Artículos y reportajes
“El espía”, de Justo Navarro
El espía
Justo Navarro
Anagrama
Barcelona, España, 2011
215 pp.
El espía, de Justo Navarro

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La paradoja del poeta resentido: Ezra Pound

Justo Navarro (Granada, 1953) es un escritor consolidado con varios galardones en su haber, como los premios Crítica o Herralde, además de contar con casi una docena de novelas publicadas. Por su parte, El espía se suma a la reciente corriente de novelas testimoniales dedicadas a personajes históricos relevantes que siguen aportando un mensaje atrayente al público contemporáneo, como sucede con El sueño del celta (Alfaguara, 2010) de Vargas Llosa, dedicada a Roger Casement, o con Hammerstein o el tesón. Una historia alemana (Anagrama, 2011), de Enzensberger. En su caso se trata de una metanovela que proyecta sobre Ezra Pound (Idaho, 1885; Venecia, 1972) la conocida metáfora del doble, triple, cuádruple o quíntuple papel que con frecuencia puede desempeñar en la vida ordinaria el escritor despistado cuando asume la función de profesor, padre de familia, narrador, poeta, turista, amante, investigador, a pesar de ser un mero aficionado en casi todas estas ocupaciones. Además, en este caso la novela se ocupa del conocido poeta americano maldito que terminó siendo un fervoroso seguidor de Mussolini, dando lugar a las más disparatadas situaciones de tipo cómico.

Se le describe como un joven poeta resentido por no haber obtenido el esperado reconocimiento oficial que a su modo de ver merecía. Circunstancia que fue aprovechada por los servicios de información italianos para convertirlo en un genio de la radio y de la propaganda mediática fascista, siendo convenientemente retribuido por todas sus asiduas colaboraciones laudatorias que tuvo respecto de Mussolini. Por su parte, los americanos lo tomarían como un loco de remate, dado el tipo de bufonadas en que se convertían con frecuencia sus soflamas radiofónicas. En este sentido a lo largo de la narración también se dejan entrever los numerosos contactos que mantuvo con los distintos servicios de inteligencia, tanto italianos como ingleses, personificados respectivamente por los agentes Mangamaro y Angleton, aunque por distintas razones siempre habría salido airoso de las distintas pesquisas que le hicieron.

La narración se sitúa en cualquier caso durante la larga estancia de Pound en Italia entre los años 20 y el final de la contienda mundial en 1945. Sin embargo todo ello se entremezcla con el viaje propagandístico que hizo en 1939 a Estados Unidos para tratar de impedir que este país entrara en la contienda mundial, así como con el posterior juicio por alta traición que él mismo voluntariamente habría promovido. Al final de la novela la narración se va volviendo progresivamente más subjetiva, sometiendo a un personaje verdaderamente novelesco a sucesivos desdoblamientos cada vez más calidoscópicos, que sumen al lector en una creciente perplejidad, sin darle ninguna solución al enigma planteado.

 

Una metáfora de los desdoblamientos de la vida posmoderna

Por su parte Julio Navarro toma las andanzas de Ezra Pound durante la contienda mundial como una metáfora del tipo de la vida que aún hoy día seguimos llevando. En efecto, fue entonces cuando se generalizó un modo de vida poliédrico característico de los sistemas políticos totalitarios, ya fueran de tipo fascista o comunista, y que posteriormente se agudizaría aún más durante la guerra fría. En una situación así, el intelectual comprometido, especialmente si se trataba de un periodista radiofónico, como fue Ezra Pound, o un simple narrador literario, como ahora sucede con el propio Julio Navarro, se ve obligado a hacer un doble, triple o cuádruple juego, según las personas con que se relacione en cada momento, sin que en ningún caso los comportamientos sean tan lineales como a primera vista pudiera parecer.

De hecho se asigna a Ezra Pound un doble o triple papel, según los casos. En un primer momento aparece como un fanático fascista convencido de sus ideales, sobre el que simultáneamente recae la sistemática sospecha de que también pudo llegar a ser un agente doble o al menos un topo camuflado, sin pretenderlo, dados los contactos tan asiduos y directos que seguía manteniendo con los correspondientes agentes de información de ambos bandos. Se explica cómo el agente italiano Mangamaro le habría sometido a un continuo seguimiento, tratando de localizar y de desactivar sus hipotéticos contactos nunca comprobados con el espionaje inglés y americano, sin que el propio interesado se diera por aludido. Por otro lado, desde su juventud en Inglaterra le habría unido una vieja amistad profesional con el jefe del contraespionaje inglés, Angleton, que al parecer podría haber utilizado a Pound sin su consentimiento como tapadera de sus propias actividades de espionaje, dada la gran habilidad del inglés de transformar en colaboraciones los contactos más aparentemente anodinos. En cualquier caso Angleton se habría servido de Pound por el simple procedimiento de seguir cultivando una vieja amistad, sin poder precisar el grado de colaboración tácita o expresa que en su caso le prestó.

