Alucinación 33

Texto y fotografía: Wilfredo Carrizales

Alucinación 33

Penetro a la casa y encuentro las puertas arrancadas de cuajo. Llamo a Brodel y no responde, pero percibo sus pasos y su sombra por los rincones. “Brodel, sal de donde te encuentres”, le urjo. “Tengo que compartir unas penas contigo”. Él sigue sin mostrarse. Entonces destrozo a patadas la única puerta intacta: la de su cuarto. Escucho unos gemidos y me río a carcajadas. Intuyo que Brodel ha huido por una ventana. “¡Brodel, cobarde, pusilánime!”, le grito. Trozos de oscuridad se han apoderado de la casa y le dan un aspecto entre tétrico y misterioso. Aunque Brodel posee algunos poderes, eso no es obra suya: estoy seguro de ello. Sin embargo, la sensación de su presencia ronda por toda la casa. Comienzo a sentir un irrefrenable pavor, mas no puedo abandonar la vivienda. Me muevo pegado a las paredes y percibo un leve bamboleo de la casa. Intento comunicarme telepáticamente con Brodel, mas no lo consigo. No obstante, continúo enviándole mensajes. “Brodel: es necesario que despleguemos nuevamente las cortinas. La función debe continuar aquí o en otra morada que tú escojas. Habrá gatos manchados como los que a ti te gustan tanto y arañas y grillos y lagartijas. Pegaremos las viejas fotografías familiares del techo. Sólo nos alumbraremos con velas y dormiremos directamente sobre el piso, aunque haga frío o esté húmedo. Ya sabes, nuestras casas siempre tienen goteras para adecuarlas a tu gusto. Expulsaremos a los curiosos vecinos con estridentes ruidos de medianoche. ¿Me escuchas, Brodel? ¡Hazme saber tu parecer! Tómate el tiempo que quieras, pero no dejes de responderme”.

Continúo dando vueltas y vueltas por la casa, no tanto porque piense que Brodel pueda aparecer en cualquier momento, sino porque tengo la perentoria necesidad de escudriñar a fondo la casa y descubrir recovecos desconocidos, donde, acaso, estén ocultos talismanes, puñales y espejos de mano de Brodel. Si logro encontrarlos, ignoro qué haré con ellos. Yo no sabría usarlos y me causaría un tremendo miedo la remota posibilidad de que pudiera destruirlos, anularlos o deteriorarlos. Además, Brodel no me lo perdonaría jamás y en cuanto tuviese una oportunidad se vengaría.

De repente, una oscuridad mayor se desploma sobre la casa, a pesar de que aún no se completa el ocaso. Abro los ojos con desmesura para poder avanzar sin tropezarme con los escombros acumulados en ciertos lugares. Un silencio de sueño inunda todo el ambiente. Frente a mí se extienden enormes manchas que tratan de tomar forma en los límites de la morada. A ratos semejan murciélagos; a ratos, lechuzas. No pretendo gritar: no conseguiría emitir ningún grito. Ni siquiera uno escuálido.

Casi una hora después de estar trasladándome en círculos oigo un cuchicheo debajo de la basura depositada en un ángulo de la cocina. “¡Son ratones!”, me dice la voz de Brodel, “y están planeando tu asesinato. Así que corre o comienza a actuar”. Sin preocuparme por indagar la procedencia de la voz de Brodel, tomo un poco de hollín del horno y me tizno rápidamente el rostro y las manos. Me desnudo e inicio una actuación destinada a los invisibles roedores y a Brodel, ¿su sosía?, ¿su temporal protector? Mientras danzo con calculada lentitud, moviendo cabeza y manos, desenrollo un improvisado monólogo: “La noche vino en busca de sus fueros. No se anunció para no provocar ninguna estampida. Ella degollará a los intrusos con su fiel y eficiente cuchillo de lignito. No sentirán la sangre chorrear de sus gargantas; no padecerán ningún dolor. Entre tinieblas se marcharán hacia el ignoto útero que no se puede palpar y dentro de él encontrarán pedazos de recuerdos para mordisquear...”. Así fui evolucionando y girando en dirección de la puerta de salida. Me detuve unos instantes, ya muy cerca del vano del escape, y lancé un extraordinario bufido como de lince mitológico. La casa trepidó y capturé la ocasión para desaparecer con insólita rapidez. Detrás resonó una fricción de colmillos y por encima de ella se pudo escuchar la sarta de insultos de Brodel: “¡Maldito cagón! ¡Falsario! ¡Mendaz! ¡Te pudrirás temprano en la primera cloaca donde caigas!”. Yo corría sin parar y en el ínterin me iba vistiendo de luces, estallidos y fulgores.