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¿Qué es un poeta?
Francisco Viveros • México

Lo escribí hace tiempo, poco; igualmente aplica a una pregunta similar: ¿qué es un escritor? No dice cómo se escribe, no da una fórmula, no explica un método; intenta describir qué se siente escribir un poema, un ensayo, una novela, un cuento.

Un poeta
es un intruso que asalta nuestra cama,
que nos incrusta sueños en los ojos
y nos clava alas en la espalda.

Es un poneflores,
un rompecorazones,
un sacalágrimas.

Es un mago de palabras,
puede de momento ser penosamente torpe,
caer en estrepitosos y malogrados tumbos;
para luego, ligero, sorprendernos
elevándose fugaz a las alturas.

Un poeta conoce la fuerza
y la tensión de las palabras;
sabe cómo se estiran, dónde se rompen
y por qué se desquebrajan.
Con ellas crea imágenes insólitas,
inimaginablemente vívidas y sonoras.
Puede hacerlas circulares, angulosas.
Escribir en gamas de colores,
o describir penumbras.

Un poema, para él, puede durar nada
y envejecer de pronto, o bien, ser eterno.
Y en su habilidad está sustraerlo de la acción del tiempo.

A él le rige esa misma temporalidad.
No le importa cuánto dure la vida. No la mide. ¡Qué flojera!
La disfruta intensamente, cada minuto, cada instante.
Se le dio para gastarla.

¡Ah! Cuántas cosas sabe un poeta, y cuántas ignora.

Sabe que un poema
nace en el silencio y en la sencillez,
rompiendo a la vez la monotonía. ¡Irrumpiendo en ella!
Un poema ha de seducirnos desde la primera línea.
Al lector se le debe enamorar.
Y una vez que se logra el amor permanece
y hay intimidad, sin espacio para traiciones
ni infidelidades.

Un poema debe ser conciso, justo,
no debe desperdiciar palabras, ni dar explicaciones.
Lo dispara cualquier evento especial,
aunque a veces lo hace hasta el más simple.

Es espontáneo. Llega en cualquier momento.
El poema lo toma por sorpresa, y lo deja ingenuamente... apendejado.

Un poema debe plasmar las alegrías, los sinsabores de la vida.
Debe describir los hechos más llenos de sentimiento, los que más duelen:
Los de muerte, los de amor, los de venganza, los de nostalgia,
los de coraje, los de abandono, los de euforia, los de rabia.
Aquellos que de pronto le hacen entender el orden de las cosas,
y le dejan caer una claridad inesperada, para que sea... claridad de todos.
En ese proceso de alumbramiento, el poeta se identifica con el mundo.
Y es entonces... cuando el mundo le revela... uno a uno... sus misterios.

Así Sabines, con Los Amorosos,
Benedetti con su Táctica y Estrategia,
Neruda con su Poema Veinte. Por citar... tan sólo... unos pocos,
han descubierto para gozo de todos, esas esencias de la vida.
Y por ello merecen además, los Premios Nóbel de la Ciencia;
por haber sanado: sin bisturís, sin medicina,
las dolencias más inexplicables y malignas del corazón,
los peores males de estómago, los dolores más arraigados de cabeza,
y han salvado del suicidio. ¿Quién sabe... cuántas vidas?
¡Ah!... Quizá también.... hayan incitado otros.

Para un poeta escribir es una locura deliciosa,
una esquizofrenia que consume, una ansiedad que mata.

Esa pasión, ese gozo desbordante,
pero también ese sufrimiento al encarar la hoja en blanco,
es todo, menos fácil. Crea ojeras de las hondas
y saca sangre deadeveras.

A pesar de eso, para un poeta.
Ese loco contagioso que se encuentra
frases sorprendentemente mágicas
dentro de los calcetines, en la sopa,
en abuelas desdentadas, en niños de la calle.
No hay medidas. No las necesita.
No le importa el éxito, la fama,
o el tiraje de libros publicados.

