
Gaviota en la cabeza del dios Baco.
Al abrir las ventanas de la habitación de hotel, veo el amplio balcón por donde entra el fresco de la tarde. Al fondo se distinguen casas y edificios de tejados rojizos, y los patios verdes de algunas casas. A la derecha se dejan ver un campanario y la torre de una iglesia, dibujados contra un cielo índigo. La habitación de este hotel en Oporto me sirve de antesala a un recorrido que he de emprender por una angosta avenida repleta de pequeños edificios, cuyas vidriosas ventanas se apiñan en fachadas asimétricas, que sin embargo guardan un orden arquitectónico fijado a lo largo de esta y otras calles.
Antero de Quental se llama esta avenida que atraviesa buena parte del norte de la ciudad. Hacia la derecha de donde me encuentro se va a una plaza arbolada, la Plaza El Acqua o Plaza de Abril, donde se dice estaba la primera fuente de agua de la vieja ciudad y donde todavía hay un lago surcado por ocas, gaviotas y botes pequeños, un lago rodeado de un denso bosque de árboles delgados que dejan caer hojas y trozos de ramas secas. Las gaviotas están por todos lados en Oporto: planean sobre casas, calles, edificios y plazas, picotean en patios y basurales; se posan en cúpulas, campanarios, columnas, capiteles, peldaños. Estando yo sentado en la Plaza de la República cuadras más abajo, una plaza donde hay una escultura de la Independencia de la República Española (1910-2010) y al otro extremo una escultura del dios Baco, me hallo dispuesto a tomar una fotografía al sonriente gesto esculpido del dios del vino, y justo en ese instante llega una gaviota y se para muy oronda en la cabeza del dios —coronada de hojas de vid— que parece decirme: “Yo también soy diosa y merezco una foto”.

Plaza El Acqua.

Escultura de Fernando Pessoa.
En una de las esquinas de la Plaza El Acqua está situada la Universidad Fernando Pessoa, una universidad que nos invitó a un Congreso de la Paz, gracias a la cual estoy en Portugal. Las facultades de esta universidad están alojadas en distintas casas antiguas, ahora reformadas para recibir estudiantes en aulas y oficinas. El edificio central de la universidad es una de esas casas, con un anexo de construcción nueva en cuya entrada se encuentra una escultura de Fernando Pessoa de cuerpo entero. En el interior del edificio nuevo se aprecia un mural dedicado al gran escritor portugués, un edificio ciertamente más adecuado para alojar aulas, auditorios y dependencias universitarias.
El Congreso de la Paz se desenvolvió con toda normalidad. Hubo ponencias de diferentes disciplinas y ámbitos del conocimiento, y cuando nos tocó a los integrantes de la mesa de literatura, ahí estábamos nosotros, para leer a un grupo de estudiantes y profesores nuestros trabajos. Es increíble cómo los latinoamericanos tenemos una capacidad especial para trabar relación entre nosotros de manera automática, en cualquier parte que estemos; inmediatamente salen a flote nuestros sentimientos de disfrute, alegría o jovialidad, nuestra capacidad de compartir y de charlar sobre cualquier cosa como si nos conociéramos de toda la vida, como ocurrió con aquel grupo de profesores venidos de México, Guatemala y Argentina, compartiendo con otros no menos afables de España y Portugal. En este caso, la profesora Ana María Toscano hizo de anfitriona en Oporto. Ella es la directora del Departamento de Literatura de esa universidad; edita la revista Nuestra América, donde se estimula la investigación teórica y estética sobre escritores de América.
Pues bien, bajo de nuevo por la calle Antero de Quental. Allí en una pequeña pastelería hice mi primera comida portuguesa, consistente en empanadillas fritas rellenas de pescado y croquetas hechas con masa de papa y rellenas de mariscos, ambas de gran suavidad y aroma.

Vista del Duero y la ribera de Oporto desde el Puente Luis I.
Después seguí caminando en dirección sur, y más adelante Oporto se abría en un sinfín de calles pequeñas y grandes que se cruzaban entre sí, jugando con sus sinuosidades para lograr un recorrido íntimo parecido al de los laberintos, desde donde se dejaban ver torres, cúpulas, iglesias pequeñas y grandes catedrales como la Iglesia de Nuestra Señora de Lapa, dominadora de mi sector. También pude apreciar en el recorrido la Iglesia de la Trinidad, la Iglesia del Monasterio de Nuestra Señora del Pilar y el Palacio Episcopal. Me dejo llevar por la pendiente y más abajo me espera un espectáculo que impacta mis sentidos: el cristalino río Duero, sosegado y verde oscuro, por donde los barcos y botes se deslizan. Arriba se divisa un teleférico y aquí en su ribera se aprecian restaurantes y tiendas que acogen a visitantes, ofrecen sus delicias gastronómicas y sus espumosos vinos verdes, blancos y tintos, de una frescura que sacia la sed del cuerpo y muchas veces la del espíritu.

El Puente Luis I. Oporto.
El río Duero está cruzado por altos puentes que conectan ribera con ribera, donde están las numerosas bodegas del vino de Oporto, famoso en el mundo. Desde una ribera, levantando copas en la Bodega Casa Ferrara, bebimos en compañía de los amigos del Congreso de la Paz, el grupo de escritoras visitantes María Ángeles Pérez López, de la Universidad de Salamanca; Paloma Jiménez Gálvez (Paloma es la hija del gran compositor y cantante mexicano José Alfredo Jiménez); Silvia Ruiz Otero y Dorotea Alarcón Méndez, profesoras en la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México, y Ana Lorena Carrillo, profesora guatemalteca de la Universidad Autónoma de Puebla.
Desde las riberas del Duero mirábamos los imponentes puentes: dos metálicos, típicos marcos de la época de hierro del siglo XVIII, proyectados por los ingenieros Gustavo Eiffel (el mismo Eiffel que hizo la Torre en París que lleva su nombre y el de una avenida en la orilla del Duero) y Seyrig, como son el puente de Luis I y el de María Pía (1877), y tres más recientes, construidos durante los años 60, obras del ingeniero Edgar Cardoso: el Puente da Arrábida (1963), el Puente de Sant Joao (1962) y el Puente de Infante, todos ellos por supuesto mucho más jóvenes que la arquitectura medieval de Oporto.

