Sala de ensayo
Andrés Bello. Retrato por Raymond MonvoisinBreve reflexión sobre el nacimiento de la literatura venezolana

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Hablar con precisión de la fecha de nacimiento de la literatura venezolana sería atentar contra la propia literatura; correr el riesgo de equivocarnos y traicionar la historia de naciones enteras que poblaban el vasto continente bastante antes del descubrimiento, de la conquista o invasión. Estos términos, que han sido utilizados ampliamente a lo largo de la historia de nuestra América por historiadores y críticos de la literatura para referirse a la llegada de los españoles a las tierras americanas, nos hacen plantear preguntas como: ¿es posible hablar de una literatura venezolana antes de la conformación de lo que hoy conocemos como Venezuela?

En efecto, bastante antes de la formación de Venezuela como nación podemos afirmar la existencia de una literatura nacional, de acuerdo con la ya existente conformación de la esencia de los habitantes de esas tierras, demostrada por vía de sus tradiciones y manifestaciones culturales en general.

A finales del siglo XVI surgen en el continente americano las condiciones propicias para el florecimiento de la literatura. Pasado el momento inicial de la conquista, lo que era visto como exótico, ahora se ha vuelto cotidiano y ya no despierta ningún sentimiento de asombro ante lo nuevo en la mirada europea; las culturas se mezclan entre las más variadas formas de ver el mundo; se funde el elemento negro con el indígena y el blanco; nacen nuevos colores de tez, nuevos rasgos y nuevas miradas. La España ávida de cambiarlo todo, trazarlo todo según intereses religiosos y político-económicos, no logra impedir el ascenso de la nueva conciencia de que en aquel continente existe la diferencia. Ya no se puede hablar de razas como india, negra, española o europea, sino de un enorme mestizaje con legados de todas esas razas.

En 1498, tras pisar las costas venezolanas, la empresa colonizadora sigue su “aventura” en tierras americanas y con ella se inicia una larga trayectoria que nos permite hablar de literatura venezolana en la actualidad. Además de la cruz y la espada, los españoles venían acompañados de uno de los más importantes instrumentos de colonización: la lengua castellana. Además del dominio de los pueblos “conquistados”, se inaugura, por consiguiente, una nueva etapa para la lengua castellana. Se puede decir que al minuto siguiente a la llegada de los europeos al continente americano empieza un nuevo e importante ciclo del castellano. Este primer contacto con el Nuevo Mundo permite de forma simultánea la introducción de nuevos vocablos a la lengua europea y supone el gran inicio de las transformaciones ocurridas en la lengua del poderoso imperio español. Vocablos como canoa y hamaca —primeras palabras americanas no españolas— consisten un significativo ejemplo de los nuevos términos introducidos al castellano con la conquista. Son aportes que van a enriquecer la lengua castellana y darle un nuevo matiz a lo largo de toda la historia de la colonización.

Pasados cien años de la conquista de América se puede hablar de una literatura en pureza que florece en el continente, una literatura auténticamente americana, hecha por nacidos en el continente y alejada de la literatura moralizante, pedagógicamente utilizada por la Iglesia Católica con fines catequizadores, ligados en su totalidad al mundo eclesiástico. En esta época florece también el sentimiento de los nuevos hispanos, una nueva forma de ver el mundo y actuar sobre él. El ser americano no se centra única y exclusivamente en los nacidos en el continente, sino también en muchos de los que vinieron de Europa siendo muy niños o jóvenes. Los nuevos aires del Nuevo Mundo se convierten en una verdadera fuente de inspiración y favorecen el surgimiento de grandes escritores como Eugenio Salazar de Alarcón, Fernán González de Oquendo y Silvestre de Balboa, entre otros.

