Letras
Dos cuentos breves y preñados de soledad

Comparte este contenido con tus amigos

La gran traición

Hace calor, aquí, en Frigia.

Mi bello Antínoo no regresa. Me pregunto dónde estará meciendo su cabellera color del fuego, digna de Apolo. Cierro los ojos y lo siento yaciendo conmigo en el lecho, quemándome la espalda con su cuerpo hecho un solo miembro. Incinerándome en lo más profundo.

Estoy solo en nuestra cama y añoro su doloroso calor.

Ahora entiendo a Sócrates y los celos de Platón. Y los compadezco. Ellos sólo tienen las palabras, su Logos. La luz de su caverna. No conocen la noche ni han disfrutado la sabiduría que obtuve embriagado por la pasión. El mismo Baco envidia el tamaño de mis placeres bacanales. Nada se iguala a ese instante en que montando otra piel asciendes al Olimpo con más presteza que Belerofonte sobre Pegaso y caes con mayor placer que Ícaro en un sopor que ni la mayor borrachera puede regalar.

Sócrates siempre intentó hacerme uno de su redil seduciéndome con sus preguntas trucadas, pero nunca su logos fue tan apremiante como el eros, jamás el amor a la sabiduría pudo suplantar a los designios de Eros. Hago el amor a los otros y el daño también. Tomo lo bueno y renuncio a lo malo de la vida. ¿Qué sentido tiene preferir sufrir un mal antes que imponerlo a los demás? Al verlo voltear los ojos de esa gran cabeza, por un breve instante sentí que Moria, la diosa de la Locura, convencía al gran filósofo, amante de la sabiduría, de mis certezas. Una eternidad fugaz, eso fue todo.

Si todavía tuviera una batalla que perder no dudaría en dar a mi Antínoo mis naves y mi ejército. Pero es mala idea. Ya lo hice con otro de mis amantes y, como consecuencia, ya no tengo ni siquiera patria ni aliados. Sólo enemigos, como el sátrapa Farnabazo, de quien sospecho demasiado.

Soy el proscrito Alcibíades, el amo de las traiciones. Traicioné a Atenas, luego a Esparta y después a ambas cuando me fugué al Asia. Y me hundí en el país del Loto. Así soy yo. No puedo quedarme en un solo lugar. Ni puedo ser leal. La lealtad es para los débiles y la pasión es para los fuertes. Yo soy fuerte. Ni siquiera Sócrates lo pudo negar cuando disfrutaba de mi vigor en el lecho. Las palabras no van conmigo, sólo la acción. Mejor dicho, las intrigas son lo mío. Mis mentiras son mi verdad y mis traiciones la única lealtad que acepto.

Pero envejezco y siento que cedo al amor como no lo hacía antes. Antínoo goza de mí, cosas que nunca hubiera dado a nadie. Mucho menos a Sócrates. A veces la pasión me inclina a pensar que podría ser más bello que yo a su edad. Felizmente que sólo en eso me aventaja.

No creo que sea calor lo que siento en Frigia. Siento la sofocación del humo.

Son los hombres de Farnabazo. Estaba perdido y gentilmente me encontraron. Mi bello Antínoo señala la casa alzando su torneado brazo. Parece que no sé evaluar bien a los bellos.

La casa se quema. Me piden que salga.

Por última vez voy a traicionar sus expectativas. Moriré peleando.

Hasta los traidores como yo pueden morir con honor. Será la última traición que haga.

 

Eurídice

Hay tantas cosas que dejaron de tener sentido en estos días. Quisiera rebelarme y me doy cuenta que no tengo el valor para desairar este guion no escrito y que nos obligan a escribir y actuar. ¿También te traiciono? Ya ni eso tengo claro. Me gustaría que no fuese así, pero tengo mis dudas. Te siguen llamando héroe, esos mismos generales que te mandaron a morir en una guerra hecha al caballazo. No les basta con tomar tu vida, también quieren apropiarse de tu imagen para limpiar sus conciencias. La sangre lava más bonito dicen. Son caníbales. Eso son. Peor que esa señora que todas las noches se lavaba los crímenes del día, quejándose de que sólo la sangre lava la sangre.

Te llevaron tan lejos, Orfeo. ¡Pero qué lindo te veías con uniforme! Me asaltó una mezcla de ternura y calentura en ese momento. Mi pecho latía, pero sentía mis latidos más abajo. No me siento culpable de despedirte con eso que tanto me pediste. Lástima que el apuro y el nerviosismo no te ayudaron. Fue tan rápido que casi no me acuerdo de lo que sentí, o quisiera pensar que tuve tiempo de sentir, sería más lindo. Pero no recuerdo. No nos dieron tiempo de fabricar nuestros recuerdos. Sólo te veo de espaldas medio vestido y peleando con tus botas. Me gustaría tener un mejor recuerdo que un beso antes de partir a la guerra de ellos y la promesa que lanzaste mientras te ibas.

Hasta el amor cuesta. Para el matrimonio hay que sacar plata y para ir a la selva a matar te dan plata. Sólo hay que sobrevivir, y cumplirías tu promesa. Tú querías cumplir, pero parece que ellos no. Ya es malo que mueras, pero es peor que hayas muerto abandonado por tus jefes, malherido e inerme. Me da náuseas recordar que te capturaron y te torturaron. Siento cómo se revuelven mis tripas con la ira. No quiero volver a una morgue nunca más. El olor a detergente y muerto rancio no me hacen bien. Sigo con más náuseas. Unos de tus jefes se acerca para darme el pésame, fue el primero en decir “héroe”. Si ellos no te hubieran abandonado a tu suerte, no serías héroe pero estarías conmigo, ¡vivo!

Quisiera mandarlos a la mierda cuando los veo alabarte y sentirse tan cómodos cuando nos pasan dinero. No quiero traicionarte como ellos. Sigo de luto y lucho por recordar cada minuto contigo, aunque no hayamos tenido mucha historia. Pero la tendremos, querido Orfeo.

No has muerto, Orfeo. Lo nuestro todavía continúa. Te tengo en mi vientre. Me has rescatado de mi desesperación. Ya no siento ira ni frustración. Me regalaste tu amor y me quedo con lo mejor de ti. Eres mi héroe y me rescataste del Infierno. Ya no importa que esos bastardos hablen de ti.

No has muerto. Me lo dicen estas náuseas que anuncian tu regreso.