Entrevistas
“A mí no me salen los muertos, saben que yo no los veo”: Leandro Díaz

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Leandro Díaz

Dos meses escasos después que Leandro Díaz, uno de nuestros últimos juglares que le sobrevivían al folclor, nos regalaba una tarde llena de anécdotas, de historias y canciones, de recuerdos cargados de sentimientos, entre ellos la nostalgia, hace su tránsito a una vida etérea, de descanso, de amor y de paz, a una dimensión lejana de este valle de lágrimas. Se fue pero dejó a Colombia un inmenso legado musical en el que se cuentan canciones como La diosa coronada, Matilde Lina, El verano, La loba ceniza, La gordita, Dios no me deja, Tres guitarras, Adelante o Dos papeles.

Poeta y cantor ciego. Autor de melodías e historias de la música vallenata, llenas de belleza, lirismo y sorprendentes imágenes y hasta de cierto misterio, porque él para componerlas veía con los ojos del alma, cuando paseaba por idílicos paisajes y los hacía objeto de su canto, cuando sentía la presencia de las mujeres que lo inspiraron.

***

Llegamos a su casa, dimos un abrazo al maestro Leandro. Pedro Olivella dice: René es un amigo periodista. Venimos a saludarlo y a pasar la tarde con usted.

La visita y la complicidad de Leandro y Pedro Olivella hizo que el maestro expresara su efusividad, que se le notaba en forma de aureola: se sentía entre nosotros como fuerza magnética.

A propósito de la edición especial que hizo Old Parr con la efigie de Leandro, Pedro dijo: “Vamos a destapar una de Leandro, pues”.

El maestro con su picardía espetó: “Al Old Parr ahora se le ha metido en ponerme en su vagabundina. ¿Usted sabe lo que es eso?”.

—¿Todavía se toma sus Old Parr?

—Ja ja —ríe. Antes de cantar dice:— Yo digo —y canta—: “La que deja un cariño deja dos / sigue experimentando / y si deja el tercero jure a Dios / que le sigue gustando / deja el cuarto y el quinto y hasta el seis / nada más pa gozá / y después se convierte en la mujer matadora de hombres por maldad / con el alma perdida (...)”.1

Pedro le hace una segunda voz. Al terminar de cantar ese fragmento, la presencia de Pedro Olivella hace recordar a Leandro los viajes y la otrora compañía por algunos pueblos, y en un tono nostálgico cuenta: “Pasábamos por Curumaní, chévere”.

Después del comentario de Leandro, al final de la canción, Pedro dice: “Maestro, hay una canción muy bonita”, y canta. Todos cantamos:

“Un medio día que estuve pensando / un medio día que estuve pensando / en la mujer que me hacía soñar / las aguas claras del río Tocaimo me dieron fuerzas para cantar / llegó de pronto a mi pensamiento / esa bella melodía / y como nada tenía la aproveché en el momento”.2

Digo, aludiendo al próximo verso de la canción:

—¿Ese paseo de quién es? —y el maestro, en respuesta, completa el verso:

—“De Leandro Díaz”.

Nuevamente, buscando un juego, digo: “Pero parece de Emilianito”. Él repite el verso, y agrega: “Porque como era del Plan, no fueran a creer que era él que estaba homenajeando a la mujer. La gente se pone en cosas. Yo evité eso”.

Quiere indicar que si no hacía esa aclaración fácilmente se le hubiera atribuido a Emilianito, creyéndosele el autor de la canción.

—Maestro, cuando escucha cantar a su hijo Ivo, qué siente.

—¿Yo? Na. (Risa). Desde chiquito oyéndolo. ¿Sabe?... que cuando estaba pequeño, se levantaba tipo 5, 6 de la mañana, se metía al baño, abría la llave, y se sentaba a cantar. Yo creía que se estaba bañando, y era para que no le fregaran la vida. ¿Mis canciones?... No, cantaba cualquiera. Pero cuando ya se dio cuenta de que las mías eran pedidas se las aprendía. Ivo cuando ya tenía 10 años era un cantante. Al que nace con las cosas hay que reconocérselas.

