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Autorretrato con cortesana de la dinastía Tang

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Autorretrato con cortesana de la dinastía Tang

¿Fue durante el duermevela o acaso ocurrió al margen de la vigilia? El olor de flores de la primavera se escurrió hasta el rincón. El deseo abrió su cerradura y regaló un reflejo de seda. Como advocación de la diosa Guan Yin la cortesana apareció con elegancia. Del aire tomó la canción y la hizo distinción en el tiempo que la noche trazaba con el pincel. Dos o tres veces sentí el goteo del vino de casia. Las horas se resumieron en los versos que invitaban al encuentro con su piel.

De sus labios destiló el color de las granadas que se abren en los certámenes. En mi almohada inexistente el rasgueo de un laúd alejó cualquier tristeza o el estúpido temor de la muerte. Los sentimientos se mecieron con la ligereza del bambú en su cópula con el viento.

Su voz se hizo cada vez más clara y la armonía de su recitado tiñó sus mejillas con el capricho del lábil fénix.

 

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Autorretrato con cortesana de la dinastía Tang

No dormí para apoderarme mejor del sueño. La cortesana continuó ahí y bebió de las sombras borrachas de las peonías. Sobre su moño un ajuste de oro le indicaba a la clepsidra el ritmo de la devoción que fluía. Si una rana de pronto cantaba, ¿alertaría a otras posibles cortesanas?

El tono de la canción descendió sin esfuerzo a través de los pliegues de su vestido. Su entero pecho era un regalo de juventud y firmeza. Yo por momentos entré en la región del ofrecimiento y de allí extraje estaciones prohibidas y manifiestas.

Mis ojos fueron las puertas de su arrobo y sólo una promesa acudió con su consejo de hoja. Me abandoné a la guardia de su canto y noté en su boca una estrechez de luna entre sus dientes. La noche suspiró en lo profundo de su delicia.

A mi alrededor había un agua de un no transido estanque que comenzaba donde terminaban los versos. La alegría se exultó dentro de una fiebre sin fiebre.

Una luz trajo el recuerdo de un último mes y la cortesana asintió y depositó otro canto en la lucidez de mi frente.

 

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Autorretrato con cortesana de la dinastía Tang

La regordeta cortesana abrazó a su cosmos y persiguió el acuerdo con mi filosofía. De inmediato todo lo de ella me concernió y las preguntas más insólitas recorrieron su ser y bajaron al substrato de su ensueño mojado.

Sentí una turgencia que consolidaba mi poder. La gratificación llegó pronto con el temblor amaestrado de su vientre. Hubo una titilación de mi parte que fugazmente se alienó. ¡Ahora fui un príncipe en la verosimilitud de la métrica que escanciaba!

Mi perfume la persuadió de retardar su partida. Le debí una oración carnal y mi lectura tuvo que cortar de cuajo la tristeza no expresada. Mi cuerpo descubrió fortunas bajo su devota mirada.

¿Le quedó algo por decir? Entre las pausas de la declamación una nueva vida esbozó una tendencia hacia un anhelo sombreado. El deseo sobrevivió en la versión que no lo hacía definitivo.

Entrecerré los ojos para ponerme a cubierto. Sentí a la cortesana danzar sin moverse de su eje. Celebró y me introdujo en el fondo de su escenario.

 

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Autorretrato con cortesana de la dinastía Tang

Del estambre de su pecho saltó una nube de elocuencia que se disolvió en mi cabellera. Yo unté su vestido con el musgo de la esplendidez. El aroma del deseo fluyó por el oscuro corredor. ¿La cortesana quiso partir en precipitado momento y sólo me dejaría un vuelo de su imagen?

Su talle encontró un compás de dosificadas florescencias. De pronto fui un pez chapoteando en un agua turbada por el cierzo. La sorpresa del bermellón de su boca me insufló una energía nueva. Sentí que me salvaba de un indefectible hundimiento.

Sé que en ella no había pureza, pero sí espontaneidad, servicio y galantería de ejecución. Yo debí apoderarme de sus minúsculas pagodas y convertirlas en el símbolo ardoroso de la permanencia.

El movimiento de su vestido me trajo ondas de conocidos ríos donde nunca nos bañaremos los dos solos, ni retozaremos con las epidermis lucidas.

 

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Autorretrato con cortesana de la dinastía Tang

La melancolía y el deseo se atrajeron a su extraño modo. Quería sentir los ciruelos en el camino incógnito por donde ella vino; oler las brisas que la transportaron. La primavera avanzaba casi enferma y retrasaba la llegada.

Preferí un descenso rápido de los pétalos inconscientes de magnolia y no el atisbo irreal de pinos enroscados. Si el pavo real de los sueños no hubiese intentado un canto, le habría retorcido el cuello y dejado sin eco.

La cortesana aludió a la prosperidad efímera del amor y yo entorné los ojos para comprenderla. Nuestro encuentro fue una antiquísima escena bosquejada en la pared de una ciudad arrasada por los nómades.

En el centro de su relajada atención, ella merecía las frutas no previstas del verano que le describí. Ocurrió a sus pómulos una salaz evocación. Pulsé las cintas de su calzado y un abejorreo me picoteó las falanges. Sus diminutos pies se fugaron cual pichones de golondrinas.

Obtuve de su loto ensalzado el deliberado contraste de la dura roca perforada por la niebla que en el murmullo prolifera.

 

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No quería anunciar que el epílogo se aproximaba. Mas se escuchó nítido el nacimiento de la separación. El sabor del triunfo amoroso y onírico se nos allegó a los rostros. El postrero canto no fue menos bello, aunque declinaba.

Declinaba y se perdía en recordadas colinas donde el mundo era un paso tan sólo. Un canto duplicaba otro canto y así se ensamblaban.

Tal vez yo también deseaba partir y mi misma voz se atenía a su taimado escalofrío. Un día profundo me aguardaba al final de la umbría locación. La frase justa para el abandono trató de convertirse en hipotético camino.

Escribí unos versos en la flexura de su vestido. Mi canto tenía que subir con buen pie hasta su garganta. Me abandoné a la luz que tendía a desaparecer. Encima de mi pecho se balanceaba un junco casi devastado por tifones hostiles.

En un aleteo ella se marchó con el acuciante tiempo de la despedida. La estela del juego de su lluvia y mi trueno osciló largo rato hasta que la alborada estalló en la ventana y recuperó su condición de dueña.