Sin embargo, es en el siglo XVII cuando se afirma la literatura autónoma, auténticamente americana, con un lenguaje propio y a la vez colectivo. La lengua venida de España sufre una mutación, se convierte en un lenguaje local y adquiere características propias, sumadas también a una cultura propia, alejada de la europea. En medio de este panorama, el surgimiento de la conciencia es latente a la vez que se amplia y abarca los más diversos escalones de la sociedad. La España todopoderosa, ya fragilizada con los problemas no sólo internos, no dispone de instrumentos que impidan el nacimiento de la nueva conciencia americana, lo que permite que el descontento local invada el territorio y se fomenten las luchas por la independencia de las colonias.

Los nuevos americanos hablan un idioma propio, lo que podíamos denominar nuevo castellano, dada su reunión de los más variados vocablos de originarios de las más diversas naciones que habitaban el continente, o de los grandes contingentes humanos venidos de África y Europa. Al mismo tiempo se puede hablar de un lenguaje criollo que gravita sobre la realidad americana, un lenguaje que representa el alma americana, colmada de sueño y esperanza, ávida de tener una identidad propia.

Francisco de Miranda nos muestra el caos existente entre las relaciones de América y España y critica contundentemente la postura adoptada por la metrópoli hacia la colonia; una relación que excluye a los naturales de ejercer sus derechos como ciudadanos y tomar cualquier decisión sobre el destino de sus vidas. Para empezar, empleos militares, civiles o eclesiásticos se destinaban únicamente a españoles, aunque se tratara de personas pertenecientes en general a una baja esfera, cuyo objetivo era el de enriquecerse, ultrajar y oprimir a los infelices habitantes, independientemente de la capa social que ocupaba. El abuso de poder de los españoles era evidente y llevó a que se rebelaran los pueblos americanos, en contra de toda suerte de injusticia cometida: exceso de tributo y los más diversos abusos. La relación con la metrópoli se vuelve insostenible y surge la necesidad de luchar para poner fin a esta etapa terrorífica que sufre el continente americano. Se habla, entonces, de la necesidad de la Independencia de América como algo vital y urgente para el desarrollo del continente americano.

La lucha por la independencia de América y por la autonomía de sus naciones tiene como precursor a Francisco de Miranda, quien tuvo el privilegio de participar activamente de la Revolución Francesa y traer al continente americano ideales como libertad, fraternidad e igualdad, la emblemática trilogía que han formado los pilares de la revolución de 1789. La implicación de Miranda en la lucha por la independencia de América le va a costar la censura de la Santa Inquisición, que le acusa y le juzga por tener libros prohibidos. No obstante, la persecución eclesiástica no le impide mantener firmes sus ideales, y para poner fin a la opresión infame ejercida por España en América hizo falta buscar el apoyo de países como Inglaterra y Francia. La necesidad de separarse de la metrópoli era inminente y ya no se podía evitar. Las provincias americanas estaban en desesperación y los primeros levantamientos ocurrieron precisamente en Caracas.

La independencia de nuestra América está escrita mayoritariamente con la sangre de miles de negros, indios y criollos que dieron sus vidas por el deseo de ser libres, de poder participar y decidir el destino de sus naciones. Lo que antes constituía un solo territorio, con la llegada de Colón, pasó a ser un rompecabezas cuyas piezas todavía no se han vuelto a juntar. Nuestra terrible división se impuso precisamente a causa de los intereses de los españoles que aquí llegaron con el único objetivo de enriquecerse. De manera muy contundente, Francisco de Miranda denunció el sufrimiento de los infelices habitantes de nuestra América, quienes fueron ultrajados y oprimidos con una rapacidad increíble por los conquistadores.

