Letras de la Tierra de Letras - La poesía y la narrativa de Hispanoamérica
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Edición Nº 47
18 de mayo
de 1998

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Púrpura sobre negro

Rossana Scacciotti

"Nadie más en los alrededores de las ruinas
El comienzo del dolor
embelleciendo el paisaje sin fin
(...) El sol encallando en las montañas
Itinerarios condenados al desastre".

Elsa Cross.

Dicen que la casa que ocultan esos altos abetos está abandonada desde hace más de dos décadas. Los árboles que vemos mecerse lenta y majestuosamente, sometidos a la voluntad del viento, han sido plantados muy cerca del muro de piedra que rodea aquella casa, un muro al que los años y el ímpetu de la naturaleza han resquebrajado, y algunos tramos fueron reemplazados por ladrillos unidos toscamente con argamasa y cantos rodados. Ubicada tras una colina, algunos creen que fue una cárcel. Se trata de una construcción de gruesas y macizas paredes con barrotes sobre las ventanas. Sólo se puede distinguir un piso sobre la planta baja, y muy cerca del muro de la parte posterior, una especie de torre que se diferencia del resto de la casa y con la que no parece tener comunicación alguna. Si fue una cárcel, entonces debió albergar a un solo prisionero, y seguro fue precisamente allí, en esa torre.

De pie bajo los abetos, oigo las hojas al frotar entre sí, un rumor que dominaría cualquier otro, si lo hubiera. El silencio invadió todo desde hace mucho tiempo. Escalando por sus resquebrajaduras, traspongo el muro descendiendo por las mismas grietas y luego salto y caigo con un golpe seco. Permanezco agazapado, en silencio, mientras me ahoga la agitación de un extraño miedo. Por dentro, los muros han sido blanqueados con cal y todo está dejado al azar del tiempo. Tras el portón principal, hubo tal vez un jardín extenso, algo así como un bosquecillo interior. Hay una fuente de granito y en su centro, gruesamente tallado, un animal de sospechosa ferocidad, suspendido sobre un pilar y formando con él, un solo bloque. Sus fauces abiertas muestran dos colmillos gastados, y en el fondo de la garganta, un agujero del que cuelgan hilachas de musgo reseco.

Por todas partes hay hojas secas que se deshacen bajo el peso de mis pisadas, crujiendo hasta casi ensordecerme. Sé que dentro no hay nadie, pero este lugar me sobrecoge y prefiero andar con sigilo. Me invade la sensación de que alguien, desde algún rincón de esta enorme casa, supiera que estoy aquí.

Un camino bordeado por arbustos y plantas sin flores, conduce a la puerta principal de umbral imponente. Tiro de la aldaba y la puerta se abre sin rechinar, lo cual me extraña. La primera estancia, cuya decoración es exigua, no tiene cortinas, tal vez eran innecesarias. El sol no llega hasta aquí, pues los muros son altos y los abetos terminan por cerrar la atmósfera alrededor de la casa. Todo está muy quieto. Como si el tiempo se hubiera detenido precisamente ahora, entre estas paredes. Hace calor, o más bien, debe ser producto de la humedad, y este olor acre, tan intenso... Me muevo casi en la penumbra.

