Breviora

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Textos y dibujos: Wilfredo Carrizales

Breviora

La muda de las aves y se acerca el chalán. Muerto como su abuelo. Brusca la desmesura de los ratones y el francmasón amasa el yeso negro. El alarife parece una especie de mofeta y raspa y rapiña y se rasga la línea media del cuerpo. La medicina es un aguamala que fondea sin altitud.

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La meditación echa plantas y las arañas agregan lo salobre. El macedonio disfrutó de la mayonesa en medio de la casa de los ácaros. El mecanismo de los sastres llevó a las cabras a desconocer sus barbillas. ¡Ah, maledicencias de los espiritistas sumidos en los retretes!

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Avaro de palabras el aduanero escamoteaba los diálogos. La mordaza daba vuelta en redondo y aunque hacía mohines él perdió sus derechos. (El conflicto era un buñuelo confuso y decomisado). Luego se supo que nadie acompañó a su entierro.

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El pico de la grulla se llevó un chasco sobre la torre de la iglesia. En las fábulas donde aparecía no existía limpieza ni puridad. Maduramente los niños jugaban al corro pegados a los muros. Sus movimientos frotaban el aire sin indemnizarlo. Los preceptores llovían a ras del suelo y después dormían en camas secas para tener opíparos sueños.

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La tormenta toma por asalto los poblados con más desatinos. La fragilidad se esconde en los cajones y ciertos ejercicios espirituales hacen un arqueo y se derrumban. La estupidez se hinca en la tierra. El reloj rueda y rueda y se llena de arena. El embrutecimiento es dado como lección y bajo los andamios se arrojan los cuchillos que invirtieron los empujes.

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Recuerdo la caldera con hervidores que usaba la embajadora. Sus súbditos recibían los mensajes casi de rodillas: perros ponchados por la desvergüenza. El caldo servido era deliberado y el boicot estaba advertido, pero aun así las ladinas sonrisas labraban las comisuras con una perseverancia de toneleros.

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El alcahuete bruñe su hierro de rebordear. Las mancebas fingen enfado y briscan sus bucles sin remiendos. Dentro de las cubas los culos ganan su libertad y el agua se astilla recordando los vaivenes del mar. La impudicia posee sus ordenanzas y la cortedad de miras suele ser perniciosa. Lo figurable se sintetiza, después de esto, hacia abajo, donde los vellos anulan una oclusión.

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Breviora

Según la farmacopea la dispersión de la luz sobre el hígado predispone a las disputas. Hay que tener cuidado para no descalificar tal aseveración. Las vidas deben transcurrir confidencialmente, aunque los cardos logren averías. Los días de gracia serán abundantes y los tornillos de la vanidad se revolverán hastiados.

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Los gatos se encierran con los panes para evitar que se multipliquen y para mantener en equilibrio el número de hambrientos. Los caminos a veces son frívolos y las vigas pueden caer de los techos. Al saludar a las banderas hay que tomar las precauciones del caso para ahorrarse torceduras del cuello. A la larga los distraídos sufrirán de astigmatismo.

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Pero si los carámbanos produjeron ronchas, no es responsabilidad de los meteorólogos, sino de los domadores de arcillas. El diluvio vendrá y soportará una derrota. Los caracteres más alarmantes de la tragedia amagan con resonancias. En los surcos se siembran hoyos y se pierden los antiguos vestigios de las premuras. Con todo, en el cielo, existen torsiones que no terminan de definirse.

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Las moscas aportaron sus artificios y sus sacrificios. El velatorio resultó un éxito, a pesar del calor y la humedad. El muerto hacía sonar sus canillas, mientras su viuda zurcía los calcetines viejos. El sueño trajo chinches y heridas en la carne sola. Mas pronto arribaron las empanadillas y codo con codo la lujuria esparció su flagelo.

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Se dio un bajón en los deseos. Nadie estaba seguro de una invasión. El apuntador se había marchado temprano, sigilosamente, sin echar un vistazo hacia atrás. La tragedia enseña pegando e insufla a los riñones de una dolencia imaginaria que es como un terrón de azúcar acosado por los tábanos.

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Que la sal muera porque no cura encaja en los designios de quien no hospeda. Las bombas se metamorfosean en embutidos y luego se precisa saltar las empalizadas. Los implantes de las sardinas en su canasta ya son cosa del pasado. Ahora se acorralan los azotes y puedes ponerlos en un marco. La simpatía se insinúa en las estrecheces de los vestidos. Somos de tal guisa cuando vamos al baño y descubrimos que las toallas se han doblado para recordarnos la edad.

