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Soneto a Jesús crucificado

Para Armando Rojas-Guardia

Si fuera concedido sumergirme
en esa niebla de tu esputo santo
que Schehadé cantó, no fuera tanto
como el solo foetazo, en donde asirme

a lo que, un tenue atisbo inmenso, espero
que a mi patria cabal me aventaría.
¿Por qué, entonces, me aferro a esta porfía
de querer tu consuelo, y no el madero

fragante astilla de núbil canela?
De la zanja hecha en mi tonsura fluya
(porque adamándote me ame a mí mismo

sin tacha) el agua donde la gacela
abreva, al fin promiscua con la tuya
para ti, dulce ron de los abismos.

 

Poema

A Juan Sánchez Peláez

Esta comarca de jardines oscuros, en la que nacimos,
el lívido país donde los claustros sensuales
en horas meridianas iluminan
un biombo que entreteje lo fresco del bochorno,
nunca fue familiar a los peregrinos de Septentrión
y tampoco es el reino de la princesa Melisenda.
Pero en mi trópico sereno, como si fuera el siglo diecinueve­
¡cuántas veces he visto mi alma caminando hasta la fuente remota, a mirar el agua y las hojas negras!
Allí se abre la rosa blanca que es mi propia alma y siempre estuvo allí,
y a medida que el día avanza
un cielo lleno de agua brilla, fragante,
más azul porque la sombra es su pórtico.

Me pregunto cómo he sido capaz de entender otro lenguaje:
ha de ser porque en nuestra ciudad el clima es lo más amable
y nos deja a nuestras anchas andar
por el aire que viene de todas partes.
Estos bosques están en todos nuestros sueños de una casa
y allí el hastío, y una incómoda, inefable sobrecarga
nos suben a veces desde las rodillas
queriendo hacernos estallar la sien.
Su arrullo es nuestro único ámbito
y al fondo de sus patios va creciendo, húmeda, nuestra tumba.
Yo también tengo, Juancho, una mujer del color de la tierra
y sé que no vivirá muda mi sombra.

Por la tarde, sobre la ciudad toda, baja hasta la hierba la luz del cielo.
Sólo en los prados de Van Eyck he visto su color verdeoro,
y aquí los árboles y cerros
se lo quitan y ponen casi todo el año.
Los lechos portan la fragancia del suelo y nuestros muros;
como ellos, están cruzados por ríos subterráneos.

Pero es preciso que salgamos de allí.

En una playa del litoral,
un alucinado se tuesta el pellejo hasta quedar leproso;
y su llaga lo salva,
como la sangre que brota cuando arrancamos una costra que no deja respirar la herida
la cura, llenándola de aire.

(de Purgatorio; Editorial Eclepsidra, Caracas, 2012).

 

Cómprame siempre flores blancas

Pocas veces he sentido el dolor profundo de tu alma.
Me viene entonces el recuerdo
de una música sensual, femenina y metálica
que acompaña el canto
de una madre del África que se sacrifica,
resignada y sin dar gritos;
que no deja, en su silencio, de llorar copiosamente,
pero no da rienda suelta a su dolor
y así se queda aún después de la muerte,
como quien muere dormido y permanece atrapado en el mundo de los sueños
sabe Dios por cuánto tiempo.

Esa música ya la escuchaba antes de mis cuatro años,
en mi casa de El Paraíso,
antes, mucho antes que supiera de la poesía.
Y con violencia trato de apartar esa imagen
cada vez que me asalta.

Pero el cielo ha dicho
que tú no vas a ahogarte en ese albañal.

Una vez te dije
que tenía miedo de morirme dormido
porque no quería quedarme atrapado
en el mundo de los sueños.
Mi muerte la quiero con los ojos bien abiertos
porque así he luchado por tenerlos
toda mi vida.
Y solamente tú me has descubierto mi propia alma.
Que así te tenga también siempre,
revestida de oro y blanco
como el sol que en ese momento nace o se oculta,
dándome como se debe la mano
para llevarme hasta la cima del monte donde está el crucifijo.

Yo sé, amor mío, que estarás conmigo hasta la lejanísima hora.

Por eso, cómprame siempre flores blancas,
porque mi pie se enreda en los últimos escollos
y la pereza ha dejado en mi cuerpo la señal de la obesidad.

Una vez dijiste que yo era un varón amargo de lluvia
y me sorprendí.
Por eso, mientras más me acerco a ese lugar,
al que llego después de tantos años,
desde donde tú, mirando hacia abajo, sostienes mi mano,
me apresuro a limpiar lo que aún queda del polvo de lluvia seca sobre mi ropa
y me purifico con la arena o el rocío de plata
que en estas cimas hallo por doquier.
¿Cuánto tiempo ha de transcurrir,
cuánto esfuerzo aún has de hacer para subirme hasta allí,
al pie del madero reverdecido como aquel otro báculo del sacerdote?

