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Marisa Villardefrancos: su vida

La historia que voy a contar no hubiera tenido razón de ser sin la mediación de Ciudad Letralia; yo mandé, sin muchas esperanzas debo reconocerlo, mi mensaje en una botella virtual, y lo extraordinario del caso es que el mensaje llegó a puerto al cabo de un año.

Mi mensaje se titulaba “Marisa Villardefrancos”, publicado el 3 de febrero de 2007 en Ciudad Letralia, dentro de esta misma sección, Atalaya, y lo hice para actualizar la memoria de una novelista española que allá por los años 40-50-60, escribió, publicó, y una pequeña parte de su extensa obra fue difundida por la radio, una novelista desaparecida silenciosamente un día sin que nadie supiera dar con su paradero. Yo me preguntaba qué habría sido de su vida, si había fallecido, si se casó, si tuvo hijos, si continuó escribiendo, quedando ahí la pregunta, nunca mejor dicho, en el aire, y la respuesta llegó el día 4 de marzo de 2008, a través del e-mail de un amable comunicante que descubrió el artículo en Ciudad Letralia.

Ahora ya sé que fue de Marisa Villardefrancos, cuál el motivo de su silencio, de su zambullida en un profundo anonimato personal, tan completo que ni siquiera estudiosos sobre su existencia pudieron hallarla.

He aquí su historia.

María Luisa Villardefrancos Legrande nació el 12 de octubre de 1915 en Vedra, cerca de Santiago de Compostela, a los cinco años contrajo la poliomielitis y esta enfermedad marcó su vida para siempre. Afortunadamente la niña poseía una inteligencia muy despierta y un talento que se iría desarrollando en el transcurso de los años decantándose por el terreno literario. Marisa se convirtió en escritora y fueron sus “padrinos” Julio Camba y Wenceslao Fernández Flórez.

Se estableció en Madrid con sus padres y su única hermana Gloria (junto con la cual escribiría obras de teatro), y en esta ciudad transcurrió gran parte de su vida, hasta que ya entre finales de los años 60 y la mitad de la década de los 70, se instaló en Alicante, pues al empezar a sufrir los efectos de un reuma deformatorio le convenían los climas cálidos, y en Alicante falleció el 20 de junio de 1975.

Sin familia, sus padres habían muerto y antes su hermana inesperadamente —no se sabe si de un derrame cerebral o de un ataque cardíaco; a Marisa le causaba un gran dolor mencionar el tema—; Marisa, mujer muy sociable, supo rodearse de amigos que la querían entrañablemente, gracias a uno de ellos es por lo que puedo escribir ahora estas líneas, y que la acompañaron hasta el final de sus días, la mayoría personas jóvenes; Marisa Villardefrancos fue una educadora vocacional.

Esos años postreros de la escritora gallega fueron muy tristes tanto por cuestiones de salud como por precariedad económica; después de sus tiempos de esplendor en los que la radio popularizó muchas de sus novelas, la salud la limitó bastante, sus manos estaban inutilizadas por el reuma y se vio obligada a dictar sus novelas a un magnetófono, novelas que luego eran pasadas a máquina por sus jóvenes amigos, ya en la recta final cuando estaba bajo contrato con Editorial Bruguera, ésta le exigía de tres a cuatro novelas al mes, lo que si ya de por sí en una persona sana resulta una barbaridad, es de suponer lo que representaría para ella.

Marisa fue autora de cuentos infantiles y también, posteriormente, escribiría novela romántica, lo que se dio en llamar, novela rosa, pero puedo asegurar que sus obras se salían de lo corriente, ni eran ñoñas ni cursis a pesar de que surgieran los amores como es natural, pero, aparte, sus argumentos podían tocar temas muy actuales, incluso políticos, bien que de política internacional, o históricos, todo ello con un profundo conocimiento de causa ya que era una mujer sumamente culta.

Los ingresos de Marisa se le iban prácticamente en medicamentos, lo que significa que no subsistía de manera muy holgada, y una de las últimas novelas que escribió fue, al parecer María del Mar, su novio y el muerto, ya que la fecha es de 1975. Ignoro el argumento pero la palabra “muerte” en esa novela me hace pensar que intuía su próximo fin.

(Debo agregar que Marisa Villardefrancos no estaba contenta con sus novelas de la etapa Bruguera, y es muy comprensible).

Marisa falleció a causa de una negligencia médica. Era alérgica a la penicilina, y aun sabiéndolo, los médicos se la inyectaron, cuando, al regreso de un viaje a Madrid se puso enferma repentinamente, con fiebre muy alta. Al quitarle la aguja ya estaba muerta.

A Marisa Villardefrancos tardaron tres días en enterrarla; era cataléptica y tenía dicho que antes de darle sepultura esperasen, pero fue en vano, y el consiguiente certificado avaló su óbito.

De Marisa hoy sólo queda su recuerdo en las personas que fueron amigas suyas, o que, como yo, la admiramos. Indudablemente mereció mejor suerte, fue una excelente escritora, una gran mujer abierta y sensible a los problemas ajenos, afectuosa y sobre todo un ejemplo ante la adversidad, por suerte era novelista y eso le permitió evadirse de su realidad haciendo que con ella, muchas personas escapasen también de la suya.

Ojalá algún editor atrevido volviese a reeditar sus novelas de la primera época.