Abren paso los pesos

Textos y collages: Wilfredo Carrizales

I

Abren paso los pesos

EL ENCUENTRO no se podía postergar. Coincidieron los personajes que no estaban convocados y se hallaron en la situación de la evidente contradicción. Ajustaron sus colores, sus estampas, sus risas y sus gestos. Ninguno vino a competir, aunque a simple vista lo pareciera. Nada de equipos por allí y más allá. Solo reunión para adecuarse al ángulo de figurar. Macizas se notaban todas las figuras: hasta el gallo que montó a última hora sobre la grupa del caballo del héroe menoscabado. (El lugar del encuentro parecía plaza, vacío espacio sin edificios ni ornamentos). Hubo algún conato de choque (por los disímiles caracteres de las figuras), pero el inesperado espíritu combatiente se apaciguó. En las axilas aparecieron abundantes muestras de sudor y la única ave presente se negaba a plegar las alas. El cuadrúpedo balanceaba sus espaldillas, tal vez rememorando añejas batallas de crónicas. Claros se elucidaron los motivos ocultos de la reunión y la fama les salió al paso para entintar la ejecución.

 

II

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EL BESO Y EL FISGÓN acechando y a su vez a él lo vigilaban o lo escudriñaban. El fisgoneador vagaba y la escena de amantes se le interpuso, se le puso al alcance del ojo. Era lo que andaba buscando. Entonces husmeó, atisbó, espió y ya no estuvo más airado. La estulticia no lo acompañaba. Metió sus narices por la ventana, por el agujero, por la claraboya. Escarbó en los quejidos; inquirió en los lábiles sonidos; indagó en los sutiles movimientos de los labios. El fisgón brujuleó y descubrió el corro a su alrededor. Quiso escapar, pero fue presa de los otros deambuladores. Así que debió callejear con ellos y hacerlos partícipes de sus pesquisas y juntos curiosearon, midieron, huronearon, cotillearon y la noche toda fue un gran rastreo por callejones y puertas de cuartos entreabiertas, entornadas para el paso de los venteos.

 

III

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EL COMBATE en la adecuada escena: una habitación de hotel. Los luchadores lucen sus mejores armas, la panoplia adquirida online. Contienda sin límite de tiempo. No será una simple riña. Hay demasiado en juego. Debe haber un muerto en la lid. Se cruzan las miradas de desafío. Se abren las hostilidades. Relumbran las herramientas de la muerte. Punta de lanza, petos y voraz y labiada cizalla roja. Espantosa conflagración. Conflicto que no tiene, al principio, dueño. Bronca con diferenciadas tácticas y movimientos de enroque. Disputa con retos y pugnas por doquier. Gritos que elevan el altercado. Se reprimen las desazones del dolor. Duelo de nadie, anticipado. Cortes y desgarros en las vestiduras. Resbalones y maldiciones. De improviso, cese del suministro de luz. Cambio brusco en las posiciones de los cuerpos. Un desplome. Un postrero suspiro. ¿Quién sucumbió?

 

IV

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EL RAPTO, realizado frente al padre de la voluble fémina. El anciano observó y nada dijo, nada hizo, nada pasó por su mente. El raptor cruzó sus intenciones y leyó su proclama que traía lista. Expuso sus motivos: “Porque amaba a esa mujer, se la llevaba, con su consentimiento y la anuencia de ambos...” Si el viejo se oponía, entonces la espada le haría entrar en razón. El progenitor caviló y con un pestañeo convino.

Retenida y encamada, la mujer conoció el verdadero rapto, aquél que la arrebató hasta las antípodas del éxtasis. Su turbación fue su encierro; su enajenación, su embriaguez. El transporte de sus impulsos turbaba a su raptor y lo secuestraba y le hacía acrecer el entusiasmo y el arranque para infinitos y futuros raptos.

 

V

Abren paso los pesos

ENMASCARAMIENTOS en las historias ocultas de las iglesias. Chocolate y badajo para las señoras rezanderas. Sayones y oficio de tinieblas. Flores que se marchitan en los confesionarios. Desde las torres y cúpulas truenos y revolcones.

Sin tapujos se sueltan los pecados. La hipocresía escoge los mejores disfraces. Ambages de los curas para entrar por la puerta posterior del paraíso. El camuflaje también puede ser vegetal y alcanzar el culmen de las espigas. Arbustos para el disimulo.

Las máscaras y los antifaces se solapan a pleno sol. La ceguera de los creyentes es tal que el fingimiento arrastra por los pisos las sotanas largas y el polvo queda velado.