Letras de la Tierra de Letras - La poesía y la narrativa de Hispanoamérica
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Edición Nº 55
21 de septiembre
de 1998

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Naufragio (De nada #7)

Francisco Font Acevedo

A Paula V. con ternura

Había una vez dos náufragos perdidos en un mundo hecho de palabras tatuadas a los objetos, un mundo donde la acumulación de objetos medía la dignidad de los habitantes. Pocos objetos poseían los náufragos, por lo que su valor era poco entre los habitantes, dominados por los objetos, los cuales a su vez estaban definidos por las palabras, que eran el mundo. Esta compleja jerigonza eludía por completo a los náufragos porque vivían enamorados y se decían me amo te amo y nos amamos, conscientes de su marginalidad entre los seres de este mundo, pero cómodos por el brillo de la palabra amor.

Como era de esperarse, un buen día los habitantes de este mundo se despertaron alarmados porque no había nuevos objetos para adquirir. Toda materia tangible había sido acaparada por unos y otros. A falta de nuevos objetos la escala de valores de los habitantes se anquilosó y las palabras fueron clausuradas en un diccionario polvoriento, susceptible a la polilla. Peor aun, a falta de nuevas palabras y nuevos objetos, el mundo apenas se movía y existía la amenaza de que todo se momificara. Para disipar la pesadilla se propuso confiscar los objetos de sus propietarios para redistribuirlos y remozar la configuración escalonada de los habitantes. La oposición de los más acaudalados fue rotunda. Se exploró entonces la alternativa de renombrar los objetos, pero a todos los habitantes a la larga les pareció una falta de respeto a los objetos que tanto amaban. Unos pocos se dieron a la tarea de inventar nuevas palabras, pero luego de dos o tres frustrados adefesios verbales, sintieron que era un ejercicio futil, puro parloteo, palabras que se lleva el viento. Ya derrotados y amodorrados por la inacción, dieron por casualidad con la palabra amor. "¡Por el amor de Dios!", había exclamado uno de los habitantes más prominentes de este mundo al enterarse del último fracaso por romper la inercia de las cosas. Fue entonces que el susodicho tuvo la súbita inspiración de salvar el mundo con amor. Razonó que si bien les resultaba reprochable renombrar un objeto, nada impedía que se designara uno o más objetos a una palabra desprovista de un objeto concreto o real. Amor le parecía la palabra perfecta: nadie podía traducirla concretamente en materia. Hubo algo de incomodidad con la idea, pero la necesidad de hallar una solución rápida a la crisis de movimiento hizo que las autoridades dieran el aval para el experimento. Se diseñó en cartón un corazón usando de modelo dos nalgas perfectas y se le añadió una flecha que lo cruzaba de lado a lado. Se dijo que ese corazón saetado era amor y comenzó a venderse. Los primeros modelos fueron de papel y cartón, pero según fue ganando popularidad y la avidez por los amores de corazón alcanzó el nivel de la histeria consumista, se crearon nuevos modelos hechos de hierro, aluminio, bronce y oro, cuyos precios eran más altos pero conferían mayor dignidad a sus propietarios.

Mientras los habitantes celebraban el vertiginoso éxito del amor objetivado, los náufragos se sentían indignados ante el espectáculo de banalidad. Hubieran podido escoger no hacer nada; después de todo, lo sabían, el amor no es una palabra, menos aun un corazón flechado. Pero en este mundo donde las palabras y los objetos son la ley, los náufragos no podían prescindir de palabras y poco a poco lucubraron un lenguaje privado para nombrar y nombrarse enamorados.

Dos sátrapas tuseins, farmacéuticos invertebrados, formaron sabaduax, mientras satus rameratus y un negro vacosón

con pimpiolo pasquinaban de besos y pelos

la lana de tacha que cheche furpaba.

Así, los tusiolos y ráraras, vormillón y tratatá, continuaron ramándose los pulposos cronguis y fumándose los robos, hasta el día en que cayeron los fotropos y todos toditos todos los borpos y popos volviéronse roros.

Estas palabras junto a otras que sólo podían enunciarse oralmente formaron la islita donde los náufragos cifraron los nombres de su amor. Era sólo una islita, un oasis, un respiro. En poco tiempo los habitantes de este mundo, ávidos de novedades sin sustancia, invadirían la islita para colonizarla dejando a los náufragos a la deriva, sin palabras, en esa bella expansión donde el amor comienza.


       

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