“Quien camina en el barro con su amante no se pierde”.
Y también
“Todo el que ha sido limpiado anhela los estigmas”.

Ten cuidado y aférrate, no sigas subiendo,
porque no es tu más alto destino huir pronto de esta tierra. Has de vencer la tentación.

Todo cuanto he dicho es sólo posible contigo,
y si para algo sirve mi poca fe, es para asegurarte
que también he de asirte para retenerte;
y al hacerlo así,
he de sanarte para siempre.

(de Purgatorio; Editorial Eclepsidra, Caracas, 2012).

 


 

“Todos los días son días del Paraíso”,
me dijo súbitamente un día
el que guarda el secreto de mi palabra.
“Todos, y no sólo los días radiantes, llenos de colores
como este que ahora contemplas,
y te ha hecho exclamar: este es un día del Paraíso.
¿Acaso tú y cualquier otro no lo saben?
¿Olvidaste ya cuánto amas las mañanas lluviosas?
¿No eres tú mismo quien dice: es bello oír a Ravel, una mañana lluviosa?
¿Por qué tú y todos los que aman la merced de la lluvia
olvidan que de esa manera desciende la gracia de Dios?
Ya muchas veces has visto cómo esos días
la niebla hace perder al Ávila los colores que tanto amas
dejándolo completamente gris, casi negro,
y esto hace incluso que parezca una montaña más alta.
¿Olvidaste ya cuánto te sosiega mirar todo aquello?
Todos los días son días del Paraíso,
también los días descoloridos,
llueva o no.
Cuando es temprano por la mañana
y miras, desde cualquier altura, hacia el centro de Caracas,
¿no te arroba la belleza de la capa de smog
cuando es atravesada por la Luz?”.

Yo recuerdo, padre, que una vez,
mirando las grúas que se alzaban desde un terreno en construcción,
le dijo Aquiles a mi madre:
mira cómo se mueven, qué bellas son, parece que estuvieran bailando.
Y otro día le dijo:
tú eres una de las pocas personas
con quienes uno puede compartir un carrito de mandarinas.

“Y los anocheceres de domingo,
tan oscuros y pesados, y a veces terribles,
¿no te sorprenden en la ventana oyendo, por decir algo, Ruhe, meine seele,
o el adagio del Concierto para Violín de Schumann
tan bello y despreciado, o más exactamente, ignorado
como aquella hora?
Todas las cosas de las que te he hablado te hacen feliz,
pero lo que te digo es tan cierto,
que no depende de ti o tu felicidad:
incluso en el día más desdichado
podrá estremecerte la belleza del mundo.

¿Y no es la Luz la que encierra en sí todos los colores,
los que se ven y los que no?
Es la Luz quien escoge aquello que cada día ustedes han de ver.
¿Cómo lo hace y por qué?”.

(de Entusiasmos; inédito).

 

La sombra de Hölderlin

¿Quién podría decir “Ícaro amado”?
su culpa es semejante a la de los Primeros Padres.
Después de sobreponernos al pensamiento de que sólo la muerte puede curarnos, al permitirnos conocer,
¿qué hacer con una tristeza ociosa, que sobrevive?

Mucho emociona la belleza del mundo,
y dicen los hombres que nadie, después de morir, olvida esta tierra.
Pero la más insólita vastedad del mundo es mínima.
Más acá,
o más allá,
hay lugares como este,
donde es posible gozar un mediodía de verano en un bosque,
cada vez que se quiera.

Un sol fresco,
nacido de las estribaciones de los pinos,
se eleva y enhebra todo el miraje
(¿cuándo será que, amén de ver, podamos escuchar?)
El agua en la cabellera de los pinos,
y las ondas luminosas que cada uno de ellos, formando un pasadizo, nos hacen llegar,
quieren enseñarme la más dura de las lecciones:
estar callado sin estar triste.
La sombra de Hölderlin anda por estas montañas,
y me dice sonriendo, “¡epa vale, aquí estoy!”, muy alta entre pinos.
¿Qué hacer? ¿Sentarme a mirar hasta la consunción, que no demora, y nunca escuchar?
¡Un ardor de ojos de hiena,
ojos como alguna vez frente a la Laguna Negra, rojos e hinchados de tanta sordera,
testigos perennes de lo inexpresable!
Ojalá mi vigilia fuera como la del gallo,
pero esto, ¿a qué hombre le está permitido?
No obstante, mis pasos me aplacan, mis pasos siempre me aplacan,
y hay mucha niebla sobre mi cabeza.

