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Poemas

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Cascada o kengai

A la hora en que el sol se eleva como un salmo.
Roberto Méndez

De las manos del jardinero
hacia el vacío caen
las ramas que sacuden
la plenitud del equilibrio.
Tiesto de barro que al aire lanza
sus respiraciones últimas
contra las turbulencias que en los tallos
hasta el descenso asoman.

A veces en la luz
hay minúsculos retoños
que amanecen para sorber enebros
en saltos de agua del Tequendama:
fecundados por la mansedumbre
desde la belleza de la caída.

El alma es fértil para sembrar
la mínima clorofila
que algún sueño inhala.
Tiemblan las frondas a ruego de tijeras
bajo la música táctil de los dedos:
miniatura del soplo
que el horizonte cansa
para imitar la fuga.

Quien pudo hacer de la calma
una corteza liliputiense
sabrá que todo lo que se muestra enano
por dentro es grande / y devuelve la réplica
de lo que le es más ilimitado a los ojos.

Antes que el nogal suceda en su acrobacia
selecciona el jardinero de las pulsaciones
el tiempo dado en prodigio
a la esperanza que cultiva,
por los vástagos ofrece el universo
a la contemplación doméstica
de lo que pudo ser más hondo.

En su oficio de coagularse en las venas del árbol
la amaestrada soledad que crece
le deshoja los brotes al sosiego.

 

El peregrino

Me alimento el vacío
con un trozo de dios abandonado.
Ileana Álvarez

Por latir el sosiego la manía
de abrazarnos el rostro en fértil yesca.
El camino que aviento no obedezca
al quicio que planea sobre el día.

Horizontales horas subo al alba,
en secuencias del torso que la muerde.
Sacude el abandono al sol si pierde
la memoria del hombre que lo salva.

Doméstico en su fiebre, bajo fondo
el margen que nos crece, reverencio
contra el límite manso, vid que escondo.

En vigilias del aire me sentencio
la soledad que sana en donde hondo
el peregrino esculpe otro silencio.

 

Dársena de los amanecidos

El desamparo posa para aquel
que doma la tardanza de las noches.
Amanezca el que ayuna los derroches
del día que se entrega a otro cincel.

Haz que sea la sombra el manantial
sobre el deseo antiguo de dormirse;
adentro el equilibrio ha de escurrirse
como la mudez que arde en espiral.

/Onírica esperanza contra el leño/,
brújulas cuelga el aire hacia los ojos
que viven los acróbatas del sueño.

—Oh parsimonia—, en sitios de la fuga
con los nervios del sol baja el enjambre
de la piedad del cuerpo que madruga.