Si logra dejar en alguien una frase única,
que condense una vivencia. ¡Su vivencia!,
que halle eco en un corazón desolado y le dé luz.
¡Habrá cumplido!
Se habrá convertido en un dador de vida,
en un repartidor de cielos y de infiernos,
en un formulador de acertijos,
en un rescatador de olvidos.

...

Para un poeta todos los objetos
tienen alma. Son personas:
Así la flor ríe; la noche canta;
el mar brama; la luna siente desprecios.
Y cualquier ser viviente puede ser objeto:
al hombre, a la mujer, al perro, al niño,
les es dado tomar apariencia de cosas:
las soledades amartillan al obrero,
el gato es movido por el viento
la niña vuela, flota, tintinea.

Así se le dan las metáforas. No es sencillo.
Tiene que sufrir, pero también reír, y mucho.
Tiene que vivir. ¡Realmente vivir!

Y no es que le sea dado hablar, pensar, entre metáforas.
Las siente, las percibe. Habita en un mundo inverso.

Una vez que entiende
los secretos de la metáfora y las sonancias,
éstas nunca le abandonan,
hasta el grado de hacer cualquier escrito,
el más insignificante, de esa forma.

Por eso los poetas de inmediato se delatan y no dicen:
“Quiero agua”, sino: “Dame, por favor, un vaso de agua para calmar la sed que tengo”.
Que aunque largo, se oye bien, con el riesgo de sonar un tanto cursi.
Forzosamente buscan las sonancias, y de no poder hacerlo sonar con buena rima,
optan por quedarse sin comer, sin hablar, sin hacer el amor, sin saber la hora.

Por el contrario, cuando les llega una idea,
las palabras se les atascan como canicas en la boca;
y con frecuencia los confunden con desmemoriados, con tartamudos y gangosos.

Y a ser blanco de la gente, prefieren encerrarse a escribir días enteros.
Refugiarse en la redacción sinfín de un poema, ser en él; verse tan grande o tan mínimo
como sólo la imaginación, el subconsciente, o ése, en que uno se transforma, lo permite.
Hasta que no soportan, tanta pinche soledad y hastío,
y desgastados regresan a ser humanos.

Ardua tarea es vivir todas las vidas:
gozarlas, nacerlas, o suicidarlas.
Tiene que pasar hambres y frío.
Vivir y cargar esa monotonía de todos los días,
esas ningunnadies tener que soportarlas.
Bajar al inframundo, y ser un desconocido;
ir a cantinas pestilentes, o a calles penumbrosas
a conversar con prostitutas reformadas o en pleno oficio
para hurgar historias tiernas, otras malsanas y torcidas.
Copiarlas, creerlas y hacerlas suyas.

Y en ese camino de búsqueda
se transforma en cantor desafinado, o en borracho impertinente.
Y se vuelve ellos, para estudiarlos como se estudia biología.
O al contrario… se vuelve “gente de bien”,
de lenguaje y modos refinados, pero de actos podridos…

Ese mal yo lo conozco. Y es sufrido...
Paradójicamente... Se goza.
Es ahí donde se aprende la verdadera poesía.
Ahí es donde el vocabulario se forja.

Yo, con estas lecciones aprendidas,
algún día me iré a sentar en un bar lleno de burócratas fantasmas
que debieran estar ocupados detrás de un escritorio.
Y en ese trance de ser alguien, pediré un trago de mezcal
que me desatonte o me embrutezca, para esperar a que llegue el poema.

Ése de la ansiedad, que como a ti, me quema y me carcome.
Esa insoportable ansiedad de todo. Ansiedad de volverme letra,
imagen, pensamiento, sexo o ira.

Y en esa catarsis, en ese desgaste,
irme disminuyendo en cada sonido, en cada trazo,
hasta desaparecer convertido en espirales de humo que se pierdan en la nada.

Yo por eso, odio a ese Paco Viveros.
Es un poseído que me ha venido a quitar el sueño,
del que ocasionalmente me escapo... cuando puedo…

Y me vengo a refugiar… aquí contigo.

22 de diciembre de 2004


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