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George Orwell
George Orwell.
El poder visionario de Orwell en su novela 1984

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Leer a George Orwell sigue resultando necesario, para envolvernos en la presencia de metáforas que se convierten en realidades, tan apabullantes como las dictaduras que asolaron nuestro mundo en el siglo XX.

Orwell nació en la India en 1903, cursó sus estudios en Eton y en 1922 ingresó en la Policía imperial de Birmania. Posteriormente, sus experiencias en París e Inglaterra, donde vivió pobremente, dieron lugar a su primer libro, Sin blanca en París y Londres. Luego estuvo en España en la Guerra Civil española, concretamente, con las milicias del Poum, hecho que dio lugar a un libro esencial para la historia de nuestro conflicto bélico: Homenaje a Cataluña.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue miembro de la Home Guard y colaboró en la BBC y en el periódico Tribune. Sus grandes libros aparecieron poco después, Rebelión en la granja (1945) y en 1949 una novela que sigue resultando estremecedora, objeto de mi estudio, 1984. Murió en Londres en 1950, con cuarenta y siete años.

1984 es el futuro, pensó Orwell, y en parte tenía razón, porque nunca habíamos estado tan sujetos al control policial, tecnológico, laboral, etc., como ahora. Lo cierto es que Internet suscita multitud de dudas, ¿es un medio para comunicarse plenamente por la red o fue creado para que el control del ser humano fuera mayor? ¿Nos invita a entrar sin miedos en los medios sociales o debemos ser precavidos porque la maldad del ser humano puede hacernos vulnerables y entrar de lleno en nuestra intimidad?

Debemos pensar en la guerra de Irak como una de las últimas estafas a nivel mundial, donde se trató de vendernos una mentira para que tuviese visos de verdad, las armas de destrucción masiva no eran más que el dinero que los norteamericanos querían sacar de un pueblo masacrado para que los negocios de Halliburton y otras compañías pudiesen seguir enriqueciendo las panzas de los americanos capitalistas. La vida de los pobres no vale nada y Bush y Rumsfeld lo sabían muy bien.

Por ello la novela de Orwell es tan actual, el caso de WikiLeaks demuestra cómo se puede vender la información para que llegue a todos, cómo se nos cuenta lo que ellos quieren, cómo somos observados por el Gran Hermano (mucho más lejos y con mucho más miedo que el estúpido programa de televisión del mismo nombre) donde todos podemos entrar en la dinámica del control, las llamadas de las compañías de móviles que nos ofrecen oportunidades sin que les hayamos dado nuestro teléfono, los bancos que nos esquilman con tarifas abusivas por mantener la cuenta, las hipotecas salvajes, a treinta años, que algunos pagamos a duras penas con sueldos bajos, otros ni siquiera pueden hacerlo y les quitan sus casas.

Orwell tenía razón, no sólo la dictadura es un ejemplo de poder totalitario, también la democracia con sus mil mentiras lo es, convertida en un lugar donde los políticos manejan el lenguaje prostituido de la palabra técnica, ajustes en vez de robos, déficit en vez de despilfarro, etc.

Yendo a la novela de Orwell, Winston es uno de nosotros, un ser que no puede pensar por sí mismo sin que el sistema lo vea, el Gran Hermano contemple sus actos, pueda llevarle a la cárcel, ¿no se parece al poder omnímodo de la televisión basura que se mete en los hogares de muchos analfabetos funcionales para exprimir aún más sus mentes?

La voz que aparece en la casa de Winston es la de la televisión que nos inunda por doquier en nuestros tiempos, con telediarios manipulados por el poder o por sus antagonistas:

Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo que ver con la producción de lingotes de hierro. La voz salía de una placa oblonga de metal, una especie de espejo empañado, que formaba parte de la superficie de la pared situada a la derecha (p. 8).

Se trataba de la telepantalla, un instrumento que no podía ser desconectado del todo, ¿no se parece a la cotidiana imagen de muchos jóvenes absortos en sus móviles o en su música en los trenes de la ciudad? ¿No es acaso un nuevo instrumento de aislamiento y de incomunicación?

“1984”, de George OrwellLos carteles del líder se ven en todas las calles, porque el poder siempre nos mira, nos observa, nos escruta:

La cara de los bigotes negros miraba desde todas las esquinas que dominaban la circulación. En la casa de enfrente había uno de esos cartelones. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las grandes letras, mientras los sombríos ojos miraban fijamente a Winston (p. 8).

Los carteles, la telepantalla, todos medios de poder que Orwell ya intuyó, refiriéndose seguro al avance imparable de las dictaduras comunistas o fascistas, pero que, sin duda, están detrás de nuestras impecables democracias.

Todo lo que representa la cultura debe desaparecer de ese mundo, por ello, Winston esconde con cuidado un libro y Orwell nos dice lo siguiente sobre el mismo:

Era un libro excepcionalmente bello. Su papel, suave y cremoso, un poco amarillento por el paso del tiempo, por lo menos hacía cuarenta años que no se fabricaba (p. 12).

Sin duda alguna nos recuerda a la imagen que Ray Bradbury dejo en su famosa novela Fahrenheit 451, donde los bomberos (metáfora del poder dictatorial) quemaban libros, y la gente los aprendía de memoria para no perder lo poco que quedaba de un mundo libre; la censura de nuestro siglo XX, el franquismo o el totalitarismo estaliniano o hitleriano, entre otros, fueron claro ejemplo de ello.

En nuestra democracia los libros sí circulan, pero poco a poco van surgiendo nuevas amenazas para el libro; las descargas indiscriminadas, que han hundido casi la industria del cine o del disco, o ahora un libro cómodo, portátil, que ya no tiene la fragancia y el aroma de aquel libro que manejaba en sus manos, en un conato de clandestinidad, Winston.