El río Duero.
Oporto, es decir, el Puerto, también le da nombre a Portugal (Porto-calis), el cual se forma al combinar Porto con cale (piedra, roca, elevación rocosa), un puerto localizado en la confluencia de la ciudad con el río Duero. Oporto se caracteriza también por sus majestuosos jardines ornamentales públicos. Algunos de los más conocidos son la Sala de Visitas Floridas, el Solar del Vino, el Parque de Ciudad y de Plazas de Campo Alegre en Serralbes; la Calle de las Flores —mandada a construir por el Rey Manuel I—, literalmente un espectáculo florido, y el Museo Romántico. Por toda la ciudad están esparcidos esos maravillosos jardines donde siempre nos espera un momento de frescura apacible, de verde alegría para el ojo.

Torre de la Iglesia Canónigos.
La arquitectura monumental es otro de los signos de esta ciudad. Siguiendo un recorrido con mapa en mano me topé con varias sorpresas, aunque la herencia medieval en el Oporto actual no sea muy profusa; escasean, por ejemplo, obras del gótico y del barroco. De la época barroca subsisten algunos monumentos importantes de arquitectura manierista como la Iglesia de San Lorenzo —llamada también Colegio de los Grillos de la Compañía de Jesús—, el Convento de los Eremitas de San Agustín y la Iglesia de San Benito de Victoria. El único templo gótico de la ciudad es la Iglesia de San Francisco, antiguo convento de los Frailes Menores, fallidamente intervenido por una fachada ochocentista que ahora se llama Palacio de la Bolsa, cuya arquitectura interior también fue ocultada por torpes iniciativas eclesiásticas. También está la Iglesia Monástica de Santa Clara, antes dueña de un bello portal renacentista, ha sufrido modificaciones en el siglo XVIII que no la beneficiaron en nada.
De siglos posteriores destacan las obras del italiano Nicolau Nasoni, e incluyen el Palacete de San Juan Nuevo y la famosa Iglesia de los Clérigos (1732), cuya admirable torre, terminada en 1750, se convertiría en símbolo de los portuenses. La otra obra famosa de Nasoni es la Iglesia de la Misericordia, trabajada en conjunto con el ingeniero Tavares. De las obras monumentales la más visible y famosa es quizá la Iglesia de San Martín de Cedofeita, erigida sobre una vieja iglesia del siglo VI, cuyo inicio se debe a la Condesa de Tareja, continuada por la Reina D. Mafalda. Esta iglesia, derrumbada en una ocasión por los musulmanes, fue restaurada de modo permanente y luce poderosa como un castillo; se percibe en ella un carácter de fortaleza, guardiana de la fe en los siglos XII y XIII, con sus murallas erguidas y sus hermosos jardines interiores.
¿Qué busca uno en estos templos? Sin ellos, creo, las ciudades parecerían casi vacías e incompletas. No son sólo símbolos del poder religioso o de la Iglesia, sino también de la historia de las ciudades, de sus fundaciones, de sus vicisitudes y luchas. También de su arte y de su cultura, museos donde están cifradas todas estas cosas, pues en todas las religiones y culturas los templos han intentado la cercanía con los dioses, con las fuerzas trascendentes a través de oraciones y lecturas sagradas, de ceremonias y ritos, la humanidad ha intentado un diálogo con las fuerzas superiores, con las potencias ocultas de su psique para conversar no sólo con su entorno, sino con el cosmos, con el cielo y sus maravillas incógnitas. Cuando uno se queda viendo una vieja pared, una ruina, un ídolo antiguo, la imagen de un santo, cuando uno mira un campanario recortado contra el cielo en una tarde crepuscular u oye cánticos de alabanza, se queda como anonadado por el misterio de la existencia. En todas partes, las iglesias nos hablan de esos misterios y de la fuerza oculta del espíritu que quiere dar amor en medio de tanta destrucción inútil.
Luego de estos descensos por las cuestas empinadas de Oporto iba a dar de modo inexorable a la ribera del Duero, donde me esperaba un generoso vaso de vino verde helado, y una cómoda silla para mirar el río, los botes y los paseantes. Me monté en uno de esos botes alrededor de una hora a pasear y a contemplar el espectáculo donde el río se junta con el mar. De regreso le queda a uno dentro una sensación grandiosa, que casi le hace saltar a uno lágrimas de los ojos.
Ya al final de la tarde estaba tan cansado que no podía subir la empinada cuesta hacia el hotel, y debía tomar un taxi o un bus. Descansaba un rato en el hotel y esperaba la llamada de los amigos Felipe Lisboa y Ana Toscano, que siempre me convidaban por las noches a cenar a su casa o a algunos restaurantes simpáticos de la ciudad. En algunas ocasiones estuvimos en compañía de escritores o profesores amigos, donde compartimos visiones de los respectivos países iberoamericanos de donde somos originarios, con los amigos y amigas de Portugal y España; hasta cantamos algunos de nosotros en una mesa común donde el vino regó nuestras gargantas y la comida satisfizo nuestro paladar. Oímos canciones famosas del fado, el canto más peculiar de Portugal, con su mezcla de goce y tristeza, de melancolía profunda, una suerte de nostalgia marinera que se cocina en los puertos, entre vinos y amores perdidos, amores que dicen adiós y otros que regresan y hechizan a las almas solitarias. Un canto maravilloso de soledad.
De ahí me iba a descansar a mi habitación de hotel. Estar solo en una habitación de hotel puede conectarnos con realidades insospechadas; podemos, además de dormir o descansar, leer, escribir, pensar, cavilar, distraerse oyendo música o viendo TV. El aparato de TV puede conectarnos o desconectarnos simultáneamente del mundo, nos puede evadir sumergiéndonos en todo tipo de disparates filmados de ficción, información o entretenimiento banal, en un aluvión de programas e imágenes fragmentadas que mantienen nuestra atención en una suerte de doble fondo o segundo plano, donde nuestra atención se diluye sin saber muy bien qué cosa está viendo uno.
