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Acaso un preludioAcaso un preludio

Texto y fotografías:
Wilfredo Carrizales

El matrimonio fue visto como el fin del viaje hacia el hastío. Aquella unión no pedía nada más sino comenzar entre sueños. Existía la convicción de que un nuevo mundo se iniciaba con todo un esplendor, causado por el ejercicio de la memoria amorosa. Es necesario recitar lo que sabe desde mucho antes el corazón:

“Los pétalos de la rosa caen fieramente
y en su caída golpean los sentimientos.
¿Dónde apoyaremos los vientos
que en la puerta del cementerio enloquecen?”.

¡Atención! ¡Se requieren silencios! Nadie ve más allá de lo que se propone. ¡Escúchate a ti mismo! La mirada de los otros no se enfoca sobre los corazones. Los asuntos se fortalecen, van y vienen y expresan un runrún.

La medida de la vida matrimonial sólo tolera pulgadas y hace un alto en su beatería. No escojan al alma; ¡déjenla que continúe colgada de su despensa! Consumado el matrimonio se piensa en una familia. Con frecuencia, casi se cree, que acontecerá la realidad de la felicidad. Las criaturas no son milagrosas y alrededor de ellas los días pueden venir defecados, laxos y los sueños se pervierten en un flogisto.

Las fotografías de la boda tratan de guardar la retentiva. En ningún lugar encuentran sosiego y todo es una pintura que rápido se desvanece. Aquel amor y aquellas manos amorosas quisieron redactar cartas para el mañana. Partieron las almas sin arte y en el tiempo de los siempres se alongaron y pudieron aún recordar la forma del ajuar.

¿Que la fruta estuvo antes prohibida? Entre el desvirgamiento y la preñez una definición de hombre alertó acerca de lo repentino en la caída hacia la carencia de bondad. Cada alta configuración de vida inhala un aire que la modifica. El par desposado toma los alimentos y los líquidos de las manos ayuntadas y encara los bienes con expresión de ejecutados. La esposa se siente infectada en cada eyaculación y teme que un nuevo individuo venga a arruinar las nupcias de las costillas. ¿A quién le concierne, tanto como sea posible, la amonestación de un sacerdote en la disparidad de los cultos?

El teatro que promete el matrimonio. El futuro viudo o la consorte cornuda a la espera del adulterio con nudo y fidelidad. En el estrado ad hoc se trata el amancebamiento sin esperanzas, el juego de las pequeñeces, los roles trastocados, el seguro éxito de lo banal. (La grasa se asume cual un impedimento saltarín).

Sin embargo, los contrayentes-actores sacuden sus verdades y sinceramente aceptan sus papeles para que el connubio sea un martirio (civil o religioso) y la escena sensitiva vuelque las dotes dentro del pozo de las inutilidades.

Acaso un preludioEl juego de la fidelidad conyugal, tarde o temprano, pone en evidencia la dualidad de su naturaleza. La nobleza se maravilla ante el poder de la malevolencia; lo claro corrompe a lo oscuro; la supuesta suavidad del espíritu se ahoga en la primera lechada; una flor reseca crece en un vaso que la miniaturiza. Dos caras del enlace matrimonial. El invento que, a todas luces, coloca tarjetas para la estacada. Quien gana, pierde y ya no se fía del otro.

La lucha y lo viripotente proclaman sus estados. Allí se agrieta el piso del desposorio y allí ya no hay tierra segura, ni para el hombre, ni para la mujer. Dos mundos de guerras reseñadas y en eso, el mundo, reducido a su finitud, se arrincona.

El impedimento de la felicidad conyugal penetra por la ventana. ¡Cuántas veces se detiene ante el agujero cuadrado y luego se decide a ingresar y materializarse! Los pájaros bígamos baten las alas para que caigan los cielos nupciales. El dios que dio la bendición desconoce el dónde del desenlace. Una nube de fuerte reminiscencia gimotea en el entramado. Se ahueca ahí. La luna despilfarra su entera miel y retarda los momentos que sitúan con exactitud el repudio de la vida marital. ¡El destino es un aeroplano que urge a arrojar los lastres! En el mundo se abre una buhardilla dotada de clarividencia.

