Disiento completamente de todos aquellos que consideran al arte de escribir como un simple talento
recibido, innato e imposible de adquirir a través del esfuerzo, el trabajo, la dedicación. Es cierto; habrá
escritores cuyo talento recibido es indudable, seres extraños a quienes la naturaleza bendijo con facultades
casi divinas para inmortalizarse, pero esto no quiere decir que cualquier persona normal no pueda aprender a
escribir, al menos hasta alcanzar un nivel bastante aceptable. Con el talento de Paganini o Beethoven se nace,
por supuesto, pero eso no quiere decir que cualquier mortal como lo somos nosotros no pueda llegar a tener un
dominio bastante aceptable de un instrumento o a componer algunas melodías sencillas pero no completamente
carentes de valor.
A mi juicio, la mejor forma de aprender a escribir es leyendo; alguien que desea escribir bien y que no ha
leído por lo menos varios centenares de libros es como un pintor que desea hacer paisajes paradisíacos pero
que en toda su vida sólo ha visto desiertos. Su imaginación podrá ser desbordante, pero no tiene
suficientes colores ni formas en su cabeza para poder mezclarlos y hacer algo realmente nuevo, valioso.
Nada sirve más, para aprender a escribir, que leer a los grandes maestros. Si no, ¿en dónde adquiere el
aprendiz de escritor las estructuras más bellas y perfectas de una lengua, el talento de construir metáforas
y de acomodarlas atinadamente, la capacidad de elaborar escenarios verosímiles, argumentos congruentes, etc.?
¿De la televisión?
Las horas de lectura ayudan a desarrollar la sensibilidad. Frecuentemente, por ejemplo, muchos melómanos
se admiran de la aparente sordera de muchos que se dicen amantes de la música pero que no pueden realmente
apreciar una obra maestra de la música; no distinguen entre un concierto de Bach y una canción muy sencilla
sin ningún valor artístico ni musical, simplemente porque no están acostumbrados a escuchar este tipo de
música. Igual pasa con la literatura; a quien no se acostumbra a pensar como los grandes escritores, a
formular sus enunciados, a contar sus historias como lo han hecho ya los clásicos, escribirá obras que
difícilmente podrán ser consideradas literarias.
Cuando un escritor posee ya suficientes elementos para escribir una obra maestra, y lleva a sus espaldas ya
toda la tradición literaria de muchos años, entonces puede pensar en desarrollar algo nuevo; el mirar hacia
atrás no quiere decir el quedarse encerrado, encadenado en un movimiento o en una tradición.
Me parece que con lo ya dicho basta; muchísima lectura, un curso de redacción y un taller literario
sencillo bastarán para que cualquier amante de la literatura logre tal vez no obras maestras, pero sí
trabajos bastante aceptables.
No hay que desanimar de entrada a todo el mundo; si alguien me pide unas lecciones de guitarra, no le diré
de entrada que nunca será como Segovia, pero sí le aseguraré que con mucho esfuerzo llegará a tocar
bastante bien, lo suficiente como para poder sentirse satisfecho de sí mismo, desahogarse y expresarse. Los
completamente negados, me parece, son tan pocos como los genios de nacimiento.