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AuroraPoemas para una Aurora que no volvió

Texto y foto: Wilfredo Carrizales

1

Mi tonta y hambrienta Aurora
que corría tras los recuerdos y se perdía.
Alguien nos miraba desde el pasado,
¿su padre o su amante borrachín?
(La luz de su lámpara me obligaba al insulto
y desde siempre supe por qué).

Ahora ando feliz sin la maldita nostalgia
y el tiempo resbala y cae y resbala.
Las dulces guayabas de su boca
quedaron en aquel patio junto a ollas sucias,
zureos de palomas y travesuras.

Caímos fácilmente en los abrazos
y tal como derivaron las cosas
hoy puedo agradecerle al inquieto eros.

 

2

La luna quiso ser una mitología
en nuestras vidas de turno.
(Morfeo andaba a la caza
de sueños con hambre y prospección).

Pensamos, en algún momento de ludibrio,
que Ícaro quiso hacer el amor
con las alas rotas
y por eso se precipitó.

Las horas atravesaban velozmente
la pantalla del televisor
y envolvían a la época
en un aroma de rosas inexistentes.

¿Qué faena de tu cuerpo
me reventó entre las manos
como un desesperado soneto?

 

3

Algo me dice que te asomaste
al pasado para verme desfilar.
La noche total careció de estrellas
y los dos conocimos las anécdotas.

Pellizqué a tus sueños
en el nuevo tipo de elegancia
que te afanabas por lucir.

¿La lluvia se abalanzó primero
o fue el brillo de tus ojos
bajo el relámpago confrontado?

Las calles se alejaron sin cornetazos.
El lado soleado de la vida nos buscaba.
Si las cuerdas del mundo nos hacían saltar,
¿cómo fue que las rompimos adrede?

 

4

Yo nunca pretendí hacer de tu casa
una estufa para las canciones de moda.
(Mi hogar era un hervidero de ratas
y las granadas a duras penas escapaban del mal).

El azul de tus inquietos pantalones
traía menos soledad al corazón
agreste que me acompañaba por entonces.

Cuando elucubré nuestro plan de fuga
olvidé uno o dos asuntos importantes para ti:
tu gato locuaz y a tu dudoso padre.

El disgusto fue mayor para mí:
seguías siendo una nena
a quien había que amamantar a sus horas.

 

5

Cuando te cansabas y corrías más,
yo pensaba: “esta mujer de veras está loca”.
Menos mal que nunca te ofrecí
un lecho de rosas ni paraíso frutal.

Reconozco que tus nalgas
me enloquecían y yo rebotaba
sobre ellas, perdida la razón.

A veces recorro, con la memoria,
la cuadra donde vivías
y te encuentro en la puerta
mirando hacia la nada.

“¿No quieres dar un paseo?”, te pregunto
y un rugido de fiera me hace correr.

 

6

Los aires modernistas soplaban
su poder sobre nuestras venas,
pero brincaban con subterfugios.

El anuncio de alguna tía ingenua
decidía por ti y fingías haber arribado
al tope de la rendición.

¿Todas aquellas cuitas tuvieron
su veracidad o su contrapartida?

“¡Gana la calle!”, te exigía
y tú déle al cuerpo más que al alma
y temas afines carentes de impulso.
Pues tuve que besar a tu sombra
y acostumbrarla a mis palabras.

 

7

Luz de luna y vermut bajo el árbol
de nuestros fugaces encuentros.
El maldito perro no se aquietaba con nada.
¿Por qué la oscuridad no lo dejaría jorobado?

Me sentía feliz con mi dedo metido
dentro de ti y ¡qué fecundo era!
Como un alfil avizoraba el amor en mi reina
y anhelaba allí al tiempo lluvioso.

Mi cuerpo se restregaba a tu urgencia
y la pasión nos llamaba desde las hendeduras.
Quería apaciguar tu corazón
con mi cabeza de viaje.
Aurora y un hipo nocturno
y una sacudida femenina que bajaba ligera.

 

8

De un modo falso y sentimental
Aurora adornaba su portal de verde de orfandad.

Nunca quise penetrar en su pensamiento.
Más me gustaba espiarla a la medianoche.
Entonces y sólo entonces se desnudaba
y yo me iba con un dolor en los ijares.

Luciferina vida la de esos días.
Ignoro la causa. ¿Ya intuía al poeta
dentro de mí, gorjeando?

Las buenas mañanas caían
con sus dolores de cabeza
y el aroma del café recién colado
en la cocina pobre y pulcra.

 

9

Le disparé una flecha a Aurora
y le dio de lleno en el ojo más intranquilo.
Nunca antes había sido yo tan sagaz.
¡Y pensar que bajo el cielo
nadie tenía ya dos soles!

Por semanas dudé
de la eficacia de mi método.
Me enraicé en un inédito espectáculo.
Aguardé junto al horno
donde cocinaba el preciso arsenal.

La saga descendió lenta.
Venía cagada por las palomas
y previamente alterada de plumas.

Aurora se perfiló contra el muro
y se ensució tras los murmullos.

 

10

En la plaza les dijimos adiós
a los torditos que creíamos nuestros.
¿Te invito a recordarlo ahora?
Ayer la vida fue una emoción fugaz
y por momentos olvido el fluido de tus vaivenes.

Al fin desaparecieron las hojas que murieron.
Las lluvias zumban que da gusto.
Todo o nada aumenta en la albura.

Tal parece que el mejor amor
es el que se encaja en los recuerdos.
¿Podrías agregar algo más, Aurora?

Un hombre y una mujer
develan un recordatorio a posteriori
y un patio se ilumina
y encuentra su historia a tiempo.