En uno de los canales me encuentro con la noticia de estarse cumpliendo un año del fallecimiento de José Saramago, el gran escritor portugués, uno de los autores más leídos y controversiales de Europa. Lo de premio Nobel apenas importa —tan devaluado está el premio en la actualidad— lo importante es que Saramago ha creado una de las obras más consistentes y ha dado forma a uno de los universos literarios más personales. Hombre de izquierda, progresista e innovador, amigo de los pueblos que luchan por su emancipación tanto en Europa como en América Latina. Me entero de que sus cenizas van a ser depositadas en Lisboa, junto a un árbol de Olivo, el mismo árbol que le vio crecer. Al mismo tiempo, ese día (18 de junio de 2011) se abrió al público una casa museo en Lanzarote, donde Saramago vivió con su mujer los últimos años de su vida, y en Azinhaga, aldea natal del escritor, ha recibido miles de visitantes desde el año 2008. En la TV veo claramente cómo las cenizas del escritor son depositadas al lado del árbol y cubiertas con tierra fina; veo a su mujer, Pilar del Río, haciéndolo junto a un grupo de amigos, familiares y allegados, junto a miembros de esa comunidad. Se trata de un acto conmovedor, no se queda en el mero enaltecimiento de una memoria personal, sino que va más allá. Pilar del Río nos dice que “la armonía, un concepto quizá más modesto que la felicidad, es difícil de conseguir en un mundo donde más de mil millones de personas no tienen lugar. En cualquier caso, hay que continuar procurando este objetivo sin resignarnos, como diría Saramago: no nos resignamos”.

Puente de Arrábida sobre el Duero, Oporto.
Todo esto habla mucho acerca de la solidaridad de Saramago con los humillados y excluidos del mundo, y de su cercanía a gobiernos socialistas. En Venezuela estuvo varias veces; tuve la oportunidad de verlo en una conferencia que dictó en el Teatro Teresa Carreño frente a cientos de personas, en un evento organizado por el Ministerio de la Cultura. Creo que Saramago es un buen ejemplo de cómo un escritor es capaz de mantenerse joven hasta el final, lleno de curiosidad, de dinamismo, de esperanza social, de cómo se puede compartir una extraordinaria literatura con la entereza humana. Oír a su esposa Pilar del Río atendiendo las preguntas insidiosas de una periodista que no cesaba de remarcar que Saramago se había ido “resentido” de Portugal. Sus respuestas esclarecedoras fueron una lección de ética, una reflexión sobre la literatura y sobre Portugal, todo con un poder de síntesis admirable.
Justo en esos días el gobierno portugués estaba nombrando un nuevo gabinete de ministros, y una de las cosas que se habían decidido resultó para mí algo insólito: la eliminación del Ministerio de Cultura. La noticia cayó como una bomba, pero finalmente fue aceptada por los medios de comunicación sin chistar. Algo sintomático, digo yo, de un gobierno que tiene muy claras sus metas culturales. Hay que ver cuánta obra positiva se puede llevar a cabo desde un ministerio de cultura que trabaje para difundir, orientar o apoyar la gestión que se realiza en el sector de la cultura popular o tradicional, para apoyar a artistas, escritores o artesanos que no han tenido ayuda del sector oficial.
Seguí recorriendo el centro de Oporto y maravillándome con sus sitios y monumentos públicos, y luego entrando en pequeños restaurantes y cafés donde conversé con la gente; lo hacía en castellano y la gente entendía, no tuve problemas con esto. A veces hablaba en inglés en algunas tiendas de turismo o supermercados. Llegaba por la noche a la habitación de hotel, y ahí mismo, con unas cuantas galletas o frutas, embutidos, quesos, vino o cerveza, cenaba y luego me ponía a leer, escribir o mirar películas, hasta que me dormía.
Desde Oporto tenía pensado ir a Salamanca, ciudad que había visitado una vez en invierno hacía muchos años, y había quedado con cierta nostalgia de ella, prometiéndome regresar algún día. En aquella ocasión había venido en invierno, hacía un frío extremo y llovía con neblina. Ahora era distinto: estaba en Salamanca en pleno verano. Me recibe en el terminal de autobuses la joven profesora Lidia Morales Benito, que me guía hasta el hotel y luego me convida a un café en un lugar cercano. Ella es de origen belga, ha estudiado y trabaja en la Universidad de Salamanca. Me da una cálida bienvenida y luego se despide; yo me quedo apreciando los contornos de la ciudad, ahora mejor definidos con la ayuda de una luz muy brillante. No se habla de otra cosa: de calor, de sol, de cambio climático y calentamiento global, parece que el sol está furioso en estos meses y se ha puesto a echar llamaradas de más, lenguas de fuego inesperadas que han convertido al planeta en un espacio recalentado.

Plaza Fray Luis de León en Salamanca.
Ya en el hotel enciendo el televisor o abro un periódico y la otra noticia es que la economía europea se resquebraja, las salidas políticas a la crisis económica no son las más acertadas; parece ser que la economía se ha devorado a la política y los políticos sólo idean planes de contingencia y no de estructura; los jóvenes han salido a la calle a protestar en España en Madrid, Barcelona, Valladolid, Salamanca, Valencia. Los Indignados se hacen llamar, y acampan en plazas y parques, llegando a resistir la reacción represiva de la fuerza policial, la cual ha arremetido en Barcelona brutalmente contra los jóvenes, llegando al punto de asesinar a uno de ellos.

Arcada del puente sobre el río Tormes. Salamanca.
Acaban de terminar las elecciones de las diputaciones españolas y el Partido Socialista Español ha perdido en la mayoría de ellas, el gobierno de Rodríguez Zapatero no fue capaz de conseguir la reelección y lo que es más triste: debe darle la razón a la derecha, a un esclerosado Partido Popular que no ofrece ninguna opción real de cambio. La izquierda unida logró una escasa votación, pero es signo de que hay un modo de pensar diferente a las negociaciones neoliberales que seguirán dando vueltas en redondo hasta cumplir su inevitable ciclo de colapso. Mientras no se intenten vías socialistas o comunitarias, formas de poder popular que les den más posibilidad de participación a las comunidades organizadas, se logrará muy poco. El socialismo español hasta ahora ha sido un adjetivo, ya no se reconoce en las luchas populares, pues se ha plegado al neoliberalismo más craso. Si miramos Francia, ahí advertimos el renacimiento de una derecha radical, de una ultraderecha muy peligrosa por toda la dosis de racismo que encubre.
