Quizá exista un paso previo al de aprender a escribir, que consista en
atreverse a ser, en disponerse a expresar las propias reflexiones en
toda su extensión y no sólo la parte de ellas que las hipocresías al
uso admiten como aceptable.
Puesto que uno de los rasgos característicos del escritor, cualidad que
lo define al mismo tiempo que lo convierte en un indeseable social, es
esa aguda visión del otro y de lo que le rodea, esa capacidad de
desentrañar sentimientos y desvelar situaciones, que la mayoría de la
gente suele encontrar detestable y que en él acostumbra a manifestarse a
edad temprana, aunque las consecuencias de dar a conocer estas
percepciones puedan inducirlo a retener su expresión futura en
beneficio de su propia integridad.
Sin embargo, llegado el momento de escribir, el escritor advertirá que,
para poder hacerlo, deberá rescatar antes, del olvido o del temor, su
innata capacidad de decir (la de ver no se pierde, ni es susceptible de
ser renunciada).
Una vez decidido a ello le resultará muy útil acudir a algún taller,
cursillo o seminario relacionado con la literatura, donde se le
desvelará el desconocido nombre de cosas que ya sabe y de recursos que
utiliza a diario, y donde, sobre todo, entablará relación con personas
que se le parecen, momento glorioso en que el escritor se reconocerá a
sí mismo en los otros y de patito feo pasará a convertirse en cisne.
Metamorfoseado de este feliz modo, regresará a casa dispuesto a escribir
todas sus inconvenientes ideas con el objeto de ocupar, a su manera, un
lugar en el mundo.