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Poemas

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Promesa

Cuando todo termine
seguiré viviendo por ti,
bajo el último pétalo caído,
en las ruinas de la ciudad.
Seguiré el reguero de tu sangre
hasta el final de mi incendio.
Besaré lo que quede de tu cuerpo,
guardaré el halo final de tu vida
como tesoro rescatado del saqueo
y llenaré mi corazón de palabras,
para leerlo siempre
y cerciorarme al fin
de que aunque lejos, muy lejos de mí,
permaneces cerca y viva.

 

Lo que un día fue nieve

Podría amar eternamente
sin malgastar un solo beso
y sentirme lágrima
en el pozo de una noche deseada,
o sangre inadvertida
que sortea la sombra en su reflejo,
y ya muy ciego acompañarla
en su fiel cometido de líquido
y agitar el deseo hasta mi fiebre,
ser alimento que la multiplique
hacia el milagro de una dicha cierta.

Podría incluso morir
para nacer de nuevo,
en un vientre distinto,
ser niño con el silencio a cuestas,
caminar muy despacio con los ojos
como firme metal incrustado
en una pared muy fría.

Podría dejar mi alma en silencio,
como un desfile militar,
como un cuerpo deshabitado
junto al inerme juguete,
y desandar el sueño equivocado,
borrar el tiempo de un soplo.
Y aunque esto sucediera
no quedará más báculo que el llanto,
la vida se repite
como el tañer de campanas,
amanece el mismo cielo
porque el amor no rectifica
y siempre lloramos a destiempo.

 

Las voces del pasado

Queda el árbol solitario
anclado en las raíces del tiempo,
temblando por la ausencia de lluvia
bajo un cielo olvidado de pájaros;
nada queda en esta tierra
salvo huellas que al viento ignoran.
Muy cerca, el pasado resuena
como trueno de múltiples ecos,
extiende sus alas ocultas, no se agota,
resucita aves de fuego lento
que picotean las nubes de la memoria,
campana sin voz, brocal de la locura,
que permanece ciega e impasible
al soplo repetido del presente.

 

Las dudas llegan al corazón

Duermo bajo el gran árbol
cerrando mis pupilas al mundo.
Cuerpo de corazón doliente,
absorto por el vértigo de las luces,
por la belleza que no alcanza,
duda, se balancea ante el miedo,
reza y reza hasta el arrepentimiento,
no por el dolor causado
sino por la oración misma
vomitada a un dios de barro
escondido en su infinita siesta.

Cuerpo de corazón valiente,
que deja la piel como ofrenda
de su irredento amor,
guardián de violetas tristes
en paraísos de inocentes sueños,
que sangra y riega la tierra,
cae y se levanta
cae y se levanta
arañando segundos a la muerte.

 

La huella del deseo

Dime qué es la vida
sino incógnita constante,
un puente larguísimo
escoltado por gárgolas ciegas
que yo fui construyendo
para atraer tu mirada,
para que retrocedas
hasta la llama de mi voz,
o mucho más lejos,
hasta el inicio del deseo.

 

La herida de tu cuerpo

Otra vez tú y tu cuerpo.
Lo llamaré flor o delirio,
lo llamaré como tú quieras,
nombre de mujer o fresa.

Cercano como el aliento,
trémulo y al fin desnudo
besa la raíz de mi herida,
sortea la avalancha de mi boca.

Tu cuerpo y mi emboscada,
y la definitiva huida.
como botín: mi deseo.