Lo que está ocurriendo ahora en Europa se asemeja a lo que estaba ocurriendo en América Latina durante los años 70 y 80, cuando una derecha anquilosada tenía las riendas de la mayoría de nuestros países, después de haber sufrido las atroces dictaduras de Pérez Jiménez, Batista, Trujillo, Videla, Pinochet, y otras disfrazadas como la del PRI en México y demás democracias nefastas como las de Fujimori, Toledo y Alan García en Perú o las blandengues democracias de Chile. Aún no sabemos qué lograron Michelle Bachelet y Piñera hasta ahora, pero en todo caso Latinoamérica ha comenzado a despertar con gobiernos de otro signo en Argentina, Nicaragua, Ecuador, Paraguay, Bolivia, Venezuela y ahora en el Perú, con el reciente triunfo de Ollanta Humala, con el cual se vislumbra un cambio de rumbo para ese país.

Colegio Fonseca en Salamanca.
Pero he de continuar con mi crónica —los temas de fondo de cada país son inevitables—para apreciar los aspectos positivos de la gente, por ejemplo esa capacidad que tienen los europeos de vivir sus estaciones. Cuando llega la primavera o el verano, la gente toma los bulevares y las plazas; parques y calles son convertidos en lugares de esparcimiento, descanso o conversación; se arman tertulias al aire libre en bares o cafés, familias y amigos comparten un trago o un bocado; ligeros de ropas, pasan alegres, las mujeres como ráfagas frescas muestran su belleza física en todo su esplendor; parejas ancianas salen de paseo y se transmiten entre ellas la ternura que les ha brindado toda una vida compartida; los ancianos se abrazan, caminan juntos, se acompañan en sus años postreros y comprueban quizá que ha valido la pena vivir. Uno ve entonces cómo la vida humana adquiere un sentido en las calles. Las familias salen con sus niños a las calles: los niños corren detrás de sus perros y mascotas, sus pelotas o sus bicicletas, y muestran la fresca inocencia que hace sonreír a sus padres. Disfrutan de la brisa y los cielos radiantes, de los sabores que hemos creado para disfrutar de esta pasajera vida; de la música, la lectura, el cine, los alcoholes que sublevan el espíritu, las frescas bebidas que sacian la sed y los manjares que la tierra aún nos puede brindar. Esa capacidad del europeo de hoy para disfrutar de las cosas buenas es algo digno de admirar, su gusto y creatividad para articular su espacio y su hábitat, la organización urbana y el respeto de las reglas hacen que la vida cotidiana fluya con cierta armonía. En las ciudades europeas suele haber un diálogo entre vieja y nueva arquitectura que habla mucho del respeto de los europeos por sus ciudades, cuestión que ha estimulado el turismo de manera efectiva, pues la gente viaja para romper su rutina y maravillarse con ciudades que nunca ha visitado, o para volver a ellas y encontrar siempre algo asombroso.

Huerto de Calixto y Melibea.
En Salamanca me instalé en un hotelito del Paseo de San Vicente, aledaño al Paseo de Carmelitas, un vistoso bulevar que recorre la parte norte de la ciudad hasta la Puerta de Zamora, en San Marcos. Por ahí paseé varias veces, desayuné o almorcé, probé bocados típicos como las costillas salmantinas de cerdo, cuyos animales, según dicen —los cerdos ibéricos— están alimentados de bellotas y de ahí su peculiar sabor y suavidad. Las sirven con una salsa muy suave sobre un trozo de pan y se come acompañada de cerveza, sangría o vermut, preferentemente. Los otros embutidos famosos son el jamón, el chorizo, el lomo y el salchichón ibéricos, célebres en España y Europa.

Palacio de Monterrey, Salamanca.
La ciudad cuenta con verdaderas joyas de la arquitectura gótica y románica, como son la Universidad Pontificia, la Casa de las Conchas, el Palacio de las Salinas de Fonseca, el Palacio de Monterrey, el Palacio Arzobispo Fonseca, la Casa de las Muertes, el Colegio de Anaya y el de Calatrava, y de conventos como los de las Dueñas y San Román, la Plaza Mayor y la universidad con sus facultades y museos, componen todos un conglomerado fascinante de edificaciones que son visitadas anualmente por miles de turistas. Claro que esto es sólo el casco central antiguo, pues Salamanca desarrolló una arquitectura durante los siglos diecinueve y veinte que está en perfecta sintonía con la arquitectura antigua. Desde luego, la catedral gótica es imponente (está rodeada de una aureola magnífica), así como la Universidad Pontificia o la Casa de las Conchas, pero los templos románicos, monasterios y conventos donde se encuentran aulas de estudio o museos también se distinguen por su sobriedad rural, de una espiritualidad distinta. Se llenarían páginas y páginas con la historia de esta ciudad, sus templos y su universidad, que fue y sigue siendo una de las más prestigiosas de España, prestigio que va unido al nombre de Miguel de Unamuno, uno de los escritores más controversiales y provocadores de España, un vizcaíno sembrado en Salamanca con una obra desenvuelta en todos los terrenos literarios: cuentos, novelas, teatro, poesía, ensayos, crítica literaria, artículos. Fue un polemista ácido, un defensor de la nueva República Española, fundador de la Universidad de Salamanca y destituido de ésta por las fuerzas retrógradas de la dictadura de Primo de Rivera. Tan profusos como su obra son los estudios sobre ella. Visité la casa donde pasó sus últimos años, ahora convertida en un pequeño museo, donde se conserva buena parte de sus libros, objetos, muebles, escritorio, dormitorio, todo resguardado por la universidad. En varias fotografías suyas, manuscritos, poemas o cuadros, se puede sentir la presencia conmovedora de este gran humanista español. Justamente, el trabajo que traje para leer en la Universidad Fernando Pessoa, en Oporto, versó sobre la valoración que hace Unamuno sobre dos grandes escritores venezolanos de principios del siglo veinte: Manuel Díaz Rodríguez y Pedro Emilio Coll. Unamuno es quizá el primer escritor que escribe sobre escritores venezolanos, y ello no es poca cosa.

