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“Come be my love”, de Walter Crane (1876)Marisa Villardefrancos

Se llamaba María Luisa Villardefrancos Legrande, más conocida como Marisa Villardefrancos y era escritora de novelas románticas, lo que en un muy remoto entonces se denominaba “novela rosa”, ¿alguien recuerda el término hoy en día?

Y he dicho “era” ya que ignoro si todavía vive; de hacerlo sería muy, muy mayor, porque Marisa Villardefrancos ejerció su profesión en una inacabable posguerra española que duró hasta los años 60, y después desapareció, o por lo menos se le perdió el rastro luego de haber escrito muchísimas novelas. Más de una vez he pensado que si Marisa Villardefrancos hubiera sido francesa, inglesa o norteamericana, no sería difícil localizarla por Internet en la extensión que ella se merecía; hubiera sido famosa como una Elynor Glyn, una Berta Ruck, una Bárbara Cartland o una Victoria Holt, pero nació en España y desarrolló su labor en una etapa bastante dura de nuestra historia, porque si siempre ha sido una empresa llena de obstáculos el publicar, en aquellos tiempos lo era doblemente debido a la censura que condicionaba aun más a los eternamente desvalidos autores.

Marisa Villardefrancos, que usó muchos más seudónimos, era una buena escritora e imagino había leído a muchos novelistas de la talla de Sabatini, la Baronesa D’Orcy, etc., entre literatura épico-romántica-histórica, y también rosa de calidad, naturalmente. Entonces estaba de moda este tipo de literatura en un amplio sector del público y no tenemos que criticarlo; modas siempre las ha habido, si no veamos hoy en día la inmensa secuela que ha desencadenado El código Da Vinci.

Villardefrancos escribía para vivir, igual que Corín Tellado, pero nunca alcanzó la fama de ésta ni creo que tampoco su obra fuese tan extensa, no obstante llenó las horas de un público femenino ávido de escapar de unas realidades poco gratas. Nos llenó la mente de bonitos sueños haciendo que olvidásemos nuestro día a día limitado y sin horizontes, nos dio alas y volamos.

Yo la había descubierto en una revista juvenil que se llamaba Mis Chicas y me enganchó entonces; recuerdo un serial suyo que narraba en primera persona la vida de un joven vikingo mudo al que le acontecían numerosas calamidades de las que iba saliendo a fuerza de inteligencia y valor, sin embargo su consagración definitiva en la mente de una adolescente impresionable, como lo son todas, culminó escuchando por radio algunas de sus novelas escenificadas cuidadosamente, me refiero a los efectos musicales y a las acertadas voces de los actores, por cierto excelentes; en aquellos lejanos días sólo teníamos radio, ya que la televisión en España era una cosa utópica, pero qué felices éramos escuchando la radionovela mientras hacíamos otras cosas, porque la radio no te hipnotiza como lo hace la televisión, diría mejor, no te idiotiza; te permite imaginar y ves con los ojos de la mente mucho mejor que en una pantalla televisiva. Luego estaba la música que pintaba paisajes y que describía estados de ánimo y en medio de todo ello, la novela, aventuras, amores que fluían con inteligencia al desarrollarse en una línea argumental lógica que nunca insistía en la repetición de situaciones inverosímiles para convertir en lamentable realidad aquello que decía Lope de Vega: que al vulgo hay que hablarle en necio para darle gusto.

Marisa Villardefrancos era un soplo de aire puro y sobre todo moderno que huía de lenguajes cursis, retóricos y empalagosos, por eso no la he olvidado y por eso la he buscado mucho tiempo a través de Internet encontrando tan sólo pequeños vestigios, su nombre pero no su biografía, muchas de sus novelas pero casi todas descatalogadas y por tanto muy difíciles de encontrar, en cuanto a su retrato nada absolutamente, sólo la portada de algunos de sus libros, no otra cosa, pero yo recuerdo haber visto una foto suya, el rostro de una mujer joven de aspecto tímido, cabello oscuro y peinado en melena de la época, o sea años 40. Tenía expresión bondadosa y ojos soñadores, es lo único que recuerdo de ella y aun de forma desdibujada y borrosa porque la fotografía era antigua.

¿Qué fue de Marisa Villardefrancos?, ¿siguió escribiendo?, ¿aún vive?, ¿se casó, tuvo hijos?... Yo no he encontrado ningún rastro de ella, no sé dónde nació ni cuándo, otra vez nada de nada , únicamente que era novelista, y que las tres novelas suyas que escuché por radio todavía perduran en mi memoria como algo muy agradable y lejano: Almas en la sombra, El brezal de las nubes y El caballero de los brezos. Novelas que te llevaban a los mares del Caribe entre barcos piratas, doncellas raptadas, y aventuras trepidantes que despegaban siempre en Irlanda.

Y ahora viene aquello que hace que muchos lectores, de los llamados intelectuales, se encojan de hombros con despectiva suficiencia, y que te hablen campanudamente de Conrad o de Kafka y por ello se consideren superiores a los demás, ¿qué saben estos señores lo que es la literatura en realidad?...

Literatura es la palabra escrita convertida en argumento, que te llega muy íntimamente y con la que te identificas en muchos momentos de tu existencia, y hay que tener un gran respeto hacia las personas que escriben luchando contra un mar de dificultades, que se han pelado los codos sobre una mesa o se han descoyuntado los dedos picando las teclas de una Underwood desvencijada, que han escrito una novela en un día, como Corín Tellado quien luego se desmayó encima de la máquina, y no era para menos; literatura no es sólo que Gregorio Samsa se transforme en una especie de cucaracha monstruosa, que Don Quijote cabalgue en pos de sus ideales o que los personajes de Faulkner en Santuario nos estremezcan de horror, literatura siempre será llegar al público aunque el novelista no conozca el aplauso multitudinario (de hecho Kafka nunca alcanzó a saborearlo ya que le vino después de muerto y eso porque el encargado de quemar su obra le desobedeció).

En España hemos tenido autores, que en los años 40, 50 y 60 sobrevivieron escribiendo novelitas del Oeste policíacas, o de espías, rosa también, y que luego se han revelado escritores de envergadura, Francisco González Ledesma, Silver Kane, es uno de ellos, y otros murieron antes de ver reconocido su talento o habiéndolo malogrado para ganarse el pan nuestro de cada día.

Muchos escritores son tumbas en el desierto, lápidas sin nombre, un empedrado desolador que nos habla de la otra cara de la moneda, la que no recoge premios literarios ni se pasea en tournées promocionales, la que nunca contemplará sus novelas llevadas al cine, dudoso honor visto lo visto en más de una ocasión, la que vivirá entre privaciones, eternamente defraudada, y morirá en la miseria... Pero ellos también fueron escritores y si dieron al público unos momentos de felicidad al permitirle escaparse de la insignificancia de sus existencias, creo que bien se merecen el no ser olvidados... y alcanzar su pequeña parcela de gloria en Internet.