Letras de la Tierra de Letras - La poesía y la narrativa de Hispanoamérica
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Edición Nº 50
6 de julio
de 1998

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Piedra filosofal (extractos)

Ketty Alejandrina Lis

Vamos hacia el poniente, lugar donde todas las excusas finalizan.


Los sonidos y los silencios

A Lina Macho Vidal

Sonidos de la voz
pueden continuar la marcha forzada hasta sus límites
da lo mismo.
El espacio absoluto se bebe
con los labios hinchados jugando
en un mar ahíto de diamantes
sin encontrar las palabras amadas
porque ellas se deslizan libres dentro del lenguaje
y el lenguaje
es un inmenso palacio pero también una celda.
Silencios de la voz
entrecortados por la jauría de sílabas aprisionadas
¿sabrán alguna vez qué hacer con sus fragmentos?
Si al menos no hubiesen olvidado el amor primigenio
que les fue negado
el que les fue dado
las ideas que se aplastan hasta ahogarse
y todas las que hacen una reverencia
y terminan respirando cabeza abajo
desconfiando de sus gestos
de sus actos
desgastándose entre pasadizos
donde la única señal permitida
es el avieso rostro de la duda.
A modo de consuelo bien podrían refugiarse
en la intensa intimidad de una hoja no escrita
para tumbar la costumbre
de sacar medio cuerpo fuera de la ventana
pues por ahí se cuelan los ensueños
y los ensueños pesan más
que la Pirámide más alta del Valle de los Reyes.
Cansa oírles festejar lo que aún no ha llegado
como si no supieran que esa fiesta de muertos
y fantasmas
se acerca demasiado a la certeza de no alcanzarlos jamás.
No sólo las arenas que rodean la montaña son ciegas
en su cúspide reina un pájaro de muselina morada
y en sus ojos se ahonda la oscuridad del día.
Pobrecitos sonidos pobrecitos silencios
no potencien las fuerzas del espacio
sus apretados planos negros.
Ellos alguna vez mojaron sus cuerpos en el río
supieron de la odiosa victoria de la muerte
supieron la presencia del odio en el amor.
Ellos, como nosotros
no escucharon el trotar del ciego guardador del tiempo
se abrigaron con los cantos rodados
esperando encontrar la flauta de Pan entre las peñas.
El sonido no cabe en el silencio
y el silencio perfecto
aquel en cuyos ojos nacen
y crecen los jardines colgantes
se aleja un paso a cada paso y no importa
si los canteros de octubre invitan siempre
a una olorosa fiesta de colores
si las Cuatro Estaciones las escribió Vivaldi
si mañana lloviznarán las flores azul-liláceas
de los paraísos
suene el toque de diana o siga enmudeciendo el cielo
con lágrimas o sin lágrimas
con la palabra atroz o la palabra bella
con los labios abiertos o cerrados
con las manos apretando la cabeza
henos solos aquí
rodando.



Los caminantes

A René y María Irma Balestra

Me dices
que a veces parecemos los esbozos
de planes herrumbrados dispersos en el tiempo.
Náufragos
buscando bitácoras ajenas
mirando las idénticas sandalias
de algún caminante igual a nuestra sombra.
Bien, es cierto.
¿Pero puede el ser
                  ser
sin extraviarse
en el centro más sórdido y temible
del desierto?



La espera

A David Romtvedt

Día a día esperar
sin saber qué es aquello que se espera
sin saber si la noche es una amiga natural
o sólo tensa, solitaria madrugada.
La espera anida un capullo tormentoso
donde su cáliz guarda un ámbito precario
la permanencia cabe en una taza de café
mientras a sus costados
reina la informe forma de la ausencia.
Este es un camino excedido de tropiezos
casi siempre sujeto a la obsesión
de desear lo que ha huido
o lo que nunca llega.
Sin embargo
en ocasiones podemos estar tranquilos aun sabiendo
que alguien, alguna vez,
ordenará de un modo diferente
la música que amamos, nuestros libros.
La espera es en verdad un suceso escurridizo.
Quizá todo se reduzca a eso.



En esa noche, el mar

A Any Lagos

Lejos como estás de aquí, amiga,
lejos del aroma a sándalo que expande
la fina vara del sahumerio
no puedes tener esta arco preciso de belleza.
El sosiego cubre el espigón
separa el apretado manto de sedales
y aparta del súbito camino de la muerte
al giro acuático en su danza leve.
Está sereno. Sobre un farol
que recuerda el mástil de otro Barco Ebrio
cae la andadura del amanecer
formando hacia el borde de la costa
un claro y transparente espejo de agua.
Es posible que mañana soplen más cristales de sal.
Se vuelque más olvido en el olvido.
Pero esta noche, la quietud,
alisando su rumor y su rompiente
rodea al mar y lo envuelve
en el humo entre acre y maderoso
del sahumerio.



