Letras de la Tierra de Letras - La poesía y la narrativa de Hispanoamérica
Indice de esta edición
Edición Nº 57
19 de octubre
de 1998

Comparte este contenido con tus amigos
Canción de soledad

José Martínez Sánchez

El chispazo de la tarde agonizaba en la noche naciente. Atrás iban asomando las luces del puerto, débiles parpadeos que vigilaban el sueño de los cuerpos. Siempre. Como en los tiempos de subienda. La canoa se desplazaba sobre la superficie lisa de las aguas fluviales. Las manos aferradas al remo lo hundían en el vientre de los remansos. Oyó el ruido de un barco que zarpaba, lento, hacia los puertos marítimos del norte y las voces de sus compañeros. Voces de fuego, de luces que ascendían disparando vida. Aquí, en el puerto:

—Hoy vendrán a perturbar el sueño de las olas.

—Día y día, noche y noche. Vendrán cantando como pájaros negros.

—Colgaremos las redes. Siempre habrá un refugio en la soledad del puerto.

—Todos hacia el cerro. Alguien ha cavado un túnel secreto.

Lejos aparecía la isla de las plataneras. Verde, tendida en el centro del río, cada mañana se vestía con los lampos solares. Las gaviotas chillaban en sus vuelos, blancas bajo el brillo auroral como preámbulo al murmullo de las chalupas que amanecían amorosas en la quietud del agua. Los pescadores. Listos. Rostros y rostros enflaquecidos por la peste de los insectos.

—Compañera Penagos.

—Compañero.

—Hay que ir a revisar las redes.

Rostros y manos abrían orificios en una masa de agua y viento. Pureza de la carne que formaba abanicos de promesa en la incertidumbre del tiempo.

La canoa avanzaba por el costado izquierdo, evitando el contacto con los lodazales donde alguien vigilaría sus movimientos. El rostro sudoroso. Gritos y disparos estallaban como granadas en su mente. Allí, en el puerto:

—Leonidas Santana.

—Presente.

—Facundo Terrarias.

—Presente.

Se los llevaron atados como troncos de roble, buenos para perdurar en el recuerdo. Oía el pas-pas de las botas sobre la arena, gruñidos y ofensas penetrando el aire húmedo de la tarde. Y su nombre, condena que se repetía ante las miradas perplejas de sus compañeros:

—Salomón Almagrel.

Más duro:

—¡Salomón Almagrel!

Ni voces ni suspiros. Sus ojos buscaron un medio de escape, de salvación. Ordenes y gritos lo perseguían por entre las chalupas, jadeo de perros y fuego y fuego invadiendo los recodos del río. Atrás quedó la muerte despedazando sus vestiduras. La noche espesa había levantado una columna impenetrable ante sus ojos. Siguió remando mientras sentía el bombeo acelerado de la sangre en las aurículas. Una luz de esperanza iluminaba el sendero de espumas y rumor de río turbulento. Forzó la mirada para precisar los puntos claros de la isla, las velas encendidas cada noche para tejer las redes, pero nada. El olor de los pescadores había desaparecido bajo el rumor inexorable.

El tiempo impulsó la canoa hacia la orilla solitaria. Descendió de un salto y caminó agazapado entre los matorrales. Todo se hallaba envuelto en sombras, mudas, tenebrosas... Llamó:

—Padre.

Silencio.

—Madre.

Quietud absoluta.

Adivinó sus cuerpos entrelazados por algo incomprensible, espectros de un pasado remoto de alegrías. Cruzó el puente colgante sobre el caño artificial. Olía a podredumbre de residuos detergentes. Buscó la puerta de esterilla semioculta detrás de los naranjos. La perra Marquesa no salió a recibirlo, zalamera, como el jueves, como el viernes, todas las tardes inventando cabriolas y abriendo el hocico. Un frío de soledad corría a borbotones por sus arterias. Se deslizó en la oscuridad procurando mantener la respiración en suspenso y empujó la puerta con delicadeza, casi con ternura. Los viejos permanecían tendidos en el petate de caña, separados por la perra Marquesa. Las palabras debieron tener cierta consistencia de presagio. La mañana anterior. Juntos. Padre y madre.

—Hijo.

—Qué quieres, padre.

—Debes ir a vender los racimos.

—Hijo.

—Aquí estoy, madre.

—Procura no demorarte mucho.

—Así lo haré, madre.

Se arrodilló para acariciarlos. Los ojos de su padre parecían replicar desde el otro lado del sueño:

—No despiertes a tu madre.

—Tú también estás muerto, padre.

Pronunció la frase ahogada en un forcejeo de sombras. Alguien había llegado a la isla antes que él y la dejó poblada de cadáveres que se iban pudriendo entre las chozas arrulladas por el frufrú de las plataneras. La noche turbia se sacudió trayendo un olor de animales domésticos que se descomponían en el fondo de los pantanos.

Luna y nubes se disputaban el firmamento para ganar la presencia. El lodo se adhería a sus manos que ahora buscaban los bejucos, las raíces y los peñascos. Como en el puerto. Rodó por una pendiente de rocas hasta alcanzar la canoa. Y de nuevo:

—Leonidas Santana.

—Presente.

—Salomón Almagrel.

El chapoteo de las olas llegó a sus oídos a través de las tinieblas. Las chalupas se acercaban cargadas de brazos y piernas, ojos y reflectores escudriñando las orillas del río. Bogó con todas sus fuerzas hacia la playa donde empezaba el camino del cerro. Un perro ladró en una de las chalupas, rasgando con sus colmillos el ruido de los motores. "No me alcanzarán", pensó. Frente a él huirían los pescadores llevando a sus mujeres y a sus hijos. Hacia el túnel. Bajo la tierra. Un dolor intenso se apoderó de su cuerpo. Sentía que las fuerzas lo abandonaban, que la muerte le daría alcance a pesar de haber escapado con vida cuando escuchó las voces:

—Leonidas Santana.

