Letras de la Tierra de Letras - La poesía y la narrativa de Hispanoamérica
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Edición Nº 44
6 de abril
de 1998

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Conversación de Eiros y Charmion

Ariel Frieda / Bruno Soreno

From: Bruno Soreno
To: Ariel Frieda
Subject: Decapitaciones

Un ciego soñó una vez a fuerza de palabras un laberinto recto, y no es despreciable dicho laberinto, sino solamente árido y limpio, sepulcro piramidal como aquel otro laberinto que el otro, el mismo ciego soñó plagado de arenas. De un salto de ojos grandes y videntes sueño yo un laberinto intermedio, circular, igual de limpio y de árido pero quizás más económico y atroz, una vuelta perpetua en el plano, un círculo interminable y vacuo, un gemelo atroz del primero, pero peor, porque agobiado de memoria el que se pierde en dicho laberinto recordará para siempre haber pisado cada punto de la circunferencia, y su boca escupitará pesadilla. Un tercer laberinto yo propongo, uno informe, húmedo, fluido y subcutáneo: el cuerpo, laberinto infinito. Un degollamiento, una demolición sistemática del cuerpo dividido es anatema, es multiplicar el dominio del cuerpo, es proponer un diálogo y traer a colación una cuestión de poder. El poder toma la forma de la recta, el deseo la de lo curvo. Recta es la guillotina, curvo es labio, el seno, el dulce pezón atravesado por telarañas frutales, el destilador inútil de grasas fuertes, el centro del laberinto circular.

Tecnología de la mutilación, la palabra. Forma de desformarse, de asegurar la imposibilidad de encarar los rostros, el rostro, si es que encarar significa en este caso una prestidigitación, un gesto mántico, de coordinarse la cabeza y el cuerpo en su separación para contener la geografía sinuosa del deseo, del rostro elusivo y deseado.

Un espejo.

¡Mira, y que desnudar los dedos! ¿Y que del frío? ¿Y qué del remeneo incesante del viento bailando el baile de San Vito entre las costillas de la osamenta? Tu metamorfosis es una vestimenta, un rizoma proliferante que te viste, que te cubre, que ansía materias de contacto, de protección ante lo inclemente (aunque no dudo de su capacidad erotizante, su uso del éxtasis como moneda de trueque, como interacción entrópica, termodinámica, de estabilización del sistema). Las sortijas de hielo son un guarecerse, son una hoz práctica que se encargará en su momento de desgarrar los filamentos, rellenar el hueso de lo húmedo, asediar lo chamuscado, encarar la desnudez atroz, rasgar la piel, provocar el grito, el aullido, el jadeo y el orgasmo de ser necesario.

En cada dedo una palabra, como una muerte. Pequeña.

Una pérdida en el laberinto, sin alas, sin minotauro, sin círculos ni rayas ni arenas, un meterse al cuerpo por la boca, por el recto, por el embudo del ombligo deteniéndose sólo para presentir el exacto momento de la penetración. una sortija de ángel extraviada en una boca. Dientes devorando metales, como truco de freakshow, tragadura de espadas. Un blowjob. Una sombrilla dorada bajo la cual guarecerse de la llovizna fría de palabras heladas, donde poder estar desnudo, caliente, desvariado de sí, casi mecánico.

De cierto modo, un deseo que es una desafiante sinceridad.

Porque la piel es a la carne como la cabeza al cuerpo, es una sinceridad insólita admitir el cuerpo no como burbuja del aire sacro sino como un laberinto infinito, como una capacidad de pieles infinitas, y debajo sólo huesos, laberintillos blancos donde anidan y se reafirman los filamentos, las protuberancias ectoplásmicas que se cuelan por los ojos, los oídos, la boca de las bellas brujas, las madejas de las medusas irresistibles.

¿No es acaso un cuerpo lo que ansían asir tus filamentos? Ciertamente. Lo incierto, lo difuso, es el conocimiento de ese cuerpo, su calificación bajo la lápida de un nombre, de un género, darle cierta geografía y cierta pertenencia. ¿Un muerto? ¿Un Otro? ¿Un Yo? ¿Acaso la radical desavenencia de la cabeza, de su insistencia y sus advertencias no es esconder el sol sin tener manos, desaparecer de la memoria el tajante recuerdo de que ella se inventó al cuerpo, de que el cuerpo fue un tejido carnoso que ella pacientemente bordó en las noches sin luna? ¿Acaso no era Ulises un simple diseño en la tela perpetua que tejía Penélope? ¿Acaso tus tentáculos, tus oculares, auditivos y bucales filamentos no se entretienen realmente en tejerte un cuerpo, no en buscarlo en un afuera sino construirlo alrededor de los huesos, allí en el hueco debajo del mentón?

