Letras
Dos relatos

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Monólogo impersonal

Empecé a morir desde que nací. Cuatro mil respiros significaban un minuto menos de mi existencia, sesenta segundos de silencio mineral. Viví solo, errático, pensando que el paraíso era la noche líquida, plasmática, horrorosa, aunque sólo era un palacio putrefacto donde me revolcaba a sus anchas. El amor nunca llegó a mí y me cansé de buscarlo en lugares endemoniados, en ángeles con rostro de santa puta. Me recuerdo yendo bajo la lluvia, mi traje ultrajado, sin volver a casa por mucho tiempo, sin comer, sin beber un poco de agua aun cuando la sed parecía cuchillazos, latigazos en la garganta.

Y esa era una forma de pagar mi condena.

Soy pecado piadoso. He hecho llorar a mamá muchas veces, la ahogué despierta, la maté con una pistola de papel. Eso ya no me importa ahora, ya no. Cada lágrima suya fue una roca que me catapultó en el infierno de su llanto, en el iris incandescente del propio diablo. Pero quiero que sepan que, entre el cielo y el infierno, prefiero el infierno. Fuego originado por el gas propano. Humo de cigarrillo armado por papel de biblia. Llamas azucaradas lamiendo mi cuerpo combustible. Comburente.

Insípido.

Soy un ser cuya vida fue insípida desde el comienzo al punto de necesitar el mar y sus salíferas olas. Mi cuerpo es David y el mar, Goliat; y la barcaza de Caronte se bambolea en tremolina contra las gaviotas arrechas, sicalípticas, en las curvilíneas figuras de mis sesos.

Soy un morfinómano de la soledad asfixiado por mis barbas de algodón mohoso.

Soy el silencio que grita; catorce mil hormigas pisoteadas.

Soy un escribano inútil; el rastro invisible que antecede al rayón del lápiz.

Pero yo, sobre todas las cosas, amé la vida, me aferré a ella como a una rosa, pero la rosa tenía espinas que desangraron las yemas de mis dedos. La hemorragia me dejó en coma. He pasado a ser el ausente que está.

No le temo a la muerte. Mi ausencia sólo puede ser el zumbido de una mosca estrellándose contra el ataúd.

 

Letralia

A quería ser B; lo gritaba a los cuatro vientos. Un día B se vio de perfil, en el espejo, y se dijo: debo hacer una dieta rigurosa. Los 226 días siguientes la pasó comiendo lechugas. No se sabe si enflaqueció. A O le habían diagnosticado diabetes por su obesidad axiomática, y cuando fue al recatado doctor C, éste le recomendó iniciar una dieta que consistía en eliminar sales y azúcares de sus comidas. Ya no más sopa de letras, le dijo el doctor C. Un día en el abecedario, ese lugar donde se reunían a tomar el té de las seis, vieron, en una esquina, sentada, a H. Era la única en el abecedario que no podía hablar. Y sin embargo, era deliciosa, hermosa, tan hermosa que ermosa no existe.