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Edición Nº 50 6 de julio de 1998 |
Vamos hacia el poniente, lugar donde todas las excusas finalizan.
A Lina Macho Vidal
Sonidos de la voz
Los caminantes
A René y María Irma Balestra
Me dices
La espera
A David Romtvedt
Día a día esperar
En esa noche, el mar
A Any Lagos
Lejos como estás de aquí, amiga,
La canoa de papel
Temblor subido a una canoa de papel
regresando al mismo puerto
temblor partiendo la pared
de prolijas guardas verticales
desde donde observan
las órbitas vacías dorado-plata-blanco
de la máscara traída de Venecia.
El camino es una absoluta recta
pero lo absoluto de la recta no se encuentra
en el trazo lineal entre dos puntos
porque la noche tempestuosa es y es luz
en el doble mensaje de los cielos.
Dormita el corazón en los escombros
para que los latidos en perfecto orden
se cuelguen del karma acenizado de la luna
boguen en los remansos del río Paraná
y partan.
El delfín
A Paulina Vinderman
Me parece que estoy llenándome de sueños
Imágenes nocturnas
A pesar de las puertas de acero
sus candados
de las largas charlas en la calma fluidez del mediodía
se despliega como un águila al atisbo
el temor.
Es presencia ancestral sujeta a una soga
que agita las ramas y tiembla en las hojas
de cidros obscenos de azahares.
En el llano
en las grietas
en el seno voraz de lagartos
va sembrando en lenguaje disperso
su aura de espinas.
De un golpe certero golpea la frente
deposita larvas
dibuja cubiles que se multiplican
en el vientre helado.
Si extiende su manto no vale esconderse
correr
alcanzar el lábil corazón del alba.
De una orilla a otra su abismo
y en el fin del piso la copa de áloe
sin uvas maduras ni almendras
sin dátiles frescos que alivie la imagen.
Sólo las espinas girando girando
en una vasija encendida
incendiada
partida
vaciada
de miel.
Poema en tinta china
A Estanislao Mijalichen
Una puerta de penas
Safo
La espuma salitrosa
dibujó el perímetro de Lesbos
tensando la luminosidad del arco.
Transparencias, curvas, remolinos,
anunciados en el color del aire.
Soledad bulliciosa de la pradera,
júbilo de Hécate jugando entre las hierbas
por un breve soplo nacido en los Infiernos.
Y Artemisa, mirándola desde los pliegues
que resguardan el fondo del Egeo
ordenó su protección a las Musas.
Safo, saeta perfumada
ungida con bálsamo de mirra.
Muchacha eterna coronada de violetas.
El andar de tus pies se multiplica
en el sitio donde nace la delicada flor del azafrán
y la azarosa presencia de la Poesía.
Nombres sonoros
La belleza del potus y el cordatum
no se curva en sus nombres
sí en el giro de las guías descendiendo
por el nervio de la hoja, sobre el aire.
El retumbo del mar es más sonoro
pero suena lejos
y no sabe
del extremo verdor con que hoy lucen
tus macetas colgantes
en el patio.
El gran infinito
Seguro es que aún no has visto
un mar circular. Ni siquiera
un círculo de arena en el mar
más allá de las ruinas que leímos juntas.
La llama portentosa de El Aleph alcanza
una espuma ciertamente alta.
Y te pregunto ¿quién viene del envés
a preguntar?
¿Quién puede repetir el nombre amado
sin caer por el costado liso del abismo
donde todo es igual y nada es nuevo?
El diamante
He bajado hasta el suelo del vacío
pero el diamante en su continuidad
roza la idea de lo eterno
labrándose en la soledad de su propio y fino polvo.
Por eso
casi siempre me gusta andar descalza por las calles
pues así protejo un sueño
que es enteramente universal y bellamente mío
y lo escondo en el desamparo de los brazos
bajo este cielo donde siempre viro a contramano.
Las personas me miran
cuando creen que voy hablando sola
aunque ciertamente
voy charlando de sonetos y elegías con Rilke
y le recuerdo que me adeuda una carta.
Me obligo entonces
a no cruzar con el semáforo en luz roja.
El pequeño parque
La conciencia de ser es bien extraña.
Las plantas trepadoras verdean
el fondo de los cinco viejos árboles
y yo ahí
debajo de los rayos
no del sol, precisamente.
Sin embargo una paz impalpable y esquiva
como la misma conciencia del ser, en su esencia,
salta burbujeante en el pequeño parque
se sienta conmigo en el blanco banco
de hierro y madera
para regalarme la única rosa que huele a jazmín
y renace de sí
en su cáliz.
En la penumbra
En los días de enero a diciembre
sola ante mí
sola de mí
el equilibrio suele ser una manzana rota
un viento helado
donde el placer de los pequeños dioses
busca quebrar la luz de los seis diáfanos vértices
sujeta al costado adherido a mi costado.
La rueda
entonces
se evade de su círculo y sostiene
la persistente penumbra
de mi cuarto.
Olvidos
Si no nos contiene la memoria
nos derramará el olvido.
A Rodolfo Walsh i.m
El juego del dominó
A pesar de los cambios poco cambia
tanto en el complejo libro de los cielos
como en el suelo de humedad y asfalto.
Y lo poco que cambia
empobrece peor nuestra rutina diaria.
Te sigues negando, me parece,
a mirar el juego que se juega
en el viejo tablero universal del Dominó
donde un anciano y un niño
a manera de fichas
obran.
Con un joven perdido
en la asfixiante hiel de sus murallas.
Con un glaciar en el sitio natural del sentimiento.
En la oscuridad
ocupando el inocente lugar de la inocencia.
Jano, amiga mía,
sigue siendo el dueño original de este planeta
y le place ofrecer objetos que lucen deliciosos
para así ocultar
la puerta envuelta en niebla abriéndose al abismo.
En algún momento es posible que descubras
la indócil doblez del Dominó
aunque su hábito sea alterar sus largas vestiduras
la envoltura parezca transformarse
y el contenido quede como está.
Si tal develamiento te ocurriera
verías que un anciano sin rumbo y un niño mendigo
a manera de fichas
obran
que un muchacho intercambia su sexo por sida
que las mesas sin mantel se multiplican
que valen más las formas no el fondo
y hemos tirado por la borda
la búsqueda sutil de las esencias.
El juego destruye el dulce candor de la decencia
para ampliar su poder en progresión geométrica.
Con la muerte blanca velando su rostro.
En la oscuridad.
La palabra
Es un tramo de tiempo inapresable
un lamento que busca
la mirada del otro y otras manos.
Es silencio vibrando
en su esencia sutil y vigorosa.
Me seducen sus cuentas redondas o alargadas
vocal o consonante.
Sólido son de música silábica
luxando la cresta de una ola
para caer y abrirse, perla perfecta y única
en el único verso que esplende en el poema.