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Batalla medievalCualquier tiempo pasado no fue mejor

No, no fue mejor pese a lo que digan las leyendas; los inmaculados caballeros que recorrían el medio mundo de entonces, tan pequeño en comparación con el de ahora, luciendo los colores de su dama por enseña, no eran ni tan inmaculados ni tan caballeros, ni en los torneos se destilaba la quinta esencia de la honorabilidad, ni al vencido se le ofrecían dignas salidas, ni la palabra dada era sagrada, ni nada de nada... Todo cuentos para niños o novelas caballerescas; dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Eran los felices tiempos en los que se acuñó el término “amor de oídas”, otra falacia legendaria que, si bien cantaron los poetas en endechas, quedó legada al futuro, agrandada, magnificada hasta adquirir la categoría de mito, por cierto muy bien recibido por los que después han venido naciendo.

Amor de oídas; al caballero andante le hablaban, en virtud de algún delirio de taberna, de una bella dama, o doncella, de sin iguales prendas y, por supuesto, inalcanzables, legendarias ellas mismas hasta convertirse en su propio recuerdo. Mas eso no importaba, el caso era amar a aquella a quien nunca se conocería personalmente por razones obvias, y el caballero consagraba su vida a un ideal, o mejor dicho, a un espejismo, y así envejecía luchando por su dama, “desfacía entuertos”, mataba dragones, vaya, lo que entonces se estilaba, y la dama permanecía siempre en el horizonte, pero ese pequeño detalle carecía de importancia. Don Quijote, Dulcinea y todo lo demás, el perfecto sueño del caballero loco, que, a través de Cervantes nos enseñó a desmontar el mito, o a intentarlo al menos, en pugna con nuestros propios gigantes que no atienden a razones lógicas, a veces tan infantiles como las de los niños, quienes pueden aceptar el que todavía existen escobas voladoras si es Harry Potter su jinete.

Bueno, todo esto, es decir, los mitos seculares, ¿quién se los cree?, nosotros, pero no sus forjadores que sabían perfectamente de qué iban las cosas hasta el punto que se delatan inconsecuentemente cuando después de pregonar que Avalon es el nuevo paraíso en la Tierra, admiten a regañadientes el que Ginebra engañe a Arturo con el caballero sin tacha Lancelot del Lago y que Morderec se revele como un hijo bastante perverso, justiciero sin autoridad moral y con licencia para destruir lo que fuera un mundo feliz.

(Además, está por comprobar si Arturo existió de verdad alguna vez... Y otra historia de adulterio legendario: Tristán e Isolda, idealizada por medio de un bebedizo).

No, las leyendas, leyendas son, igual que los mitos, propaganda o desesperación de una época oscura, turbia y terriblemente cruel y violenta, donde la traición campaba por sus respetos, y aunque la Virgen María se adoraba incondicionalmente, la mujer era un objeto sin voz ni voto, que servía de moneda de cambio tanto en las altas como en las bajas esferas; se violaba, se mataba, se robaba, se usurpaba, y los “caballeros andantes” no eran otra cosa sino vulgares soldados de fortuna que se buscaban la vida como mejor podían.

Y si llegamos al refinado y cultísimo Renacimiento Italiano, peor que peor pues no hay otra época en la historia que aúne los más grandes contrastes que se pueden dar: el arte, la belleza y el salvajismo más feroz y la más sádica barbarie todo cobijado bajo el manto de una hipocresía repugnante. Ordenabanse crímenes espantosos y luego, quien los había inducido, iba a la iglesia y comulgaba sin el menor sonrojo después de habérsele sido perdonado los pecados tras la confesión.

Maravillosos artistas como Benvenuto Cellini o Caravaggio no fueron sino tunantes redomados o bien simples asesinos. Las venganzas eran sutiles y terribles, e incluso la guerra bacteriológica hizo sus pinitos en aquella época por el lapidario medio de arrojar, con catapultas, trapos que hubieran estado en contacto con enfermos de viruela o de cualquier otra enfermedad contagiosa y mortal.

Contemplando el sublime legado artístico que nos dejaron tanto quatrocento como cinquecento, no cabe en la cabeza que aquella gente pudiera ser tan malvada y amoral. No tiene lógica, y, sin embargo, lo fue, mal que nos pese.

No, no, en verdad cualquier tiempo pasado nunca ha sido mejor, por más que pretendamos adornarlo. Un ejemplo, ¿cómo pasará a la historia nuestra época, como la de los grandes descubrimientos científicos, como la de los viajes interestelares, como la de los Caballeros del Arco Iris, como el momento crucial en el que la humanidad se dio cuenta responsable al fin de que había que salvar el planeta? Tal vez sí, tal vez de esta manera se rescriba la historia de nuevo, y en un futuro muy remoto, si es que queda alguien para verlo, se hable de unos tiempos maravillosos en los que abundaban gentes con elevados ideales que lucharon por preservar la Naturaleza salvándonos del caos, y entonces surja un nuevo Tolkien y cree otra saga, pura ficción, en la que el bien derrota al mal, como siempre sucede en las ficciones, y todos tan contentos.

De tal suerte vivimos engañados con estos cuentos para mayores y creamos en nuestra mente un mundo idílico que nunca existió, ni existirá, la Arcadia feliz.