Ingenierías prodigias de tu suculenta carne.

En cuyo caso, pedazos míos, esquinas afiladas mías quedarán atrapadas en tu red, despojos de mi carne y mi piel igualmente inventada (¿por mí? ¿por ti?) se enredarán en esa nasa, esa planta enredadera que puebla tus curvas, los cuchillos de los dedos quedarán entonces incrustados en esa nebulosa húmeda y palpitante y atestada de dientes y uñas y hormonas y epitafios que hemos concedido en llamar "tú".

Un sofisma entonces, la diferencia.

¿Dónde termina la piel y dónde comienza la carne? ¿Dónde el dedo y dónde el metal? ¿A qué boca pertenece una lengua capaz de ocupar cuatro labios al unísono? ¿Puede el falo de Onán pararse al encarar su propia cabeza desmembrada?

La palabra, la piel es una estrategia contra el humo, como lo es el olvido. El humo es lo que ocupa la insaciable boca de la carencia, la boca que besa sin dejar aliento, la boca mantis religiosa, el cuerpo muere y eyacula instantáneamente. Quizás, de pasadita piensa en su madre, en una sortija, un cuervo, una canica, un libro de Cortázar, una hecatombe.

La caricia implica al cuerpo, lo compromete. La caricia asortijada lo rasguña, pone a funcionar la geometría de modos no euclidianos, sin importar en qué punto de la masa se actúe, se alerta a la cabeza.

Efecto a distancia. Del lado allá al lado acá de la guillotina.

Este instante que "es repentinamente y sólo vuelve a ser en la memoria", ese punto donde tangencian la recta y el círculo, esa zona intensa que puebla cementerios enteros de nombres (muerte, orgasmo, palabra, piel, nombre, guillotina, caricia, bala, decapitación, soledad), no es otra cosa (o es todas las otras cosas) que esa puesta en alerta de la cabeza, de ese contacto entro-metido de la carne con la carne o la masa con la carne. Es la caricia de la cuchilla en la nuca. Tanto la cabeza de la víctima como la del verdugo son puestas en alerta: una en alerta de la otredad de su cuerpo, la otra de su futura separación (por eso el muerto queda "convertido en verdugo"). Todo entonces una inmensa despedida, un terror y un estremecimiento ante la inminencia de la catástrofe que es la separación de la piel, el regreso a la carencia de la que nunca se salió.

Noches oscuras y alucinadas, el cuerpo y sus fluidos atestados del elixir de la muerte, balbuceando, rodando por el aire pesado del suelo, gritando, chingando cuerpos sin nombres en camino al pozo, ocupando no dos sino mil ataúdes simultáneamente, cagándome en la boca de mi propia cabeza, haciendo mal las sumas y bien las restas, mutilando mi cuerpo (templo del espíritu santo, que pronto me desahuciará seguramente) practicando rituales ignominiosos y olvidadizos que preparan a uno para el desnucamiento, el degüello que implica el alba, la despedida de la verdad y el regreso a la mentira de que uno es uno y no diez mil, a la mentira despiadada de que yo no soy tú, de que nunca seré tú.

Quedas invitada cordialmente a la próxima función.

Esta es mi aportación al epistolario electrónico que sin duda alguna conformará una de las literaturas más alucinantes e interesantes de este paisito. Dime pronto lo que opinas. Y el chiste de todo es que ni siquiera es literatura sino algo mas visceral y siniestro, sospecho, aun con todos los bosques oscuros que lo pueblan y todos los fantasmas, algo más real. Espero la próxima y me entusiasma mucho este intercambio, este diálogo de ataúd a ataúd. Considera que si sigue así de bueno, esto es publicable, además de que es un modo, al menos para mí, de decirte tantas cosas de la única verdadera forma en que es posible escribirlas. Quizás este es nuestro idioma verdadero.

Que el tejido que fabricas con tus madejas infernales incluya, en sus fabulosos paisajes, mi osamenta.

Osiris, el conde decapitado.


From: Ariel Frieda
To: Bruno Soreno
Subject: Como todo, continúa...

