yéndose sin querer. No nos importa porque sabemos jugar estos juegos hasta sus últimas consecuencias.