Además de Francisco de Miranda, la figura de Simón Bolívar es para nuestra América tan significativa que resulta casi imposible pensar en la historia del Nuevo Mundo sin su aportación. Nuestra historia, la historia de América Latina, difícilmente sería la misma sin el carácter libertario, revolucionario del que hoy conocemos como Libertador. La importancia y firmeza de sus ideas siguen siendo actuales y nos animan a mantenernos firmes en la búsqueda de la tan soñada unidad. Pasados tres siglos de la presencia española en el continente americano, la masa sigue a lo que Bolívar llamó inteligencia. Esta inteligencia, compuesta por intelectuales ilustrados, cambió el rumbo de nuestra historia. No obstante, la independencia de nuestra América no fue sinónimo de unidad. Como en todas las guerras, la “guerra civil” en el continente americano acentuó la división de los pueblos. Anecdóticamente los pueblos americanos estaban divididos entre progresistas y conservadores, tal como ocurre en los episodios de las luchas mundiales. La división de nuestra América ha sido un factor clave para el fracaso de muchos objetivos conquistados. Según Bolívar, “la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración”, y sus ideas siguen vivas y nos invitan a seguir luchando en defensa de la integridad latinoamericana.

En el año 1808 las tropas napoleónicas invaden España y el Estado español entra en crisis. Ello favorece el florecimiento de los nacionalismos americanos y a partir de este momento se intensifica la lucha a favor de la independencia. Los intelectuales de la América colonial encontraron en la filosofía iluminista la base teórica para llevar a cabo sus ideales de autonomía. Transformaciones ideológicas, económicas y políticas que ocurrían en Europa, motivadas por la Revolución Francesa y por la Ilustración, han sido los cimientos para la Independencia de América. Estas transformaciones, sumadas a la independencia de los Estados Unidos, son factores claves que motivan y sustentan la lucha por la libertad política y económica. La defensa de los derechos de los pueblos oprimidos se justifica en la necesidad de rebelarse contra los gobiernos tiránicos y todos los abusos de la metrópoli.

En toda América, la recepción del pensamiento bolivariano se ha dado de forma muy acentuada. Nuestros intelectuales han sabido inmortalizar la dimensión, amplitud y profundidad de su pensamiento y han hecho llegar a la masa la grandeza de sus ideas. La certeza de que la independencia de América no debía consistir únicamente en la desvinculación con la metrópoli ha impulsado a los intelectuales latinoamericanos a inculcar a las gentes la necesidad de seguir luchando por la reafirmación de nuestras naciones; el redimensionamiento de su estructura de poder y la mejoría de la conducta de sus gobiernos. Ser independiente era, no obstante, no permitir la perpetuación de un sistema como el que estaba instalado en el continente, capaz de tolerar delitos de impunidad cometidos descaradamente contra la vida y la salud públicas; buscar medidas para extinguirlo y asegurar los derechos de los ciudadanos.

Tras varias rebeliones, en el año 1810 se independizan las primeras naciones americanas, Colombia y Venezuela. No obstante, la independencia no supuso el fin de los vicios existentes y eso llevó a la América independiente al borde del abismo: el Estado actuaba mal, la justicia era injusta y la Iglesia cómplice de toda la impunidad. En medio de estas circunstancias surgieron repúblicas consideradas “aéreas”, basadas en modelos que no respondían a nuestras necesidades ni aspiraciones, condenándonos a la destrucción de nuestras incipientes instituciones gubernamentales, como ocurrió con Venezuela. Ante esta situación, Bolívar hace un llamado a las naciones a corregir los errores y a asumir la identidad y responsabilidad americanas de forma contundente. Somos libres pero no unidos, y eso dificulta el proceso de reestructuración de las instituciones gubernamentales, impide el desarrollo y nos aleja del sueño de una América verdaderamente libre y autónoma.

La América independiente adquiere un matiz nuevo, un lenguaje propio. Ya no hay lugar para la división que nos ha conducido a la esclavitud, a ver rotos nuestros sueños, a estar condenados a la dependencia interna y externa; se hacen necesarias instituciones sólidas, capaces de asegurar los derechos de la persona humana, salir de la ignorancia y acceder a los conocimientos que llevan a ser partícipes del destino de la sociedad. Para ello, Simón Rodríguez llama la atención sobre la necesidad de no privar al hombre de los conocimientos que necesita para entenderse con sus semejantes, poder actuar y ser partícipe de la construcción de su mundo. La ignorancia lleva al hombre a estar muerto aun estando vivo; “la instrucción es, para el espíritu, lo que, para el cuerpo, el pan”. Con estas palabras, Rodríguez reconoce la necesidad de haber en la América nueva igualdad de oportunidad para todos porque todos son importantes para la construcción de la sociedad, y sin conocimiento ni formación no es posible haber una América de todos. Se hace necesario “romper las cadenas”, creer que el sueño no acabó, y cometer los mismos errores sería estar condenados a no poder alzar un vuelo propio hacia la autonomía.

