Comparte este contenido con tus amigos

Federico García LorcaFederico García Lorca

El 19 de agosto del presente 2006 se cumple el setenta aniversario del fusilamiento en Viznar, Granada, del poeta Federico García Lorca; contaba 38 años recién cumplidos y un triste destino le empujó el 13 de julio a viajar desde Madrid a su Granada natal para ser una de las primeras víctimas del alzamiento militar contra el Gobierno de la República.

De la vida y obra de Federico García Lorca poco es lo que puede contarse por ya sabido, pero de su muerte sí. O, mejor dicho, del misterio posterior que la envolvió, ya que mucho tiempo se ha estado sin saber en donde paraban sus restos.

Pero no es esto sólo, como en todas las muertes oscuras, la especulación jugó sus bazas llegando incluso a decirse, la especie saltó no hace muchos años, que Federico no había muerto fusilado sino que pudo sobrevivir.

Se trata de una historia rocambolesca la cual, sin embargo, tuvo amplia aceptación cuando salió en un reportaje de la TV española, capítulo que pertenecía a una serie dedicada a misterios sin resolver. Este capítulo, modélico en su elaboración y presentación, consiguió que todos los televidentes, entre los que me incluyo, creyéramos a pies juntillas en la historia que se nos escenificaba con tanta maestría y que iba de lo siguiente:

Nos contaban que García Lorca fue dado por muerto y arrojado a la cuneta después del fusilamiento y que horas más tarde alguien que pasaba por allí lo descubrió entre los demás cadáveres, vivo aunque malherido, perdida toda memoria de identidad e incluso el habla; más adelante se advirtió que no sabía leer ni escribir (?). Su salvador lo transportó a un convento cercano en el que las monjas se ocupaban de gentes pobres con disminuciones psíquicas entre otras enfermedades, y allí quedóse sin que nadie supiera de quién se trataba.

Siempre al hilo de esta historia inventada, el supuesto García Lorca fue un paciente tranquilo que residiría en el convento hasta el fin de sus días, sin que jamás se descubriera su hipotética identidad. Pero se le había hecho una foto en compañía de los otros recluidos y esa fotografía llegó a manos de personas que sí lo reconocieron, mas al irle a buscar ya era demasiado tarde.

El programa televisivo constituyó todo un éxito de audiencia, y, vuelvo a repetir, el público se lo creyó; por ello, cuando tiempo después nos enteramos de que había sido una “fantasía”, por decirlo de manera elegante, no nos hizo ninguna gracia, sin embargo tuvimos que aceptarlo como el espectáculo de ficción que había sido.

Hoy, a los setenta años de esa muerte, parece ser que se han descubierto los restos de García Lorca en una fosa común, junto con los de los otros fusilados el mismo día; ahora bien, los familiares de Federico se niegan a su traslado y posterior inhumación en una tumba, porque afirman que es mejor de esta manera; al menos tales son las últimas noticias referentes al caso.

Lanzando una mirada retrospectiva, hay algo que siempre me ha llamado mucho la atención y que tiene que ver con la marcha del poeta a Granada aquel 13 de julio pese a que sus amigos le previnieron de que no fuese porque su vida podía correr peligro; él se obstinó, no obstante, como si tuviera prisa en llegar a un punto de encuentro del que no regresaría jamás, y, cavilando muchas veces sobre el asunto no he podido por menos que recordar aquel cuento oriental titulado Cita en Samarcanda, en el cual alguien que cree haber visto a la Muerte en el zoco mirándole con fijeza, huye asustado a Samarcanda en donde fatalmente la hallará.

Ya sé que esta fábula no tiene nada que ver con el presente tema, pero no puedo evitar las comparaciones.

Para concluir, me gustaría hacerlo con un poema que escribiera García Lorca cuando tenía 17 años, porque, en cierto modo, se me antoja premonitorio.

 

La sombra de mi alma

Federico García Lorca

La sombra de mi alma
huye por un ocaso de alfabetos,
niebla de libros
y palabras.

¡La sombra de mi alma!

He llegado a la línea donde cesa
la nostalgia,
y la gota de llanto se transforma
alabastro de espíritu.

¡La sombra de mi alma!

El copo del dolor
se acaba,
pero queda la razón y la sustancia
de mi viejo mediodía de labios,
de mi viejo mediodía
de miradas.

Un turbio laberinto
de estrellas ahumadas
enreda mi ilusión
casi marchita.

(¡La sombra de mi alma!)

Y una alucinación
me ordeña las miradas.
Veo la palabra amor
desmoronada.

¡Ruiseñor mío!

¡Ruiseñor!
¿Aún cantas?