—¿Se acuerda de la Loba ceniza?

No, no me acuerdo de esa vieja, se murió hace tiempo.

—¿Y del canto?

—El canto me lo robó Abel Antonio Villa.3

—Y le puso La camaleona, ¿no?

—No... Eh...

Dice Leandro confirmando la autoría de la canción con su nombre original:

—El nombre es La loba ceniza porque allá, en la tierra donde me crie, hay muchos lagartos y viven cenizos, porque esa tierra es polvorienta, entonces, esa, la vieja esa, era más puerca que una cochina. Iba al arroyo cada ocho días...

—¿No se bañaba?

—Se bañaba con tierra. Murió hace tiempo.

Pedro Olivella le pregunta con un poquito de veneno: Maestro, ¿no le ha salido?

Y él contrapregunta: —¿Esa? —Y continúa—. Tal vez, pero como no la veo. A mí no me salen los muertos, saben que yo no los veo... —Y exclama—: ¡Hombeee, Peter Olivella!

Leandro, después de una pausa, dice —respondiendo la pregunta del periodista sobre sus estancias en el pueblo— que va a San Diego de vez en cuando, que hace dos meses que estuvo allá, y que inmediatamente termine el festival se va a descansar a San Diego. La señora Francia Rodríguez, suegra de Ivo, quien nos acompañó toda la tarde, en la terraza, a lo largo de la entrevista, anota que allá lo soba la gorda. No se hacen esperar las risas de todos y la pertinente pregunta: ¿tiene a una gordita allá? Y él, serio responde: —Yo he tenido a mi mujer allá todo el tiempo —y agrega que allá se come su yuca, su ñame, su malanga. Precisa que la malanga se halla más en Valledupar que en San Diego. Luego, dice con énfasis: “Todo eso lo sé sembrar: el ñame, la batata, la yuca, la malanga... Me crié en una finquita donde sembrábamos todo eso. Allá en la Sierra de los Pajales”.

Olivella indaga sobre la finca. Él dice que la regaló a su hijo, “al mayor de mi mujer —a Ascanio Rueda, precisa, y prosigue—. La plata que me dieron por La gordita, con esa, pagué la finquita. ¡Ah, el que no puede trabajar no debe tener na!”.

—¿No quiso nada con usted la gordita?

—La gordita no quiso na conmigo. Es que he sido más salao que un pescao de mar.

Le pedimos que cante un fragmento de La gordita. Entonces el maestro pregunta con picardía: “¿Cuál gordita?”. Pedro canta el inicio, y el maestro continúa, con una voz ya cascada por sus ochenta y cinco años:

“Era sábado en la tarde el día que llegué a mi tierra / y me contaron la historia que le ocurrió a la gordita / era sábado en la tarde el día que llegué a mi tierra / y yo que me trasnochaba y hasta pensaba quererla / hoy están jugando con ella / a mi esas cosas me mortifican / tanto que vaciló la gordita / y nada quiso conmigo / ahora le traigo esta cancioncita / con esta la castigo”.4

Termina de cantar y expresa, tal vez con el rescoldo de un antiguo despecho: “¡La gordita! ¡Bonito componerle a una fea!”.

—¿Cómo pasa sus días aquí en el Valle?

Torna su semblante adusto. La pregunta parece caerle como peso de plomo.

—Un poco fastidiado —responde.

—¿Por la salud?

—¡No, de salud estoy bien! Pero vivo solo.

—¿Eso agobia, no?

—El hijo... Como la mujer trabaja, se va temprano pa la calle...

—¿Y queda solo?

—Solitooo.

Se ha creado un silencio en la reunión. El maestro, dirigiéndose a Pedro, decide romperlo, exclamando: “¡No llore, que su mujer no se le ha perdido!”.

Risas.

