Comparte este contenido con tus amigos

Pablo MoraPablo Mora

“Pablo no es más que un muchacho que se volvió viejo de tanto ver la luna. A veces se acuerda de la muerte, sobre todo cuando ve aquellas tres estrellas que hacen fila allá en el cielo. La poesía se reveló en mi vida tal vez el día que me dijeron: ve por el camino, tan sólo encontrarás algunos duendes; mientras en busca de esos duendes ando todavía. Lo cierto fue que comencé por cultivar almácigos; cabe la sombra de los guamos memoriosos de mi aldea. Almácigo llamé al primero de los sueños que pasé a limpio. Y así a mis seis primeros sueños. En homenaje al arbusto sabeo que nuestra fecunda zona viste de jazmines. Semillero, en la esperanza de que algo produjera el tiempo de aquella siembra. Era el tiempo del despertar al infortunio desde la comarca de la infancia, desde el útero feliz de la campiña. La aldea dichosa que de antiguo requería el milagro del canto mañanero. De pronto llegó la noche insomne. Ante la escalofriante letanía del dolor humano, la cósmica plegaria, la bienaventuranza nueva, la meditación en el desierto en busca de la tierra prometida. El ansia de la Paz, la solidaridad, el sueño, la utopía, la pazpoesía. Hasta que nos sentimos en asombro, al descubierto, a coro en el asombro, capturando instantes, tristumbres, arrecheras, oquedades, lanzando pompas de jabón a los caminos, convencidos de que el asombro es la mejor forma de lidiar la muerte. Mientras el mundo se desvive entre galácticos presagios y alientos de hecatombes, construimos nuestra trinchera, desde donde disparamos, a diestra y siniestra, contra obnubilados y díscolos, con la más convincente de las armas, el verso. Soldados de la Paz, disparamos nuestros versos contra la guerra”, así, con estas palabras se describe Pablo Mora. Uno de los más fecundos y queridos poetas tachirenses. Quien para deleite de muchos y envidia de otros sí es profeta en su tierra.

Sin duda alguna que Pablo es un personaje de un particular total. Su elevada estatura y su cabello blanco hacen que físicamente no pueda pasar desapercibido. Pero lo que lo convierte en inolvidable es su excéntrica manera de ser. Intenso, romántico, visceral, dramático... Pablo es un artista, un poeta que vive en y por esa realidad. “Antes que coto de alguien, la poesía es maldición o bendición, estado fundamental de vida. El poeta logra que lo oigan las estrellas. Sabe que una piedra es un pájaro que ya no vuela; que el hombre es un gran dolor en viaje. Conoce el reverso de las cosas y la vida. Se convence del poder de creación de la palabra. Y, viéndolo bien, nada pierde, mientras prosigue su travesía entre lobos y jaurías. Ninguna crisis; al contrario se nota una patente tendencia porque la palabra recupere su desnudez: Que cada palabra lleve lo que dice. / Que sea como el temblor que la sostiene. / Que se mantenga como un latido (Rafael Cadenas, Venezuela). Se insiste en la inocencia semántica de la palabra. Se pelea por un verdadero espacio verbal a veces a espaldas de un genuino espacio temporal ideológico. Actualmente, en tres planos se desliza el quehacer poético: el semántico o verbal, el creativo o emocional y el ideológico o conceptual. Importe que ninguno de los tres falte a la hora de la verdad o creación: La emoción, la palabra y el contexto sociopolítico-ideológico”. Y no hay que poner en duda la totalidad de su entrega a la poesía: “De vez en cuando nos tropezamos con la musa inspiradora. De resto, hay que estar pendiente del asombro. Un buen comienzo, la mitad del camino andado. Ningún camino se acorta, cuando sigue en pie el insomnio. Acumulemos sueños y verdades, porque al final, no importan tanto las sombras como las luces de los árboles”.

