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Lucía Salerno

Lucía Salerno

Nos conocimos por medio de nuestro mutuo y querido amigo, el poeta Alberto José Pérez, quien nos puso en contacto para que yo le hiciera unas fotos a Lucía. Las palabras de Alberto al hablarme de ella fueron: “Te tengo un regalo, una amiga que se llama Lucía Salerno, su amistad es un regalo”. Y no se equivocó. Lucía es una mujer muy grata. No es de esas personas entradoras; es más bien reservada, observadora y estudiosa de quien tiene delante de sí. Pero aun así no pasan desapercibidas su calidez y su contundencia personal. Pasamos una muy simpática tarde haciendo la sesión fotográfica. Allí descubrí una mujer muy llena de alegría y vitalidad. Se intuye que en su vida hay pasajes muy duros pero ella los ha superado con elegancia y fortaleza; como su infancia, de la que cuenta: “Mi infancia fue solitaria, sin amor de hogar, con una formación muy rígida y nada acorde con la felicidad de ser niña. Sometida al rigor de la religión católica representada en las monjas de un convento frío y gris”. Así que cuando dice que su familia es espléndida entendemos que en gran medida se refiere a sus hijas y nietos.

En ella encontramos una interesante combinación de racionalidad y gran sensualidad. Lo primero se precisa cuando describe en los siguientes términos el amor: “Amor: se exterioriza en conductas. Es un problema de calidad. Hay que reubicarlo en el estadio racional (hacia arriba) y más lejos de la omnipotencia sentimentalista. Para mí es la convivencia basada en el respeto, la lealtad y la pasión”. Y lo segundo se traduce cuando dice lo que la motiva para escribir: “Mis experiencias, mis amores, mis paisajes, mi mirada iluminada sobre los elementos, mi otra voz”.

Esta sagitariana, al afirmar: “Todos mis ratos son libres: viajo, comparto con mis hijos, nietos y demás, leo, escucho música, salgo, entro, a veces cocino y todo lo demás. Llego y me voy”, hace honor a esa característica tan propia de su signo como es el amor a la aventura.

Lucía SalernoEs licenciada en educación de adultos con un par de especializaciones en actualización lingüística y planificación y evaluación de los procesos educativos. Tiene dos poemarios editados, ambos premiados: Las cosas íntimas del cielo, Premio Municipal de Poesía Bicentenario de la Ciudad de San Fernando de Apure en 1988, y Herbívoro, Premio Nacional con Mención Honorífica de la Bienal Francisco Lazo Martí, Calabozo (Guárico), 1988. Sus trabajos han aparecido en el Papel Literario del diario El Nacional, el Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias, en la revista Caminos de la Lengua del Ministerio de Educación y Cultura y en periódicos locales de los estados Aragua, Barinas y Apure. Para Lucía el trabajo forma parte de su vida, pero sí ha logrado desvincularlo de sus actividades domésticas en el hogar. No cree que la poesía sea coto de una élite sino más bien la literatura y los círculos literarios. En cuanto a si está o no en crisis la poesía, claramente expresa: “La poesía nunca estará en crisis, es una forma de vida y el poema es un organismo vivo que viene del misterio, de la incertidumbre, del asombro. Tiene la capacidad de llevar lo cotidiano al estado anímico del que escribe y el que lee”. Para ella la musa inspiradora se fabrica a partir de una circunstancia y el drama de quedarse a solas con el lenguaje, la inspiración se crea en ese espacio entre el silencio y el lenguaje.

Se define como una persona con mucha fuerza interior, pragmática y honesta. Un poco intolerante con lo que no la convence, muy individualista y con muy poca paciencia para escuchar cosas que no le interesan. De su cuerpo en cambio, dice: “Mi nariz no me gusta (el antes y después de la cirugía no me funcionó) mis ojos y expresiones faciales me gustan porque tienen muchos matices. Mis senos me gustan. Mi vagina y los dedos de mis pies no me gustan, me gustan mis piernas, mis brazos y mis manos. Mis codos y rodillas no me gustan. Mi ombligo me gusta, mis glúteos, cintura y talle también. Mis labios me gustan y no me gusta mi flacidez”. Y su componente espiritual lo explica así. “¿Místico? El enigma de mi personalidad y la convicción de que no hay nada absoluto, todo depende del cristal con que se mire y los puntos de vista que se exponen, ni las palabras son absolutas, tienen varias acepciones de acuerdo a contexto”. Y aunque nunca ha visto a Dios cree que está en ella y en el mundo verde. Comenta que la vida es lo que somos y hacemos. Los seres humanos tenemos bajas pasiones que debemos llevar. Los sentimientos dependen de la calidad de los pensamientos.

De gustos muy variados, Lucía prefiere el whisky dieciocho años sin agua y con hielo, en lo gastronómico las ensaladas que prepara su hija Katia son sus favoritas. De esta interesante mujer que baila cuando se le ocurre y como se le ocurre, alguien podría pensar erróneamente que dado lo práctico de su modo de ser es entonces poca su sensibilidad, y nada más alejado de la realidad; esa profunda sensibilidad, esa suavidad del alma es obvia cuando se lee lo que respondió al interrogarla por el lugar de sus sueños: “La cima de la montaña, un bosque con muchos caminos, un rayo de sol salpicado por la lluvia. Un campo floral de muchos colores”.

Esta es Lucía Salerno, una increíble combinación de italiana y llanera venezolana, que escribe poesía y que por sobre todo es un ser libre que va y viene por este mundo de Dios.

Lucía Salerno