Letras
“El discreto encanto de los oficios”, de Arístides Vega Chapú
El discreto encanto de los oficios
Arístides Vega Chapú
Editorial Voces de Hoy
Miami, EUA, 2013
El discreto encanto de los oficios
Extractos

Comparte este contenido con tus amigos

El carpintero

Esquivé la luz del trueno,
la que se desprende de una luna
venida del continente.
Esquivé las luces y las lluvias,
las estaciones opuestas a la naturaleza.
Amasé el árbol a sabiendas de que me domina
la malicia de talarlo.
A falta del índice y el pulgar izquierdo
logro mover con precisión los demás dedos,
gesticulan con vehemencia
apenas los acerco al olor de la madera.
Construí mesas para extraños;
techos en los cuales podrían desvanecerse
las regiones menos purificadas del cielo;
ajustadas camas que nunca fueron mías,
incluso en los días de mayor fatiga.
Construí marcos para encajar espejos
y satisfacer a la gente hermosa;
bancos para parques no proyectados
en ciudad alguna;
sillas para barberos y sillas de ruedas
probadas con el peso de mi cuerpo;
botes, ventanas y otra vez marcos,
muchos marcos para no restringir
la libertad de nadie.
Mis manos han dado forma
a cuanto objeto me fue encargado.
Amasé el árbol a sabiendas de que el mío
otro deberá talarlo.

 

El testigo

Mi cuerpo es una caja
que sirve de refugio a los temores.
Me doy de comer y no siento el peso
de tan azarosa existencia.
Cuido de las ilusiones, del sueño
y sus escenas desbordantes;
aquella, por ejemplo, donde me besabas
cuando en realidad no había
alcanzado tus labios.
Cuando recupero la capacidad de observar,
y el sol está ya lejos
después de golpear con saña mi cabeza,
finjo dominar la situación.
A veces no sé si soy parte de la realidad
o no existe realidad que me pertenezca
y sólo soy la representación,
la puntual representación de mis deseos.
Sobrevivo ante la demasiada felicidad.
No mantengo filiación,
no intento reorganizar lo lineal del suceso,
aun menos su veracidad.
Mi cuerpo, que ya inhaló suficiente aire,
puede equilibrar una cabeza ajena.
Temo que todo suceda a mis espaldas
y juntos no podamos ver la anunciada caída
de ese lado tremendo del cielo
bajo el cual nos correspondió vivir
sin hacer resistencia.

 

El balsero

Sabiendo que escucho mi respiración
y ningún otro sonido,
reconozco en el sueño un dramático mar
donde gira tu cuerpo, sin hacer resistencia,
sin dirección previsible,
como tronco echado entre las aguas.
Entre las aguas y tu cuerpo hay una continuidad
sobre la cual se tiende un cielo simétrico
que desafía todo orden universal.
Como si te dirigieras a un confesor
estás mirando al cielo, sus deidades,
instante en que te percatas
por primera vez de su existencia,
sin necesidad de comprender.
Dejas que las aguas penetren por tus ojos,
como si fuese una sombra ligera quien los nubla
para no ser testigo de nada.
No importa hacía dónde te lleva la corriente,
nunca lo supiste, nunca dependiste de un destino.
Tengo certeza de escuchar
el sonido mecánico de mi respiración
y que tu cuerpo flota
entre un cielo sublimado por el sueño
y un mar que perforan todas las tormentas,
un mar presto a la crueldad
de no dejar tierra alguna
sobre la cual se pueda escribir tu nombre.