Durante el transcurso del año 1942 nació Pablo en el pueblo de Santa Ana del Táchira, Venezuela. Pequeño y hermoso pueblo, con una bellísima iglesia de tres cúpulas que al mirarla pareciera estar hecha de azúcar, de pastillaje. Se graduó de licenciado en letras de la Universidad Católica Andrés Bello en 1966. Obtuvo el doctorado en psicopedagogía en la Universitá degli Studi di Torino y en periodismo en la Universitá Católica del Sacro Cuore de Milán, en Italia. De este tiempo dice: “Estuve varias veces prisionero: primero en Torino (Italia). Luego, en Caracas. De donde fui trasladado a otra prisión en San Cristóbal. Con alguna pasantía en cárcel de Milano. Quiero decir que fue allí donde me desempeñé como estudiante y profesor, tanto en educación media como superior. Para mí, la dedicación exclusiva a la docencia constituye verdadera prisión. Apenas se alcanza el tiempo para echar una cana al aire y menos darle rienda suelta a la poesía, nuestro mejor oficio”. Ejerció el magisterio desde 1969 y la docencia universitaria desde 1973 hasta 1994. Y partiendo de esas palabras podemos entender estas otras: “Mi poesía: un almácigo que se quema al sol. Un coro en el que canta un insomne. Hacer caber a Dios en un dedal, al sol en el ojo de una hormiga, el mar en los labios de una perla o al universo en una gota de rocío. Un deseo de arrear la luz. Querer encontrarle al silencio su guarida. Cuando llueve me inspiro. La lluvia me hace ir más allá. Plasmo lo que escribo en la lluvia. La lluvia me influencia, me motiva. A los lluviosos años comencé a leer. A los procelosos comencé a escribir. Cuando no llueve me bloqueo. Escucho llover cuando escribo. Mi escuela, la lluvia. Mi personalidad, llover. Mi poesía nació un día de lluvia cuando la noche estaba distraída. Mi refrán favorito: ¡llueve!”.

Un ex seminarista que le sigue los pasos a Juan de la Cruz quien supo que nunca más el amor descalabrado que con un no sé qué que quedan balbuciendo, y precisamente del amor nos dice: “Ya Eugenio Montejo nos lo dijo: ‘dentro de un mismo amor caben dos cuerpos’. En el amor no cabe sólo un mar, menos en el mar cabe un solo pez. No se hace el amor tan sólo de una ola ni de un cuerpo el amor tan solamente. Ningún amor cabe en un cuerpo a solas, ni en el amor ni en el mar sólo un pez. Ningún amor cabe en un cuerpo a solas, dentro de un mismo amor caben dos cuerpos” y de Dios: “Dios que diga con confianza si se siente a gusto, si algo le hace falta, que cuente con nosotros, que explique bien quién va a hacer al hombre, que diga quién lo hizo a Él y se acabó el problema”.

Actualmente cultiva un jardín en casa junto a su fuente y un par de árboles preciosos que les ha dado por incendiar Las Acacias, la urbanización donde reside. Además vela por la vida de tres perras sumamente cariñosas. Sin olvidar los cuidos básicos: su azuleja, su mujer, la señora Alicia, compañera de vida y andares, y dos estrellas encantadoras, sus nietas. Por cierto que al hablar de su familia dice: “De pinga. Una mujer que me soporta junto a unos hijos, unas nietas y una nuera del carajo. Claro, con mi madre, coqueta entre coquetas, bien oronda; venadita intacta, atenta, en lozanía. Dos hermanas primorosas. Y un hermano a quien le acabo de echar un terrible baño de agua”. En tanto que a su infancia la describe así: “Mi infancia fue Palermo. De regreso del campo, del Amparo —fresco follaje que tocaba el cielo— antes, mucho antes de llegar a casa, pasábamos, silentes, por Palermo. Para mí, Palermo era pura luna —mansa finca dormida en la floresta. Desde Los Alpes nunca fui a Palermo mientras Palermo me llevó a la luna. Perfectamente yo podría decir que, niño, Pablo visitó la Luna, que de Palermo viene su locura. Si no, de aquellos duendes que una tarde —me dijeron— saldrían de la huerta sin que nunca en la huerta aparecieran”.