Casa Museo Unamuno.
Salamanca es además la tierra natal del poeta Fray Luis de León, escritor capital de la poesía lírica castellana, a quien se ha dedicado un gran patio de la universidad y una cátedra de poesía en su honor. También en Salamanca se inspiró la gran obra picaresca anónima El lazarillo de Tormes, y donde Fernando de Rojas escribió su célebre obra teatral La celestina. Si nos ponemos a sumar los autores importantes que han vivido o nacido en Salamanca, la lista sería enorme. Contemporáneos míos venezolanos que han vivido en Salamanca son Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles, Guillermo Morón y Lázaro Álvarez, éste último un poeta yaracuyano con quien anduve paseando la primera vez que vine a esta ciudad. Se ha creado en la universidad una cátedra de literatura con el epónimo de José Antonio Ramos Sucre, por donde han pasado numerosos escritores venezolanos a dictar cursos, conferencias, hacer lecturas. La literatura hispanoamericana ha brillado siempre en esta universidad, donde acuden numerosos estudiantes a hacer sus estudios de posgrado. Ha surgido aquí un notable interés por el microrrelato, direccionado por la profesora Francisca Noguerol Jiménez, y por la literatura venezolana en general, en los nombres de las profesoras e investigadoras Carmen Ruiz Barrionuevo, María Ángeles Pérez López y Lidia Morales Benito, entre otras.
Café-Bar en la Calle Libreros. Salamanca.
Es impresionante cuánto pueden hablar estos edificios de piedra antigua en Salamanca. Uno se sienta un rato en silencio frente a cualquier monumento y las piedras comienzan a hablarnos, a traernos mensajes cifrados del pasado. Me dirigí al puente sobre el río Tormes y lo atravesé, no sin antes quedarme un rato contemplando las aguas del río, y pensando en las innumerables cosas que este río puede decirle a cada hombre secretamente, en su lengua particular. Después me senté sobre un bloque macizo de piedra bajo la sombra de un árbol frente al puente del río Tormes, y de súbito se armó un conjunto de imágenes ciertamente hermoso; en el plano del fondo la catedral se alzaba con sus cúpulas marrones rodeadas de cipreses, que surgían como de una pared de piedra. En otro plano, el puente sobre el río Tormes, bordeando una ribera verde de pinos que hacían de fondo en un cuidado campo de grama frente a mí. Después estaba yo como parte del paisaje y el propio árbol bajo cuya sombra me encontraba, la piedra donde me senté y finalmente mis manos y el cuaderno donde registré todo esto, parecen formar parte de un instante que se congela en mi memoria. Había un gran silencio allí, y una gran frescura. Creo que fue el mejor momento de mi viaje; todo mi trayecto había valido la pena sólo por ese momento. Me atrevería a decir que ese instante me reconcilié con varias cosas que andaban perdidas en mi interior, me agradecí a mí mismo de haberme procurado este viaje.
La vista que cambió mi vida en Salamanca.
Luego de levantarme del banco de piedra descubrí lágrimas en mis ojos y ya no volví a ser el mismo, algo dentro de mí cambió para siempre; fue algo así como si me hubiesen ajustado dentro del ser una gran tuerca que andaba floja. El aire era tan puro y el cielo tan limpio, un celeste cruzado de nubes delgadísimas, y cerca aquellas piedras asimétricas del puente del río Tormes me estaban diciendo en clave cosas que algún día descifraré de nuevo, y en las que tal vez radique un secreto oculto de mi existencia.
Balcón de la Casa de Miguel de Unamuno.
En el parque daban vueltas ciclistas, cruzaban parejas de paseantes, deportistas, niños. Crucé el puente de regreso, y fue como si me dirigiese a una nueva vida. Bebí agua de una fuente pública: el agua de Salamanca se ufana de ser de las mejores, una suerte de tesoro de España, y es verdad, creo, un agua tan fresca que le recorre a uno la garganta y las venas como una corriente purificante. Cuando experimento esto, pienso que el agua es nuestro mayor tesoro. Si el planeta sigue destruyendo sus recursos, las guerras entre los hombres se librarán por el agua, cuando el dinero ya no valga nada.
Otra cosa a destacar en Salamanca es su tranquilidad. La gente puede pasear a toda hora por cualquier parte sin temor a nada, ni a asaltos ni a robos. Incluso de madrugada la gente anda por ahí y no ocurre ningún incidente delictivo. La gente se sienta en los bancos de las plazas, charla, fuma, cavila solitaria por ahí y nadie viene a importunarla. En esto, creo yo, radica la civilidad, en la paz individual que se vuelve colectiva, en la posibilidad de acercarnos a través de ella con mutuo respeto, donde nuestra individualidad deja de ser soledad para vincularse con la libertad del otro, pues todos estamos compuestos de una misma materia carnal y ósea, tenemos sed y apetitos similares, y deseamos ir a conjugarnos de algún modo en un espacio que hemos llamado sociedad. Las respuestas a los grandes dilemas actuales pueden ser más simples de lo que parecen, pero el hombre posmoderno ha creado un conjunto de conflictos artificiales que se van alimentando de esos mismos artificios, los cuales han dejado de ser instrumentos para convertirse en armas mortíferas, con el crecimiento económico como pretexto, la política como brazo ejecutor y los arsenales de guerra como dispositivos de exterminio. La humanidad ha entrado en una extraña fase de autodestrucción, a través de esquemas económicos que ya no te brindan el necesario bienestar a la comunidad humana ni natural del planeta.
El cronista con una escultura de Baltasar Lobo.