"After this I call to mind flatness and dampness; and then all is madness — the madness of a memory which busies itself among forbidden things".

Siempre acudo a Poe, ya sabe usted de esas manías. De todos modos en estos momentos sólo cosas como péndulos deshacen mi cabeza. Si fuese la Medusa yo, sería una de filos cortantes, blandos, como péndulos que se suspenden de lo que me cubre, que tienen maniobras planeadas para mis ojos, mandrágoras flotando por mi iris, mi ojo, ojo péndulo, desechando mi cabeza con un movimiento adverso que me decapita.

Pero usted también sabe leer al tiempo. Digo, cuando se inventa, cuando éste acude a su existencia, usted sabe contar horas, minutos, con su tic tac de plata en los dedos, cuchillos afilándose en la cocina, filos que danzan tambores en mi nuca, como un asesinato de imprevisto en el que usted no puede matarme si no es que antes se deshace del intento.

Medusa yo, me tuerzo los brazos, me los parto, los dejo como migajas de pan, cuento de hadas, no sin antes desafiar la luz, que, como el tiempo, en este rumbo nada tiene que ver. Así que usted seguirá olfateando, como una bestia, un perro rabioso, los trozos que se despegan de mi cuerpo, porque prescindimos de la geometría, Medusa yo, pongo a rodar mi cabeza llena de péndulos colgantes, tic

tac

                                           tic

                                                                               tac

                              tic

tac

cada vez me extiendo sobre el suelo, y allá abajo, sin luz enciende mi cabeza un cigarrillo, y yo Medusa dicto el ritmo de tus dedos que escriben sobre una maquinilla imaginada. Siempre te imagino frente a una maquinilla.

Puedo hablarte, yo fumando desde este piso frío, mientras suenas los huesos, bostezas, tú, cuerpo carente de ojos, de dientes. Insisto saborear el humo desde tu bandeja, mis péndulos surgen de mi cabeza como si fuesen monstruos marinos, rasgan el aire, la esquina fría del aire, el tiempo sabe estremecer tu sombra.

Calcino desde mi boca el aliento, cuando se escribe como tú lo haces (y sólo tú sueles hacerlo) se abren demasiado los ojos, se prescinde de los párpados y es como si hubiese un agujero colmado de reflejos, del reflejo de un cuerpo que mira un reloj, del reflejo del cuerpo que se convierte en serpiente cuando se anida en el péndulo, Medusa no tiene memoria pero tú sí... Por eso no puedes dejar de derramar palabras como mercurio, no te importa la forma, sino sólo descender en ese ir y venir, tic, tac, está de más poner aquí la palabra tiempo.

Y si yo Medusa te observo febril, me acojo a la memoria más mediocre y sólo puedo asociar de tu mercurio la fiebre... deshojo el cigarrillo, derramo las cenizas y me quemo, me dejo quemar, y un péndulo caliente es infierno para un hombre. Si me columpio, si me imagino en mi propia cabeza yendo y viniendo agarrándome de las orejas que por dentro son sólo chorreras resbaladizas, si me convierto en mano que desmembra mis propios recuerdos, y te encuentro, así convaleciendo, sudando bajo las frazadas, te desarmo, escribe encima de mí, yo fumo por ti, te condeno péndulo, métete en mis huesos y a la hora de bajar grita bien fuerte, que el reloj se oiga en todas partes. Escribe.


From: Bruno Soreno
To: Ariel Frieda
Subject: Conversation of eiros and charmion

"Then, there came a shouting and pervading sound, as if from the mouth itself of HIM; while the whole incumbent mass of ether in which we existed, burst at once into a species of intense flame, for whose surpassing brilliancy and all-fervid heat even the angels in high Heaven of pure knowledge have no name".

Partir de Poe.

Devolverte la jugada es como partir de un abismo hacia lo innombrable. Como contar un cuento desde el último punto que lo decapita.

El sonido inefable del tiempo decapitado, la interrupción del elan vital, la paralización inaudita de las manos del reloj y de las culebras revoltosas que merodean tus sienes.

Después del cataclismo, de la catástrofe inminente del tiempo, tu nombre será Charmion. "So henceforward will you always be called".

Yo seré Eiros.

Porque ya somos otros, negados del éter sustancioso que una vez nos alimentó, el aire que nos igualó a los de la especie en ventajas y carencias.

Has devenido cabeza en esta catastrófica metamorfosis universal. Me exiges la escritura lineal de tus contornos como la tiza que rodea al difunto asesinado en el suelo de la escena del crimen.

