Alcanza también el retrato que descansa sobre su piano.
Aquella tarde caminaban por el parque. Él con su cámara colgada, ella con su vestido blanco suelto que distrae al viento.
El marco cae al suelo, se estrella de la misma manera como se estrella el cuerpo al caer del puente aquella tarde, por accidente.
Ante sus ojos, en sus manos, tuvo el principio y el fin de la relación. La mariposa fue más que un testigo del derrumbe amoroso ese día en el parque.
—¿Tú crees que las mariposas tienen orgasmos?
Afloró en el jardín su complejo de superioridad; la absurda interrogante la hizo sentir importante. Se alejó de la cámara, jugó a ser mariposa.
—¡Mar se posa... Amar... La sopa de Mari... Amar, Amor que se posa... Amor que se agota!
Tres, cuatro, cinco, seis fotos engañan al tiempo; es ella quien domina el parque, es él quien no consigue subyugarla.
El sol roza el horizonte, transmuta el abrazo en un poema.
Ella lo sabe bien, él se siente oruga.
—¿Me dejarías volar como esa mariposa?
Se estremeció al sentir su leve deseo de libertad.
—¡No! Como mariposa nunca tendrías orgasmos! —la lágrima se evaporó en el silencio.
Recostados de la baranda, transmutados en poema, siente cómo se despide, cómo desea volar de su lado. Es culpable, "el amor se posa". La mariposa es la culpable.
Se sienta sobre la baranda, él se retira para una foto, ella se atreve, se pone de pie. Uno, dos, tres, se enreda en el vestido que distrae al viento, cae. Corre hacia la baranda; cuatro cinco, seis, siete, ocho, fotos de su vertiginosa caída al vacío.
La tomó en sus manos, con cierta delicadeza acaricia su cara. No se conforma con tocarla, con un pañuelo atiza su rostro. La mariposa ha muerto; la atrapó mientras moría.