También los hombres, junto al cielo,
dan forma y aliento al paisaje que nos eleva.
Miren la púrpura en el bosque al mediodía:
pétalos de trinitarias sobre la fuente
y en la tierra, las deshechas flores del pomagás.
Algunos dicen que cuando nos enamoramos como nos enamoramos la primera vez,
lo hacemos porque sentimos la nostalgia del cielo.
¿Pero cómo puede ser así, si el amor ensimisma?
Aunque en verdad, es el amor del Pater Ecstaticus, siempre hacia arriba y hacia abajo,
un amor ensimismado.
¿Y entonces, al volver a la Fuente Única que anula cualquier otra apetencia,
nada sabremos, amor mío, el uno del otro?
¿Quién puede imaginar el Paraíso sin la comunión de los santos?

Heme aquí ahora.
Claro que recuerdo,
pero al mismo tiempo siento como si hubiera perdido la memoria.
Estoy en la edad madura, hace nada tenía yo veinte,
y naturalmente sé que en otros veinte años, que pasan volando,
seré un viejo;
pero al mismo tiempo siento que mi vida comienza ahora.
¿Es esto la felicidad?

Quien leyera estas cosas podría sentir exaltación, sin saber lo que cuestan.
¿Así será nuestra despedida de esta tierra?
El corazón que mira estos pinos, muy altos sobre altas montañas,
es el mismo corazón que mira estremecido las luces murientes de su ciudad,
donde un niño, viendo la mancha de aceite sobre un charco dejado por la abundante lluvia,
dice “mira, mami, un arco iris muerto”.
Solitarios, empequeñecidos frente a lo que existe,
como todos los hombres, como el hombre que entonces adora
¿sería necesario decir “que a mí me salve mi ansia de cielo”?
¿Y cómo no darse cuenta que el instante que más incita a la adoración es apenas un instante,
un instante en el cuerpo de un hombre?
Pero conscientes o no, ninguna otra cosa nos sostiene.

Una mariposa azul como la flor azul,
es la luz más notable en este bosque.
¿Cómo puede hacer la luz del sol lo que hace sobre sus alas cuando vuela?
Falena nostálgica,
la blanca piel del mediodía y el aire asiduo imprimen la forma de las almas
y ellas, sentadas sobre los árboles o apareciendo en medio de ellos como frutos del paraíso,
nos obligan a poner las manos sobre el tronco
para que comprendamos que aún vivimos.

La escarcha púrpura que sobre el suelo dejan los pomagás
es una cosa que no es de este mundo.

¿Dicen algunos que todo existe para llegar a un libro?
Cada uno de nosotros vive y, sobre todo, siente cosas que no se pueden escribir.
Esto es casi una verdad de Perogrullo.
Por eso, la justificación de un día, y aun de una vida entera,
nunca podrán ser unas líneas bien compuestas.

Es verdad que veinte años pasan volando,
pero no se puede decir que no son nada.
Queriendo ver despierta la luz de cada quien,
el corazón abierto a cosas que antes creímos intolerables,
¿quién no ha sido tentado por dejarse arrastrar, ahora con más fuerza,
hacia una fatigosa resignación?
Y es que, en verdad,
quien ama no necesita imponer dogmas.
Abarcarlo todo, y aun así, conocer,
esto sólo lo pueden los inmortales.
¿Cómo se soporta tanto sufrimiento sin estallar?

Para esperar el hallazgo de la gracia diurna,
no es necesario emprender, desde aquí,
otro viaje por las regiones subterráneas.
Las formas comunes del olvido o el silencio,
son aquí el don de un cielo cargado de ráfagas,
y cada corola es una antena,
un cáliz saturadísimo
que en nada nos aparta o distrae del señalado camino.
También la tierra forma parte del cielo.

¿Por qué sigo comportándome como en mi juventud, queriendo comenzar las cosas por su final?
Este talante de ánimo es propio de quien ha ya sobrepasado el éxtasis
(y quien lo sobrepasa en el cielo
no tendrá que sufrir la caída)
Son dos nuestros pies, uno para cada mundo,
y si bien es cierto que lo que más vale la pena escribirse es lo que no puede ser escrito,
seguimos siendo hijos del entusiasmo.
Primero tendría que aprender realmente a bailar, ¿no es así?

Durante el silencio parece que todo fluye
como antes y después del silencio.
Cuando nos tendemos a mirar las nubes,
y luego cerramos los ojos
y vemos los bellos colores que ante ellos se forman,
allí no existe la muerte.
Mucho nos vale la memoria,
¿pero de qué nos serviría
si no volviese la primera memoria?
Aquí estoy, parado sobre la tierra.

(de Entusiasmos; inédito).

 


 

Si alguien pregunta
“¿Cómo es la belleza perfecta?”
muéstrale tu propio rostro
y responde:
así.

Rumi

Pero si alguien pregunta
¿cómo es el rostro de Dios?
respóndele:
Como el tuyo.

(de Entusiasmos; inédito).