Tu naturaleza es toda ojos, ahora, como la noche.

Escribirte, ya que no tienes cuerpo, es una tarea de castración. Para escribirte ahora debo prescindir del sexo. ¿Será posible semejante maniobra?

Mejor seré tu verdugo, tu llaga, me inventaré tu cuerpo rebosado de curvas, voluptuoso como una fruta podrida, y te sacaré los jugos, los gemidos, te haré en el cuerpo cicatrices imponderables, machacaré tus dedos en el pilote verde de la palabra, te arrancaré los dientes y las culebras del pelo, te haré tragar plata a borbotones hasta que revientes, hasta lanzarte rauda al infierno del silencio.

Yo perseguiré tu rastro, tus migajas de pan, cuerpo de Cristo, hasta llegarte, hasta alcanzar el espectro detrás del péndulo, hasta merodear infalible cada uno de tus péndulos que te habitan, las manadas de arañas que atraviesan tus tuétanos. Yo seré el estruendo, la trompeta, el ruido del tiempo rompiéndose y destrozando de un zarpazo todos los péndulos y las agujas del universo. Yo, lunar, manejaré tus menstruaciones, me esconderé como un duende con colmillos detrás de tu lámpara azul para espiarte el sexo, para atrapar el grito ajeno y lanzarlo cual martillo al cielo, al lugar cóncavo, al laberinto circular de los tormentos, de donde nunca regresará.

Otra vez Poe: "Vivo te fui funesto, muerto seré tu muerte".

Así me olvido de mí. De la asfixia. De la marea moribunda de la noche, la ausencia espantosa del sopor, la sospecha de un coloso oscuro acechando más allá del horizonte con mi nombre en la frente. Del hueco infinito que rodea mi falo hambriento, envuelto en fuego, en brillo indescriptible.

Porque yo estoy hecho de tinajas, aunque tenga la apariencia momentánea de acarrear dedos de plata. Yo estoy hecho de ajenjo, de libros escritos en lenguas malditas, y ocultos en las barrigas trémolas de bibliotecas pertenecientes a herejes y a alquimistas, yo estoy hecho de tus ojos de medusa. Yo sopesé que ya era piedra, que ya habías realizado no sé qué maleficio de sal, pero yo no conté con la multitud de agujas milenarias, con mi capacidad de decapitarme los dedos y guardarlos, resguardarlos de la tormenta en unas gavetas de plata que ya nadie puede abrir, unas gavetas vigiladas por relojes de arena.

Detrás de los ojos habita la memoria, un animal amenazante, amenazado, que acecha y araña y muerde cuando lo perturban, que lastima la mano que le da de comer.

Pero yo guardo la mía, o la mía se guarda en las gavetas de mis dedos, detrás de la plata que recuerda tu piel, aquella piel que te cubría cuando eras Frieda, cuando tus curvas y tus manzanas y tus dientes me eran asequibles y yo tenía boca en el pecho para comer.

Mi tarea, entre marea y marea y vértigo, será la investigación minuciosa de tu crimen, recuperar la arqueología de tu muerte, determinar con certeza los golpes, las heridas minuciosas que te propiné de lejos, detectar a tu criminal, escondido en un espejo.

Tengo un cigarrillo entre la plata, tengo una boca llena de humo. Yo debo transmitirte ese humo, debo llenarte del aliento mortal, carcinógeno, que permitirá (a costa tuya) la recuperación de la carne, el conjuro que producirá tu golem, el terrorífico despertar de tus serpientes.

En horas exactas leerte sin cuerpo es como una orgía al revés, cuando resucitan las agujas no ponderar tus ángulos, tus extremidades de araña, pensarte toda letra y palabra y lejos y Charmion es ciertamente insoportable, como cargar un tizón de plata o lanzarse al mar. En horas exactas debo hacerme inexacto, debo desgarrar algunos velos que me cubren, extirpar mis testículos y comérmelos con mermelada, agarrar fuertemente la mano izquierda con la mano derecha y arrancarla de cuajo con cuidado de no salpicar la maquinilla, el papel de hierro donde grabo unos signos destinados a ser carimbo de tu piel sin alcanzarla nunca. Ese es el sueño de la maquinilla, la mecánica inmediatez de poder escribirte ruidosamente, realmente, la posibilidad de incendiar tu cama con la colilla de un cigarrillo, mejor aun, incendiarte toda, como en el cuento.