Sin embargo, por contraste, tenemos el disfrute de personas que van a los sitios a buscar aliento espiritual, disfrute cultural, lugares donde se pueda encontrar paz, concordia, libertad o diálogo, para que éstos se produzcan principalmente por las vías de la cultura (de ello estoy convencido), lejos de una educación mercantilizada y de un fetichismo tecnológico que se dicen portadores de progreso.
Continúo mi recorrido por las calles de Salamanca, me dejo ir por la calle Palominos y me encuentro con el Convento de las Dueñas; sigo hasta la Calle del Concilio de Trento y visito la Cueva de Salamanca; finalmente doblo hacia el Huerto de Calixto y Melibea, espacio de encuentro entre estos dos amantes en La celestina de Fernando de Rojas. Es algo realmente mágico que un huerto idílico creado por la literatura hace 400 años todavía exista, y amantes, enamorados o parejas acudan a él para disfrutarlo como espacio turístico. En verdad se encuentra muy bien conservado, con caminerías repletas de arbustos y flores, paredones con yedras, pequeñas fuentes para beber agua y bancos para sentarse debajo de la sombra de árboles pequeños. En el centro del huerto hay un pozo que Fernando de Rojas describió como punto de encuentro para Calixto y Melibea, donde los enamorados de hoy dejan un candado con su nombre para afianzar su relación, deseando que ésta sea para siempre.
Aulario de la Universidad de Salamanca.
Algo similar me sucedió en la Cueva de Salamanca y su vieja leyenda del Marqués de Villena, Enrique de Aragón, quien engañó al diablo para no quedar a su servicio. Según la leyenda, Satanás, bajo la apariencia de sacristán, impartía sus doctrinas de ciencias ocultas, adivinación, astrología y magia a 87 alumnos durante 7 años, tras los cuales uno de ellos debía quedar de por vida a su servicio. El célebre nigromante Enrique de Aragón engañó al diablo sacristán a riesgo de perder su sombra. La leyenda tiene asiento en la Iglesia de San Cebrián o San Cipriano, que fue uno de los templos erigidos durante la repoblación de la ciudad de Salamanca en el siglo XII. Se trata de un conjunto de pequeños templos romanos alrededor de los cuales se fue ubicando la población, introduciendo la Reforma Clunyacense y el rito romano, alrededor de los cuales se fueron asentando habitantes de distintos orígenes. La advocación a San Cebrián, el santo que fue mago antes de convertirse al cristianismo, tiene que ver con la política de la Iglesia de establecerse en lugares con tradición mágico-simbólica. Las troneras que se observan en la torre de esta iglesia hablan del clima de violencia en el que manejaban sus disputas la vieja nobleza salmantina del siglo XV. A la cripta de San Cebrián se accedía salvando veinticinco escalones, desde el suelo hasta la nave de la iglesia. En esta cripta estaba ubicada una escuela de ciencias ocultas, antesala de acceso al mundo subterráneo. La muralla medieval de Salamanca es llamada así para distinguirla de la cerca nueva, erigida en el siglo XIII. La cueva continuó engrandeciendo su fama a través de los escritos de Miguel de Cervantes, Calderón de la Barca, Alonso de Ercilla, Botello de Moraes, Walter Scott y Ricardo Rojas. La leyenda viajó a América con su prestigio acerca de conocimientos chamánicos a países como Chile, Colombia, Argentina y Venezuela, donde hoy aún es tomada como referencia de culto.
Cueva de Salamanca.
Continúo mi recorrido por las calles salmantinas los días 22 y 23 de junio: Paseo de Carmelitas, avenida Portugal, calle Van Dick (la de los asaderos de costillas, pinchos, cochinillos), Paseo del Rector Esperabé, Paseo de Tentenecio, calle Palominos, Plaza del Concilio de Trento, Iglesia de Santiago (románico mudéjar), Ribera del Puente, Plaza del Puente Romano, exposición fotográfica en el Palacio Episcopal, Plaza Spoz y Mina, Plaza de la Libertad, Plaza del Corrillo, Calle de los Libreros, y después por dependencias de la universidad: Palacio de Congresos y Exposiciones, Plaza de Fray Luis de León, Colegio Mayor Fray Luis de León, Facultad de Filología, Colegio Mayor San Bartolomé, Facultad de Química, Arcada de la Ermita de San Gregorio, Biblioteca Abraham Zacy, y por doquier esculturas en plazas dedicadas a escritores y artistas de la ciudad.
Me quedé impresionado con una curiosidad: la acertada concepción museográfica del Museo de Art Nouveau que está por una zona aledaña de la catedral, en la calle Gibraltar. Se trata de la Casa Lis (de Miguel de Lis) un museo particular donde se exhiben piezas de estos movimientos artísticos de fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte, que alcanzaron su mejor expresión en la arquitectura, la mueblería, la escultura y los carteles. Hay numerosas salas en este pequeño museo, muy bien concebido y organizado. Bajo el signo de Miguel de Lis se ofrecen esculturas, pinturas, muebles, joyas, artesanías, afiches, cuadros, un grato espacio para tomar café, una simpática tienda. De las esculturas allí presentes se encuentran Demetrio Chiparaous con su obra “Docerga”; Roland Paris con su “Don Quijote y Sancho”; “Valkiria” y “Querida Alice” de A. Notte Colu y la serie de esculturas vienesas. Hago mención de este museo porque me parece algo raro dentro de la museística salmantina, dedicada en su mayoría al arte medieval o renacentista. Algo similar me había sucedido en Oporto, cuando por la avenida Boa Vista me encontré con una pequeña casa de estilo Art Nouveau, con jardines y decorados en este precioso estilo.
Ya hablé de la impresionante catedral de casi quinientos años, la cual fue edificada al lado de otra del siglo XII; no tiene nada que envidiarle a otras catedrales de España o el mundo. Contemplándole se le puede ocurrir a uno lo que se le ocurrió a Orson Welles cuando contempló la Catedral de Chartres en Francia; le hace inquirir a uno sobre el destino humano, la naturaleza, el arte, la verdad, el sentido de la vida. Creo que estas grandes catedrales tienen precisamente esa función; más allá de ser centros religiosos, de oración o congregación espiritual, nos inquieren sobre nuestro lugar en el mundo, sobre nuestra minúscula misión en la historia, nos obligan a reflexionar sobre nuestro destino, más allá de si somos fieles creyentes católicos, cristianos, mahometanos, evangélicos o anglicanos. La Iglesia Católica construyó estos templos para subrayar su poder aquí y en el más allá; afortunadamente permanecieron, quedando como símbolos de la fe en lo invisible, en las deidades cósmicas que nos dominan.