***

El dolor de este exilio es intolerable... intolerable y atroz. La soledad araña las paredes. Estiro los brazos y sólo consigo asirme a mis propios fantasmas. Conozco cada rincón de este infierno, cada objeto, y todo está malditamente mudo y mis palabras rebotan sobre espejos y el eco se desvanece sin regresar jamás, como si no hubiera aire aquí dentro. Odio esta casa y todo cuanto ella contiene. Enloquecer es recorrerla días enteros, noches enteras, cientos de veces y estar siempre en el mismo lugar. Todavía recuerdo el baño frío, los choques, la desnudez, sus rostros de facciones aberrantes y las fotos sepia: Vladimir en medio de la Plaza Roja... la gran marcha... el regreso... ¡la huida! ¡la huida! y nuevamente los choques, el filo de la navaja cortando las venas, las encías, las comisuras de los labios y otra vez choques. Voces suplicantes, ¡ya no quiero oírlas más! Y esta voz terrible, asida a mí desde hace un milenio, como hierba mala. Arránquenmela. ¿Qué mano podrá soportar sus hojas urticantes?, ¿qué ojo alerta puede vigilar que no quede ninguna raicilla que avive este odio secreto y maligno? Cruzo descalza el jardín sin fijarme en esa piedra que lastima el pie. Sombra blanca entre los árboles. Sombra blanca dentro de esta casa. Nadie me escucha gemir. Consumo ungüentos y algodones y mi piel supura, cubierta de llagas. Sobre mis tímpanos, indeleble, la música estridente de aquellas épocas. La mente en vorágine. Espejos mugrientos sobre los muros descascarados, como en una alucinación, soy como una mariposa cuya ala quedó atrapada del otro lado, dentro del espejo, y la vieja mecedora carcomida ya por el tiempo. El odio ha envenenado esta casa. Me ha envenenado a mí, a mi carne y a mis huesos. Por eso sigo con vida. Para odiar.

***

¿Qué insospechada y morbosa curiosidad me hace permanecer aquí? No sé por qué me dejo arrastrar ni por qué sucumbo a seguir en este lugar, si cuanto más avanzo por sus habitaciones sombrías, más me invade la sensación extraña de que aquí hay alguien más, pero, ¿dónde..? Durante horas la he recorrido y no hay nada más que muebles viejos y polvorientos, espejos rotos y un sótano de atmósfera irrespirable. Se hizo de noche y no he notado la diferencia, excepto por la penumbra que ha cambiado de color. Ahora todo se ve de un gris-azul brillante. Debe haber salido la luna.

***

Libérame de una maldita vez, ¡sátrapa!, ¡asesino!, si no has de cruzar más el umbral de esta puerta hacia mí, si no has de hurgar nunca más entre mis entrañas, si te has de ocultar como un animal al acecho, entonces arráncame tu sonrisa herética y tu tiempo, arráncame tu memoria, corta mi garganta y cuélgame en el matadero, así degollada, para sangrar poco a poco esta miseria. Desbarata mis sueños y préndele fuego a las sábanas, para que desaparezca tu maldito olor, sal de aquí, arrasa el recuerdo pero también el olvido. ¿Para qué, maldita sea, has vuelto?, aquí sólo hay recuerdos en ruinas. ¿Quieres constatar que también quedan escombros de mí, entre los escombros de esta casa? Escapa ahora que estás a tiempo de hacerlo. Escapa antes que cierre el portón y corra todos los pestillos, escapa antes de volverte otra sombra maligna entre mis espejos, recoge tu capa negra, tus sandalias púrpura, recoge tus aires, llévate tus pasos, descuelga los espejos de mi estancia y llévate tus ojos que se reflejaban dentro de tus ojos, vuelca mis cajones, huye con la mala hora que te trajo, hazlo pronto antes que se esconda esta luna de la que no puedo ocultarme. Tu prisa irá dejando ciénagas de silencios aterradores, recónditos. Te veré partir con tu cargamento lúgubre. Con mis palabras a cuestas, atravesarás esos senderos, hasta encontrar el camino de regreso a tus miedos, a tus cobardías. Te vas a instalar en tu reino de traiciones. Vuelve con Ella para que reines entre los lacayos de su tiempo. Presidirás todas las jaurías voraces de mis celos. Luego me quedaré sola, sirviendo un banquete con mis vísceras y las mansas bandadas de los pájaros de tu indiferencia. Masticaré lentamente mi derrota, hasta desabrocharme este maleficio.

***

Será mejor que me vaya. Aquí dentro no hay nada más por ver. Antes de salir echaré una última mirada y trataré, una vez más, de abrir esa puerta que está al final del corredor de la planta alta. Ya lo intenté muchas veces, pero los oxidados goznes impiden que se abra. En fin, tal vez no contenga más que polvo, espejos rotos y telas de araña, como todas las demás habitaciones en esta horrible casa.


       

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