![]() |
Edición Nº 43 16 de marzo de 1998 |
Los hamsas, de hamesh, que en lenguas semíticas equivale a la cifra cinco, son amuletos con forma de mano, usados en Marruecos y otras regiones levantinas contra calamidades, encantamientos, malos espíritus o esterilidad.
Preservan a los portadores en sus viajes —de los bandidos y piratas, por ejemplo—, les aseguran bendiciones y éxito, despiertan en los otros buenos deseos o amor.
Manita manita, yo quiero ser papel secante para leer del revés las verdaderas intenciones de su mano, las obras de su alma y si le falto, cuánto.
O si no, concédeme medir mi riqueza como un guerrero taino, por el número de banquitos que tengo para sentarme y tener uno para cada día de la vida y esperarlo como si fuera cierto que no va a dejar sola a su pobre Lu. Pero en vez de eso soy tan sólo un estuario nocturno, loca contra el arrecife de abandono y, encima, batiendo palmas, canturreando:
Tortitas de manteca, tortitas de cebada,
mamita me da la teta,
papito no me da nada.
Antwerpen, Amberes, Anvers
El vino de Anvers es dudoso
destila postales ya vividas
un tren en la noche de otoño
un hotel llamado Edén
mi adúltero, a veces bígamo
célebre chocolate, catedral
niñas judías, pálidas de otros siglos
cubiertas de pies a cabeza
para no distraer a los hombres
de sus plegarias ni diamantes
que, oh paradoja, dicen que son
a girl s best friends
el símbolo de Amberes
son las manos cortadas del dragón Antigon
que Bravo, el bruto, arrojó al río Escaut.
Esculturas al aire libre
Rubens encerrados
Lamentos que emponzoñan la bruma.
Y volver para nunca más volver
al compartimento del tren con gente irrespirable
que se despoja rumorosa de sus últimos humores
Letal,
un coro de frituras invade la noche
con un vaho de querellas.