Artículos y reportajes - Cómo se ve el mundo desde la óptica del escritor
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Edición Nº 43
16 de marzo
de 1998

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Fábula, Feliciano Carvallo Vida de perros

Juan Michel

En una de sus notables novelas —La despedida, 1973— el escritor checo Milan Kundera narra un episodio en el que un escuadrón de jubilados se lanza a capturar perros vagabundos en el parque público de un balneario. La acción del relato transcurre en su país —Checoslovaquia— cuando éste aún era comunista. Los ancianos, uniformados con brazaletes rojos y armados con lazos de alambre montados en pértigas, corren por el parque dando caza no sólo a los perros callejeros sino también a aquellos a los que la imprudencia o la desidia de sus dueños permitía corretear libremente en un lugar prohibido.

"En un caminito de arena del parque estaba un chico de unos doce años llamando desesperadamente a su perrito. [Uno de los viejos] alargó la pértiga hacia él, pero el perro lo esquivó y corrió hacia el chico, que lo levantó y lo apretó contra su cuerpo. Otros viejos corrieron a ayudar [al primero] y arrancaron al perro de los brazos del muchacho. El chico lloraba, gritaba y lanzaba puñetazos a su alrededor, de modo que tuvieron que retorcerle los brazos y taparle la boca, porque sus gritos llamaban demasiado la atención de los paseantes, que observaban pero tenían miedo de intervenir".

Años más tarde y a propósito de esa anécdota, Kundera señaló que "en los años que siguieron a la invasión rusa de Checoslovaquia en 1968, el terror contra la población fue precedido por matanzas de perros oficialmente organizadas. Es éste un episodio totalmente olvidado y sin importancia para un historiador, para un politólogo, ¡y, sin embargo, de un supremo significado antropológico! Sugerí el clima histórico de La despedida gracias a este único episodio" (El arte de la novela, 1986).

Lo que el novelista afirma es que ciertos hechos a primera vista poco importantes pueden adquirir, leídos adecuadamente, una dimensión históricamente reveladora. Así, un episodio en apariencia intrascendente puede estar reflejando, para una mirada atenta, todo un clima histórico. Recordé estas reflexiones y la anécdota de los ancianos cazadores de perros hace unas semanas, cuando los medios de comunicación argentinos difundieron en un lapso de pocos días dos noticias sobre "política canina".

La primera: el gobierno de la ciudad de Buenos Aires dispuso implementar un nuevo sistema de identificación de los canes porteños. Con la infaltable "tecnología de avanzada" —un microchip injertado bajo la piel— y el no menos infaltable arancel, el sistema constituiría, en esencia, un nuevo impuesto que pretendidamente se justificaría por la prestación de un servicio que, no podía ser de otra manera, estará a cargo de una empresa privada.

La segunda: el gobierno de la ciudad de Ushuaia, la más austral del país, decidió llevar a la práctica una solución drástica para terminar con la perjudicial superabundancia de perros callejeros mediante el sencillo trámite de distribuir en las calles de la ciudad cebos envenenados. Para evitar lamentables accidentes, la disposición oficial contemplaba la utilización de un inverosímil veneno inocuo para los seres humanos e incluso para otros animales distintos de los canes.

Es evidente que, aunque ambas disposiciones oficiales involucran a perros, no se trata de la misma clase de perros. En el primer caso ya el monto del arancel en cuestión —40 dólares anuales— revela, sin lugar a dudas, que se trata de —si se me permite la expresión— "perros de clase media" ("Lo puede pagar hasta un niño", sostenía un funcionario municipal en una entrevista radial). En el segundo caso, en cambio, está claro que los destinatarios de la medida —los beneficiarios de la solución final, por así decirlo— son "perros marginales", perros no pasibles de ser gravados impositivamente.

Ambas medidas coincidieron en generar una módica polémica, con voces a favor y en contra. Pero sólo la última —la venenosa— fue retirada. Y yo me quedé pensando si se había tratado de meros episodios intrascendentes o, por el contrario, si es legítimo leer en ellos el reflejo de un clima histórico. ¿Se trató —apenas y nada más— de anécdotas insignificantes? ¿O la ingeniosa expoliación impositiva combinada con el aniquilamiento —cuando la primera es inviable— encierran metáforas que expresan la lógica de un sistema que abarca una realidad mucho más amplia que la vida de los perros?

Aún continúo preguntándomelo...


       

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