Estatua viviente en el Covent Garden, en Londres

Esa irresistible llamada

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¿Qué es lo que impulsa a un escritor, poeta, pintor, músico, cantante, bailarín, escultor, actor, deportista, etc., a desarrollar su vocación contra viento y marea, a pasar, en el caso de los artistas, privaciones, hambre, miseria por ella?, ¿acaso la vanidad, el cálculo?

¿Qué es lo que impulsa a todas estas personas a desarrollar su vocación contra toda sensatez?

La vocación es como el amor, no se razona, se siente, se es feliz ejerciéndola de balde, es como el espaldarazo al hecho de que estamos vivos, de que existimos, y nada se puede comparar a esta sensación creadora completamente aparte de los cauces habituales, y ello puede explicar que una persona sea feliz trabajando de payaso en un circo, que una joven, conozco el caso, se recorra los pueblos en fiesta mayor con un teatrito de títeres cuyos muñecos ha confeccionado ella misma y a los que hace representar cuentos infantiles, que un músico ambulante toque el violín o la guitarra en la calle teniendo a sus pies un platillo, o que se vayan a los pasillos del metro a cantar, o que se conviertan en estatuas vivientes en avenidas o paseos, o que escriban incansablemente aunque nadie publique sus libros, o que representen obras teatrales en sus pueblos o en centros recreativos, es@s entrañables actor@s aficionad@s que diariamente ejercen de amas de casa o empleados o trabajadores de mil oficios y que lo más seguro es que nunca actúen en un teatro de verdad, o esos pintores que sueñan con París, como si París fuera una inmensa academia, y exponen en los sitios más inverosímiles con la esperanza de que su obra se admire, o esos grafiteros, auténticos artistas que nos dan una lección llenando de vida y color viejas y descuidadas paredes, de esos eternos concursantes de castings musicales que siempre buscan ser los elegidos para demostrar cuánto valen y que al final se quedan en la cuneta porque muchos son los llamados y pocos los escogidos, ¿para qué seguir ya que los ejemplos abundan?

No es vanidad lo que impulsa a que el trabajo de uno sea reconocido, es la satisfacción que deviene del acto creativo. El hecho de que una persona con vocación cultural reciba el único galardón que de verdad ansía, ya que eso es su vida y por ello lo sacrifica todo, de lo contrario, si renunciase, sería lo mismo que morir.

(Eso explica cómo el escritor catalán Terenci Moix no dejara de escribir mientras agonizaba con los pulmones destruidos por el tabaco).

Sé que puede decírseme que hay quien lo hace por dinero nada más, o por vanidad, de acuerdo, pero estas gentes, artesanos de sus obras, nunca serán verdaderos artistas, son simplemente comerciantes.