Interior del Castillo de Zamora.
Un día entero me fui a la ciudad de Zamora, donde vi los templos románicos más hermosos, pequeños, íntimos y discretos, surgidos de un cristianismo humilde pero quizá más profundo, un cristianismo surgido al contacto del campo y la naturaleza, de una devoción y entrega distintas. A menos de una hora de Salamanca en bus, me quedé en la estación de autobuses y desde ahí ya estaba en Zamora, hice el recorrido a pie dejándome ir desde el Parque de la Marina Española, el Paseo de Santa Clara, el Parque de Castilla y León, la Plaza de Santiago y la Constitución hasta llegar a la Plaza Mayor. De ahí en adelante, en casi cada plaza que encontraba (la de San Miguel, la de San Juan Bautista, la del Viviato, San Ildefonso, la de Fray Diego de Deza) y bajando por la calle de los Fracos y empalmando con la calle de los Notarios, arribé a la Catedral de Zamora, no sin antes apreciar un conjunto admirable de iglesias románicas, todas dignas de mención: San Isidoro, San Claudio de Olivares, Santiago de los Caballeros (se dice que aquí vivió el Cid Campeador), San Pedro y San Ildefonso, la Magdalena, Santa María la Nueva, San Cipriano, Santa Lucía, Santa María de la Horta, Santo Tomé, San Vicente, Santiago del Burgo, San Pedro de la Nave (una verdadera joya visigótica del siglo VII). Quedé tan arrobado con la sencilla belleza de estas iglesias románicas, que salí impregnado de una espiritualidad que nunca antes había experimentado.
En la Plaza de Santa Lucía, cerca de la Catedral, está el Museo de Zamora, donde tuve ocasión de ver una exposición del artista Baltasar Lobo, un estupendo escultor zamorano nacido en 1910, amigo de Picasso y Henry Laurens. Vivió en París hasta su muerte y es considerado uno de los grandes escultores españoles del siglo XX. Se trata de un pequeño museo permanente con sus obras, muy bien concebido espacialmente, de dos niveles, donde se pueden apreciar las extraordinarias formas volumétricas de Lobo en bronce, dotadas de enorme sensualidad. Me alegró saber que Lobo visitó Venezuela e hizo amistad con nuestro Carlos Raúl Villanueva, y que éste le solicitó una obra para la Ciudad Universitaria de Caracas. Detrás de esa plaza se ubica nada menos que el Castillo de Zamora, construido hacia mediados del siglo XI por el rey Fernando I, primer unificador de las coronas de Castilla y de León. Este imponente edificio está dotado de tres torres y un foso de gran profundidad que servía para defender la ciudad, y fue lugar fundamental para los reinos cristianos en el proceso de la reconquista, y en las guerras contra Portugal. Actualmente se aprovecha para usos docentes de una escuela de artes y oficios, como lugar de visita para contemplar la catedral y el río Duero, además de servir como sede del Museo de Arte Contemporáneo Baltasar Lobo.
Zamora desde un puente sobre el Duero.
Después de estos placenteros recorridos, me dejé venir de regreso por un puente de piedra en la ribera del Duero, y luego subí de nuevo hacia el centro por una callecita llamada Calle de Los Herreros donde tomé cervezas y disfruté de un chorizo a la leña.
Después de una semana en Salamanca emprendí mi regreso a Oporto, donde experimenté la sensación de haber llegado a “casa”, de haber regresado a un hogar nuevo que me daba otra vez la bienvenida. Me alojé en un hotel diferente, de tarifa más baja pero de excelentes instalaciones en un viejo edificio bien conservado, limpio y espacioso, con decorados de madera, baldosas y cerámicas nuevas, y una gran ventana que daba a la Plaza de la República, donde siempre había palomas y los rayos del sol se filtraban por los ventanales y creaban un efecto muy hermoso en los cristales. Ahí en la plaza se veía a la gente caminar, otros sentados en los bancos, los automóviles pasando por la avenida. Ya quedaban pocos días para mi regreso a Venezuela, de modo que decidí hacer un breve viaje a Braga, una ciudad cercana que me habían recomendado mis amigos de Oporto.
En Braga tuve la ocasión de disfrutar de un paseo por el barroco, que me impresionó por su pulcritud y simplicidad. Siendo el barroco el estilo más complejo (junto al gótico) del manierismo arquitectónico europeo, me llamó la atención el aspecto didáctico que ofrece Braga para disfrutar de éste, la organización turística del conjunto y la relativa facilidad de movilización que muestran los servicios de turismo para llevar a cabo el recorrido, sobre todo porque se hace de manera rápida y sin complicaciones, a través de un gran bulevar. Se trata por lo menos de unos treinta monumentos entre templos, monasterios, conventos, palacios, casas, arcadas y plazas. Todos ellos se pueden ver en un solo día, pero difícilmente apreciarse bien. En primer lugar, está la Iglesia de Santa María de Braga, monumento a la Virgen patrona de la ciudad. Luego están las iglesias de San Vicente, de Nuestra Señora de Guadalupe, de Santa Cruz, de Santa María Magdalena (obra del arquitecto Soares da Silva) incrustada en el desierto de la Falferra, la de San Víctor, la de Nuestra Señora de la Torre, la de los Congregados, la del Hospital de San Marcos y el impresionante Monasterio de San Martín de Tibaes, con la extraordinaria Plaza El Gavilán en el Campo Nuevo, son ejemplos determinantes, aparte de los numerosos conventos y casas como la Casa Rolao, la Casa de los Crivos, Casa de Coimbra, Casa de Valle Flores y los palacios del Rayo, de los Viscaínos y el Arzobispal, son otros de los ejemplos que completan este conjunto barroco, uno de los más completos de Portugal y de Europa. Braga deslumbra por su intimidad, por un precioso centro histórico que puede fluir hacia amplias avenidas como las de Antonio Macedo, Juan XXI y Libertad, las cuales componen una ciudad ciertamente fascinante. No es fácil despojarse pronto del encanto que producen todas estas edificaciones juntas; es como si hubiésemos recibido una clase de arte en vivo, con el Tiempo como gran profesor.
