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Reflexiones de un pobre majareta
Antonio Senciales Pastor • Huelva, España

Cuando te jubilas, te tienes que plantear nuevas aficiones. Eso de pasear, estirar las piernas, hacer algún tipo de ejercicio, ir a las compras para tu mujer, incluso viajar, etc., está muy bien, pero uno se encuentra con el día entero para uno, así de golpe, y quiere algo más. El día tiene muchas horas.

Veamos. Has tenido toda la vida una afición grande a la música y a la fotografía. Incluso recordarás la época en casa de las ampliadoras de color y blanco y negro. Eso ya pasó y las tienes embaladas. ¡Estamos en la era de la fotografía digital! Te preguntas: ¿voy a estar todo el día escuchando a tal compositor o cantante? ¿Revisando o retocando mi álbum digital de fotografías o usando mi cámara digital Sony ya un poco “demodé”, a la que tienes cariño y que todavía te sirve para lo que quieres? Pues no, te dices.

Hay que buscar algo que hayas querido hacer toda tu vida y que tus obligaciones familiares y profesionales no te permitieron realizar. Bueno, esto está mejor. ¿La lectura? Sí, la lectura. Volver a la lectura... ¡pero si nunca has dejado de leer! ¿Entonces? Ya está: escribir. Si has escrito sobre temas históricos, relatos costumbristas... aunque haya sido sólo para ti e incluso has pensado, a la vista de que nadie aprecia tus escritos, en leerlos en el Hogar del Pensionista de tu barrio, previa cata de vinos pagada por ti. Recuerda que siempre te has consolado con aquella “greguería” del fino y sagaz observador de la vida que fue Ramón Gómez de la Serna que decía: “¡Escribir es que le dejen a uno llorar y reír a solas”.

Revisas mentalmente y te resulta difícil encontrar algo que te llene plenamente. Bueno, voy a tratar de escribir cuentos. Al fin y al cabo siempre te han gustado los cuentistas y buceas en tu pequeña biblioteca: Chéjov, Maupassant, Kipling, Allan Poe, Kafka, Isak Dinesen, Catherine Mansfield, Sherwood Anderson... todos estupendos. ¡Caray! Adviertes que te gustan todavía, pero te dices que ha habido entretanto otras generaciones de cuentistas, algunos, opinan los críticos, incluso mejores, con mejor técnica narrativa. ¿Estamos hablando de Cortázar, Bioy Casares, Monterroso, Horacio Quiroga, García Márquez, Truman Capote, Hemingway, Raymond Carver... y otros muchos?

Conoces algunos cuentos. Recuerdas con cariño “A la deriva”, de Quiroga; “Diecisiete ingleses envenenados” y “El avión de la bella durmiente”, de García Márquez, del que siempre decías: “¡Qué bien escribe este hijo de p..!”; “Máscaras venecianas”, de Bioy Casares; “El eclipse” y otros, de Monterroso, del que crees recordar haber leído que afirmó que Cervantes no fue un gran escritor hasta que abordó El Quijote —que tiene muchos cuentos entre sus páginas, dicho sea de paso— o te deja un poco perplejo aquella opinión del protagonista de su cuento “Leopoldo”, cuando afirma que: “El escritor que más se parece a Dios, el más grande creador, es don Juan Valera: no dice absolutamente nada. De esa nada ha creado una docena de libros”; o aquél de Roald Dahl titulado “Génesis y catástrofe”, al que gustan los finales inesperados, aunque opines que un buen cuento no tiene que tener necesariamente siempre un final sorprendente; o el ingenioso cuento “Unos zapatos”, del venezolano Gabriel Jiménez Emán.

En un punto de tus reflexiones te debates entre seguir escribiendo sobre asuntos que te gustan a ti y que nadie lee o escribir sobre temas que sabes que posiblemente gustarán a otros, pero que no tienes seguridad de que vayan a colmar del todo tu espíritu. Y aquí surge la pregunta: ¿cuántos se han visto obligados a sucumbir a esa tentación de prostituirse por necesidad anímica o material al escribir? ¿Tú también? Dejémoslo estar.

Y te atreves a empezar con la aventura de escribir un cuento cuando algún cuentista famoso, muy famoso, se ha atrevido a decir (y sabrá en rigor por qué lo dice) que no sabe lo que es un cuento.

Bueno, haces tus primeros pinitos y tropiezas con las dificultades consabidas: qué tema elijo, cómo empiezo, etc. Tachas más que escribes, pero te reconfortas diciéndote que a Rudyard Kipling le ocurría lo mismo y además lo dijo.

Antes has decidido desechar tu viejo PC que está hecho unas bragas y comprarte uno nuevo a pagar en cómodos plazos y una impresora para obtener copias y enseñar tus cuentos a tu mujer, hijos, nietos y familia colindante. Y te sale tu primera historia, mala por supuesto, tan mala que, poniéndote la mano en el pecho, reconoces que se parece más de lo que pensabas al prototipo de novela rosa de Corín Tellado. Pero a toda tu familia le parece una maravilla.

Otro problema. ¿Dónde acudo para conocer opiniones objetivas? ¿Sería buena idea publicar tus textos en una web? Claro, hombre. Y allá vas y encuentras una llamada “TusRelatos.com”. Problema añadido: hay críticos que dan mucha caña y adviertes que mucha gente, mucha, escribe mejor que tú. Bueno, te resignas de momento.

Sigues intentando mejorar, tu familia te ve pega que te pega al teclado de tu PC y termina pensando, aunque no te lo diga, que te has vuelto majara. Se dicen entre ellos: “Ahora le ha dado por escribir”, y un nieto tuyo, el más joven y más osado también, finalmente sentencia en plan senequista y en voz alta: “El abuelo se va a volver majareta”. Pero tú erre que erre a lo tuyo. Sabes que por mucho que digan tú no te darás por vencido porque te gusta escribir.

Pero en el fondo de tu alma sabes muy bien, aunque te cueste reconocerlo, que el mejor “hobby” que hay en el mundo, el mejor sin duda para un retirado de la vida laboral activa y crees que para todos los mortales es la PEREZA. Sí, la PEREZA. Así, con mayúsculas. ¡Todo un lujo!

21 de octubre de 2005


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