Pedro aguijoneado dice: “A veces quiero que se pierda, a ver si me pierdo yo también”.

—Decía un verso de mi tío —comenta Leandro, y canta—: “La mujer que quiere a uno / la mujer que quiere a dos / la mujer que quiere a uno / la mujer que quiere a dos / y con su marido son tres / se le corta la cabeza, pa’ que no lo vuelva a hacé”.

Ha terminado de cantar esos versos, y apelando a su complicidad con Pedro Olivella, dice: “¡Ay, Peter Olivella! ¡El hombre de las mujeres de San Diego! (ríe). Bueno, y hablando en serio, San Diego es un pueblito sabroso. La ventaja es que saben hacé una arepa”.

En recuerdo de los versos de una canción de Gustavo Gutiérrez, Mis condiciones,5 que canta Iván Villazón, y que en forma hipotética sitúa a la amada en San Diego: “Para San Diego vas a ir / Y nunca lo vas a olvidar / Y a Leandro Díaz le pediré / Que me cante sus canciones / Que me enternecen el alma / Y alegran mil corazones...”. Con referencia a esos versos, el periodista dice:

—San Diego, allá donde Gustavo Gutiérrez pedía que cantara sus canciones.

Leandro, sin hacer esa asociación, expresa jocoso su parecer en torno a las canciones de Gustavo Gutiérrez.

—Eh, es un flojazo. Hasta cuando las presenta se le nota que es perezoso, que no les tiene ese amor. Yo sí quiero a mis canciones y bastante.

—¿Qué hay de sus amigos de la vieja guardia, lo visitan todavía?

—Si toda esa gente se murió.

—¿Lo están dejando solo, maestro?

—Lo que pasa es que esa gente, cuando vive en un pueblo y se va a vivir a otro cambia total... Yo me vine a Valledupar y vivo aquí en mi barrio...

Parece advertir que con los viejos amigos que quedan pasa lo que acaba de señalar.

Su pensamiento da un giro y comenta:

—La vida del pobre es más bonita que la del rico. El rico tiene que estar parejo, y no se conforma con cualquier vaina, pero goza más el pobre que el rico, parece mentira...

Alguien, al pasar por el frente de la terraza, activa la alarma de un carro cuando lo toca. Pito de sirenas por un par de minutos.

Pedro quiere saber por una canción y canta:

“Un hombre bueno bajaba del monte / llevando a sus hijos para la ciudad / Quería dejar en la iglesia su nombre / Darle su apellido de forma legal”.

Leandro dice:

—Ah, esa se llama Historia sin nombre —y anota—. No está grabada, no. Lo que pasa es que la iba a grabar con un conjunto de la sabana, pero a la larga, ellos lo único que saben tocar es cumbia. Cuando nos pusimos a ensayar: ensaya y ensaya y no le entraba al hombre la... ¡Ah, hombe! ¡Deja esa vaina así, eh!

“¿Cómo es que dice?”, pregunta Leandro, y canta: “Un hombre bueno bajaba del monte / llevando a su hijo para la ciudad / Quiso dejar en la iglesia su nombre / Darle su apellido en forma legal / Y en el camino cuatro atracadores / mataron al niño también al papá”.

“...A mí me da guayabo cantar esa canción”, expresa Leandro.

Continúa Pedro: “La madre buena de un corazón sano”...

El maestro retoma la canción: “Se quedó esperando de aquel pa celebrar el bautizo esperado / De Arturo y Galeano llena de placer / sin darse cuenta que allá en el manzano / en un charco de sangre se encontraban los tres”.

Leandro hace pausa. Pedro canta el verso siguiente: “Un campesino llegaba del pueblo”...

—Hasta a mí se me está olvidando —apunta Leandro, y sigue cantando—: “Dio la noticia con gran desespero / allí mataron al chato Manuel”. Historia sin nombre, se llama —reitera el maestro, y prosigue—: “...Los campesinos todos se agruparon / algunos soberbios querían proceder / cuando la tarde ya estaba cayendo / llegaba la tarde y el cura también / y los campesinos gritaban soberbios / vamos a enterrarlos sin cura y sin ley”.