De regreso a Oporto en apenas una hora en bus, llegué al hotel a descansar, y al otro día me dispuse a visitar la parte moderna de la ciudad, la cual también contiene avenidas y edificaciones que asombran. Por la gran avenida Boa Vista hice un recorrido a pie, llegué hasta la Plaza de la Batalla de Albuquerque (con su monumento a los héroes de la guerra peninsular), después de recorrer numerosas cuadras de callejuelas antiguas; luego me dirigí a la avenida Boa Vista de nuevo, empezando justamente donde está situada la Casa de la Música, una edificación enorme y hermosa sólo para conciertos y espectáculos, que ofrece una profusa programación anual. Después de allí caminé hasta el Museo de Arte Moderno en Pedralves y disfruté de varias exposiciones permanentes donde concurren los más representativos artistas contemporáneos. Aprecié edificaciones nuevas, edificios enormes, Bancos, empresas de seguros, hoteles; en fin, todo eso con que nos deslumbran los siglos XX y XXI en una suerte de gigantismo arquitectónico, de un titanismo comercial, con sus franquicias de comida rápida seriada, que lucen exactamente iguales en todas partes del mundo. De cualquier modo, se cambia de aire y se refresca uno el cuerpo de tanto pasado, de tanta historia acumulada en un solo presente, fugaz también.
Ya estoy llegando al final de mi recorrido, al otro día debo tomar el avión que me traerá a Venezuela. Así que cierro el ciclo yendo de nuevo a la avenida Antero de Quental, subo por la cuesta y como mis empanadillas de pescado en la pastelería que me gusta. Desciendo ya al caer la tarde: a mi derecha la Iglesia de Nuestra Señora de la Lapa luce majestuosa, y la atrapo en mi cámara, después voy a su altar a orar, a encomendarme y a dar gracias a Nuestro Señor Jesucristo. La vida me ha regalado estos días inolvidables en estas ciudades y eso debo agradecerlo, elevando una plegaria.
Vista lateral de la Iglesia de Nuestra Señora de la Lapa, Oporto.
Es inevitable hacer una breve reflexión final. Desde hace décadas los latinoamericanos nos hemos venido preguntado cuál ha sido nuestra relación con Europa. Luego de superar los períodos de conquista y colonización, que aportaron materia para el análisis histórico y social, nos quedamos con un insuficiente aporte ideológico a la situación de las nuevas crisis sociales debidas a la dominación mediática e informática, surgida del uso de las tecnologías de comunicación y las manipulaciones que se derivan del proceso de mundialización, fraguado en los grandes laboratorios de países poderosos, para intentar preservar su hegemonía planetaria. Cosa imposible de lograr por ahora en nuestros pueblos, pues éstos se han venido emancipando poco a poco de los formatos ideológicos y de la seudofilosofía política de un nuevo imperialismo. El asunto no es aquí de una guerra de pueblos contra pueblos: se trata de gobiernos contra gobiernos, algo muy distinto. Europa ha quedado para nosotros, en el mejor de los casos, no como un modelo político o social, sino como una referencia cultural, de florecimiento de las artes y el pensamiento, de literatura o filosofía, desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, sin dejar de percibir los contextos donde se produjeron aquellos logros, dentro de una gran secuela de guerras, revueltas, revoluciones, movimientos sociales que las más de las veces tuvieron consecuencias nefastas para los países de Nuestramérica. Sin embargo, los latinoamericanos no nos movemos bien dentro del resentimiento histórico; preferimos seguir dirigiendo la mirada hacia la admiración de figuras de la Ilustración, del Iluminismo, los descubrimientos científicos, los hallazgos tecnológicos y los logros y realizaciones estéticas, artísticas o literarias. En cuanto a modelos sociales o económicos a seguir, el modelo capitalista neoliberal norteamericano no encaja con nuestro temperamento ni con nuestra realidad, ni tampoco el europeo, que parece seguir a aquél.
Calle de Braga, Portugal.
Visitamos Europa buscando ante todo su denso legado cultural, para asombrarnos ante sus creaciones magníficas, su imaginación, su poder analítico, su capacidad autocrítica. Supimos independizarnos de yugos anteriores, luchando con valentía en guerras independentistas y en guerra federales, luego nos sumimos en un capitalismo voraz y ahora nos defendemos de una guerra de cuarta generación que ha venido mostrando su lado más cruel y perverso, con invasiones orquestadas por marcos legales desde organizaciones internacionales; éstas han sido desmontadas por la conciencia revolucionaria de varias naciones, las cuales han despertado definitivamente a un nuevo tiempo multipolar, cansados ya de antiguas voluntades de dominación secular. La actual crisis europea se debe esencialmente a esto, a una voluntad de dominio hegemónico, que se ha traducido ante todo en la depauperación económica de naciones débiles.
Callejuela de Braga.
Esencialmente somos pueblos que deseamos alianzas honestas con otros pueblos, que deseamos viajar a otros pueblos para conocer sus legados, reflejados en el arte y la cultura más que en cualquier otra cosa. No somos turistas consumidores de baratijas. Somos paseantes sensibles que deseamos asombrarnos y maravillarnos del conocimiento pasado.
Yo hice de paseante solitario por estas calles de Portugal y España unos pocos días, hablando conmigo mismo, con mi fantasma o con mi otro yo, conociendo personas de otros pueblos, con las voces de otros que se comunican entre sí sus gestos y pareceres, sus andares e historias, sus deseos y pesadumbres, sus silencios o pequeños regocijos.
Cuando uno va solo, suele aprender más de uno mismo que cuando va acompañado; aunque cuando dos soledades se juntan no hacen necesariamente una soledad doble, sino que una se apoya en la otra y en muchos casos la hace desaparecer completamente.
Junio de 2011