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El hombre se consuma bajo sus arrestos. En la memoria puntualiza un adobo que empegunta de un apretujón. Unipersonalmente se aparroquia y en su lugar se torna insinuante y repetidor. Clava la cucaña para irritar a los vomitadores. Mendiga y consigue con ruegos la disposición testamentaria que le otorga epítetos y epilepsia.

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Breviora

Uno trae un portaplumas y la gente piensa que es para defenderse. ¿Quién vive?, preguntan en los callejones y sólo se escuchan ruidos de arandelas. En la parada del tranvía hubo una boda donde se dio la señal de inicio, pero no la de parada. Por lo tanto abundaron los discursos, todos perdieron las brújulas y al final la novia tuvo arcadas en la piscina.

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Me amonestan por la melena. Rujo y languidecen los fideos. La gastritis me siega el apetito. Sin embargo, braceo la cerveza y apremio a las palomitas para que sean abundantemente mayestáticas. Un arrendajo común me conmueve el tuétano. A priori lo acuso de cagarme los zapatos. Lo despluman y va a parar a una olvidada buhardilla.

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El carnicero se lastima la bóveda craneana. ¡Qué lástima! Se resarce posteriormente al jugar al ajedrez con el alcalde del municipio. Los chanchullos quedan suspensos del humo de los cigarrillos. El oprobio refulge; el resplandor se arquea. La escena se precipita dentro de una pintura que desata las etiquetas.

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También se chupan los cascajos y se retocan los peinados para decir indecencias. Las sombras tropiezan con los bártulos en plena prisa por huir. A medio camino entre el fuego y la hagiografía del gallo unos garabatos estremecen el mundo y al descampado ahorcan unos perros y un macho da un grito en respuesta a la efeméride.

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El libertino avanza abierto o en blanco, con la corta diferencia de sus años. Por suerte los desmanes no lo impacientan. Las orejas se le apean en cada esquina y el desparpajo no lo carga a rastras. Trastorna la moda y sin la menor dificultad desenfoca lo que no tiene remedio.

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El azul se le metió hondo en las tripas. El colapso estaba por sobrevenir. En la puerta se tiró de cabeza y se le desprendió de golpe el coraje. Un mal sabor le tapujó la boca y aprendió a vivir al borde de las detonaciones.

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La lechuza participó en la ceremonia de la mujer coqueta. Se comportó con corrección y suscitó una enorme admiración. Rato después comenzó a ulular y el miedo cundió por la ciudad. Los militares le dieron caza y la disecaron en homenaje a la civilidad.

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Breviora

Un cielo se cuajó de ruedas dentadas. Se deshuesaron los acontecimientos. El dinero fue malgastado y los malhechores formaron gobierno. La democracia quedó encantada. Su destino encontró fecha cierta para relanzarse y despertar sin resignación. A decir verdad, la peste se adaptó sin adornos directamente en los confines de las plazas.

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Ayer estaba cansado de tanta belleza que le procuraba las reliquias de los delitos. Hoy se siente muy inteligente y quiere demostrarlo a toda costa. Llama a algunos mamíferos a su lado y les hala las colas. Pronto sucumbe en una cruenta batalla. Está de más afirmar que su cuerpo no era inexpugnable.

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Encontró la casa herida y el agua desarmada. Buscó las razones y no las consiguió. Escapó sin utilidad y con los gemidos acortados. Por siempre lloró bajo los tejados y un aura extraña se extendía a sus pies.

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Cualquiera que sea la llama se extingue por sí sola en el bosque. No necesita del aliento de los fallecidos ni de la corrupción de la hojarasca. Como si tal cosa, el día se alarga hasta límites que se apartan de la realidad. Los caminos cautivan en las horas acreedoras y las raíces se extasían aunque no sea verano. La crisis del orden rima con los extractos que se separan.

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De la evacuación de la correspondencia se pasa al protocolo. De los exvotos se salta al tinglado de los muñecos sin ilusión. Se evitan las miradas que surgen por las hendeduras de las paredes. Se evaporan las cuestiones que desembocan en el fango. Los diversos colores señalan las enfermedades y el hambre y la sed se familiarizan con los testimonios del porvenir.

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Las moscas intercambian sus drogas al comienzo del anochecer. Es la ley de la posibilidad imposible. El letargo convendría mientras más nos conocemos. ¿Acaso no se prestan los zapatos nuevos entre compadres? Hay meses que se eluden para quedar de buena cara. No obstante, los monumentos a las mulas escasean. A los puñetazos se forman los infiernos ¡y de qué manera! En el patio trasero se asperja gasolina para bajar de peso a los pájaros.

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Los callos son huéspedes a quienes se felicita a menudo. Las tijeras suelen interrumpir agradables conversaciones. Saber esto es un asunto que reduce las fatigas. Los fatuos comen sus harinas extraídas de aljabas. A los animales de los cornisamentos hay que meterlos en un mismo saco. Sólo por simple precaución.