Pero tú conoces mejor que nadie la peripecia, el vericueto líquido de la palabra, tú has escrito en piel y letra cosas indecibles, tú has manejado con competencia infiernos diminutos, tú me has atosigado pesadillas y decapitamientos, tú te mutilas, me mutilas como un papel incendiado, como un ruido intrusivo, una trepanación craneal en búsqueda de un tumor que ya se ha ido, que nunca estuvo, o que habita tranquilo otros aposentos buscando a quién devorar.

Tú has visto mi noche, mi espanto. Tú has imitado mi gesto grotesco, yo tu palabra fluida. Tú te has escondido en mis ataúdes, y yo te he matado a dentelladas mil y una noches. Tú has sido Sherezada, y en la mil y dos noche te has quedado sin historias y yo, implacable, he ordenado tu cimitarra. ¿O cada historia era un pequeño asesinato, una petit mort, un orgasmo cegador y redentor? Ciertamente muchas noches lo fue, lo es, ciertamente una luz inefable ha brillado de vez en cuando en la psicodelia y el autolvido, en el vientre henchido y relleno de ojos de la noche.

Metafísica del terror, no poder imaginarse el color blanco, o aplicarlo a todo el universo para borrar tu nombre.

Si, para entretener el espanto, dedicaras tus agujas, tus arcos de metal a dibujarme allí, detrás del vidrio, donde pasto con mi mano sangrante entre las bestias, ¿qué formas me darías?

El péndulo que precariamente viajamos ha practicado una vez más el arco. Ahora se aleja, de mi hacia ti, algo de mi piel se va con él, algo de mi hambre. Estoy embarrado de tu carnicería. El péndulo es una espada, con el mango en tu dirección y la navaja en la mía. En ese filo, si eres capaz, se mezclará nuestra sangre.


From: Ariel Frieda
To: Bruno Soreno
Subject: Continúa...

"After this I call to mind flatness and dampness, and then all is madness — the madness of a memory which busies itself among forbidden things".

Ya sabes de la manía de acudir a Poe. En horas exactas mi cabeza se llena de péndulos y como Medusa convierto al tiempo en una gran orgía. El reflejo de un cuerpo que se detiene frente al reloj, tu cuerpo detenido, parado como una manecilla inservible que acoge al seis por efecto de gravedad. Tus ojos que de la nada ahora son blandos frente a mis péndulos espejos. Mil movimientos colman mi cabeza. Demasiados péndulos cuelgan frente a ti, tú que me miras decapitada, renunciada a mi cuerpo, mi memoria harta del tic tac terrible que hace el reloj a estas horas, que te detienes ahí, inmenso, casi infinito, alargando los colores sobre mis filamentos de plata que marcan ciertas cosas que sólo tú puedes contar, testigo ocular, culpable, diséctame.

Escríbeme llena de péndulos que danzan tambores en mi nuca, pende la sangre de un animal sacrificado, penden miles de caras entre mis filamentos intentando ir de oreja en oreja, acudiendo a esas chorreras resbaladizas que no pueden ser más que eso, por dentro, siempre por dentro, usted me pende.

Veamos, le decía que era Medusa yo que dejaba extenderme en largos hilos de plata que cuentan el paseo del tiempo. Porque cuando mi tiempo sale a pasear se detiene frente a una ventana y en esa ventana yacen tus dos ojos, como esferas esperando golpear contra el cristal, y luego quién pagará ese vidrio, te preguntas sin darte contestaciones porque ahora me ves rodar.

A tu salud un cigarrillo, mírame, como dejo ir mis partes, como te ofrezco una línea, una ruta o un caminito de cuentos de hadas, no te busques, sólo amontónate, desmenuza tu gravedad.

Mi cabeza rodando y miles de campanas, péndulos que me chocan por adentro, se me incrustan en las paredes, en los límites, ruido de tu maquinilla. No sé por qué... Siempre te imagino escribiendo en una maquinilla. Suenan más, despiertan a la gente; en cambio este ruido que oyes rodar sólo puede pertenecerte. Déjame ser tu personaje. Ahora frente a la guillotina, yo Medusa, sola, sin cuerpo, como sólo una Medusa puede ser, soy condenada a la guillotina. Escríbeme el final, decapítame de nuevo, yo que sin cuerpo ando, y apago este cigarrillo dando una vuelta más. ¿Qué esperas?


       

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