—He hecho canciones que casi ni me acuerdo... Una de las cosas que digo a mis amigos es que he sido un hombre sin temor... A ningún compositor le tengo temor, al mejor me lo traigo de amigo. Yo tengo una canción que dice: “Adelante con mi canto lastimero / seguiré de noche yo seguiré de día / y si más tarde me atormenta un desespero / me hago el desentendido y lucharé con valentía / caminaré sin rumbo por la calle / igual que mucha gente en esta vida / Si una puerta se cierra otra se abre/ y encontraré de nuevo la salida”. Se llama Adelante.6 Peter sí ha oído canciones mías. Nosotros nos íbamos por Tamalameque, por todo eso andábamos. ¡Ah! Yo estuve hace dos meses en Tamalameque.

—¿Le salió la Llorona loca, maestro?

—No, yo me llevé un cristo y me lo puse... (Ríe) Por si acaso venga La Llorona y se lo tiro.

—¿Para espantarla?

Risas... Silencio.

—José Benito Barros. La llorona loca7 —dice el maestro y continúa—. Oye, antes había gente que se preocupaba cuando hacía una canción. Usted cree que esa canción, Alicia adorada... fueron canciones que dieron vida a nuestro folclor. ¡Es que ahora no hacen na! Dónde está el compositor que hace música en el aire. Yo pregunto. Entonces, cuando van a tocar en una parranda salen con una gritería, al estilo de Dangond, ¿cómo es que se llama?

—“Silvestre”, decimos a una voz.

—Silvestre... y el que lo hace mejorcito de toditos. Cuando yo estoy, o hay música o me voy. Ah, no, eso sí, con respeto y todo, pero...

Disfrutamos enseguida cantando entre todos La Llorona loca.

—Y antes había disparates —señala—. El hombre de ayer era componente de mentiras. Usted sabe lo que era, que había brujas. Qué se hizo la brujería —se pregunta.

—¿Le salió alguna bruja?

—No, a mí no. Ellas sabían que yo no las veía.

Olivella pregunta que si la chica Liñán era vecina suya.

—No —responde—, ella era amiga mía. La chica Liñán era hechicera.

—Con escoba o sin escoba.

—De toas maneras, hasta descalza.

Pedro anota que era bruja y vivía cerca a Leandro. Y remata muy jocosamente: “Yo creo que los brujos se juntan”.

Risas.

—Yo la buscaba —dice Leandro— porque hacía un café muy bueno, más sabroso, y era amiga de mi mujer. Cuando ella hizo su casita iba a visitarla.

Pedro pregunta a Leandro que si era brujo, y el maestro responde: “No, yo era un quiromántico. Leía las manos”.

—¿A las muchachas?

—Y a la vieja esa. La chica era mansita. Era buena gente.

—¿La veía con los ojos del alma?

—Sabe que tengo mis ojos que no los cambio... ¿usted ha oído esa canción?... Dios no me deja.

El maestro pregunta al periodista: ¿Sabe qué canción me gusta? Es mía y me gusta.

—¿Cuál?

—Dos papeles.8

Canta.

“Esta música parecida a una que yo llevo conmigo / hace 20 años señores / Ella me enseñó que en la vida / el hombre recoge caminos llenos de maldad y de rencores / hasta lastimar las heridas / que han dejado viejos amores”.

Dice Leandro después de cantar:

“¡Nojoda, es que son muchos versos bien hechos, nojoñe!”.

Risas.

Sigue cantando.

“Con ella empezó mi cantar / una hermosa copla dándole consuelo a mi alma / si tengo una novia por ahí / se vuelve el amigo traidor / porque yo no merezco nada / si tengo una mujer amada / otro me la quiere quitar”.

