Letras
Cambio de piel

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Me quité los zapatos y me senté en el borde de la cama. Era difícil aceptar que desde aquel momento iba a dejar de ser el espía que llevó a cabo misiones austeras, pero mortíferas. Nunca me incliné por los estrangulamientos, acaso sólo al principio de mi carrera. Mi método preferido había sido la inyección de oxígeno en la yugular. Y pensar que aquellos acercamientos a cuerpos extraños eran ya cosa del pasado; abrazar un cuerpo que se abandona a su peso es una sensación incomparable, cenestésica, como echarse al coleto un vino tinto demasiado caro. En fin, tenía que empezar a hacerme a la idea de que mi vida iba a ser diferente, sin misiones, sin nombres falsos, sin la incertidumbre de mi próximo lugar de residencia.

Abrí el periódico en la sección de policiales. Habían asesinado a un acaudalado industrial. La nota afirmaba que había perecido en medio de un intento de secuestro. Los malhechores le habían dado un tiro en la nuca, “por pura frustración, obnubilados ante el cerco policial y su inminente aprehensión”. Pese a la expedita llegada de las fuerzas del orden, los homicidas habían escapado, dejando el cuerpo derrengado del industrial detrás de ellos. No era cierto lo del intento de secuestro, claro que no, a tal punto estoy seguro de eso, como que el industrial había sido mi último objetivo. Las razones para silenciarlo y quitarle de encima una diminuta memoria portátil las ignoro. Mi trabajo, como saben, se restringe a “finiquitar objetivos”, a completar envíos y obtener información.

Uranga, Salas y yo llevamos a cabo la misión. Decidimos hacerlo parecer un intento de secuestro porque este peculiar y atroz crimen está, como saben, en boga. Un secuestro más, uno menos, a nadie en realidad le importa. Si al industrial le metieron un tiro en la nuca unos secuestradores o tres espías haciéndose pasar por secuestradores, no tenía tanta importancia como la muerte misma y el hecho de que los “malhechores” habían escapado. En la fotografía aneja a la nota se podía apreciar el perfecto orificio que había dejado la bala justo en el vértice de la nuca del industrial. Uranga fue quien disparó, su técnica y precisión son incomparables; como quien dice, donde pone el ojo pone la bala.

No sé dónde están Salas y Uranga. Después de completar nuestro objetivo, escapamos juntos en una Suburban de color rojo. Salas iba al volante. A las pocas manzanas transitadas, yo fui el primero en descender del automóvil. Ignoro qué ocurrió con ellos después, esa es una cuestión que a mí no me incumbe. Una vez logrado el objetivo, que es lo primordial, el espía debe buscarse la vida, sin auspiciarse en el supuesto compañerismo que las películas se aferran en representar: el espía es un individualista a la anglosajona, dueño de su culo y por lo tanto es el único responsable de su conservación.

Después de los policiales, hojeo la sección de ofertas de trabajo. Leo en voz alta: “Se busca chofer limpio y discreto, que conozca la ciudad. Sueldo a tratarse”. Aunque prometedor, mi total desconocimiento de la ciudad me descalifica. Es la primera vez que estoy en este país, a pesar de tener pasaporte de aquí (tengo pasaportes de todos los países de América Latina, excepto Cuba...), y hay algo en sus calles, en la ineficiencia de su policía, que me invita a quedarme en esta ciudad durante una temporada y comenzar mi nueva faceta profesional en este lugar sin ley y sin un sentido ordenado de la expansión urbana. “Se solicita portero en residencia respetable. Sólo se considerará gente con buenas referencias y conocimientos básicos de plomería. Interesados llamar a...”. Anoto el número telefónico en mi agenda.

A un lado de las ofertas de trabajo está la sección de personales, un eufemismo, claro está. “Karina. Complaciente mujer madura con busto grande. Sólo previa cita. 5555673428”. “Macedonia, voluptuosa colombiana. Ferrari entre las mujeres, iniciándome, haré tus fantasías realidad...”. ¿Hace cuánto tiempo que no me acuesto con una mujer? Un buen espía no tiene tiempo para fornicar, podría ser una levedad imperdonable, mortal, pero estoy inaugurando la etapa postespionaje de mi vida, así que sin pensarlo dos veces (un buen espía no piensa, sólo actúa) llamo a Macedonia. Una voz impostada, aniñada, responde. “Aló...”. Nos arreglamos con rapidez. Ella vendrá a mi hotel a hacer mis fantasías realidad. ¿Cuáles son mis fantasías? Inyectar oxígeno en la yugular de un terrible cabrón. Corrijo: sólo inyectar oxígeno en la yugular.