Este increíble ser que pareciera habitar en un mundo diferente al de los mortales comunes y corrientes. En un lugar donde la luz brilla con mayor intensidad, el agua canta melodías eternas y la palabra es un amoroso puente que conduce a las profundidades del alma. “Una máxima acuñada a pulso de júbilo e insomnio, me sostiene en pie: ‘Habrá de haber lugar para la Poesía, si no quieren pueblos y hombres sucumbir’. Pienso además que la poesía es un acto de fe en el hombre, en la palabra y en la vida. Sorprenderse, extrañarse, asombrarse. Un instrumento para transformar el mundo. Experiencia de vida. Momento de liberación, individual y colectiva. Un destino. Un asombro que se pasa a limpio. Un renglón que se le añade al mundo. Ser poeta es estar dispuesto a la vigilia. Estar de guardia. Buscar la luz. Navegar hacia adentro del asombro. Acompañarnos con un pan en la mano y un camino en el pie. Saber el tamaño exacto de la pena. Conocer el lado oscuro de la rosa y arrestar al viento, al sol, las mariposas. Inventar ratos, penas, alegrías y tardanzas. Echar un vistazo al mundo. Ponerle trampas a la muerte. Infundir a los hombres un hambre ardorosa e insaciable de belleza, entusiasmo y libertad. Creo en la locura de los pájaros, en la fresca escarapela de las sombras, en el risueño misterio de la tarde. Creo que jamás la canción tuvo punto final, que la existencia no es más que un plagio y que los poetas escriben las mismas cosas con uno que otro colorido. Creo en esa continuidad profunda que, de siglo en siglo, traspasa de poeta en poeta; que sólo existe un poema y un poeta y hasta una sola palabra para quienes existen, existieron y existirán. Creo que ‘nuestra poesía no es nuestra, la hacen a través nuestro, mil asistencias, unas veces agradecidas, otras inadvertidas’. Creo en la POESÍA, SOCIEDAD ANÓNIMA. En que nadie es nadie, salvo nuestra salvación en la obra común, en el canto coral que ilumina la esperanza. Creo que nunca se está solo. Solos, no somos nada, nadie; juntos, inmortales. Creo en la obra colectiva y anónima, aún en ciernes, transformando y creando conciencia impersonal. Parte del sueño de una superconductividad. Apuesto al saber, al diálogo, a la liberación, a la completitud creadora. Apuesto al hombre, a la palabra y a la vida. Al sueño y al regreso. Al juego, al abrazo y a la danza. Sobre todo a la revancha. A la esperanza desnuda. Al orgasmo del mundo que hace cauce. A la belleza que se expande”.

Como a la mayoría de los poetas su color favorito es el azul, por ello su pintor preferido es Joan Miró, pues fue quien le enseñó el verdadero rostro del azul. No es exigente en cuanto a las comidas, ciertamente no tiene propiamente una favorita. Pero pudiera ser la Pizca Andina o la Polenta del Piamonte. Pero donde sí tiene preferencias es en las bebidas, le gustan el ron con leche en pleno invierno torinés. O el Viejo Ron de Caldas, con el que enguayaba sus carajillos. En la música le gusta “la que me brinda el Poder de la Palabra”, magnífico website cultural. “La que me regalan los pájaros que alborotan mis insomnios. La de la fuente que baña mis tardanzas. La música del agua. La sinfonía del agua. La del agua, eternamente corredora o loca. La de la lluvia cuando llega despacito al guanábano de mi alma”.

Lo único que cambiaría en su vida es la muerte, más nada. Pero si su vida fuera otra y hubiese tenido la oportunidad de escoger, “sería jardinero para oírle las penas o los chismes a las rosas. O atendería una posada allá en los Alpes, para oírle los pasos al amor”.

Este es Pablo Mora, poeta de alma, vida y corazón. Respetado por todos y admirado por muchos. Un hombre extraordinario cuyas lecturas de textos son todo un acontecimiento, un espectáculo inolvidable. Un amigo querido que dice: “¿La vida? El olvidado asombro de estar vivos. Vivos todavía bajo el granado trigal de la noche insomne. El hombre proviene de una despeñadera enloquecida. Insinúa una suave sonrisa diluvial. Se astilla ante el antiguo malecón del puerto. Desgarra el alma fulgurante de la flor. Se inclina sobre los fogonazos de sus huesos. Se aferra a las entrañas de su viejo pan. Llovizna sobre la polvareda de sus sueños. Desguaza furente el huracán en alta mar. Desgaja las indomables fauces de la sombra. Se eterniza sepultado en la fragua de la guerra. Se esfuma entre las ventanuras del azul. Nos acusa, nos grita y nos reclama”.