La probabilidad de éxito se amanceba con los sueños más extremos. Definitivamente el sueño almidona un pregón y promete de sí lo que no puede dar. Los esposos muerden la oscuridad y taponan las heridas con emplastos de cera vicaria.

La libertad salta en su celda y su ojo raptor se imagina un matrimonio a yuras, dispar y disolvente. Quedan pendientes los años cavilosos y la sal del escarnio. En torno a la humedad de los muros un subterráneo decrépito conduce hasta las costillas arrodilladas y recién asexuadas: testigos de su compromiso.

¡El matrimonio se iguala en la fatalidad, y es tan triste y dulce! Abandonada y pobre cosa. Vulnerable ante los embates de la soledad. El maridaje se retrae en sus sonidos domésticos y pierde cuidado cuando se torna decepcionante. La pareja se destruye fácilmente y pide recompensa por la incompatibilidad. Un reproche retumba en la alcoba: “¡Que la debilidad sea tu perdición!”. Los cónyuges comen a gusto su aciago cereal y arrojan por la puerta las espigas del consorcio. El realismo brinca primero hacia su destino y bien se ubica.

Tan pronto se asoman las ruinas, el amor abandona el carromato del matrimonio. El otoño hiede a perros o a ovejas remojadas. Los dolores del barro empañan la frescura de los prados. La antigua leche tibia se cuela por las rendijas del habitáculo. A pesar del mal gusto, los dientes todavía sonríen y juegan a ser frescos. Ahora se añora la noche de bodas y se siente que las espinillas gozaron como conejos, rápidos con sus zanahorias. Los músculos contrajeron matrimonio y las carnes y la variedad de los goces no tuvo parangón. Pero allá y más allá, intervinieron los sexos con sus dislates y dieron al traste con la armonía. Fueron bígamos y divorciados; incasables y bendecidos.

Acaso un preludioCorren, los esposos, corren y ninguna dirección les es propicia y las vetustas particularidades se extinguen y es tan sencillo procrear unas migrañas. Desaparecen los merecimientos y el norte fornica con el oeste y una retreta de reproches resuena en la madrugada al lado de la cama que cruje.

Después, los carnívoros, los endófagos, hablan de la solidez de la institución matrimonial. Puntualizan unas ronchas en un nido de espejos y con sus manos, apenas limpias, dirigen una amonestación contra el hogar en llamas.

El matrimonio posee un horizonte de rocas y las maderas que lo cercan se carcomen con el agua fétida de las inacabables noches. La cuestión del casorio se desliza en una flecha que se opone a las camas estrechas. No hay que dejar que el habla desconozca su pasado. Deben beber en su circo cotidiano las quijadas de la coyunda y tragar los jugos que le procuran la belleza de la locura.

Cada matrimonio abunda en los comercios del mundo. La plenitud de su ferocidad lo vuelve exquisito y colmado de tumores. El crepúsculo constituye su gloria y merece la pena ver el postrero relámpago en medio de un ilusorio arco iris. Las sombras de los felinos negros infaman su carga de novedades. ¡El más grande mercado se escenifica en sus orillas!

¿Necesitados están ustedes de mayores explicaciones? ¿Qué significado buscan? Los malcasados comen maíces y se degradan; se adornan los brazos con limones y puñales; elevan sus nervios hasta las líneas de corte. Ellos retornan, una y otra vez y de nuevo y siempre, a la adiposis de la vida. Antes y después, ¿qué ganamos en el intento de elucidar lo inextricable? ¡A casarse llaman y a juntar los bienes para que el infierno sea de provecho y la devoción los devore con sus hormigas de huesos mascullantes!