 

La fuerte personalidad histriónica de Ezra Pound

De todos modos ahora también se destaca la fuerte personalidad histriónica de Pound. Su rasgo más característico habría consistido en cultivar un pacifismo de corte anticapitalista y antisionista muy somatizado, que podría haber sido producto a su vez del resentimiento por no haber alcanzado el reconocimiento que siempre se le negó en Inglaterra. Todo ello no impidió que simultáneamente tratara de evitar la entrada final de Estados Unidos en el conflicto, realizando un viaje claramente propagandístico en 1939 con este motivo que, finalmente, acabaría fracasando.

En cualquier caso habría tratado de transmitir dos actitudes aparentemente contrarias a su audiencia: por un lado, una visión populista muy romántica del capitalismo y la democracia americana, muy próxima al estilo demagógico fascista de Mussolini en los años 20. Por otro lado, un creciente antimilitarismo que podría haber acabado marcando la línea roja que le terminó separando del fascismo. A este respecto ahora se sugiere la posibilidad de una oscura vía diplomática vaticana igualmente fracasada de tipo antibelicista que le habría llevado a entrar en contacto con la embajada del Japón en Italia, sin por ello dejar de prestar su apoyo incondicional a Mussolini, incluidos los peores momentos finales de la República de Saló.

Además, ahora todo este cuadro se enmarca en sus reiteradas soflamas radiofónicas cada vez más histriónicas que, con independencia de que pudieran contener información cifrada, provocaban más risa que enfado de su audiencia americana, sin que tampoco nadie supiera exactamente lo que efectivamente perseguía. En este contexto se hicieron proverbiales su perfecto dominio del lenguaje radiofónico, su amplio conocimiento de la política internacional y sus arraigadas convicciones fascistas, lo que habría terminado por desconcertar a los propios servicios de inteligencia italianos. Por su parte todo ello habría sido llevado a cabo con una alta conciencia del deber, en coherencia con su concepto de democracia al estilo populista americano, a pesar de los numerosos delitos por alta traición que simultáneamente podría estar cometiendo. En cualquier caso los avatares de la guerra le acabaron convirtiendo en el perfecto agente doble, a pesar de que el mismo habría sido el primero en negarlo rotundamente. De hecho ahora se comprueba cómo simultáneamente hizo lo imposible para que posteriormente ningún bando le pudiera reconocer sus posibles méritos, a diferencia de lo que ocurrió en otros casos.

 

Un intelectual siempre en el límite: del pacifismo a la bufonada

Evidentemente este doble juego pasaba por la defensa de un pacifismo muy radicalizado que se acabaría tomando como una gran bufonada por parte del bando americano. Por su parte los italianos y alemanes lo tomaron como si se tratara de un “tonto útil”, que siguió apoyando a Mussolini incluso en los momentos en que ya todo estaba perdido, cuando ya nadie creía en su causa. Pero en ambos casos el resultado fue igualmente ambivalente: por un lado, los americanos le acusaron de haber cometido delitos por alta traición tan graves que ya nunca podrían ser perdonados, aunque a la larga fueran sobreseídos. Pero a la vez los servicios de información italianos que le vigilaban de cerca vieron con estupor cómo mantuvo una fidelidad a prueba de fuego a favor del fascismo, cuando ya todos habían desertado o simplemente se habían suicidado.

Se describe así el enigma de Ezra Pound como un problema de imposible solución, dado lo contradictorio de las evidencias históricas que se tienen. Sin embargo para Justo Navarro es el enigma de nuestra época, de nuestra cultura, de nosotros mismos. La gente hoy día sigue abocada a vivir una multitud de papeles, muchas veces contradictorios entre sí, sin poder renunciar a ninguno de ellos. O bien el intelectual se presenta como un histrión, que practica con habilidad un doble juego, aunque esté muy lejos de conseguirlo; o bien se toma al intelectual como el “tonto útil” de turno, al servicio de intereses no confesados, aunque tampoco saque un beneficio concreto de todo ello. De este modo el intelectual se ve abocado a tener que vivir en un permanente simulacro, ejerciendo una multitud de papeles que al final le pueden pasar factura, salvo que se haga perdonar la vida por idolatrarlo. A este respecto Justo Navarro hace un diagnóstico un tanto lúgubre del papel que le corresponde al intelectual en la sociedad postmoderna, donde al final acaba inevitablemente naufragando ante el pesado lastre que sin duda dejan sus propias contradicciones.