En el proceso de redimensionamiento de América, tras la independencia de España, se hace necesario, además de la reestructuración de la institucionalidad, el planteamiento de la reformulación de la lengua, cuyo protagonista es Andrés Bello. Con él se establecen los cimientos de la cultura en el continente, a la vez que señala la dificultad que tiene la gente con el manejo de la lengua y ortografía heredadas del imperio español. Durante la colonización ocurre el proceso de castellanización del continente y este fenómeno se da precisamente por medio de la Iglesia, a través de sus procesos de evangelización y de la empresa colonizadora.

La independencia de América no supone borrar las huellas del imperio español en el continente americano. Por cierto, tras la independencia surge la necesidad de conservar la lengua impuesta por los colonizadores, pero sobre todo la urgencia de replantearla como algo vital para la supervivencia de las nuevas repúblicas. Tan relevante es el momento que Andrés Bello hace una propuesta revolucionaria de simplificación. Según Bello, “la ortografía es lo que mejora las lenguas”. Con esas palabras deja clara la necesidad de una lengua clara para una legislación también clara. Las nuevas repúblicas necesitan tener leyes claras, necesitan ser entendidas; establecer un lenguaje que facilite el entendimiento y evite equivocaciones.

La importancia de una lengua común a todo el territorio conquistado es muy relevante. Para ello, con el cambio político que ocurre tras la independencia surge también la necesidad de ajustar el lenguaje. Así como Bolívar quería un territorio único, Bello anhela la unificación lingüística; establece ciertos parámetros a través de lo que ya hay, a través del uso. Para ello, la idea de simplificación es una forma de obtener la unidad de la lengua en todo el territorio. La lengua es muy importante para la ideología nacional, es un arma política indispensable para trazar los nuevos rumbos del continente.

Venezuela es un ejemplo muy contundente de la reestructuración de las naciones tras la independencia, tanto en el ámbito sociopolítico como literario-cultural. Al referirse al período que va entre 1893 y 1903, José Gil Fortoul señala el intento de separación de ciertas tradiciones nacionales, principalmente bajo el influjo de las literaturas europeas, especialmente francesa. Es paradójico que en los comienzos de la República siga predominando el estilo clásico español en el ámbito social. No obstante, la influencia de la literatura española no impide que surja en América una literatura genuinamente americana. Con Juan Vicente González se inicia la literatura nacional, con un estilo que se puede identificar como neoclásico, matizado con giros personales, a pesar de cierto amaneramiento neoclásico, como señala Gil Fortoul. Sin embargo, impregnado de pensamiento modernísimo, radicalmente revolucionario en sociología y política.

El influjo extranjero ha sido evidente en la literatura venezolana, sobre todo el francés y el español. No obstante, movimientos como el criollismo asumen una preocupación con lo puramente venezolano, pero sin descartar la experiencia de otras literaturas venidas del otro lado del Atlántico. Para Juan Vicente González, la manía zorrillera, por ejemplo, hace que la inspiración del autor americano sea pobre y se pierda en la hojarasca de sus extravagancias metafóricas, y por más que intente brillar con luz propia no es capaz de encontrarse en el laberinto de la encrucijada de la imitación.

Al mismo tiempo que critica la imitación de la literatura extranjera por parte de los escritores americanos, Gil Fortoul reconoce la importancia de la literatura francesa cuando asegura que “el modernismo francés produjo a más de un artista digno de gloria perdurable”. No obstante, endurece la crítica al hablar de los escritores americanos que han preferido imitar lo perecedero de la literatura francesa; los autores menos originales, principalmente los de imaginación más desordenada y lenguaje menos puro. La visión de Gil Fortoul llega a ser paradójica puesto que al mismo tiempo que defiende la imitación de la literatura extranjera en Venezuela, como forma de enriquecer la producción literaria nacional, la critica vehementemente como algo negativo y decadente y que impide el desarrollo de la literatura auténtica, con características propias, alejada de la influencia extranjera, sea francesa o española.