La canoa de papel

Temblor subido a una canoa de papel
regresando al mismo puerto
temblor partiendo la pared
de prolijas guardas verticales
desde donde observan
las órbitas vacías dorado-plata-blanco
de la máscara traída de Venecia.
El camino es una absoluta recta
pero lo absoluto de la recta no se encuentra
en el trazo lineal entre dos puntos
porque la noche tempestuosa es y es luz
en el doble mensaje de los cielos.
Dormita el corazón en los escombros
para que los latidos en perfecto orden
se cuelguen del karma acenizado de la luna
boguen en los remansos del río Paraná
y partan.



El delfín

A Paulina Vinderman

Me parece que estoy llenándome de sueños
o de ensueños
porque hoy quité porque sí
la llave que lleva al cuarto de la abuela
donde se vela y eleva
la llama de un gen que no vive
sobrevive entre soplos de volcán
y cardos cortados por el huracán feroz y Norte.
No hay belleza ni tan siquiera oblicua
en la cápsula que esperan
los gránulos que sedan.
¿Pero a dónde iría el dulce y débil delfín
sin su ración?
Sin su ración no podría odiar a la razón
no podría saltar
no, no podría saltar ni ensartar el juego de aros
sostener la pelota de gajos blanquecino-rojo-azul
ni cumplir con el ritual
de girar según la orden convenida
para que se oigan bien vivos los aplausos.
Seguramente
hoy tampoco habrá de calentar el sol.



Imágenes nocturnas

A pesar de las puertas de acero
sus candados
de las largas charlas en la calma fluidez del mediodía
se despliega como un águila al atisbo
el temor.
Es presencia ancestral sujeta a una soga
que agita las ramas y tiembla en las hojas
de cidros obscenos de azahares.
En el llano
en las grietas
en el seno voraz de lagartos
va sembrando en lenguaje disperso
su aura de espinas.
De un golpe certero golpea la frente
deposita larvas
dibuja cubiles que se multiplican
en el vientre helado.
Si extiende su manto no vale esconderse
correr
alcanzar el lábil corazón del alba.
De una orilla a otra su abismo
y en el fin del piso la copa de áloe
sin uvas maduras ni almendras
sin dátiles frescos que alivie la imagen.
Sólo las espinas girando girando
en una vasija encendida
incendiada
partida
vaciada
de miel.



Poema en tinta china

A Estanislao Mijalichen

Una puerta de penas
                         apenas
entreabierta
dos postigos ardiendo entre los leños
ceden paso a una anciana que zurce y Mijalichen
volviendo mudos y atados
del páramo cercano
donde mueren de sed y soledad los muertos.
Por la puerta de penas
                   apenas
entreabierta
un ojo zarco lilamente los tiñe
                           y me señala
el esfumado dintel y una ventana oscura.



Safo

La espuma salitrosa
dibujó el perímetro de Lesbos
tensando la luminosidad del arco.
Transparencias, curvas, remolinos,
anunciados en el color del aire.
Soledad bulliciosa de la pradera,
júbilo de Hécate jugando entre las hierbas
por un breve soplo nacido en los Infiernos.
Y Artemisa, mirándola desde los pliegues
que resguardan el fondo del Egeo
ordenó su protección a las Musas.
Safo, saeta perfumada
ungida con bálsamo de mirra.
Muchacha eterna coronada de violetas.
El andar de tus pies se multiplica
en el sitio donde nace la delicada flor del azafrán
y la azarosa presencia de la Poesía.



Nombres sonoros

La belleza del potus y el cordatum
no se curva en sus nombres
sí en el giro de las guías descendiendo
por el nervio de la hoja, sobre el aire.
El retumbo del mar es más sonoro
pero suena lejos
                    y no sabe
del extremo verdor con que hoy lucen
tus macetas colgantes
en el patio.



El gran infinito

Seguro es que aún no has visto
un mar circular. Ni siquiera
un círculo de arena en el mar
más allá de las ruinas que leímos juntas.
La llama portentosa de El Aleph alcanza
una espuma ciertamente alta.
Y te pregunto ¿quién viene del envés
a preguntar?
¿Quién puede repetir el nombre amado
sin caer por el costado liso del abismo
donde todo es igual y nada es nuevo?



