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“Cartas a Theo”, de Vincent van GoghLeer libros es cambiar de comida

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A Marga López Díaz

¿Te has separado de los libros de Michelet, Renan, etc.?
...Lee todo eso si puedes. Cambiar de alimentos da apetito.

Vincent van Gogh. Cartas a Theo. Labor. Pág. 21.

Tengo en los estantes libros para apurar como para una centuria. Desde Metamorfosis y El arte de amar de Ovidio, XL odas selectas de Horacio, Los discursos y De la amistad, de Cicerón, de Roma, Las palabras y las cosas de Michel Foucault, obras de Pablo Neruda, Borges, Obra completa de Alejandra Pizarnik, Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke, Las flores del mal de Baudelaire, Poemas de amor de Nicolás Guillén, por supuesto a Cervantes, Wilde, García Lorca, algunos de Matilde Espinosa, de Meira Delmar, Mariela del Nilo, Águeda Pizarro y, alguien que ha llenado muchos de mis días: Alberto Manguel.

Todos estos autores están llamándome para que les diga qué pienso de su trabajo. Son joyas dormidas en los anaqueles que esperan a un lector que les dé un beso y salgan de su encantamiento.

Pero el consejo de Van Gogh a su hermano que leí ayer me dejó lelo, ahora que estoy en convalecencia. He debido cambiar de régimen y he redescubierto el placer de nuevos sabores, como el de las achiras del Huila y los espejuelos de guayaba de Cundinamarca y Boyacá.

De niño quise leer El doctor Savage y mi padre me lo arrebató de las manos y del paladar. No me dejó probarlo. Apenas si sabía leer palabra por palabra, pero me llamaba la atención su forma, su portada, y sospeché que contaba misterios y aventuras. Hoy me he vuelto selectivo. Me gustan las compañías malditas, los clásicos, la literatura que se atreva a subvertirme y a permitirme ver en seco los oasis y espejismos. Odio la literatura comercial, pagada, los best-sellers y los que enseñan a portarse bien.

Siempre creí que Van Gogh era un clásico expresionista. Hizo famosas, como las campiñas francesas y holandesas, a los girasoles y a sus cielos arrebatados. En un taller Aluna de esos lagos inmensos de luz de Marga López, habló de él y nos hizo fabular con las cartas del desorejado de Auvers-sur-Oise y Arlés.

La sola frase “Cambiar de alimentos da apetito”, referida al hábito de leer, y volver a retomar otro autor o libro, me hizo feliz. Me hizo convulsionar. Y si hubiera estado en un prado hubiera dado botes como niño chiquito. Aunque siempre he sabido que leer nos cambia de perspectiva y que los libros son mejores maestros que la mayoría de quienes enseñamos literatura, nadie había redoblado en mis oídos esa verdad como un tambor.

Haber leído a García Lorca, a Sor Juana Inés, a Teresa de Jesús, a Manrique, es como probar una torta de queso o una repolla rellena de crema chantilly y trocitos de piña en la panadería La Fina. Es una verdad palmaria. Pero cambiar como abrebocas o postre o plato fuerte a Cartas a Theo fue una feliz provocación. Cambia uno de restaurante, de paisaje y de época.

Leer a Van Gogh ha sido como comer arroz preparado de la mano de mamá o como probar un sudado de carne con papa. El gran pintor nunca pensó que sus escritos serían apreciados tanto como sus cuadros. Es comida casera, de sabor sencillo, de imágenes tan vivas como las pinceladas de sus zapatos viejos en un rincón y de la ternura como el abrazo que le llegaba por carta a su generoso hermano.

Se me ha abierto el apetito con este plato. Ayer mismo el almuerzo que trae mi novia desde Tip y Tapas lo confirmó. La abuela preparó un congrí tan sabroso como en cualquier paladar o restaurante de hotel en Cuba. Leer y comer platos distintos, a la hora que sea, no solo produce delicias a la lengua, sino que hace dar ganas de ir a la librería o buscar entre tantos platos el que esté más a la mano o agrade al bolsillo.