El maestro se enseñorea en su maestría y comenta:

—Le decía a un tipo que me leía mis canciones en Cartagena: toma, léelas y me dices dónde está la falla. Me leyó como veinte y no encontró una que no tuviera rima. Edilberto Valle, vivía en El Alto Bosque. Él me llevó a Cartagena y tocamos allá un poco de días.

Nuestro cantor que ve con el alma no recuerda mucho de Cartagena. La conoce poco. Sólo tiene recuerdos de momentos en que fueron a comer cerca al mar y nada más. Dice que recuerda más de Barranquilla, puesto que allá iba mucho más.

—Tuvo algún amor en Cartagena.

—No. En esa época yo estaba comprometido con una hembra por aquí y no la iba a cambiar por una negra.

—Allá hay de todo, hay también rubias.

—Esas monas no son de allí. A mí me gusta Cartagena es por su señorío.

De los pueblos de la sabana, dice que recuerda su llegada a Sincelejo. Le gustaba escuchar cumbia. No se perdía las fiestas de toro. Anota que fue amigo de Rubén Darío Salcedo, y que para la época de sus viajes a Sincelejo comenzaba Calixto Ochoa a acreditarse. Con Lucho Bermúdez se conoció en Bogotá en los años 60. Aunque Barranquilla no es sabanera la incluye, y recuerda La Butifarra, de Pacho Galán, y las canciones de La novia de Barranquilla, Estercita Forero. Cuenta que en Corozal, acompañado de Andrés Landero, Estercita Forero, Calixto Ochoa y Joe Arroyo, les hicieron una fiesta.

Ya partíamos. Llega Ivo y nos dimos un abrazo:

—Nos hemos divertido mucho, ha sido una tarde amena con el maestro.

—Imagínense —dice Ivo—. Ahora en el festival, después que casi cien fotógrafos le disparan sus flashes, me dijo: “Si las fotos desgastaran el rostro, ya estuviera sin cara”.

En la despedida, Leandro dice al periodista, muy emocionado, que no se olvide que en Valledupar deja a un amigo.

Leandro Díaz

Notas y canciones referenciadas

Esta entrevista fue realizada en Valledupar a finales de abril, dos meses antes del fallecimiento del maestro. Es la última entrevista concedida a un periodista. Leandro Díaz falleció el día 22 de junio de 2013.

  1. La que se va. Autor: Leandro Díaz. Canta Alfredo Gutiérrez y su conjunto. Álbum: Matilde Lina y más éxitos, 1970.
  2. Matilde Lina. Autor: Leandro Díaz. Distintas versiones, entre ellas las de Alfredo Gutiérrez y su conjunto; Carlos Vives y Egidio Cuadrado, e Ivo Díaz y Hugo Carlos Granados.
  3. Abel Antonio Villa. Juglar vallenato. Grabó la canción de Leandro Díaz La loba ceniza como de su autoría, con el título La camaleona reseca. Dice Leandro que es su primera canción.
  4. La gordita. Autor: Leandro Díaz. Canta Jorge Oñate, con el acordeón de Juancho Rois. Álbum: Paisaje de sol.
  5. Mis condiciones. Autor: Gustavo Gutiérrez. Canta Iván Villazón, con el acordeón de Cocha Molina. Álbum: Enamorado de ella, 1989.
  6. Adelante. Autor Leandro Díaz. Canta Rafael Orozco, con el acordeón de Emilio Oviedo. Álbum: Adelante, 1975.
  7. La llorona loca. Composición: José Benito Barros. Interpretada por la Orquesta de Pérez Prado con el título La llorona. Voz de Tony Camargo. Igualmente, la grabó Checo Acosta con acompañamiento de Juan Piña.
  8. Dos papeles. Autor: Leandro Díaz. Interpretan Hermanos López. Canta Jorge Oñate. Álbum: Rosa Jardinera, 1974. El tema se parece melódicamente a Corina (la canción de la que Escalona tomó la música para La brasilera).