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Letralia, Tierra de Letras - Edición Nº 40, del 2 de febrero de 1998

Artículos y reportajes


Eliza Eliza

Eduardo Busacca

En un viaje por Internet me encontré con mi vieja conocida Eliza. Ya había leído sobre ella en un artículo de la desaparecida Mundo Informático, una introducción a la Inteligencia Artificial que comentaba este programa que Joseph Weinzembaum había desarrollado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusets) y que podía llevar una conversación como un ser humano, o mejor dicho simulaba un psicólogo (rogeriano para más datos) con el que, se podía charlar de los problemas que uno quisiera, con la garantía de que se trataba de una máquina...

La primera Eliza que conocí, en el año 84, estaba escrita en Basic y funcionaba en una Commodore 64. Desde el principio me pareció el programa una verdadera maravilla, no porque aplicase técnicas sofisticadas, sino porque, como esas pequeñas magias que nos asombran, en realidad sus secretos eran muy sencillos.

Las estrategias de Eliza son muy simples, y se basan en el malentendido: permiten caer en la ilusión de que realmente la computadora conversa con uno, que entiende lo que uno está diciendo; en fin, que está viva. Pero al destripar el programa, Eliza muestra que sólo tiene tres maneras de mantener una conversación.

Tiene una base de datos de palabras clave, y para cada una de ellas una serie de respuestas pertinentes. Estas palabras clave son palabras importantes, como las que refieren a la familia, al sexo, al dinero, a los estados de ánimo.

Si en la conversación el interlocutor humano no ingresa ninguna palabra que Eliza reconozca tiene dos estrategias que se parecen bastante a las que tenemos cuando estamos leyendo el diario y nuestra esposa nos habla y nos vemos obligados a responderle sin tener idea. A veces Eliza contesta ambigüedades como "Mmmm, qué interesante", o "Sigue", o "¿Ah, sí?". Otras veces envuelve el texto del interlocutor en una frase más amplia, como el ejemplo que sigue.

Toma el texto humano y arma una frase con él; no importa cuál sea el texto, cualquiera podría ir bien entre "Usted ha dicho" y "¿Por qué?".

Una conversación con Eliza podría verse así:

Como se puede ver, todo el diálogo es un gran malentendido, que hace pensar en las obras de teatro de Ionesco.

Esto es Eliza, tanto la original (que luego fue repudiado por Weinzembaum, porque sólo se trata de una simulación de inteligencia artificial, ya que el programa no analiza nada, ni aprende) o las réplicas que circulan (en Internet se pueden encontrar varias versiones de Eliza, algunas con otros nombres como Claude, o Frediii (que está hecho en dBASE III).

Descendientes de éstas son los "agentes inteligentes" que empiezan a circular a través de Internet, confundiendo a más de un humano que ignora que está conversando o recibe un mail y sus interlocutores son programas: Mgonz (que puede "chatear"); Julia, que participa de juegos interactivos de rol, o Zumabot, que envía mensajes a través de los grupos de Usenet, con consignas proturcas y antiarmenias, entre otros.

Por qué Eliza

Es cierto que muchas investigaciones que intentan replicar aspectos del conocimiento o el movimiento humano, pretenden soluciones tecnólogicas como la robótica, el reconocimiento de voz o imagen, pero la ilusión de crear un ser inteligente, similar a la de amaestrar a un animal, es algo más, un sueño o pesadilla que se hunde en las raíces de nuestro psiquismo: crear el golem.

Seguramente que bajo la forma de temor o entusiasmo (según se pertenezca al bando de los adoradores de la tecnología o al de sus detractores) esta idea flota luego de la derrota de Karpov por una computadora. ¿Podrán un día las máquinas superarnos? ¿Viviremos un día en un mundo en que las máquinas hagan todo y se metan en todo? Son preguntas que se hacen sin pensar que, al menos en parte, esto ya sucede cada vez que hablamos por teléfono, nos subimos a un avión o simplemente crucemos un semáforo. En cierta medida ya vivimos un mundo en cuya administración las computadoras ocupan un lugar importante.

Tener un programa inteligente, capaz de responder y hasta con forma humana, nos daría la ilusión del interlocutor perfecto, ese con el que podemos contar siempre (incluso cuando hay corte de luz, si tenemos una UPS) y al que podemos apagar cuando queramos. Si, además, ese programa cocinara por nosotros, nos hiciera masajes cuando llegamos cansados y aliviara nuestras pulsiones físicas, nos evitaría todas las asperezas de la convivencia humana.

Además, podríamos estar en un diálogo que tiene impunidad y en el que no hay "que poner el cuerpo". Estamos viviendo nuevas formas de comunicación en las que no hay compromiso, a menos que uno quiera ponerlo luego: desde las líneas 0600 hasta el chat o los grupos de discusión de Internet. No hace falta dar dirección ni número de teléfono, y en lo que se refiere a Internet, nuestros interlocutores no pueden comprobar nada, ni la edad, ni el sexo, ni la nacionalidad. Aquí la impunidad sería suprema, como la de los confesionarios, donde uno sólo ve una rejilla y una voz del otro lado que escucha (a veces) y responde.

¿Se parecen estos diálogos incorpóreos a una suerte de oración postmoderna? Si la religión va perdiendo adeptos y el hombre reconoce las dificultades para encontrar valores de amistad sincera en su entorno, quizá busque en estos sucedáneos solipsistas, como a veces se busca en las mascotas, un otro que nos haga un poco más soportable la soledad que no llena de telarañas el alma.