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“Larga es la noche”, de Frank CorreaLarga es la noche: ¿novela kafkiana cubana?

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Frank Correa (Cuba) nos sorprende otra vez, ahora con su segunda novela Larga es la noche, ganadora del premio Franz Kafka. No me sorprende por su contenido, que otra vez está imbuido por el mismo ambiente de lasitud y desesperanza de su primera novela Pagar para ver1 y de otras obras suyas inéditas que he leído, sino por la simplicidad y naturalidad con que narra: siempre una sorpresa placentera. Ingenuidad, casi se puede decir, a juzgar por el tino que tiene este escritor al encontrar la palabra justa sin buscar hipérbole ni choque. Como se ha notado por otros reseñistas, Frank tiene la facilidad de narrar escribiendo como si narrara platicando.

En su forma originaria, esta novela nació como tres cuentos distintos que ahora se nos presentan como un tríptico del Bosco que expone el jardín de las delicias que es la vida en la Cuba de hoy. Sólo que una tabla (infierno) predomina sobre las otras dos (paraíso y lujuria). En el primer cuento el protagonista viaja con su pareja desde La Habana a Guantánamo, ciudad de nacimiento de Frank y de su narrador. La riña entre hombre y mujer y el viaje en tren que la encuadra bien ilustran el título de la novela. Pero es el segundo cuento el que lo ilustra mejor, en el cual el protagonista (¿el mismo u otro?) pasa una noche insufriblemente larga como novicio en el oficio de custodio de un policlínico. El tercero, afortunadamente, nos da (como un pinchazo de heroína) algún alivio de este infierno, porque vivimos las fantasías del protagonista (¿otro o igual?), quien ahora es “jinetero”/gigoló/conejillo de Indias, de una “yuma” (extranjera) guapa y adinerada, cuento que naturalmente termina con giro inesperado. El protagonista sigue siendo igual, suponemos, por todo el relato, si bien el narrador habla en primera persona en los dos primeros cuentos y en tercera persona en el último, y el protagonista de éste hace el papel de álter ego del narrador. En su conjunto, las tres partes funcionan bien como novela, y fue un acierto del autor la combinación en una obra de tres retablos que tuvieron distintas concepciones. Mientras tanto, nuestro recorrido por este tríptico cubano nos ha proporcionado un panorama de caracteres y situaciones pintorescos, degenerados y lamentables.

El autor me confesó una vez que es admirador del Che Guevara, y sé que no tiene disposición a mezclarse en la política, pero lo lastimoso de la vida hoy día en Cuba es que un hombre tal, que sólo aspira a ser escritor, se ha hecho “periodista disidente” sólo por querer ejercer su oficio de artífice de la palabra. El premio que ganó con este libro fue presentado por la biblioteca independiente Libri Prohibiti de la República Checa, bajo el sobrenombre de “Libros de gaveta”. Según sus fundadores: “El concurso fue creado para apoyar a los escritores que no pueden publicar en la isla por no pertenecer a las organizaciones oficialistas dedicadas a la literatura, y guardan sus textos en una gaveta a la espera de una oportunidad para publicarlos”.

Uno de los problemas que acucian la literatura cubana contemporánea es la obsesión de sus escritores con su propio ambiente, dentro del cual se sienten encarcelados, y la autodefinición de sus protagonistas como escritores. Frank Correa, como muchos de los escritores aspirantes de la isla que se apodan “los novísimos”, tendrá que apartarse de su obsesión como intelectual frustrado si quiere escribir la novela de que es capaz como diestro artífice. Anke Birkenmaier ha preguntado si existe una literatura “poscubana”.2 Para mí, quisiera preguntar si puede existir una novela poscubana en el sentido de una obra que se sobreponga al ambiente inmediato del escritor para crear algo más relevante al lector fuera de la isla. Frank Correa da muestras de esta posibilidad cuando crea un viaje en tren que no ilustra sólo una crisis de transporte ferroviario, ni simplemente una crisis de sistema político por metonimia, sino un retablo que pinta otra variación de la condición humana; cuando (en su policlínico) representa no sólo la dolorosa espera cubana por la libertad de expresión, sino la aspiración de todo hombre y mujer por escapar del infierno que puede ser la vida, y cuando expresa el anhelo del espíritu creativo de todo ser humano de florecer, en la fantasía de un “jinetero” cubano por ser descubierto por una rica extranjera. Pero la atracción de lo inmediato, de lo íntimo, y la trampa de la autobiografía, pueden llegar a una obsesión, una ceguera a otras posibilidades, y a una autoencarcelación en las inquietudes de una isla que se ha acostumbrado a escribir con mayúscula.

Quizá sea coincidente, o tal vez esto haya influido en su decisión, pero el jurado ha acertado al galardonar a Frank con el Premio Franz Kafka, en tanto que este Franz cubano, como su homónimo checo, crea con facilidad un ambiente —en otro lugar bien distinto, desde luego, con su vívida luz caribeña, y caracteres y situaciones que huelen al sudor de la guagua habanera— ese ambiente misterioso, impenetrable, escalofriante de una burocracia o sistema que, por metonimia, tiene vigencia también para el lector que no vive dentro de ese sistema. Afortunadamente tenemos también el humor y bonhomie de nuestro Frank para llevarnos de mano por este proceso, este castillo, que es la vida.

 

Notas

  1. Latin Heritage Foundation, 2011.
  2. Anke Birkenmaier (2011). “Is there a Post-Cuban literature?” Review: Literature and Arts of the Americas. 44:1, 6-11.