Al igual que Gil Fortoul, Pedro Emilio Coll hace una crítica contundente a los escritores americanos que imitan la literatura extranjera. Pero, a la vez que se atreve a demostrar su posición contraria al carácter imitativo, reconoce que éste también aporta algo positivo a la literatura producida en América. Para Coll, esta moda venida de París origina un movimiento literario blanco de críticas justamente por “atentar” contra la tradición y el buen sentido, pero, como la moda misma, no tiene carácter efímero y se generaliza y persiste demasiado.

La moda francesa encuentra terreno fértil en América y se arraiga en el continente; hay una demanda social y satisface el gusto de gran parte de la población. Esta moda parisina no se impone apenas en la manera de vestirse, junto con las corbatas y figurines de trajes, sino influye contundentemente en la manera de pensar y escribir de los escritores noveles. Para Coll todo eso es sinónimo de decadencia, exageración de la imaginación americana; el seguir los pasos del individualismo simbolista que supone el abandono de las fórmulas enseñadas y, por consiguiente, el desapego a los formalismos establecidos. Este “estilo frío y áspero es fruto de una inteligencia fatigada que abandona la belleza de las apariencias para irse como un escalpelo al corazón de las cosas”. Ante toda esta realidad, Coll reconoce que “a las literaturas extranjeras, y en especial a la francesa, les debemos un gran afinamiento de los órganos necesarios para la interpretación de la belleza; a ellas les debemos los métodos de observación y el gusto para ordenar nuestras impresiones, según una especie de perspectiva estética”. De esta manera, se observa que al mismo tiempo que se hace necesario “imitar” la literatura extranjera es imprescindible hacer una literatura en pureza, una literatura auténticamente americana cuyos instrumentos se encuentran en el propio continente americano.

Bien como la influencia de la literatura venida del extranjero y arraigada en América, corrientes filosóficas como el positivismo juegan un papel sumamente relevante para la formación del pensamiento hispanoamericano y, por consiguiente, la implicación en la formación de las nuevas naciones. Por vía de la influencia de pensadores como Augusto Comte se consigue en América una constitucionalidad fuerte, implantada de manera muy coherente. El carácter conservador inherente al positivismo se viste de liberal en América; es menos dogmático y gana un ropaje totalmente socialista. En Venezuela, por ejemplo, se caracteriza por ser anticlerical y antiimperialista, lo que va a ocasionar fuertes peleas con la Iglesia Católica. No obstante, no hay que olvidar que la estrecha relación del positivismo con la formación de los estados nacionales en América es muy importante y se piensa, además, como ejercicio individual nacional. Cada nación hace una lectura individual del positivismo con tal de contribuir a la formación y solidificación de las estructuras de su institucionalidad. Desafortunadamente, al mismo tiempo que favoreció la reestructuración de las naciones americanas, el positivismo alimentó a las dictaduras en el continente por su carácter ordenador en cuanto al sustrato teórico en la formación de los estados nacionales.

En Venezuela, como en toda América, el sueño no acabó. La estrella que lanzó Bolívar no es fugaz y todavía orienta los pasos de muchos escritores venezolanos, ávidos por alcanzar el sueño del Libertador, el sueño de tener una América libre. Las palabras de Bolívar siguen siendo actuales y constituyen un arma que siempre acompañará la larga y difícil trayectoria de los que anhelan una América verdaderamente Nuestra.

Por fin, la literatura venezolana, así como toda literatura hispanoamericana, está marcada por la incansable búsqueda de la afirmación como literatura pura, ligada a la lealtad y la solidez de las acciones y esperanzas humanas.