—Presente.

El río arrastraba troncos secos, chamizas y árboles arrancados por la creciente. Lejos del puerto. Día y día, noche y noche se habrían cubierto de lluvia. Gruesas goteras comenzaban a caer sobre la isla y la risa burlona del viento le hizo apresurar la huida. Volvió la mirada atrás para calcular la distancia y percibió, flotando, las imágenes de los cadáveres tendidos en el suelo. Cerca. Padre y madre. El perro acompañándolos desde la soledad de su propia muerte, lánguido, inflexible. De pronto sintió el berrido de un motor sobre su cabeza. Alas metálicas volaban hacia la isla. Y gritos... uno tras otro unidos por un hilo implacable de sentencia:

—¡Salomón Almagrel... sabemos que está en la isla... es mejor que se entregue!

En vano. Vanidad de perros y hombres. De perros y perros. Así había sido. Así sería. Siempre. En el puerto. Sobre la isla. Continuó remando sin tregua mientras los rostros de los pescadores repuntaban más allá de las nubes, titilando como estrellas fugitivas en el cosmos imperturbable. Alguien debía habitar ese lugar libre, ajeno a los dramas del puerto. Dramas y dramas enlazados por una sucesión infinita de tragedias. Oyó las descargas que caían como una tempestad sobre la isla. Las alas metálicas se batieron en retirada y las chalupas también se alejaban, rumorosas, por encima del río. Tierra, aire y agua se habían mezclado en una lucha cómplice para resistir a los embates de la muerte. De su muerte. Se dejó arrastrar por la corriente sin comprender por qué los hombres abandonaban la búsqueda. Y los perros. Tal vez regresarían dentro de poco para caer de un solo golpe sobre la canoa. La noche había avanzado a grandes zancadas a través de las sombras. La playa se hizo dura bajo sus pies, playa de iguanas vivas y muertas. Se tendió en la arena mojada y cerró los ojos. Y una vez más:

—Facundo Terrarias.

—Presente.

—Salomón Almagrel.

Terrarias, Leonidas Santana... flotarían en las aguas como perros inflados. Recordó la fiesta de pescadores, el canto de Terrarias un día lejano: "Las olas trinarán como turpiales/ hablarán los peces el lenguaje del agua/ y tu amiga volverá/ volverá/ volverá". Las cuerdas de la guitarra suavizaban la voz del guitarrero mientras las plataneras iniciaban una danza rítmica bajo el resplandor metálico de la luna. Allá, frente a las chozas.

—Facundo Terrarias.

—¿Qué quieres, Salomón?

—Tocarás la guitarra para que la isla se llene de música.

—Así será.

Lejos se fue apagando el chascarrillo de los pescadores. En otro tiempo. Esplendores de verano bañaban el azul del cielo. En otro vuelo de las estrellas hacia las praderas incógnitas de la bóveda celeste. Trató de vencer la tentación del sueño, pero la tupia con su música de agua dulce lo adormeció hasta las primeras luces del alba. Por el oriente regresaban las gaviotas como una nube de papeles blancos y en algún sitio distante cantaban los gallos madrugadores. Dejó la canoa atada a un madero de la playa y comenzó a trepar por el camino del cerro. El puerto asomaba su cabeza blanca en la orilla del río. Asomaba el río. Brotaban las montañas en la madrugada rodeando la isla, densa y crepuscular como un continente diminuto adornado con diademas fluviales. Un murmullo de pájaros rondaba en sus pequeñas habitaciones de los matorrales. Llorarían a los muertos o planearían sus futuros vuelos a lo largo del monte. Siguió las huellas marcadas en el barro, aspirando el olor agrio de la yerba crecida. Luego. Al paso de los minutos. En el cerro. Los rayos del sol caían perpendiculares sobre la cuesta. Apartó la tapa de ramas que cubría la boca del túnel y bajó por una escalera hasta el pabellón en tinieblas. Llamó:

—Compañera Penagos.

—Está muerta.

—Sofía del Carmen.

—Está muerta.

—Esperanza Tabarez.

—Está muerta.

—Niños y niñas de la isla.

—Están muertos.

—¿Es que no hay nadie con vida en este túnel?

Varios cuerpos se movieron en la oscuridad. Escuchó las pisadas rompiendo el piso húmedo y la misma voz, queda, susurrante:

—Tú también estás muerto.

Entonces comprendió por qué las chalupas se habían alejado de la isla. Y los perros. Se dejó caer pesadamente reprimiendo un sollozo de lágrimas salobres. El también. Como Santana. Como Terrarias. Así sería. Allá, en el puerto. Allá, en la isla. Día y día, noche y noche. La voz del viento penetró por la boca del túnel anunciando un clamor de soledades. Y al fin:

—Salomón Almagrel.

—Presente.


       

Indice de esta edición

Letralia, Tierra de Letras, es una producción de JGJ Binaria.
Todos los derechos reservados. ©1996, 1998. Cagua, estado Aragua, Venezuela
Página anterior Próxima página Página principal de Letralia Nuestra dirección de correo electrónico Portada de esta edición Editorial Noticias culturales del ámbito hispanoamericano Literatura en Internet Artículos y reportajes Letras de la Tierra de Letras, nuestra sección de creación El buzón de la Tierra de Letras