Fue púrpura la mañana de los sueños rotos.
Aquella mañana en que, envueltos en fuego,
perdimos nuestros labios
y las uñas supieron a sangre.
Blancas ojivas como pájaros
tras graznidos ensordecedores,
anunciaban entre alaridos
una mañana degollada y fría.
Despertamos entre aullidos, soles
y gritos de lluvia envenenada
que horadaba nuestros brazos
y manchaba la almohada de cesío y angustias.
Pude buscar tu mano desesperado,
pero no encontré más
que un último deseo adherido a las sábanas
junto a mi último sueño de primavera
Y ahora, desde aquí arriba,
juntos e incorpóreos,
aprendemos a estrechar nuestras almas,
y rezar hasta el olvido
por este estéril mundo de espinas.
Sucede que tengo ante mis ojos,
sucede que me irritas la mirada,
sucede que llorando me despojo
del mítico estupor de mis palabras.
Sucede que te siento entre cortinas,
sucede que desgarro tus entrañas,
sucede que abandono mis rutinas
en mi sucio baúl de telerañas.
Tienen grandes alas tus labios.
Alas de espuma cósmica y errante
para volar tan alto como Saturno
y remontarme por sobre las cumbres heladas
de mis sueños.
Alas de viento y albúmina
para rozar las cálidas nubes del Paraíso
y escrutar sus llanuras de fuego mendigo.
Pero también en invierno,
truecan tus labios sus besos
en tímidas alas de alondra.
Alas de alientos y soles
para devorar la última migaja de luna
en mi espalda.
Alas de garras y uñas,
para desollarme las ganas que aún guardo
en la mirada.
Fue en tus hondas calles
de asfalto y olvido
donde por vez primera
vi la enrojada luz de los astros.
Y donde a base de sangre y piedra
surgió un pueblo vítreo y plebeyo
coronado por un templo marchito.
Tus hondas calles de las que un día,
se atrevieron a contarme
de sus trinos y encajes
y de sus risas y encantos.
Cuentan que fuiste joven,
y que de luces te vestían
en las noches de frías navidades.
Hoy pariste zánganos rosados
sin darte cuenta,
y ahora el descuido inunda tus venas por doquier.
No te he vuelto a ver sonreír
ni a vibrar entre cítaras y violines,
Hoy envejeces cada día un poco
y sucumbes a una ciudad que se cree opulenta,
y te humilla sin saber de tus manos.
Manos que te vieron nacer
y que un día, cuando en el cielo haya nueces,
respirarán profundo.
Lujuria que me hipnotiza,
incautos labios que atan,
lozanas curvas cobrizas,
impávidos besos que matan.
Frescura que me interroga,
ojos negros que trastornan,
ansiedad de amarte que ahoga,
luz e intentos que se forman.
Cálido y fosco a lo lejos
fenece el sol de la tarde,
goteando en el horizonte
lágrimas de fuego y carne.
Varan entonces las noches
que han de venir de muy lejos,
vuelan ardiendo deseos
cuajándose con sonidos,
saltan al viento gemidos
queriendo ensartar el miedo.
Cual agua de tibia cascada
que al río cae a raudales,
se apresuraba mi cuerpo,
sobre tu verde follaje.
Y allí con barro por manos
y cinceles por miradas,
tallé tu excelsa figura
de doncella enamorada.
Y supe así por vez primera
sin siquiera imaginarlo,
que había viajado a la luna
sobre una nube de nardos.
Subí entonces a la cumbre
de tus manos, que ya abiertas,
tenían cual diosa encantada
las áureas campanas yertas.
Dime ahora, nívea musa
que ardes en mis recuerdos,
¿qué sientes tú cuando atizas
la hoguera que llevo dentro?
Noche de aromas
y preludios,
noche de brumas
y de universos,
lento, entre azul y negro,
noche copiosa de besos.
Noche de intentos
y de luna,
noche de náuseas y lamentos,
dicha de estrellas y cielo,
noche desnuda en su lecho.
Cual vórtice de polvo y nueces
sobre una pradera desierta,
ungían mis tenues labios
sobre tus curvas siniestras.
Lograste anidar en mis ojos
lograste saciar mi mirada,
y recé mis dedos de oro
sobre lo oval de tu cara.