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James ThompsonUna lección de paciencia: James Thompson

Tener madera de escritor no significa estar emborronando páginas a todas horas, tener madera de escritor consiste en escribir sin que el ánimo decaiga aun cuando los resultados sean descorazonadores. El escritor escribe igual que respira, es vital para su existencia y si abandona muere. No es una muerte física (aunque en ocasiones, lamentablemente, suceda así) sino profesional, profesión en la que la mayoría de las veces no se cobra o se cobra poco y digo la mayoría de las veces porque ese es el común denominador en contra de la opinión de muchos aprendices de novelista que sueñan con seguir las huellas de Dan Brown, Ken Follet u otros grandes del best-seller.

La literatura es un camino de espinas y no de rosas y hay que ser un súper héroe para aguantar y seguir hasta el final, que nadie se llame a engaño por el éxito de los demás; la única fórmula, pues, consiste en aguantar perseverando sin desmayo; el que lo consigue triunfa, y no hablo por hablar, James Thompson lo hizo y ha conseguido el éxito catorce años después de pasar muchos sinsabores y angustias.

Este artículo lo dedico a quienes creen ingenuamente en que con ponerse a escribir ya está todo hecho, su hada madrina ha de ser la paciencia; sin ella nada es posible, en esto como en todo, claro.

La aventura literaria de James Thompson se puede leer de dos maneras diferentes, la rápida y la lenta, la lenta es la que invariablemente no suele comentarse casi nunca de ningún escritor mientras que la rápida acapara el interés general y hace soñar despiertos a los incautos, léase autores noveles, que suponen que basta con un libro para situarse en el Olimpo literario; nada más falso, amigos.

La versión rápida del norteamericano James Thompson nos habla de que trabajando de camarero en un pub en Helsinki, un buen día le descubrió un editor finlandés al enterarse de que era autor inédito (charlaron, esas confidencias entre cliente y barman) y le daba por escribir novelas policíacas.

Así de sencillo en apariencia, como cuando lees que mientras cruzaba la calle una preciosa muchachita fue descubierta por un cazatalentos que luego la convirtió en famosa top model, o que la reina Cleopatra tenía una nariz perfecta y era toda una belleza, habiéndose descubierto en monedas de la época, recientemente halladas, que tenía cara de boxeador y nariz de patata. Meras leyendas que crecen al socaire de la imaginación popular siempre ansiosa de historias maravillosas que nada tengan que ver con la realidad.

“Snow Angels”, de James ThompsonSin embargo, como todos los cuentos de hadas, en este caso hay un trasfondo de verdad: Thompson era un novelista desconocido y hacía diez años que estaba en Finlandia trabajando en lo que le salía y escribiendo novelas de forma vocacional que ni editores ni agentes literarios tomaban en consideración, con el agravante de que él escribía en inglés y esto se agregaba a las dificultades. Llevaba catorce años en la labor, los cuatro primeros en su patria con iguales resultados, y lo curioso del caso, aleccionador más bien, es que seguía en la brecha sin desfallecer. O sea, que lo pasó fatal durante aquellos largos y desesperantes años en los que veía naufragar sus esperanzas una y otra vez; se necesita mucha moral para continuar habiendo momentos en los cuales todo parece un callejón sin salida y un matadero de ilusiones.

Son muchos los novelistas que han pasado por ese trance y muchos más pasarán hasta conseguir el éxito o arrojar la toalla, por eso encuentro la historia de James Thompson tan instructiva que creo debería ser la primera lección que recibiera cualquier aprendiz de escritor, pues no todo es llegar y besar el santo, que se necesita mucha paciencia para alcanzar la meta y mucho valor para continuar adelante contra viento y marea.

(Esto me recuerda algo que leí hace mucho tiempo, la anécdota referente a un novelista que las estaba pasando muy magras, sin dinero para comer ni para pagar el alquiler, entonces decidió escribir una novela policíaca, no era asiduo al género, y consiguió dinero y fama con ella, pero la novela no la escribió en una noche, ni en una semana, y hacerlo fue como jugárselo todo a una carta, temeridad poco aconsejable dadas sus circunstancias. Quien se atenga sólo a la última parte de la aventura tiene que pensar antes en cómo debió subsistir mientras escribía su obra, aspecto que nunca se tiene en cuenta.)

Volviendo al caso que nos ocupa, ahora, después de una tan larga espera, James Thompson, convertido por adopción en novelista finlandés (nadie es profeta en su tierra) da el mejor ejemplo a los que, como él antes, aguardan su turno creyéndose las víctimas predilectas del destino, pensamiento negativo que no debió pasar nunca por su cabeza, siendo éste el secreto de su éxito.

Tal vez peque de reiterativa, pero no existe otra fórmula si se quiere alcanzar el triunfo: no perder los nervios en la espera.