“El Principito”, de Antoine de Saint-ExupéryLos 70 años de El Principito

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Las personas son en sí mismas un misterio. Todas, empezando por las comunes, pero cuando la persona en cuestión es un escritor, el misterio se agudiza por no decir se multiplica, aunque normalmente nadie se dé cuenta.

La gente, el público, ve a los novelistas sólo en su perspectiva de escritor, una faceta que apaga cualquier otra dimensión humana del interesado (y mala cosa que la vida de un novelista sea más importante que su obra). Desde este punto de observación, el autor es uno e indivisible, una especie de bloque y no otra cosa, es como si siempre ofreciera la misma imagen sin otros matices y, cuando sucede algo que lo aparte de lo convencional, nos quedamos tan sorprendidos que no lo podemos asimilar, al menos al principio y luego, si con el tiempo lo aceptamos, pese a todo, la sorpresa inicial no se borra nunca.

Todo esto viene a colación de Antoine de Saint-Exupéry, el famoso autor de El Principito, cuyo 70º aniversario como cuento infantil acaba de cumplirse el pasado 6 de abril, aniversario de publicación, porque el de creación arranca a finales del año 1942, cuando le encargan a Saint-Exupéry algo insólito, que escriba un cuento infantil para publicarlo en aquella navidad, según leí hace tiempo en un comentario de André Maurois.

Es obvio que el cuento no salió en navidades, porque un cuento, cualquier escrito de imaginación, requiere su tiempo si se desea que cumpla con las expectativas previstas, y así surgió Le Petit Prince, un cuento para niños sólo apto para mayores, y que, según sigue diciendo la leyenda, se escribió en un hotel de la ciudad de Nueva York.

Saint-Exupéry era un hombre de acción, un piloto, no un cuentista a lo Andersen, los Grimm o Perrault, escritor, pero de libros que narraban aventuras aéreas en países diversos, El aviador, Tierra de hombres, Vuelo nocturno, Piloto de guerra, Ciudadela, etc., no de cuentos infantiles, y ahí está lo que yo mencionaba en un principio: la complejidad misteriosa del alma de un novelista que, ofreciendo una imagen, en este caso de intrepidez y dureza, se desdobla con una sensibilidad tan impensable como sorprendente.

Antoine de Saint-ExupéryAntoine de Saint-Exupéry fue un niño guapísimo, rubito y angelical pero ya con una mirada vivaz e inteligente y la expresión inconfundible del chico travieso. Yo vi una foto suya hace años, de su infancia, con otros niños familiares, y él era el único que destacaba. Viéndole fue como si contemplara al mismo Principito del cuento. Es una pena que, al crecer, aquella angelical belleza infantil se desvaneciera hasta el punto de que sus facciones se comprimieran como en una caricatura, fenómeno muy frecuente cuando un niño guapo se transforma en adulto.

Saint-Exupéry hombre, nada tenía que recordase a aquel niñito rubio, podía ser su padre... y de hecho lo fue, aunque literariamente.

El niño Antoine se convirtió en el Pequeño Príncipe desdoblándose al mismo tiempo en un piloto extraviado en el desierto. El resto es imaginación, el hombre-niño y una historia tan sorprendente e increíble que no es de extrañar que haya fascinado hasta el punto de ser traducida a 180 idiomas y dialectos, siendo uno de esos libros que en setenta años no han dejado de editarse constantemente, constituyendo un permanente best-seller.

El diminuto planeta, la flor, el zorro y finalmente la serpiente, el círculo se cierra deviniendo eterno.

¡Feliz aniversario, joven príncipe!