El diamante

He bajado hasta el suelo del vacío
pero el diamante en su continuidad
roza la idea de lo eterno
labrándose en la soledad de su propio y fino polvo.
Por eso
casi siempre me gusta andar descalza por las calles
pues así protejo un sueño
que es enteramente universal y bellamente mío
y lo escondo en el desamparo de los brazos
bajo este cielo donde siempre viro a contramano.
Las personas me miran
cuando creen que voy hablando sola
aunque ciertamente
voy charlando de sonetos y elegías con Rilke
y le recuerdo que me adeuda una carta.
Me obligo entonces
a no cruzar con el semáforo en luz roja.



El pequeño parque

La conciencia de ser es bien extraña.
Las plantas trepadoras verdean
el fondo de los cinco viejos árboles
y yo ahí
               debajo de los rayos
no del sol, precisamente.
Sin embargo una paz impalpable y esquiva
como la misma conciencia del ser, en su esencia,
salta burbujeante en el pequeño parque
se sienta conmigo en el blanco banco
de hierro y madera
para regalarme la única rosa que huele a jazmín
y renace de sí
en su cáliz.



En la penumbra

En los días de enero a diciembre
sola ante mí
sola de mí
el equilibrio suele ser una manzana rota
un viento helado
donde el placer de los pequeños dioses
busca quebrar la luz de los seis diáfanos vértices
sujeta al costado adherido a mi costado.
La rueda
              entonces
se evade de su círculo y sostiene
la persistente penumbra
de mi cuarto.



Olvidos

Si no nos contiene la memoria
nos derramará el olvido.

En la Casa han sido talados sus árboles jóvenes
yo me miro y callo
yo escucho y olvido.
El siego a la vida recién comenzada
se extiende en galpones y el agua
puede ser goteo de lluvia en los huesos
o humo y dolor de picanas.
Yo escucho y no hablo. Pienso
—por algo habrá sido—.
El paso de ganso brutal de la botas
esconde en sus fauces el hosco
dolido estupor de la sangre
silencia las fosas comunes en islas
tumbas N.N.
y el vuelo de aviones que tiran al río
el miedo atontado de seres humanos.
Los ojos sin cuerpo
se asoman sin pausa a los ojos nuestros
para recordarnos sus niños robados
y aquí estamos mansos
mirando un paisaje
que se nos disgrega más acá del mar
donde negra cae la luz del poniente
sin la razón
con olvido
la palabra sediciente
el tiempo agrandando llagas
el afecto indiferente
la justicia andando entre escombros
inclinada
doblegada
derrotada
olvidando la tortura
con indultos como insultos vergonzantes.
En la Casa han sido talados sus árboles jóvenes
yo me miro y callo
yo escucho y olvido.

A Rodolfo Walsh i.m



El juego del dominó

A pesar de los cambios poco cambia
tanto en el complejo libro de los cielos
como en el suelo de humedad y asfalto.
Y lo poco que cambia
empobrece peor nuestra rutina diaria.
Te sigues negando, me parece,
a mirar el juego que se juega
en el viejo tablero universal del Dominó
donde un anciano y un niño
a manera de fichas
obran.
Con un joven perdido
en la asfixiante hiel de sus murallas.
Con un glaciar en el sitio natural del sentimiento.
En la oscuridad
ocupando el inocente lugar de la inocencia.
Jano, amiga mía,
sigue siendo el dueño original de este planeta
y le place ofrecer objetos que lucen deliciosos
para así ocultar
la puerta envuelta en niebla abriéndose al abismo.
En algún momento es posible que descubras
la indócil doblez del Dominó
aunque su hábito sea alterar sus largas vestiduras
la envoltura parezca transformarse
y el contenido quede como está.
Si tal develamiento te ocurriera
verías que un anciano sin rumbo y un niño mendigo
a manera de fichas
obran
que un muchacho intercambia su sexo por sida
que las mesas sin mantel se multiplican
que valen más las formas no el fondo
y hemos tirado por la borda
la búsqueda sutil de las esencias.
El juego destruye el dulce candor de la decencia
para ampliar su poder en progresión geométrica.
Con la muerte blanca velando su rostro.
En la oscuridad.



La palabra

Es un tramo de tiempo inapresable
un lamento que busca
la mirada del otro y otras manos.
Es silencio vibrando
en su esencia sutil y vigorosa.
Me seducen sus cuentas redondas o alargadas
vocal o consonante.
Sólido son de música silábica
luxando la cresta de una ola
para caer y abrirse, perla perfecta y única
en el único verso que esplende en el poema.


       

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