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Breviora

Una hoja en blanco para el diseño de lo que se funde. Un bronce rutilante en un mediodía que se magnetiza. Los soles financian la tenencia de la tierra. La locura repentina mueve a la emoción. Bajo el oro del ocaso sobreviven los insectos que fondean las amarguras. ¿Cuándo llegará la carta que dé al traste con tanta pésima fundación?

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Mi habitación miraba al oeste y allí reconocía su guía, su permiso para conducirse en el espacio. Un tuerto me declaró la guerra. Le injerté una bombilla en la órbita hueca y así alcanzó el pináculo de la fama. Ahora procuro un certificado médico para mí. Pienso usarlo cuando alguien me retire el saludo y convencerlo de que mi tiempo es de estrellas. Higiénicamente la idoneidad es posible y tranquilo sigo los pasos que di sin molestias en el pavimento de los antojos.

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A la vez que me instruyo, me persigo. Dentro de un bloque puede estar escondida la insidia. También las circunferencias son insaciables y en sus viajes la gente se preña de definiciones y asechanzas. Junto a lo inescrutable prosigue lo que se encalla en lo bajo. Las reformas se han empantanado, se han integrado a los anuncios acuciantes. Perplejos, nos comemos las insignias y desarrollamos alientos de garrochas. Por supuesto, las interrogaciones tienen sus grados.

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Linternas y melocotones en la languidez del imaginario terreno. Sonidos y brebajes; lampazos y aromas de cuarzo y sesos. Las lágrimas se mueven dentro de la jofaina y se amoldan a las luces que esgrimen destellos de reluctancias. De la misma pasta, de la misma ralea brota un rayo de doble filo. La ausencia de un declive señala el motivo del entorno que se rompe. ¡No nos dejes!, se escucha implorar y una difusa anchura se escurre por entre los portales de la geografía inmediata.

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Usted misma, señora, redacte la circular anónima y aletargue su significado. Extravíese en las líneas convexas y si es necesario recurra a la lupa para que los ojos se le llenen de bisuterías. Luego repose sobre las lentejuelas y dedíquese a recoger con la mente los trozos de madero que le entorpecen su destino.

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Me he peleado con el dueño de la lejía. Le he arrojado a la cabeza una cesta llena de carbón. Lo he puesto en la lista más negra que escondo bajo mi sofá. He liquidado a su mujer. Envenené a sus perros y le quemé la casa. Aun así él no reconoce ningún altercado y esto me saca de quicio y ahora no quiero verlo más.

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Había una electricidad que fulminaba únicamente a las flores y a algunas abejas. Era extenuante contar los destrozos. Un anciano aseveró que la culpa radicaba en los idus de marzo y nadie le hizo caso. Sólo yo me dediqué a escudriñar ese misterio. Usaba una careta o antifaz. Pero por un clavo perdí la ilación y actualmente me lamento entre el palpitar y la insania.

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A cada instante le corresponde una pinza y la blandura se amolda a la ocasión del plato. Dentro de poco se mojará la cera. La elasticidad de los momentos se escuchará a larga distancia. Los guantes cederán sus sedas para cubrir las alas de mariposas depositadas en la ventana. Son muchas las maravillas que sobresalen a ratos. El aire se hizo en un día reducido, mientras los perros se hundían en la canícula. Otros monólogos se desarrollaban al margen y se percibían sus aromas de almizcle y monedas que apestaban.

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En el observatorio guardamos el ayuno. El óxido tejía su manto de irreverencia. Hablábamos tras la resina de los pecados. Derrochábamos el patrocinio del tiempo. En las alturas las nubes parloteaban sobre su juego sucio. Nosotros merecíamos su confianza. Tranquilos nos apoyábamos en un tipo de poesía que perseguía a los topos. Nos cogíamos de los brazos y asustábamos a los grillos. A la izquierda una flama vacilaba entre arraigarse o desaparecer. A la derecha un periódico pugnaba por ser tomado en cuenta y leído, aunque fuese someramente. Con las palabras se advertían los vuelos por emprender. Con las miradas nos burlábamos del peso de las imprevisiones. Aquello se vino abajo de allí a cuatro pasos.

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Largo pan para que se coma con la rabia de la glotonería. Nada se estanca; nada se separa. La espera y la temeridad. Una totalidad partida en dos. Se hinchan los carrillos en el exacto grado de su latitud. Un personaje del vacío se entromete en el acto y su emulsión resuena en el olfato. La carcasa de la estación que transcurre repercute y allí se nota la falta de una buena garrafa de vino.