Los dos minutos de odio, donde participan todos los trabajadores de la oficina donde trabaja Winston, son equivalentes a la propaganda que nos invade para que repudiemos a los extranjeros, o muy habitual en otras culturas donde vemos en la televisión al líder que increpa a todo aquel que no piense como él.

También el sexo es tabú en la novela de Orwell, porque Winston se encuentra a una chica de la Liga Anti-Sex, una mujer aséptica que parece que quiere demostrar que la pureza es la clave de la vida. ¿No es acaso lo que nos ha transmitido la religión durante siglos para restringir nuestro derecho a la libertad sexual, imponiendo el matrimonio heterosexual, demonizando la homosexualidad y considerando que el matrimonio tiene sentido solo para la reproducción?

Otra imagen terrible de la novela son los niños. Cuando Winston visita a una vecina, la señora Parsons, si representan la inocencia, en la novela son emblemas de la maldad, son los que pueden denunciar a sus padres por pensar, son los que quieren contemplar las ejecuciones, por el morbo y el odio que producen, ¿no se parece demasiado a la tiranía que los jóvenes están imponiendo en nuestra ejemplar democracia a los adultos, a sus propios padres, a los que pueden llegar a denunciar, a los profesores, con derechos infinitos, pero sin deberes de ningún tipo? En la novela es demoledor leer estas líneas:

Con aquellos niños, pensó Winston, la desgraciada mujer debía llevar una vida terrorífica. Dentro de uno o dos años sus propios hijos podían descubrir en ella algún indicio de herejía. Casi todos los niños de entonces eran horribles. Lo peor de todo era que esas organizaciones, como las de los Espías, los convertían sistemáticamente en pequeños salvajes ingobernables, y, sin embargo, este salvajismo no les impulsaba a rebelarse contra la disciplina del Partido. Por el contrario, adoraban al Partido y a todo lo que se relacionaba con él (pp. 31-32).

El deseo de los niños de ver las ejecuciones de los euroasiáticos era una muestra de la crueldad reinante. ¿No es la televisión actual, con sus películas violentas, un ejemplo de crueldad para los niños, o los dibujos animados donde se exponen ya el mal gusto o las palabrotas que serán ya un aprendizaje del niño para siempre, unido, a veces, al mal lenguaje de sus propios padres?

Niños que empujan a Winston, le dan con un tirachinas, le disparan con una pistola de juguete, carteles que anuncian que todo debe ser controlado, los dos minutos de odio donde los funcionarios pueden insultar a gusto a los enemigos del régimen, las mujeres con aspecto de hombres, asexuadas, para que ningún varón pueda decirles algún piropo, sin que sea detenido por ello. Todo reflejo de un mundo que se parece demasiado al nuestro.

Para concluir, cabe decir que la historia va in crescendo hasta producirnos un continuo desasosiego, porque Winston conoce a una mujer que piensa por sí misma, lo cual es peligroso, y quiere salir de la madeja establecida.

Dos mundos contrapuestos en dos textos que cito a continuación, la intimidad del hogar con Julia, en su huida, para volver a recuperar un mundo de calidez y de emociones y afectos que quedaron atrás y una imagen del poder, la preparación de la Semana del Odio, con su claustrofóbico mundo, donde pensar por uno mismo es un delito:

El primero nos emociona, nos demuestra lo bien que escribía Orwell:

Julia se levantó, se puso el mono e hizo el café. El aroma resultaba tan delicioso y fuerte que tuvieron que cerrar la ventana para no alarmar a la vecindad. Pero mejor aun que el café era la calidad que le daba el azúcar, una finura sedosa que Winston casi había olvidado después de tanto años de sacarina (p. 161).

Como podemos ver, el gusto por lo verdadero, no por el sucedáneo, era necesario para recuperar los sentidos como la presencia cálida y prohibida de Julia entre los brazos de Winston. Por otro lado, la Semana del Odio y su presencia en las mentes de los ciudadanos, la ebriedad del atontamiento de la masa, para seguir manteniendo el poder, tan parecido a nuestros felices sistemas democráticos, donde nos esquilman, nos engañan y nos muestran el soma (recordando a Huxley y su novela Un mundo feliz) de la eterna y falsa felicidad, consumo, televisión, religión, etc.:

La nueva canción que había de ser el tema de la Semana del Odio (se llamaba la Canción del Odio) había sido ya compuesta y era repetida incansablemente por las telepantallas. Tenía un ritmo salvaje, de ladridos, y no podía llamarse con exactitud música. Más bien era como el redoble del tambor. Centenares de voces rugían con aquellos sones que se mezclaban con el chas-chas de sus renqueantes pies. Era aterrador (p. 165).

Un mundo aterrador, sin duda, donde la vida estaba controlada por el Gran Hermano y la felicidad de pensar por uno mismo era un lujo que no podía permitirse, por ello, la necesidad de crítica, de respuesta a los abusos de nuestro tiempo son tan reales como el mundo de Orwell en esta magnífica novela (como el gran Kafka supo ver en sus obras maestras como El proceso o La metamorfosis), sin nuestro esfuerzo por no dejar de pensar el mundo de la seudocultura atroz (manipulación de los medios y de los poderes fácticos de un pueblo adocenado en gran parte) que nos rodea nos ganará la partida para siempre. Con el ejemplo de la novela de Orwell y las desdichas de Winston y Julia podemos quedarnos para hacer un mundo mejor, libre y verdadero, donde el sabor del azúcar sustituya al de la sacarina.