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Una novela, dos mundos diferentes

“Historia de fantasmas”, de Frederick Smallfield

Sí, dos mundos diferentes: el mundo del lector que la lee y el del autor mientras la está escribiendo.

Tanto lector como escritor viven esa novela, uno creando personajes y situaciones y el otro distrayéndose con la historia, no obstante, existe un punto en común, tanto para uno como otro; cuando el escritor concluye la novela y el lector su lectura, ambos echan a faltar algo: a quienes que le han acompañado durante muchas horas. Entidades de ficción, fantasmales presencias con las que hemos convivido de dos maneras diferentes, perfectos amigos imaginarios que se han convertido en algo nuestro y entrañable al acompañarles y acompañarnos durante un tiempo.

A mí me ha sucedido, como supongo que a muchos escritores, que al concluir una novela he encontrado a faltar a sus personajes; se habían convertido en mi compañía, en mis amigos y les echaba de menos, y durante un tiempo, hasta que no se me ha ocurrido un nuevo argumento, me he encontrado como el que no sabe adónde ir y pasea errático sin hallar el camino. Es una sensación muy rara de vacío y nostalgia que no tiene que ver con nada conocido.

Por lo que hace al lector, yo también soy lectora, te refugias en una novela leyéndola y te introduces en el argumento siendo en esta ocasión, tú, el acompañante invisible de las peripecias de aquellos a quienes lees y cuando acabas la novela les echas en falta, notas su ausencia y tienes que buscar corriendo otra novela para no sentirte sola.

Muchas vidas se viven así, de prestado cuando lees, pero cuando escribes es todavía más complejo, porque no vives de prestado experiencias ajenas sino en primera persona. Hace años escribí una novela sobre la Revolución francesa, y al dar por finalizada la jornada, al abandonar mi estudio y entrar en el corredor, a oscuras a aquellas horas, lo único que se me ocurrió pensar fue: ¿dónde me voy a esconder para que no me encuentren los esbirros de Robespierre?

Sé que puede parecer cómico, por no decir otra cosa, pero me consuela pensar que cuando Flaubert “suicidó” a Madame Bovary, sintió en su boca el sabor del veneno y acabó vomitando... O sea que me conforta saber que en este esquizofrénico universo de la literatura existen precedentes... Otro ejemplo, Patricia Cornwell nunca escribe de noche sus novelas policíacas, porque tiene miedo de que de la oscuridad surja el asesino y acabe con ella.

Leyendas o anécdotas, lo cierto es que ese desdoblamiento existe y nos hace comprender hasta qué punto un mundo imaginario puede tener presencia y peso en el nuestro tan material y corpóreo. También pienso en ocasiones si esos mundos ficticios no acabarán un día convirtiéndose en reales siendo nosotros a su vez, sus fantasmas.